Fecha de publicación: 14 de octubre de 2023
Autor: Chris H.
Categoría: Ae
Etiquetas: Ae
Fecha de publicación: 14 de octubre de 2023
Autor: Chris H.
Categoría: Ae
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Suerte

  Esta es una historia sobre la realidad subjetiva, subyugada a los puntos de vista que se tengan en consideración. Sobre medidas drásticas de purificación y fines que podrían, o no, justificar los medios. Sobre la suerte, que no es buena ni mala, sino ambas a la vez. Sobre la volubilidad de un mismo dato al ser sometido a diversos contextos, más o menos amplios.
  Esta historia es, en cierto modo, un experimento. Para llevarlo a cabo, necesitaremos un sujeto de pruebas. Cualquier humano podría haber servido, e incluso todos ellos en su conjunto; pero, en favor de la humildad y la concisión, nos conformaremos con uno solo: el subinspector de policía Nino Maccioni. Ha sido seleccionado, por puro azar, de entre el total de 8000 millones de seres humanos que habitan el planeta Tierra. Qué suerte. Suerte, sí, pero ¿buena o mala? Responder a esta pregunta no es el fin del experimento, sino el medio.
  Nino nació en el seno de una familia acomodada. Nunca le faltó comida, ropa, juguetes ni, lo más importante, cariño. Tuvo una infancia memorable. Qué buena suerte.
  Lamentablemente, aunque jamás se atrevieron a decírselo, toda la familia sabía que aquel periodo de felicidad tenía fecha de caducidad. El padre de Nino, víctima de una enfermedad incurable, falleció el mismo día en que su hijo cumplía catorce años. Qué mala suerte.
  Nino encontró en el recuerdo de su padre su propósito en la vida. Tras el luto, decidió que quería ser agente de policía, como lo fue el señor Maccioni. De algún modo, sentía que se lo debía. Y fue este sentimiento, nacido del dolor, pero también del orgullo y el amor, lo que permitió a Nino hallar su lugar en el mundo. Una senda que, de otro modo, le habría resultado esquiva. Qué buena suerte.
  El joven Nino no era un buen estudiante. Trabajador, aplicado e inteligente, sí, pero carente de la facilidad para retener datos dispersos. Necesitaba esforzarse el triple que cualquiera de sus compañeros o compañeras para obtener un resultado similar en las pruebas teóricas. Qué mala suerte.
  Nino, lejos de resignarse, empleó sus puntos débiles a modo de trampolín para mejorar en todas las facetas. Al conocerse mejor a sí mismo, se volvió mucho más eficiente. Perfeccionó sus fortalezas y se esforzó, no el triple, sino el cuádruple, para compensar los defectos. Así logró aprobar las pruebas de acceso al cuerpo de Policía. ¡Y en su primer intento! Qué buena suerte.
  Baumann, uno de los excompañeros de su padre y un buen amigo de la familia, a quien Nino conocía desde que comenzó a caminar, se ofreció a llevar al chico de vuelta a casa tras el último examen. Aunque vivían en extremos opuestos de la ciudad, aquel hombre quería a Nino como a su propio sobrino, por lo que no aceptó un «no» por respuesta. Dos horas más tarde, el teléfono de la madre de Nino les dio a ambos una horrible noticia: Baumann había sufrido un grave accidente de tráfico mientras volvía a su casa, al ser arrollado por un camión que se saltó un semáforo. Qué mala suerte.
  Aunque el coche de Baumann quedó destrozado, los bomberos lograron rescatarlo antes de que muriese desangrado. Qué buena suerte.
  Por desgracia, Baumann no sobrevivió a las graves heridas provocadas por el accidente. Aquella misma noche falleció en el hospital. Qué mala suerte.
  Nino deseaba trabajar en la comisaría de su ciudad. El año anterior no fue un buen precedente, ya que hubo una única vacante. Es decir, que solo el solicitante de mayor nota vio cumplido su deseo. Sin embargo, en esta ocasión, debido al aumento de presupuesto y a las jubilaciones inminentes, el cupo aumentó a un total de cuatro plazas. Qué buena suerte.
  Nino obtuvo la quinta mejor nota de los solicitantes. Qué mala suerte.
  A última hora, los funcionarios se vieron obligados a admitir a un quinto nuevo recluta. ¿El motivo? El fallecimiento de uno de sus agentes en activo. Nino ocupó el hueco dejado por Baumann. Qué buena suerte.
  El inspector al cargo de la unidad de Nino, o de «Maccioni», como todos lo conocerían desde entonces, insinuaba que aquel chico hubiese podido recibir un trato de favor a la hora de aprobar el examen y obtener la plaza deseada, debido a sus contactos en el cuerpo de Policía. Ningún otro agente compartía su visión, pues casi todos eran conocedores de la relación tirante que mantuvieron aquel inspector y el padre de Nino durante largos años. Parecía poco más que odio injustificado. Ahora, ese tipo se mostraba dispuesto a aprovechar su posición de superioridad para martirizar al nuevo Maccioni. Qué mala suerte.
  El inspector de Nino era uno de esos agentes que estaban a punto de jubilarse. Pocos meses después, Maccioni se libró de él para siempre. Qué buena suerte.
  Su sucesor tardó más tiempo del previsto en adaptarse a sus nuevas responsabilidades. Durante varias semanas, la comisaría sufrió las consecuencias de una mejorable gestión. La pasividad del nuevo inspector no fue del agrado de gran parte de los agentes. Maccioni se vio relegado a los cometidos más tediosos. Sabía que aún tenía mucho que aprender, pero así le resultaría imposible mejorar. Por primera vez, empezó a cuestionarse si aquel era el mejor lugar para él. Qué mala suerte.
  Pero, con el paso de los meses, el nuevo inspector demostró ser un dirigente de lo más capaz. Solo necesitaba tiempo. Además, supo ver y explotar el potencial del joven Maccioni, quien se benefició de sus enseñanzas tanto como de su simpatía. Con los años, Nino vio cumplido el sueño de igualar a su padre, al convertirse en subinspector del cuerpo de Policía. Qué buena suerte.
  Tras el ascenso, Maccioni se vio obligado a cambiar de destino. Por primera vez, dejó atrás la ciudad que le vio nacer y formarse como persona. También a su madre y amigos de toda la vida. Qué mala suerte.
  Fue en su nuevo hogar donde conoció a la mujer con quien terminaría casándose. Qué buena suerte.
  Aquella ciudad era considerada por la prensa, a modo de burla mordaz, como «el patio de recreo de Le Bacchette». Pese a sus esfuerzos, el cuerpo de Policía quedaba retratado una y otra vez por aquella organización criminal. Una mafia que campaba a sus anchas, y que siempre sabía cómo librarse de cualquier intento de condena. Maccioni había cambiado la relativa tranquilidad de su hogar por el imparable y creciente peligro de su nuevo destino. Qué mala suerte.
  Una vez más, Maccioni supo aprovecharse de una teórica desventaja. Como nuevo rostro local, aún no estaba en el radar de Le Bacchette. Su misión era infiltrarse en el grupo mafioso, hacerse pasar por uno de ellos y proveer información desde el interior. No era una tarea sencilla, a la que, probablemente, debería dedicar años de su vida. Pero Maccioni demostró que era la persona idónea para aquel cometido. El subinspector logró ganarse la confianza de los mandos intermedios de Le Bacchette. Con su información, pudieron prevenir varios delitos y, por primera vez, encerrar entre rejas a algunos criminales. Qué buena suerte.
  Desconcertados por la facilidad con que la policía se adelantaba a sus planes, los dirigentes de Le Bacchette llegaron a la conclusión de que alguien estaba filtrando información. Iniciaron una investigación interna en secreto para descubrir al más que probable topo. Todos los indicios, una vez conectados, apuntaban a Maccioni. Qué mala suerte.
  Los compañeros mafiosos de Nino recibieron la orden de asesinarlo. Para ello, elaboraron una falsa misión de recogida de un envío de armas en un almacén abandonado, pasada la medianoche. Maccioni, que no era tonto, supo de inmediato que estaba en peligro. No haber bajado nunca la guardia podía salvarle la vida. Qué buena suerte.
  El subinspector solo necesitaba esperar al momento adecuado para escapar. Por desgracia, sus cuatro acompañantes también sospechaban que Maccioni pudiera estar pensando en huir, por lo que no se separaron de él en ningún momento. La tensión se podía cortar con un cuchillo. Qué mala suerte.
  Si Maccioni entraba a ese almacén, no saldría con vida. Desesperado, tuvo que recurrir a la táctica más básica: salir corriendo. Aunque le persiguieran, confiaba en su buena forma para dejarlos atrás. Tantos años de preparación física habían servido para algo. Qué buena suerte.
  Para su sorpresa, aquellos criminales lograron aguantarle el ritmo durante varias calles. A esas horas, de madrugada, todo estaba tranquilo, por lo que resultaba más fácil de localizar. No sabía dónde esconderse. El nerviosismo empezaba a pasarle factura. Qué mala suerte.
  De pronto, Maccioni divisó una figura a lo lejos, junto a la puerta de una vivienda de dos plantas. Era su última esperanza. Qué buena suerte.
  Al acercarse lo suficiente, pudo ver que se trataba de una adolescente vestida con ropa de calle, como si acabase de regresar a su casa o se dispusiese a salir a alguna parte. Siendo un día de diario, no pudo evitar preguntarse de dónde venía o adónde iba a esas horas. Era demasiado temprano para ir al instituto y demasiado tarde para todo lo demás. ¿Acaso los jóvenes salían de fiesta también entre semana? En cualquier caso, Maccioni no estaba allí para juzgar a nadie. Lo único que quería era que le permitiera esconderse en su casa hasta que hubiese pasado el peligro. Si no se daban prisa, los mafiosos no tardarían en encontrarlos, lo que también pondría en peligro a la adolescente, pues estaba a punto de convertirse en testigo de un secuestro y posterior asesinato. Al pensar en esa posibilidad, Maccioni lamentó haberse cruzado con ella. Qué mala suerte.
  La chica se mostró dispuesta a ayudarlo. Qué buena suerte.
  Pero aquella no era su casa. Qué mala suerte.
  Aun así, por algún motivo, la joven sabía que la casa estaba vacía, e incluso se encargó de abrir la puerta con una patada precisa sobre la cerradura. Una técnica que dejó al subinspector sin palabras. Qué buena suerte.
  En vez de quedarse allí dentro con él, a salvo, la adolescente optó por marcharse de la casa. Una mala decisión, pues, por un lado, se estaba poniendo en peligro a sí misma, y, por el otro, podía dar pistas a los mafiosos del lugar donde se había escondido el hombre al que perseguían. Qué mala suerte.
  Cuando los criminales llegaron a la zona, apenas unos segundos más tarde, ya habían dejado de oír los pasos apresurados de Maccioni. En su lugar, pudieron oír otros pasos, estos más lentos, como eran los de aquella chica que caminaba de manera despreocupada. Los cuatro esbirros de Le Bacchette no veían motivos para hacerle daño, por lo que la dejaron en paz. Qué buena suerte.
  Lo único que hicieron fue preguntarle si había visto a un hombre con la apariencia de Maccioni. Ella, sonriente, les indicó la casa exacta en la que se había escondido el traidor. Qué mala suerte.
  Los mafiosos, sorprendidos con la facilidad con que habían obtenido aquella información, y ansiosos por darle caza cuanto antes, irrumpieron en la vivienda. Lo que ninguno de ellos sabía, ni habría sospechado jamás, era que estaban cayendo en una trampa. Qué buena suerte.
  Lo que Maccioni no sabía, ni habría sospechado jamás, era que él era el cebo de la trampa. Qué mala suerte.
  En cuanto los cuatro hombres se internaron en los oscuros pasillos de la planta baja, la chica caminó hasta la puerta de entrada, que cerró de tal modo que no pudiera ser abierta desde dentro. Los criminales estaban encerrados. Qué buena suerte.
  Pero Maccioni también. Qué mala suerte.
  Antes de que ninguno de ellos pudiera poner un dedo encima al subinspector, las paredes de la casa comenzaron a arder. El fuego se inició en la puerta principal, donde la adolescente había posado su mano con delicadeza. Todos los que se hallaban dentro habrían muerto calcinados, de no ser porque la ventana frontal, de cristal, proporcionaba una ruta de escape segura, sin más riesgo que el de llevarse algún que otro corte en las extremidades. Bastó con arrojar una silla para que la cristalera se viniera abajo. Qué buena suerte.
  Los mafiosos huyeron antes de que llegaran los bomberos y los refuerzos de la policía. Qué mala suerte.
  Al menos, se olvidaron de Maccioni. Qué buena suerte.
  Él no puedo huir de las llamas. Qué mala suerte.
  Sobrevivió de milagro. Qué buena suerte.
  Con todo el cuerpo quemado. Qué mala suerte.
  Sobrevivió de milagro, con todo el cuerpo quemado. Qué…


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