La pedida
Él y Ella. Ella y Él. Una historia como tantas otras, y, sin embargo, diferente. El relato de una emotiva pedida con final feliz para ambos. Preparad los pañuelos.
El día elegido: 9 de octubre, su aniversario de noviazgo. Se conocieron en la universidad. Eran compañeros de clase, aunque no sería hasta mediados del segundo año cuando finalmente empezaron a hablar, y a inicios del tercero cuando iniciaron su relación sentimental. Una fecha especial para ambos, que jamás olvidarían.
El lugar elegido: el Parque Geológico de Costa Quebrada, en Cantabria. Por muchas razones que solo ellos conocían, ambos consideraban aquel viaje como el mejor de sus vidas. Fue Él quien propuso repetir la experiencia. Ella aceptó encantada, quizá fantaseando con estar viviendo el último capítulo de su etapa de soltera.
La hora elegida: justo antes del anochecer, cuando el sol teñía el horizonte de naranja y el mar se embravecía. La naturaleza en todo su esplendor. Una delicia visual. La calma rota únicamente por el agradable ruido de las olas. Combustible para sueños.
El método elegido: a la vieja usanza. Rodilla en tierra Él, corazón acelerado ambos. Sorpresa predecible y anhelada. Deseo cumplido. Una petición sencilla sin apenas probabilidades de rechazo. El final de la espera.
El vestuario elegido: pantalón vaquero, zapatillas de deporte, camiseta de manga corta y sudadera fina. Todo destinado a disimular. Si Él se arreglase demasiado, Ella lo notaría. Debía hacer lo posible por mantener íntegra la sorpresa. El clima agradable ante la repentina subida de temperaturas y la ausencia de lluvia serían sus mejores aliados.
El regalo elegido: anillo de oro blanco de primera ley, 18 quilates, con acabado pulido con circonita central, de 4,5 milímetros, engastada en bisel. Precio: alrededor de 300 €. Nada que no se pudiese permitir con un poco de esfuerzo. Era una ocasión única, merecía la pena.
Escenario preparado. Actores en plano. Llegó el momento de la verdad.
—Antes de irnos —dijo Él—, hay un asunto del que me gustaría hablarte.
Tanta seriedad era sospechosa. Por su forma de hablar, quedaba claro que no improvisaba, sino que lo llevaba preparado. Ella no quería ilusionarse antes de tiempo.
—¿Qué pasa? —preguntó, entre intrigada y preocupada.
La sonrisa tímida de Él lo delató. Cuando clavó una rodilla frente a Ella y echó mano de su bolsillo, las dudas acabaron. Aquí llegaba la gran pregunta.
—¿Quieres suicidarte conmigo?
Ella, incapaz de contener su emoción, no pudo evitar romper a llorar.
—¡Claro que sí, tonto! —respondió como pudo.
Él se levantó, y ambos se fundieron en un largo abrazo terminado en beso. Acto seguido, se dieron la mano y caminaron hasta el borde del acantilado, sin dejar de dirigirse sonrisas y miradas cómplices. El anillo brillaba en el dedo de Ella bajo la luz del atardecer. Aunque aquel fulgor no era nada comparado con el que emitía su amor bajo la oscuridad del anochecer, no del sol, sino de sus vidas.
Ni la muerte podría separarlos.
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