Relato: Ángel Oscuro
Relato: Ángel Oscuro
Fecha de publicación: 8 de diciembre de 2023
Autor: Chris H.
Categoría: Relatos
Etiquetas: Relatos
Fecha de publicación: 8 de diciembre de 2023
Autor: Chris H.
Categoría: Relatos
Etiquetas: Relatos

Ángel Oscuro

  Con el paso de los años, el ocultismo fue perdiendo interés y credibilidad entre la población. Su práctica había sido relegada a un mero pasatiempo, o, en gran número de casos, intentos de estafa. La propagación de las grandes religiones basadas en el control, a veces político, a veces económico, destruyeron las antiguas tradiciones. Las situaron en el centro de la diana, de hecho; sus seguidores fueron perseguidos y ejecutados por herejía durante siglos.
  No fue hasta que esas religiones comenzaron a perder relevancia, o, más bien, poder, que las «artes oscuras» dejaron de ser consideradas una cuestión tabú. Seguían sin ser tomadas en serio, pero, al menos, ya no estaban prohibidas. Uno podía creer en absolutamente cualquier cosa, siempre y cuando tuviese respeto por los demás y la suficiente discreción o, en ausencia de esto último, tolerancia ante las burlas.
  A sus casi cincuenta años, Yusuf se consideraba uno de los mayores expertos en ocultismo del mundo. Todo el tiempo invertido en agudizar su inteligencia y en adquirir conocimientos le había servido para convencerse de que la práctica totalidad de casos documentados de «personas con capacidades extrasensoriales» eran falsos. Simples charlatanes. Fraudes. Engañabobos. Ninguno de los hombres y mujeres que afirmaban adivinar el futuro poseían poder alguno, más allá de una labia excepcional y una carencia de remordimientos igual de excepcional. Era imposible mover objetos con la mente o comunicarse con espíritus mediante una tabla de madera. Y no es que las religiones fuesen un menor engaño. La ignorancia y el miedo eran víctimas perfectas.
  Pero los excelsos conocimientos de Yusuf no se limitaban a detectar fraudes. También le servían para lo contrario: hallar la aguja en el pajar. Encontrar los pocos casos reales y seguirles la pista hasta la actualidad. Así fue como localizó su mayor tesoro: el Libro del Ángel Oscuro.
  Casi perdido, casi olvidado. Casi. Poco más que una pieza de coleccionista, sin apenas interés para los tasadores, vendido en una subasta, después de que los dueños de la mansión en que el libro permanecía almacenado, junto con muchos otros objetos de mayor o menor valor, cayeran en la bancarrota. La ocasión perfecta para Yusuf.
  Pese a su innegable dedicación, Yusuf había optado por un campo de conocimientos sin gran demanda. Llevaba una vida humilde. Aun así, consideró apropiado desprenderse de todos sus ahorros para costearse el largo viaje en avión y la adquisición del Libro del Ángel Oscuro. Cualquiera podría leer su contenido, pero muy pocos, si es que quedaba alguien más vivo que pudiese hacerlo, sería capaz de interpretarlo y utilizarlo.
  Con las palabras apropiadas, dicho libro, un viejo tomo de páginas amarillentas, aunque no por ello mal conservado, permitía invocar a un demonio de nombre impronunciable, también conocido como «el Ángel Oscuro». Curiosamente, ni era un ángel ni era oscuro. El invocador veía en el Ángel Oscuro una imitación de su propio aspecto físico, voz, e incluso de su forma de caminar. Para un observador ajeno, resultaría imposible de diferenciar. Lo cual, por supuesto, no significaba que fuesen iguales.
  El Ángel Oscuro no se convertiría en un esclavo de su invocador. Siempre debía ser tratado con el máximo respeto, sin llegar a una adulación forzada que pudiera pasar por burlesca. A cambio, el demonio y su invocador firmarían un pacto; uno que podría prolongarse en el tiempo de manera indefinida, siempre y cuando se cumplieran ciertas condiciones. El Ángel Oscuro pondría una exigencia al invocador, que este debía asegurarse de satisfacer con inmediatez. De fracasar, el pacto quedaría anulado, y el invocador jamás podría volver a pronunciar o escribir las palabras necesarias para activar la magia del libro. No habría una segunda oportunidad.
  Por contra, si el invocador lograba cumplir la tarea asignada, no volvería a ver al Ángel Oscuro hasta que hubiese transcurrido todo un año, momento en el que recibiría una nueva misión. Durante todo ese tiempo, las vidas de ambos quedarían ligadas por un hilo invisible, con, y aquí llega lo interesante del asunto, una clara ventaja para el invocador: mientras durase el pacto, no envejecería.
  Cada exigencia satisfecha equivaldría a un año más de vida. Así, al menos, era en la teoría, pues el pacto no garantizaba la inmortalidad. Aunque el envejecimiento ya no supusiese una preocupación, la vida del invocador podría finalizar de muchas otras formas: enfermedad, accidente, asesinato…
  Yusuf no era tan ingenuo como para creer que el pacto con el Ángel Oscuro le otorgaría la inmortalidad. Probablemente, todos los invocadores anteriores llevaban siglos muertos. Sí que confiaba, al menos, en gozar de una esperanza de vida muy superior a la habitual en su época. Quizá, con el tiempo, tuviese que cambiar de hogar e identidad, pero ese era un problema menor que afrontaría su yo del futuro.
  La posibilidad de obtener un año extra de vida no estaba exenta de coste. Yusuf no podía saberlo con certeza, pero lo suponía. El pago de esta transacción era una vida. Una vida humana. Un precio que pocos estaban dispuestos a pagar; ni siquiera ante la posibilidad de obtener un premio tan goloso. ¿Cómo podría vivir con la conciencia tranquila después de asesinar a una persona… cada año?
  Elegir un objetivo al que arrebatar la vida no resultaba sencillo. Encontrar la ocasión idónea de hacerlo era aún más complicado. Pero todo eso no era nada comparado por la convicción y frialdad necesarias para ejecutar con éxito el plan. Yusuf pudo abandonar su propósito en cualquiera de las tres fases. Para ello, solo habría tenido que renunciar al Libro del Ángel Oscuro. Lo cual, sin embargo, no se limitaba a renunciar al uso de las artes mágicas contenidas en sus páginas, sino a tirar por tierra el sueño por el que tanto había luchado durante toda su vida adulta. Yusuf no se adentró en los secretos del ocultismo para desenmascarar a farsantes, sino para poder beneficiarse de ello a un nivel mucho más profundo que el meramente económico. Si quisiera ganar dinero como fin último, habría elegido casi cualquier otra profesión. Por contra, ¿quién más podía presumir de tener una formación capaz de duplicar, siendo conformista, su esperanza vital?
  El sacrificio, la forma en que Yusuf prefería llamar al asesinato que estaba a punto de cometer, debía cumplir dos condiciones. La primera consistía en pronunciar unas palabras mágicas justo después de arrebatar la vida que deseaba ofrendar al Ángel Oscuro. La segunda, que no hubiese ningún testigo de lo sucedido. Algo que Yusuf consideraba obvio, ya no por el pacto con el demonio, sino porque no quería arriesgarse a pasar toda su vida entre rejas o, peor aún, ser condenado a la pena capital.
  El motivo de que el Ángel Oscuro requiriese una ausencia total de testigos respondía a una de las características mencionadas anteriormente: mientras estuviese ligado a un invocador, el demonio adquiría su apariencia. Convertirse en un criminal buscado por la ley no lo ayudaría a pasar desapercibido.
  Por desgracia para los invocadores, el Ángel Oscuro tampoco podía participar en los asesinatos ni en la ocultación de pruebas. Él se mantenía siempre al margen; no sería asesino, cómplice ni testigo. Ni siquiera espectador. Si el invocador se salía con la suya, no volvería a verlo en todo un año. Si fracasaba, no volvería a verlo nunca.
  Yusuf elaboró una lista de gente que, a su modo de ver, merecía morir. Una lista mental, por supuesto, pues no era tan estúpido como para dejar pruebas desde antes de cometer el crimen. Asesinos, secuestradores, violadores, e incluso empresarios y políticos que habían robado cantidades ingentes de dinero, y cuyas penas, en comparación, resultaban irrisorias. De nada le servía que esos criminales estuviesen condenados, pues no podía acceder a una prisión libremente, mucho menos sin dejar testigos. Tampoco podía contratar a sicarios, ya que uno de los pasos imprescindibles para sellar el pacto era que el invocador pronunciase las palabras mágicas junto al cuerpo aún caliente de la víctima.
  A todo lo anterior, aún quedaba añadir una complicación: la premura. Tenía todo un año para afrontar el segundo sacrificio; no le sería difícil seguir el rastro a algún violador que hubiese cumplido su pena, o que estuviese disfrutando de un periodo de libertad condicional. Pero, para llegar al segundo sacrificio, antes debía solventar el primero. Y ese le había pillado por sorpresa. Debía quitar una vida, y debía hacerlo ya.
  Ante la ausencia de una opción mejor, Yusuf tuvo que arriesgarse a cometer el crimen en su mismo barrio. Conocía a la víctima idónea; un hombre algo conflictivo, echado a perder por las drogas, al que ningún vecino echaría en falta jamás. De hecho, aunque no lo afirmasen en público, más de uno se alegraría por quitárselo de encima. Esa fue la autojustificación de Yusuf: estaba causando un mal menor a cambio de un bien mayor. Dos bienes mayores, si la prolongación de su esperanza de vida se podía considerar tal cosa.
  A Yusuf no le costó ningún esfuerzo confirmar en qué puerta del edificio vivía aquel tipo. Que fuese el piso bajo le facilitaba la tarea. Que pasase gran parte del día drogado, más aún. Cuando abrió la puerta y lo tuvo frente a frente, Yusuf pensó que podría matarlo con solo darle un leve empujón. Eso fue lo que hizo: empujarlo al interior de la vivienda. Aquel tipo no solo no sabía qué estaba ocurriendo, sino que, probablemente, ni siquiera pudiera distinguir si era real o producto de su imaginación. Yusuf no desperdiciaría el factor sorpresa. Con las manos enguantadas, empuñó la daga que llevaba enfundada en el interior de su cazadora y atravesó el abdomen de su primer sacrificio. Con los ojos cerrados y conteniendo la respiración, repitió el movimiento un número elevado de veces. Quizá, más de las necesarias. El propietario de la vivienda, víctima de la sociedad, de sus malas decisiones, y ahora también de «un loco con una daga», no ofreció ni la más mínima resistencia.
  Los guantes acabaron manchados de sangre. La cazadora tampoco se libró de varias salpicaduras. Un contratiempo previsto, como evidenciaba que hubiese optado por una prenda reversible. Solo tenía que darle la vuelta, regresar a su casa sin levantar sospechas y deshacerse de ella. Lo cual, por supuesto, no significaba donar la ropa a la beneficencia, sino quemarla.
  Todo parecía estar yendo sobre ruedas para Yusuf. Hasta que, de pronto, un ruido suave llamó su atención. Yusuf se quedó petrificado. Ese ruido correspondía a los pasos descalzos de una mujer, que arrastraba los pies como si aún estuviese aprendiendo a andar. Ambos intercambiaron una breve mirada que pareció extenderse durante horas. Si el rostro es el espejo del alma, aquella mujer debía de llevar el alma hasta arriba de sustancias estupefacientes.
  Yusuf podría haberse dado la vuelta y haber abandonado el edificio con la absoluta convicción de que aquella mujer jamás habría sido capaz de identificarlo en un juicio. Con suerte, si tenía un día excepcionalmente lúcido, sería capaz de identificarse a sí misma. Pero eso no era suficiente. A Yusuf no le bastaba con escapar del foco de la sospecha. Para que el pacto con el Ángel Oscuro siguiese adelante, necesitaba que no hubiese testigos del sacrificio. De las palabras que estaba a punto de pronunciar junto al cadáver de aquel hombre que yacía en el suelo, rodeado de sangre.
  La decisión estaba tomada. El precio a pagar por un año más de vida no sería uno, sino dos sacrificios. No, esta vez no servía esa excusa. Lo primero fue un sacrificio, pero lo segundo sería un asesinato en toda regla. Cuanto más lo pensara, menos capaz sería de actuar. La solución, por lo tanto, pasaba por actuar sin pensar.
  Yusuf se tomó unos minutos para tranquilizarse. Sus manos no dejaban de temblar. Él, que nunca se había metido en problemas, que siempre había respetado a los demás, al que nadie podía considerar una persona conflictiva… Él, con una frialdad y contundencia impropias de sí mismo, de la persona que fue hasta ese momento, había arrebatado dos vidas en cuestión de minutos. El nuevo Yusuf debía dejar de compadecerse por el antiguo Yusuf, pues había muerto en aquel mismo piso. Era la primera de las tres víctimas.
  Yusuf registró la vivienda para evitar llevarse otra sorpresa desagradable. El Ángel Oscuro y él eran los únicos que podían conocer su implicación en el doble crimen. Solo cuando estuvo seguro de hallarse a solas, sin más compañía que la de dos cadáveres a los que tardarían en echar en falta, recitó las palabras mágicas que lo ligarían al demonio durante los próximos doce meses.
  El experto en ocultismo regresó a su casa, convencido de haberse salido con la suya, aunque no tanto de poder repetirlo. Sin embargo, enseguida notó que algo iba mal. No era capaz de leer el Libro del Ángel Oscuro, ni de pronunciar las palabras necesarias para invocar al demonio. Su mente pareció olvidar todo lo relacionado con la magia del libro, excepto su implicación en el crimen que acababa de cometer.
  Yusuf fue víctima de lo extraordinario de su historia. Nunca se escriben novelas y relatos sobre vidas anodinas y la cotidianidad de una sociedad organizada. El precio a pagar por Yusuf no fueron únicamente los «sacrificios», sino volverse relevante para un escritor. Que alguien considerase apropiado contar su historia. Desde ese momento, convirtió en testigos a todos los lectores. Un hecho que el propio Yusuf desconocía, pero que no pasó desapercibido para el Ángel Oscuro. El pacto quedó anulado.


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