El poder del amor
Ésta es una historia sobre las ventajas e inconvenientes de estar enamorado.
Aunque no sea la definición más romántica o popular del término, el amor es una espada de doble filo. Nos transforma en personas diferentes, a veces irreconocibles. Como todo sentimiento de pertenencia o posesión, crea en la mente un inevitable miedo ante la pérdida, una angustia vital capaz de amargarnos la existencia.
Para Bernd, un humilde oficinista berlinés de treinta y cinco años, el amor era todo eso y más. Incapaz de llenar el vacío de su interior, sumido en la triste monotonía de un trabajo que no le aportaba nada como persona, sin familia cercana, con cada vez menos amigos… La depresión cayó sobre él como un fiero animal sobre una presa indefensa, coja y ciega. Una víctima fácil. Caso idéntico al de gran parte de la sociedad, habría que remarcar, aunque con una diferencia: él era consciente de su situación. Nada le emocionaba, nada le divertía. Se negaba a hablar de ello o a buscar ayuda, porque no creía poder superarlo. El pesimismo que se muerde la cola.
Conocer a Hilda fue lo que salvó su vida. Empleada de una cafetería cuando se conocieron, ahora dedicada en exclusiva a criar a su hija recién nacida, Hilda se convirtió en el único rayo de luz en medio de un cielo tormentoso. Bernd quedó de inmediato prendado de sus ojos y su sonrisa. No menos de su simpatía. Era la única persona que, lejos de limitarse a la fría relación entre trabajador y cliente, lo trataba como un ser humano.
Después de tanto tiempo viviendo en su propia sombra, Bernd encontró dos motivos para ser feliz: Hilda fue el primero; Mia, el segundo. La niña y su madre tuvieron ciertas complicaciones en el parto, aunque, por suerte, no hubo que lamentar ninguna desgracia mayor. Sin embargo, sí que quedaron ciertas secuelas en la pequeña. Mia era una bebé más bien débil y enfermiza, aquejada de problemas respiratorios.
Bernd halló la felicidad dentro de un mar de angustia, para acabar topándose con la angustia dentro de un mar de felicidad. Reacción en cadena producida por el poder del amor.
Los únicos momentos en que el berlinés se mostraba relajado se producían cuando se encontraba en casa, ya fuese durante las noches, fines de semana o días festivos. Tener a Hilda y Mia a su vera, poder mirarlas a los ojos, le hacía olvidar el vacío infinito de una vida sin ellas. Una sensación que regresaba tan pronto como Bernd ponía un pie fuera de la calidez de su hogar. Las mañanas y tardes en la oficina se hacían eternas. «¿Qué pasa si vuelvo a casa y no están?», se preguntaba. «¿Qué pasa si Hilda me abandona?». «¿Qué pasa si el estado de Mia o su madre empeora y no estoy para salvarlas?».
Preocuparse por los seres queridos es algo normal. Sin embargo, la preocupación de Bernd no dejaba de retroalimentarse, hasta acabar casi convirtiéndose en una obsesión. Tenía miedo, mucho miedo. Sabía de sobra que si Hilda lo abandonaba sería tan bueno como que le disparase en el corazón. Ambas acciones tendrían el mismo efecto.
Hubo una mañana en concreto en la que Bernd sintió cómo saltaban todas las alarmas de su cabeza. Quizá no fuese más que una falsa intuición, o quizá se tratase de un oscuro presagio ante una realidad inevitable. Marginado por sus compañeros, abroncado por su superior, Bernd se vio consumido por todos aquellos demonios internos que acechaban en los rincones de su subconsciente. Y fue en ese instante, al sentirse poco más que un despojo humano, cuando más temió perder las dos únicas anclas que lo mantenían amarrado a la vida.
No podía esperar. Si lo hacía, rompería a llorar en la oficina a causa de sus propios temores. Necesitaba verlas de inmediato.
El berlinés abandonó su puesto de trabajo de forma apresurada, sin dar explicaciones. Con suerte, estaría de vuelta antes de que nadie lo echara en falta. De lo contrario, se arriesgaba a perder el trabajo. Lo cierto es que no podía importarle menos. En su estado actual, era incapaz de pensar en algo que no llevara el nombre de Hilda o Mia. ¿Estaba siendo paranoico o tenía motivos para temerse lo peor?
Bernd condujo su Passat de vuelta a casa, en un gran esfuerzo por respetar todas las normas de circulación. Lo último que necesitaba era que lo detuviese la policía mientras su pareja e hija lo abandonaban. Su cabeza era un polvorín. «No voy a llegar a tiempo», se lamentaba. «¡Pero debo asegurarme de llegar!».
Aunque la urbanización en que residía estaba compuesta en exclusiva por viviendas unifamiliares, y, por tanto, había plazas de aparcamiento de sobra, optó por estacionar en doble fila y dejar las llaves puestas en el contacto. Tal era su sensación de urgencia, que un observador externo habría llegado a la conclusión de que su vecino sufría de problemas estomacales, quizá debido a una intoxicación alimentaria. Nada más lejos de la realidad. Esa intoxicación, de existir, se la había causado el “miedo por amor”.
La actitud de Bernd cambió tan pronto como cruzó el umbral de su puerta. Si Hilda y Mia seguían en casa, lo mejor sería que no lo vieran tan exaltado. Por contra, si ya no estaban allí, ¿de qué le serviría correr de un lado para otro? En ese caso, si había llegado tarde para evitar el peor desenlace posible, se limitaría a sentarse en el sofá y aguardar el momento de su fin. Para eso, la verdad, no tenía prisa alguna.
Bernd dejó atrás el salón y las escaleras que llevaban al segundo piso, sin más ruido que el de su respiración entrecortada y sus zapatos impactando sobre el suelo de madera. El oficinista atravesó el pasillo que desembocaba en la cocina, aunque se detuvo un poco antes de llegar al otro extremo, frente a aquella gruesa puerta del lateral.
«Es el momento de la verdad», le gritaba su cerebro. «Prepárate para lo peor».
Preparado iba, desde luego. Al menos, todo lo bien que uno puede prepararse ante un momento tan determinante. El amor le había creado una dependencia absoluta por Hilda y Mia. Perderlas significaría la muerte. Una muerte por amor; sólo una de las muchas formas en que este sentimiento hace sufrir a las personas.
Pero no nos dejemos arrastrar por el pesimismo de Bernd. Ya os adelanto que esta tensa historia de “ventajas e inconvenientes” tiene un final feliz para el angustiado berlinés. Al menos, la parte que nos ocupa en este relato que está tan próximo a su conclusión.
Bernd atravesó la puerta con calma, fingiendo normalidad, y descendió la escalera que conducía al sótano. Entonces, y sólo entonces, pudo respirar aliviado. Ver a sus dos rayos de luz le devolvió la tranquilidad que él mismo se había encargado de corromper. Ahora se sentía estúpido. ¿Cómo podía haber dejado que un sentimiento tan bonito como el amor desmedido hubiese estado a punto de empujarlo a una locura autodestructiva?
¡Una vez más, las ventajas se imponían sobre los inconvenientes!
Por mucho que le hubiese gustado quedarse en casa, debía regresar a la oficina cuanto antes. Ya tendría tiempo de estar con ellas después del trabajo. Y también al día siguiente. Y al siguiente. Al fin y el cabo, Mia era demasiado pequeña como para valerse por sí misma, y Hilda no poseía la fuerza suficiente como para quebrar la estrecha argolla que mantenía uno de sus tobillos encadenados a la pared. Una cadena, por fortuna para Bernd, mucho más sólida que su autoestima y confianza.
Ay el amor, cosa tan rara el amor. Como me gustan estos relatos, te mantienen pegado al asiento, imaginando todas las escenas, pensando en que va a pasar en el siguiente párrafo. Pensando en todas las situaciones que pudo haber pasado ese hombre, para que por fin encontrara paz en su familia. Cuando habrá sufrido para que quiera ver a su mujer y su nena.
Vaya vuelta de tuerca, eso no lo vi venir. Nada mas porque no tengo dinero, de verdad me gustaría convertir en cortos de cine tus relatos, en 5 o 10 minutos, contar todas esas historias, y al final, ¡bang! la sorpresa final. Espero mas relatos.
Gracias por leerlo.
No se me había ocurrido la idea de convertirlos en cortos de cine. La verdad es que estaría muy bien.