Los nuevos tiempos requieren de nuevos héroes. Unos cuya valía no se mida en fuerza y destreza con espadas, sino en inteligencia y astucia. ¿Estarán Magnus y demás invocadores del Valle a la altura de este nuevo reto?
A continuación podéis leer de forma gratuita los seis primeros capítulos de Latido de batalla: Fuerza en la paz, una novela de aventuras, acción, humor…, y, sobre todo, un juego de cartas.
1
He perdido la cuenta de todos aquellos que han acudido a mí, ansiosos de escuchar, con pelos y señales, las andanzas del gran héroe Magnus y su batalla contra el demonio Zargris. Es comprensible, pues nadie conoce mejor que yo los detalles de la mayor epopeya de nuestra era.
Allá donde viajes podrás percibir los ecos de esta gran hazaña. Pero ¿qué es un eco sino una débil y confusa resonancia, afectada por el desgaste del boca a boca, la falta de memoria y/o el exceso de imaginación? Todos esos vendedores de humo, esos cuentacuentos, en el peor sentido de la palabra, no pueden ofreceros más que reinterpretaciones adulteradas que apenas hacen justicia a lo que debería ser una historia épica, cargada de belleza y pasión. Sus pinturas baratas no se aproximan al valor real del lienzo original.
Si pretendéis conocer la verdadera historia de Magnus, debéis saber que sólo hay una persona a la que podáis acudir. Esa persona, claro está, soy yo. En cuanto al momento y al lugar, me complace anunciar que, desde ahora, eso queda a vuestra entera elección, pues he decidido plasmar mis conocimientos en un libro. Este libro. Es la única manera de mantener a salvo la versión verídica de esta historia; de mantenerla intacta, incluso, cuando yo no esté para contarla.
Suena bien, ¿verdad?
¡Pues es mentira! ¡Ja!
Todo el mundo está obsesionado con la historia del héroe que salvó el Valle, y saben que no hay nadie mejor que yo para contarla, así que lo puse como excusa para que aceptaran… No, espera, eso se queda corto. Fue la excusa que puse para que me suplicaran dejarles publicar mi obra. Se pelearon por ofrecerme un contrato de exclusividad, a cada cual más generoso. No os hacéis una idea de las cifras que… Bueno, da igual. Vamos a lo importante.
Me he cansado de repetir lo mismo una y otra vez. El interés de mis visitantes alcanza su cúspide en el momento de la batalla final entre Magnus y Zargris, para desvanecerse justo después. Es ahí cuando todos se dan por satisfechos y se marchan. Nadie quiere escuchar nada más. Es como si el universo hubiese implosionado tras este legendario enfrentamiento. ¡Pero ni mucho menos! La vida continuó en el Valle. Es evidente, ¿no? Al fin y al cabo, aquí estamos. El héroe, la princesa y todos los demás protagonistas de dicha historia siguieron con sus nada aburridas vidas después de esa supuesta “batalla final”. Y es en ese periodo de paz, no antes, donde se va a desarrollar el argumento de este libro.
¿Creéis que, desde el punto de vista narrativo, un periodo de paz no puede ser tan interesante como uno de guerra? ¡Esperad y veréis como os hago cambiar de opinión! ¡No podéis ni imaginar lo que se os viene encima! ¡Ja, ja, ja!
Perdón, me dejé llevar. ¿Por dónde iba…? Ah, sí. Lo primero de todo es cumplir con mi contrato. Para ello, voy a tener que narrar la dichosa batalla entre Magnus y Zargris. Es la única forma de que publiquen mi libro. Pero como nadie mencionó nada acerca de la extensión, lo haré de forma resumida, en un único capítulo. ¿Os parece bien? ¡Empecemos!
Voy a comenzar este relato de la misma forma que siempre lo he hecho, con Zargris autoproclamándose amo y señor de las verdes tierras del Valle. El demonio, procedente de la lejana región de Li Ad, ejercía su completo dominio de la nación desde las ruinas de Cielonegro, apenas una sombra de lo que antaño fue la capital de un reino donde, cuentan las leyendas, humanos y dragones convivían en paz. Tras la invasión, las casas semiderruidas y los pasajes subterráneos se convirtieron en el hogar de lagartos y urracas, que no eran animales inofensivos, sino el nombre con el que los humanos, debido a la fisonomía de estas criaturas, denominaban a las leales bestias que Zargris trajo consigo de Li Ad.
Los caminos pedregosos de Cielonegro, en el extremo noroeste del Valle, estaban teñidos con restos de sangre de las múltiples batallas que allí se habían sucedido durante las dos últimas décadas. Guerreros, magos y todo tipo de osados aventureros probaron suerte, algunos sin más intención que devolver la paz al Valle, y muchos otros atraídos por las recompensas que el rey Máfrid prometía a quienquiera que pusiese fin a aquella amenaza.
Ah, el rey Máfrid… Cuánto hubo de sufrir hasta ver recuperada la ansiada paz, arrebatada durante el reinado de su aciago predecesor. Cuánto dolor, cuánta humillación… Aunque todavía conservaba su honorable cargo, Máfrid había quedado relegado a un segundo plano, siendo generosos, a causa de la presencia del poderoso demonio de Li Ad. Un monarca condenado a cumplir órdenes no era sino un peón; un portavoz, acaso, de la incuestionable palabra de quien llevaba diecinueve años siendo el verdadero gobernante de aquellas tierras. Tal vez, por ese motivo, muchos de los habitantes del Valle habían puesto a Máfrid el sobrenombre de “el Vasallo”. Existía, incluso, una canción mordaz, de autor desconocido, titulada “El Vasallo vallés”, que no lo dejaba en muy buen lugar.
Pero ¿qué otra cosa podía hacer el pobre rey? Si osara posicionarse en contra de Zargris, si su intención de derrocarlo se hiciera de conocimiento público, estaría firmando una inapelable sentencia de muerte, tanto para él como para su familia y demás gente cercana. Necesitaban guardar las apariencias. Su esposa, la reina Sanphia, mantenía reuniones periódicas con el demonio de Li Ad, con quien negociaba acuerdos que beneficiaran a ambas partes. Zargris nunca tuvo inconvenientes en que Máfrid o su ya fallecido padre se mantuvieran sentados en el trono de Hachania, la capital del Valle, siempre y cuando hincaran la rodilla ante él; de forma metafórica, debería especificar, ya que Zargris rara vez abandonaba los desgastados muros de Cielonegro.
Así pues, con Máfrid y Sanphia atados de pies y manos, constantemente vigilados, la responsabilidad de expulsar al demonio de sus tierras recayó sobre la mayor de las dos princesas, una joven de veintidós años llamada Naídia. Era un vivo retrato de su padre, o, al menos, de lo que éste fue en su juventud. A diferencia de Máfrid, Naídia conservaba íntegras la firmeza, la templanza y el tono carbón de su larguísima y envidiada melena. Un rasgo, este último, del que rara vez podía presumir, pues tuvo que acostumbrarse a salir de casa siempre con la cabeza cubierta, ya que su misión debía desarrollarse en el más absoluto secretismo, lejos de la vista y oído de las omnipresentes urracas.
Fueron muchos los guerreros y aspirantes a héroe que perecieron en su intento de derrotar al demonio Zargris. Ni siquiera el ejército de Hachania pudo hacer frente a las hordas invasoras. Por lo tanto, Máfrid llegó a la conclusión de que la única forma de plantar cara al demonio era reunir a los mejores luchadores de todo el Valle, e incluso de las naciones colindantes, e instarlos a cooperar. Ninguno de ellos podría lograr tal hazaña en solitario, pero, tal vez, si unían sus fuerzas…
Naídia viajó en secreto por todo el Valle, sin más compañía que la de Elaff, un oficial retirado del ejército, al que nadie echaría en falta. Era un hombre de contrastes. Serio y callado a veces, demasiado hablador en otras ocasiones. Extremadamente pulcro hasta el momento de su retiro, ahora algo desaliñado, con un pelo y una barba que le daban aspecto de pordiosero. Pero, ante todo, era un hombre leal a su rey y a su nación. Máfrid confiaba tan ciegamente en Elaff como Naídia lo hacía en el monarca.
En primer lugar, la princesa y el antiguo soldado se dirigieron al templo de Yao Ren, al este de la capital. La maestra Mae era conocida por haber adiestrado a algunos de los mejores luchadores de todo el reino, y habría sido una gran candidata para formar parte del equipo, de no ser por su avanzada edad. Elaff, que fue quien sugirió empezar allí su búsqueda, recibió con sorpresa y tristeza la noticia de que Mae había decidido no admitir más alumnos. Tan solo quedaba uno: un chico que apenas superaba la veintena, cuyo pelo oscuro revuelto le caía por la frente, y con unos ojos azules de mirada fría aunque confiada. Magnus, que así se llamaba el muchacho, llevaba toda su vida entrenándose para acabar con Zargris. Si no lo había hecho antes, aseguraba, era porque necesitaba terminar su entrenamiento con Mae. Ahora estaba preparado. La maestra se despidió así de su último alumno, tan confiada como él en sus opciones de victoria. Aunque eso, claro está, no significaba que la princesa fuese a dar su misión por concluida; no podía arriesgarse a depositar todas sus esperanzas en una única persona. El reclutamiento no había hecho más que comenzar.
A continuación, Naídia, Elaff y Magnus pusieron rumbo al sur, a lomos de tres de los mejores caballos de Hachania, hasta los bosques de Hojafría, hogar de las femioi. Las relaciones entre el Valle y Hojafría eran ya inexistentes, a causa de sus conflictos pasados y sus diferencias de opinión en cuanto al reparto territorial del bosque. Al fin se presentó ante ellos la ocasión de poner fin a tantos años de tensión y hostilidades. Naídia, con plenos poderes otorgados por su padre, no solamente prometió el cese de cualquier intento de expansión forestal, sino que, además, se comprometió a implementar una red de comercio, financiada por las arcas del Valle, que pudiera beneficiar a ambos pueblos. A cambio, no solicitó otra cosa más que la asistencia de la mejor de sus guerreras para combatir al demonio de Li Ad. Un acuerdo difícil de rechazar.
Tras varias horas de acalorado debate, las femioi aceptaron su oferta. Quien viajaría con Naídia y su comitiva sería Kiryénel del Viento Armonioso, una mujer de veintiséis años nada convencional, incluso para su propia comunidad, a quienes los habitantes del Valle ya consideraban lo suficientemente peculiares. Además de poseer una admirable constitución física y una excelente destreza en el manejo de las armas, habilidades típicas de las femioi, Kiryénel destacaba entre sus semejantes gracias al dominio de lo que podría considerarse “magia elemental”, algo insólito en un pueblo guerrero como el suyo. Había algo extraño a su alrededor, un halo invisible que nadie sabía cómo describir, y que se manifestaba de forma ocasional, meciendo su pelo castaño, que llevaba recogido en una coleta alta, como si hubiese invocado ráfagas de aire que solamente la afectasen a ella.
Kiryénel no fue la única que abandonó el bosque de Hojafría en compañía de Naídia, Elaff y Magnus. La femioi compartía caballo con un chico de cabello oscuro y trenzado, varios años menor que ella, que respondía al nombre de… Bueno, en verdad no importa. Su participación en esta historia se limita a servir a Kiryénel y a su montura. No creo que se pueda considerar “escudero” a alguien con rango menor que un caballo, ¿me equivoco? Más bien era un sirviente. Costumbres de las femioi, que Naídia prefirió aceptar sin más. Temía ofender a Kiryénel con su curiosidad, y eso era algo a lo que no podía arriesgarse. Pronto se acostumbraron a la presencia de aquel chaval, tan silencioso y obediente como un animal amaestrado.
Entre Magnus y Kiryénel surgió una rivalidad sana, como herederos de sus respectivas disciplinas. Elaff se aseguró de mantenerlos vigilados en todo momento, para evitar que sus ejercicios, a veces conjuntos y competitivos, escalasen hasta tomar la forma de ese “combate amistoso” que deseaban llevar a cabo. Naídia los convenció para aplazar sus intenciones hasta haber concluido la misión. Los necesitaba a ambos en perfectas condiciones. ¿Y qué mejor momento para demostrar de qué eran capaces que la batalla contra Zargris y sus huestes? Lo que ocurriese después, si sobrevivían, era la menor de sus preocupaciones.
Para llegar a su última parada, previa a la definitiva misión en Cielonegro, Naídia y compañía se vieron obligados a atravesar la totalidad del Valle. Buencuentro era la segunda población del reino, tanto en extensión como en número de habitantes, sólo superada por Hachania. Su ubicación, el noreste del Valle, la convertía en parada obligatoria para viajeros con destino o procedencia de las naciones vecinas. Así, al menos, había sido en el pasado.
Una de las primeras medidas adoptadas por Zargris tras culminar su veloz invasión del reino fue la de cerrar el paso de montaña de Buencuentro, con el objetivo de vigilar el tránsito de mercancías y suprimir el de personas. Irónicamente, los contrabandistas se vieron beneficiados por esta medida, ya que pasaron de ser considerados criminales a aliados de la Corona. Fue gracias al riesgo tomado por uno de estos comerciantes ilegales, un trabajo no mal remunerado, que Ethina consiguiese infiltrarse en el Valle.
Antes de continuar, supongo que debo hablaros de Kreythar (pronunciado “kréizar”). Se trata de una nación aislada del resto del mundo, sin apenas relación con otros países, situada al norte del Mar Angular. La mayoría de sus habitantes son de raza kreytor (pronunciado “kréitor”), que es como se denominan a sí mismos para evitar ser comparados con los seres humanos, con quienes, pese a sus diferencias, comparten origen. La discriminación y las guerras del pasado tienen gran parte de culpa en este rechazo. Estos “seres no humanos” poseen pieles de un suave color azul pálido, y son, de media, más esbeltos que los demás…, quiero decir: que los humanos. Pueden presumir de una prolongada estabilidad socioeconómica, así como de una avanzada tecnología, en comparación con otras naciones. Por inusual que parezca, el aislamiento trajo consigo múltiples beneficios.
¿Y por qué os cuento esto? Quizá ya lo hayáis adivinado, pero nuestra última heroína, a la que estamos a punto de conocer, es de raza kreytor. ¡Y debo añadir que es mi favorita! Ethina (pronunciado “ecina”), de treinta y dos años, era una agente especial del gobierno de Kreythar. Su misión consistía en infiltrarse en el Valle para descubrir de primera mano cuál era la situación tras el cierre de fronteras. Llegar a Buencuentro no le resultó tan complicado como pasar desapercibida después; el color de su piel podía hacer sospechar a los lagartos y las urracas que vigilaban la ciudad bajo las órdenes de Zargris. ¿Que cómo logró contactar con la familia real? ¡Ojalá pudiera contaros esta historia! Os aseguro que es una trama apasionante, llena de intriga y emoción… Pero no será aquí ni ahora, pues ya os he dicho que esto sería un resumen rápido. ¡Se siente!
Aunque Kreythar mantenía una posición neutral en todos los conflictos bélicos, no podían hacer la vista gorda ante el peligro latente que suponía dejar que un demonio tan poderoso campara a sus anchas en una nación relativamente próxima. Así pues, tras recibir toda la información de la agente infiltrada en el Valle, encomendaron a Ethina una tarea extraoficial: asistir a la resistencia en su batalla contra los invasores.
A partir de aquí, todo quedó en manos de la diosa fortuna. O de las casualidades, si preferís llamarlo así.
Ethina logró contactar con Íktor, apodado “el Desplumador”, una de las principales figuras de la resistencia. No eran pocas las urracas que habían desaparecido misteriosamente en Buencuentro durante las batidas en solitario de Íktor, lo cual le hizo merecedor de dicho sobrenombre. Sin duda, habría sido un valioso compañero de armas para Naídia y los suyos…, de no ser porque lo apresaron la noche previa a la llegada de la princesa a Buencuentro.
¿Adivináis a quién conocieron en su lugar?
Fue la propia Ethina quien pidió a Naídia formar parte de aquella variada comitiva. La princesa, por supuesto, aceptó de buen grado. Su nueva aliada portaba armamento e instrumentos de tecnología avanzada, ante los que los lagartos y urracas eran incapaces de defenderse. Elaff, Magnus y Kiryénel habrían podido derrotar a Ethina en combate sin muchas dificultades, pero lo cierto es que la kreytor no llegaba a inmiscuirse en batalla alguna, pues eliminaba a sus enemigos antes siquiera de ser detectada.
No nos demoremos más. El grupo ya estaba al completo, así que era hora de poner fin a la tiranía de Zargris.
Al fin llegamos al episodio preferido por todo el mundo: ¡el enfrentamiento entre los héroes y el demonio de Li Ad! Podría llenas páginas y páginas describiendo la batalla de Cielonegro, y cómo Magnus derrotó a Zargris mientras sus compañeros se hacían cargo de mantener a raya a las demás viles criaturas…, pero, y perdón por repetirme, ya os dije que esto no sería más que un resumen de un único capítulo. Además, ¿para qué perder el tiempo en alargar una historia cuyo final ya conocéis?
Hagamos que ese “final” se convierta en un “principio”. Es aquí donde concluye la historia que queríais leer, ¿verdad? ¡Pues ahora comienza la historia que yo quiero que leáis!
2
Naídia, princesa heredera del Valle. Elaff, oficial retirado del ejército de Hachania. Kiryénel del Viento Armonioso, femioi del bosque de Hojafría. Ethina, agente especial del gobierno de Kreythar. Y, por supuesto, Magnus, último alumno de la prestigiosa maestra Mae, propietaria del templo de Yao Ren. Estos cinco nombres quedarían grabados a fuego en la historia como los principales artífices de la caída del demonio Zargris, y la consiguiente liberación del Valle.
Los ciudadanos pudieron respirar aliviados, al fin, cuando los lagartos y urracas huyeron hacia las montañas del norte, ya sin la protección de su poderoso líder. Nada ni nadie se interpondría entre el reino y su anhelada paz. La noticia corrió como la pólvora a lo largo y ancho del Valle, e incluso más allá, ahora que la frontera volvía a estar abierta, tras diecinueve largos años de aislamiento.
Máfrid y Sanphia, actuando por primera vez como auténticos gobernantes de la nación, se aseguraron de que aquellos cinco legendarios héroes tuviesen el reconocimiento que merecían. Durante siete días, con sus respectivas siete noches, las calles se llenaron de color, música y jolgorio. El Valle jamás se mostró tan unido.
Esta historia comienza en el anochecer del último de esos siete días, en el castillo de Hachania. Representantes de todo el país se reunieron en la fiesta organizada por los monarcas, donde la princesa y sus cuatro acompañantes recibieron el sol diamantado, una insignia de la que sólo eran merecedores las figuras más importantes de la historia del Valle. La mayoría, de hecho, lo recibieron a título póstumo. Es por eso que, aunque no fuese más que un título honorífico, todos comprendían el privilegio que suponía lucir semejante joya en el pecho.
Tras la entrega de insignias, los premiados pudieron disfrutar de una animada tarde en el gran salón del castillo, con su consiguiente cena y su posterior baile. Quisieran o no, debían esperar hasta el final, pues aún quedaba una última gran sorpresa por anunciar… ¿Queréis saber cuál? ¡Calma! ¡Ya llegaremos a eso!
Magnus atendió con infinita paciencia a todos aquellos hombres y mujeres que, con rostros de admiración permanente y una insaciable sed de curiosidad, lo interrogaban una y otra vez acerca de las mismas cuestiones. Su emoción era comprensible, y el chico no tenía inconveniente alguno en satisfacer sus deseos. Yo sé de buena tinta lo mágico que es el momento en que tus palabras conmueven el corazón de quienes te escuchan. Ese brillo en sus ojos… Pero no hablemos de mí; ya habrá tiempo también de esto.
Sólo cuando la banda musical atrajo a los invitados hasta la pista de baile, Magnus pudo gozar de unos minutos de descanso. La misma situación parecían vivir sus compañeros de aventuras, poco interesados en unirse a la multitud.
—¿Cuántas veces has tenido que contar cómo venciste al demonio? —le preguntó Elaff, en el único instante en que pudieron hablar a solas.
—No menos de treinta —reconoció Magnus, sin rastro de irritabilidad en su voz—. Hay una mujer, no sé cómo se llama, con sombrero ancho y tirabuzones en el pelo, que la ha oído al menos la mitad de ellas.
—Más vale que te acostumbres, chico —dijo Elaff tras soltar una carcajada—. Aunque lo más probable es que acaben perdiendo el interés, como ocurre siempre. Los tiempos de paz nos hacen olvidar las penurias de la guerra.
—Eso puede ser peligroso.
—Por eso debemos asegurarnos de que no se repita —asintió Elaff—. Las armas se manejan con la mano, pero la mano se maneja con la mente. El cerebro requiere de un entrenamiento mayor, constante. La educación de quienes vivirán en paz es responsabilidad de quienes hemos vivido la guerra. Y es por eso que, como recompensa por nuestra victoria, he solicitado un puesto como instructor en la academia de reclutas del ejército.
—¿En serio? —preguntó el chico, sorprendido—. ¿Y qué te han dicho?
—Empiezo dentro de dos semanas —respondió con una sonrisa.
Magnus felicitó a Elaff con entusiasmo, a sabiendas de lo determinante que podía ser este nuevo cargo para la vida de aquel hombre, a quien ya consideraba un buen amigo y una mejor persona. El tiempo que viajaron juntos fue suficiente para conocer en profundidad su desdicha. El antiguo oficial hachano, alto, de anchos hombros y pelo cano, vio pisoteados su rango y su orgullo cuando Zargris irrumpió en el Valle, anulando toda autoridad del ejército derrotado. Elaff, quien se presumía un defensor de la ciudadanía, acabó convertido en un mero espectador. Cayó en un pozo de depresión, que no mejoró tras sumar a la ecuación un consumo cada vez más descontrolado de bebidas alcohólicas. Desde ahí, todo fue a peor. Su marido lo abandonó, y con razón, pues el propio Elaff reconocía haberse convertido en una persona difícil de tratar. Zargris lo consumió, y sólo la idea de derrotarlo le hizo ver la luz al final del túnel. Habría estado dispuesto a morir en el proceso, de ser necesario. Luchaba como si así lo fuera.
—¿Crees que tu exmarido te perdonará? —le preguntó Magnus, optimista.
—No le pediré que lo haga —confesó Elaff, para sorpresa de su acompañante—. Cuando quieres de verdad a una persona, no antepones tus anhelos a su bienestar. Él está mejor sin mí.
—¿Y tú? —El chico le puso una mano en el hombro para transmitirle su apoyo—. ¿Cómo estarás tú?
—Sus majestades me han concedido una nueva oportunidad para demostrar mi valía, y no pienso desperdiciarla. Mis errores del pasado me arrebataron todo cuanto tenía. Mis propios soldados me llamaban “el guerrero sin brazos”. —Elaff sonrió, radiante de determinación—. Lucharé por el Valle a patadas y cabezazos si es necesario.
Los nuevos reclutas no podían desear un mejor instructor.
La felicidad de Elaff contrastaba con el semblante serio de Kiryénel, a quien aquel castillo le hacía sentirse incómoda. La femioi contaba las horas para volver a su hogar, entre los árboles de Hojafría, lejos de las gentes y tradiciones vallesas. Kiryénel, siempre acompañada por su joven sirviente, no pasaba desapercibida entre los invitados, pues su indumentaria se asemejaba más a una armadura ligera que a un vestido de fiesta. Y pobre del que osara cuestionar su estilismo.
—Deja de pavonearte —le espetó a Magnus cuando éste se aproximó a ella.
—¿Me estoy pavoneando?
—Llevas toda la semana haciéndolo. No bajes la guardia, Magnus —le advirtió la femioi—. Tu combate contra Zargris era sólo un preparativo para el reto final.
—Supongo que ese “reto final” eres tú, ¿no? —preguntó el chico, divertido.
—El último discípulo de Yao Ren contra la hija pródiga de Hojafría. Cuando todo esto acabe…
—No te preocupes —la interrumpió Magnus—. Estoy deseándolo.
Kiryénel asintió, satisfecha.
—Entonces, ¿vas a quedarte el tridente? —preguntó la chica, en un tono más amistoso.
—Eso creo, sí.
La insignia del sol diamantado no sería lo único que los héroes recibirían de manos de los reyes del Valle. Máfrid y Sanphia dejaron que fuesen los propios homenajeados quienes tomaran la difícil decisión de elegir su recompensa. Magnus manifestó desde el primer momento su intención de reclamar el tridente de Zargris, uno de los muchos tesoros recuperados de Cielonegro, y que ahora estaban en poder de la Corona.
Por su parte, Kiryénel pidió a la princesa que cumpliera su promesa de establecer una red de comercio entre ambas naciones, financiada por las arcas del Valle. Como recompensa adicional, la guerrera añadió al acuerdo la construcción de un mercado en la entrada del bosque, para que ni siquiera los comerciantes extranjeros tuvieran que poner un pie dentro de Hojafría. Este mercado serviría de punto de encuentro entre las femioi y sus nuevos aliados.
—Por cierto —dijo Kiryénel—, ¿sabes qué es esto?
La chica mostró a Magnus una pequeña cartulina rectangular, idéntica a una carta o naipe, pero con un dibujo que en nada se parecía a los clásicos juegos de azar. El título de la carta, “Ruinas de Cielonegro”, no dejaban lugar a dudas del paisaje que representaba dicho dibujo. Lo más extraño, en cualquier caso, era el texto escrito en la mitad inferior de la carta: “Durante una ronda, la Figura del invocador se convierte en [Zargris]: 25% de realizar un segundo ataque a una zona aleatoria”.
—No tengo ni idea. —Magnus negó con la cabeza—. ¿De dónde lo has sacado?
—Lo tenía uno de los seguidores de Zargris. ¿Será un conjuro mágico?
—Más bien parece una especie de juego —replicó el alumno de Mae.
—Es decir, que es inútil. —Kiryénel suspiró, decepcionada—. Puedes quedártelo de recuerdo.
La femioi arrojó la carta al aire. Ésta, lejos de caer producto de la gravedad, se deslizó con parsimonia hasta acabar entre las manos de Magnus. Una nueva demostración de los poderes elementales de la femioi bien apodada “del Viento Armonioso”.
Si Kiryénel destacaba entre el resto de invitados por su vestuario, Ethina lo hacía por su físico. Ninguno de los allí presentes estaba habituado a ver a una kreytor en carne y hueso. La mayoría, en realidad, no lo había hecho nunca. Resultaba difícil de creer que Ethina fuese experta en la infiltración y el sigilo, pues su piel azul pálida y sus cabellos rubio platino, que le cubrían un lado de la cara y le caían sobre los hombros, no pasaban desapercibidos para nadie. Tampoco lo hacían su figura esbelta y sus interminables piernas, que lucía con tanto orgullo como el sol diamantado.
Magnus aprovechó el único momento de la noche en que Ethina estaba sola, tras una visita al aseo, para hablar con ella en privado.
—Parece que has causado buena impresión —dijo el chico.
—Es mi trabajo —respondió ella sin darle mayor importancia.
—¿Te has planteado pedir un aumento de salario?
—Después de esto, no creo que tenga que pedirlo —contestó con una sonrisa.
Pese al tono risueño, Magnus estaba convencido de que aquello no había sido una broma.
—¿Y qué harás ahora? —siguió él.
—¿Ahora? Procurar seguir causando buena impresión. —Ethina sabía que no era eso a lo que su amigo se refería con la pregunta, por lo que se apresuró a dar una respuesta más satisfactoria—. Cuando todo esto acabe, volveré a mi hogar, a la espera de nuevas instrucciones. Soy agente especial, no diplomática. Aun así, seguro que me hacen volver de vez en cuando, ahora que estoy ligada al Valle —añadió mientras acariciaba el sol diamantado que llevaba a modo de broche para el pelo.
—Esa alianza funciona en ambas direcciones —dijo Magnus—. Si algún demonio os toca las narices, no dudes en avisarme.
—No te preocupes —replicó Ethina—. Nosotros no somos tan descuidados.
El chico encajó aquella pulla con humor, pues las palabras de la kreytor no llevaban intención de ofender. Era una mujer complicada, muy inteligente y sarcástica, pero sin gota de maldad, ni mucho menos aires supremacistas; algo que, por desgracia, según contó a sus compañeros de viaje, no era inusual en Kreythar.
—Por cierto —dijo Magnus—, ¿has decidido ya qué recompensa vas a pedir a Máfrid y Sanphia?
—Lo estoy pensando. —En realidad, lo tenía bastante claro—. ¿Y tú? ¿Te llevarás el tridente de Zargris, como dijiste?
—Creo que sí —asintió el chico—. Acabo de hablar con Elaff y Kiryénel. Él ha pedido recuperar un puesto en el ejército, como instructor de reclutas. Ella ha solicitado la construcción de un mercado en las proximidades de Hojafría.
—Lo sé, lo sé… —respondió con una sonrisa que, sin duda, presagiaba un comentario mordaz—. ¿En qué lugar queda tu exigencia egoísta, después de esas dos peticiones tan humildes y sensatas?
—Si quiero algo, prefiero ganármelo en vez de que me lo regalen. Levantaré un mercado con mis propias manos y formaré mi propio ejército, si es necesario. Pero tridentes como éste no se consiguen en cualquier parte, ¿sabes?
—Siempre te queda la posibilidad de viajar a Li Ad en busca de otro.
—Lo dejaré como plan B —concluyó Magnus.
La conversación llegó a su fin cuando un trío de aristócratas, de esos que habían quedado encandilados por aquella mujer de piel azulada, acudieron a su encuentro deseosos de obtener más información sobre la sociedad y costumbres de Kreythar.
—Pásalo bien —dijo Magnus a su amiga—. Creo que no me necesitas para seguir causando buena impresión.
Ethina sujetó a Magnus por la muñeca para evitar que se marchase. Tenía una última cosa que decirle.
—Me ha conmovido tanto egoísmo, así que he decidido pedir como recompensa una buena suma de dinero. Ya sabes a quién acudir cuando necesites un préstamo para levantar un mercado con tus propias manos y formar tu propio ejército.
Magnus se marchó de allí con una sonrisa en la boca y las miradas de envidia de los aristócratas ardiendo en su nuca. El interés que les despertaba Kreythar sólo era superado por el que les despertaba la kreytor.
Si había alguien en toda Hachania, o quizá en todo el Valle, capaz de rivalizar con Ethina en su facilidad para convertirse en el foco de todas las miradas, sin duda sería la princesa Naídia. Con aquel brillante vestido rosa palo que dejaba sus hombros al descubierto, y su larguísima melena oscura adornada con flores, en nada se asemejaba a la intrépida muchacha que, oculta bajo un disfraz, lideró la misión que finalizó con la derrota del demonio Zargris. Había demostrado ser una princesa con dos caras, ambas igual de radiantes.
Naídia se excusó ante sus acompañantes al observar a Magnus ahí parado, esperando su turno para hablar con ella. Ambos se retiraron a uno de los rincones del gran salón, donde no podían evitar ser vistos, pero sí oídos. El gran anuncio debía mantenerse en secreto un poco más.
—Te noto algo inquieto —dijo ella.
—Lo estoy —confesó el chico—. No es una situación en la que me sienta cómodo.
Naídia le dedicó una sonrisa reconfortante. Al fin y al cabo, ella se sentía igual.
—Será difícil al principio —siguió la princesa—, pero estoy convencida de que es lo mejor para todos. Para el reino, para mí… y para ti.
—No voy a echarme atrás —se apresuró a puntualizar Magnus—. Es un inmenso honor y una oportunidad irrepetible.
La hija mayor de Máfrid y Sanphia conocía lo suficiente a aquel chico como para saber que había algo más.
—“Pero”…
Magnus dejó escapar una débil risa, apenas un soplo de aire, que no hizo más que confirmar las sospechas de Naídia.
—No sé cómo explicarlo —empezó a decir—. Es como si, de repente, hubiese surgido un vacío en mi interior.
—¿Sientes que has perdido tu propósito en la vida?
El aprendiz de Mae no pudo evitar sorprenderse ante la facilidad y presteza con que la princesa leyó sus pensamientos.
—Es posible —reconoció, no sin dudas—. Me he entrenado duramente desde pequeño para enfrentarme a Zargris. Ha merecido la pena, eso está claro, pero… ¿y ahora qué? ¿Voy a ser capaz de adaptarme a esta nueva vida pacífica, dejándome llevar por la corriente?
—Por supuesto que lo harás —respondió Naídia con firmeza—. Yo te ayudaré a conseguirlo.
La princesa le cogió las manos para transmitirle su apoyo, momento en que notó algo que, hasta entonces, le había pasado desapercibido: Magnus aún sostenía la carta con la imagen de las ruinas de Cielonegro.
—¿A ti también te gustan estas cartas tan raras? —preguntó la chica.
—Ni siquiera sé lo que es —dijo él, tan desconcertado como su amiga—. Me la ha regalado Kiryénel. Al parecer, se la quitó a uno de los seguidores de Zargris.
—No era la única —le informó Naídia—. Según tengo entendido, recuperaron bastantes cartas intactas de entre los restos de nuestra batalla contra los invasores. Mi hermana ha tardado poco en echarles el guante —añadió entre risas—. ¿Por qué no le preguntas a ella?
—No sé… —Magnus contempló la carta, poco interesado.
—Venga, anímate —insistió la princesa—. Es una buena ocasión para que entabléis conversación. Además, está deseando hablar contigo ahora que sabe que pronto se convertirá en tu cuñada.
3
Del mismo modo en que todo el mundo consideraba a Naídia una versión femenina y más joven del rey Máfrid, la princesa Fábula era un vivo retrato de Sanphia, su madre. No sólo había heredado de ella sus ojos verdes llenos de vida y sus ondulados cabellos rojizos, sino también una actitud alegre y decidida, optimista pese a las adversidades. Y eso por no mencionar su sentido del humor.
Fábula no compartía, sin embargo, la dedicación de toda su familia por los asuntos de la realeza. Nadie podía culparla por sentir tal desapego, ya que, a sus dieciocho años, no había conocido lo que era vivir en libertad. ¿Cómo iba a comprender la importancia de la realeza, cuando sus padres, los reyes, no eran más que sirvientes del auténtico gobernante, el demonio Zargris? Fábula no había nacido para servir. Ella era un alma libre.
Por suerte, la joven chica pelirroja no dejó que la situación que le había tocado vivir la afectase en el ánimo o en el carácter. Tampoco la condicionaba el saberse perdedora de casi cualquier comparativa con su hermana, con la que siempre había mantenido una excelente relación. Fábula conocía su papel, y no mostraba interés alguno por formar parte del futuro equipo de gobierno, cuando Máfrid se decidiese a pasar la antorcha a su hija mayor, la princesa Naídia. La pequeña de las dos hermanas tenía sus propios planes. Hasta entonces, no podía hacer otra cosa más que comportarse y esperar.
¿Cómo decís? ¿Que nunca habíais oído hablar de Fábula? ¡Pues claro que no! Eso es justo lo que pretendo remediar con este libro. El relato tradicional se centra en los héroes que derrotaron a Zargris, y obvia a todos aquellos que influyeron en mayor o menor medida en la vida de Magnus tras la batalla de Cielonegro. ¿Verdad que tampoco conocéis a Faye ni a Zezéi, por poner dos ejemplos? No os preocupéis, que hablaremos de ellas largo y tendido cuando llegue el momento.
Fábula fue quien prendió la mecha de esa dinamita espiritual que atosigaba a Magnus desde que vio cumplido su propósito. Tal y como confesó a Naídia durante la fiesta, el chico sentía un vacío en su interior que no sabía cómo llenar. Tenía motivos de sobra para ser la persona más feliz del Valle.., y, sin embargo, las dudas sobre su futuro se multiplicaban con el paso de los días.
Sólo de esta manera, haciendo un esfuerzo por comprender, en la medida de lo posible, los sentimientos de Magnus, se puede explicar el cambio que sufrió su vida aquella noche.
El último alumno de la maestra Mae no necesitó buscar a Fábula, pues fue ella quien acudió a su encuentro.
—¡LDB! —exclamó la chica pelirroja, con voz risueña y expresión de asombro.
—¿“Eledebé”? —repitió él, confuso.
—Eso que tienes en la mano. —Fábula señaló la carta con la que Magnus no dejaba de juguetear, deslizándola entre sus dedos—. Creía que lo conocías. —Al ver que no era así, procedió a explicarse—. “LDB” son las sigla de “Latido de batalla”, un juego de cartas muy famoso.
—¿En serio? —Magnus examinó una vez más la carta titulada “Ruinas de Cielonegro”—. Es la primera vez que oigo hablar de él.
—Ah, eso es porque hemos estado diecinueve años aislados del resto del mundo, ¿no te has enterado?
Magnus rió, agradecido por toparse con aquel pequeño oasis de humor tan apartado del desierto de solemnidad en que se desarrollaba la fiesta. Era justo lo que necesitaba para calmar los nervios.
—¿Y cómo es que tú lo conoces? —preguntó el chico, intrigado, usando el mismo lenguaje cercano e informal que empleaba ella.
—He dedicado esta última semana a algo más que esperar sentada a que me pongan una medallita —respondió Fábula, sin apartar la vista del sol diamantado que Magnus lucía en su pecho—. ¡Felicidades, por cierto! Siento no haber podido decírtelo antes, pero habéis hecho un gran trabajo. Todo el Valle está en deuda con vosotros.
—Agradezco tus palabras. —Magnus inclinó la cabeza sin perder la sonrisa—. No te preocupes por no haber podido felicitarme antes, sé que has debido de estar muy ocupada… informándote sobre juegos de cartas.
—¡He hecho mucho más que informarme! —respondió con tanto entusiasmo que sobresaltó a una mujer que pasaba cerca de allí—. Ya tengo mi propia baraja, incluso. ¿Quieres verla?
—Gracias, pero no estoy muy interesado en juegos de azar.
—No sabes lo que dices —insistió ella—. Latido está muy lejos de ser un simple “juego de azar”. Es un juego de habilidad mental, con un fuerte componente psicológico.
—Si tú lo dices… —Magnus se encogió de hombros, indiferente—. Defínelo como quieras, pero no deja de ser un juego de cartas.
—Está bien, está bien. —Fábula se dio por vencida—. Entonces, si no te interesa, ¿por qué no me regalas esa carta?
Magnus se sorprendió ante su propias dudas. ¿Para qué quería él una carta de un juego al que no pensaba dedicar la menor atención? Quizá, supuso, no la veía así, sino como un trofeo de batalla.
—Esta carta estaba en poder de uno de los esbirros de Zargris —dijo el chico, excusándose ante lo que era una clara negativa.
—¿Y de dónde crees que he sacado yo mi baraja? —respondió ella con una amplia sonrisa triunfante.
Aquello fue suficiente para despertar el interés de Magnus. ¿Qué tenía de especial Latido de batalla para cautivar hasta a los lagartos y las urracas que servían a las órdenes de Zargris? Fábula debió de preguntarse lo mismo cuando los soldados llevaron todas aquellas cartas a Hachania, junto con los demás tesoros recuperados de Cielonegro, pues, tal y como acababa de insinuar, fue con dicho botín como formó su preciada baraja.
—Vale, me has convencido —dijo Magnus al cabo de unos segundos—. Enséñame esas cartas. Si no es molestia, claro —se apresuró a añadir para no sonar descortés.
—La verdad es que ahora no es un buen momento —respondió ella en tono lastimero—. Te recuerdo que estamos en medio de una fiesta.
—Oh… —Magnus trató de ocultar su decepción—. Bueno, pues cuando te venga…
—Era broma —lo interrumpió, recuperando su sonrisa burlona—. Sígueme, anda.
Fábula y Magnus se alejaron de la multitud sin avisar a nadie, con la esperanza de que su ausencia temporal pasase desapercibida. Preferían no tener que dar explicaciones, en especial si éstas involucraban al dichoso juego de cartas. El propio Magnus se avergonzaría de reconocer su interés.
Los aposentos de la princesa, término con que se denominaba a todas las hijas de los reyes, fuesen o no a heredar el trono, estaban compuestos por varias habitaciones contiguas. De algún modo, era como su propio piso privado dentro del castillo. Fábula guió a Magnus hasta una de aquellas estancias, que parecía su sala de estudio, o quizá de descanso. Lo más probable es que se tratase de ambas cosas. La chica pelirroja invitó a su acompañante a sentarse junto a una mesa rectangular de caoba, bajo la ventana, mientras ella se ocupaba de recuperar cierto objeto de la estantería situada a un lado de la habitación. Tras un pesado libro de geografía, con imágenes a color de todos los rincones del Valle, se ocultaba una sencilla bolsa de tela azul, carente de adornos. Magnus creyó saber de inmediato cuál sería su contenido. Al menos, una parte del mismo.
—Espero que sepas mantener un secreto —dijo Fábula mientras volvía a colocar el libro en su lugar.
—Por lo que a mí respecta, nunca he estado aquí.
—Estupendo. —La princesa dio una palmada—. Serás el amigo imaginario que siempre quise tener.
—¿Y qué te impidió tenerlo? —preguntó él, siguiéndole el juego.
—Nunca he tenido mucha imaginación.
A Magnus le costaba creer que aquella afirmación fuese real.
—Espero que no te ofenda lo que voy a preguntar —dijo el chico—, pero ¿cómo se sobrevive sin imaginación, encerrada diecinueve años dentro de este castillo?
—No lo sé. —Fábula se encogió de hombros—. Yo sólo tengo dieciocho.
Ante eso, Magnus no supo qué contestar. Tuviese o no mucha imaginación, era una chica ingeniosa que siempre parecía ir un paso por delante. Cualquiera que se dejase cegar por la primera impresión se estaría llevando a engaño.
Fábula esparció el contenido de la bolsa sobre la mesa de madera. Decenas de cartas similares a la de Magnus se deslizaron por la superficie, junto a un par de artefactos idénticos que, en un primer vistazo, daban la (errónea) impresión de no ser más que relojes de pulsera digitales.
—Luego te explico qué es esto. —Fábula retiró los supuestos relojes—. Primero, voy a enseñarte las reglas básicas.
—Espera —la cortó Magnus—. No he dicho que quiera…
Fábula lo silenció poniendo su dedo índice sobre los labios del chico.
—Calla y atiende. Si hablas, no te enterarás de la explicación.
La princesa examinó una por una todas las cartas, que separó en tres montones. Magnus aguardó con paciencia el inicio de lo que fue una larga explicación…, y que ahora es mi tarea transmitiros.
Latido de batalla, abreviado como “Latido”, o también llamado por su sigla “LDB”, es un juego de cartas coleccionables, en donde ambos “invocadores”, nombre que reciben los contendientes, deben usar sus Figuras para derrotar a las del rival. Estas “Figuras” son uno de los tres tipos de cartas, quizá las más importantes, pues se trata de los combatientes ficticios que protagonizan las batallas.
La partida se inicia cuando cada uno de los invocadores elige la Figura que lo representará en batalla. Estas Figuras poseen nueve puntos de defensa, repartidos a partes iguales entre la zona superior, la zona media y zona inferior, también llamadas “cabeza”, “tronco” y “piernas”. El objetivo de los invocadores es simple: reducir los puntos de defensa de cualquiera de las tres zonas del rival. Basta con que una de las zonas se quede sin puntos de defensa para que esa Figura quede eliminada.
La batalla se compone de tantas rondas como sea necesario, hasta que una Figura pierda todos los puntos de defensa de una zona. En cada una de esas rondas, los invocadores eligen, en secreto, una zona de ataque y una de bloqueo. La zona de ataque es aquella en la que desean herir al rival. La zona de bloqueo representa dónde creen que les atacará el rival, pues, si aciertan, no perderán ningún punto de defensa, ya que habrán “bloqueado el ataque”.
Para asegurarse de que Magnus hubiese entendido las reglas básicas, Fábula le instó a realizar una batalla con dos de las Figuras arrebatadas a las huestes de Zargris. Esta vez, el aprendiz de la maestra Mae no puso objeciones.
Fábula repartió dos Figuras al azar. A ella le correspondió una criatura de lo más extraña, mitad humana, mitad jabalí, llamada “Zog, el Desmoralizado”.
—¿Qué es esa cosa? —preguntó Magnus, quien no había visto nunca nada semejante.
—Prefiero no saberlo —replicó Fábula—. A ti te ha tocado la más bonita.
La Figura de Magnus respondía al nombre de “Ori Alipori”. Era una especie de mapiropa violeta, unos bellos insectos de grandes alas, que si bien podría considerarse más agradable a la vista que un jabalí, no resultaba especialmente prometedora como contendiente de una batalla. En cualquier caso, no era más que una carta de un juego, así que debían aceptarlo sin más.
La princesa entregó un lapicero y una hoja en blanco a su acompañante, para que pudiese ir escribiendo las zonas de ataque y bloqueo elegidas en cada ronda. Ella haría lo mismo, ya que era la única forma de mantener su elección en secreto hasta que ambos se hubiesen decidido.
—Oye —dijo Magnus antes de comenzar—, ¿y qué pasa con esto que pone debajo del dibujo?
—Son sus habilidades. Las ignoraremos por ahora.
Cada una de las Figuras poseía características únicas que la diferenciaban de las demás. En el caso de aquellas dos Figuras, no eran precisamente habilidades favorecedoras…
- Batalla –
[Zog, el Desmoralizado]: Si su ataque es bloqueado, 25% de perder un punto de defensa en la zona bloqueada.
[Ori Alipori]: Todos sus ataques tienen un 30% de fallar.
Desde luego, no eran las dos mejores Figuras de Latido de batalla.
—Entonces —dijo Magnus—, ¿lo único que tengo que hacer es apuntar en esta hoja qué zona quiero atacar y cuál quiero bloquear?
—Exacto —asintió Fábula—. Fácil, ¿verdad?
- Ronda 1 –
[Zog, el Desmoralizado]: 3-3-3. Ataca zona inferior. Bloquea zona superior.
[Ori Alipori]: 3-3-3. Ataca zona superior. Bloquea zona superior.
- Resultado –
[Zog, el Desmoralizado]: 3-3-3.
[Ori Alipori]: 3-3-2.
Magnus chasqueó la lengua, disgustado. Fábula había adivinado la zona que sería atacada, por lo que su Figura mantuvo intactos los puntos de defensa.
—Ha sido suerte —dijo él, restándole importancia.
—¿Seguro? —La chica pelirroja rió—. Sabía que irías directo a por mi cabeza. ¡Lo llevas en la sangre!
- Ronda 2 –
[Zog, el Desmoralizado]: 3-3-3. Ataca zona inferior. Bloquea zona inferior.
[Ori Alipori]: 3-3-2. Ataca zona inferior. Bloquea zona media.
- Resultado –
[Zog, el Desmoralizado]: 3-3-3.
[Ori Alipori]: 3-3-1.
De nuevo, Zog mantuvo sus puntos de defensa, mientras que Ori perdió un segundo punto de defensa en la zona inferior. Magnus leyó una y otra vez el papel que le mostraba Fábula, incrédulo.
—¿Cómo has…? —El chico suspiró, resignado—. En un combate real, cegarse en atacar una única parte del cuerpo no es lo más sensato.
—Ah, pero esto no es un combate real, ni yo soy una guerrera. Sólo soy una inocente y delicada princesita.
- Ronda 3 –
[Zog, el Desmoralizado]: 3-3-3. Ataca zona inferior. Bloquea zona superior.
[Ori Alipori]: 3-3-1. Ataca zona inferior. Bloquea zona superior.
- Resultado –
[Zog, el Desmoralizado]: 3-3-2.
[Ori Alipori]: 3-3-0.
- Fin de la batalla –
Vencedor: [Zog, el Desmoralizado]
Magnus se golpeó la frente con la mano, enfadado consigo mismo.
—¿Por qué no has bloqueado la zona debilitada? —preguntó Fábula, sonriente, aunque sin intención de presumir.
—Porque era lo obvio —se excusó él—. Creía que tú darías por hecho que yo iba a bloquear la zona inferior, y que por eso atacarías una de las otras dos.
—Ya… Yo también pensé que ésa sería tu conclusión. ¡Gracias por ponérmelo fácil!
—He pecado de novato —se lamentó Magnus, más molesto de lo que le gustaría reconocer.
—Te dije que era un juego psicológico —concluyó ella—. Si te interesa, otro día puedo explicarte las reglas avanzadas.
A Fábula no le sorprendió la respuesta de Magnus. Era justo lo que esperaba de él.
—Explícamelas ahora. Esta vez, vamos a jugar en serio.
La mecha ya estaba prendida.
4
Magnus ya no se mostraba tan indiferente ante Latido de batalla. Su orgullo salió a relucir tras esa derrota inicial, pese a tratarse de un simple enfrentamiento amistoso, de práctica. La siguiente partida sería igual de amistosa, claro está, aunque ni mucho menos “de práctica”. Eso ya se había acabado. No quería recurrir a la excusa de no saber jugar. Por lo tanto, Magnus solicitó a Fábula que le explicase todo lo necesario para disputar una batalla en igualdad de condiciones.
Hasta ahora, hemos podido ver las reglas más básicas: cómo atacar y bloquear las zonas superior, media e inferior para derrotar a la Figura rival. Poco más que un “piedra, papel o tijera” evolucionado. Ha llegado el momento de complicar el juego (¡no mucho, tranquilos!) con la introducción de los Efectos.
Los invocadores pueden usar una única carta de Efecto en cada ronda de la batalla. Estos Efectos modifican de múltiples formas el intercambio de golpes entre ambas Figuras. Por ejemplo, la carta [Golpe sangrante Nv. 1] indica lo siguiente: “Si golpea con éxito, 15% de restar un punto de defensa adicional a la zona atacada”. Es decir, que durante esa ronda tiene una pequeña posibilidad de restar dos puntos de defensa al rival, en lugar de uno. Otro de los Efectos más comunes, [Reparación], afecta a la propia Figura, al sumarle un punto de defensa en la zona elegida.
En algunos Efectos viene indicado el añadido “veloz”, que se diferencia de los normales porque debe activarse antes de que los invocadores hayan seleccionado las zonas de ataque y bloqueo. Un buen ejemplo de Efecto veloz sería [Doble ataque]: “El invocador ataca dos zonas en un mismo turno. El rival también bloquea dos zonas”.
Algunos Efectos tienen versiones normal y veloz, como el caso de la mencionada [Reparación]. La carta [Reparación veloz] también puede curar un punto de defensa, con idéntico porcentaje de acierto. Ambas se eligen antes de repartir ataques y bloqueos, con la diferencia de que la normal no se muestra hasta el final de la ronda, mientras que la veloz se activa de inmediato.
La teoría, en realidad, es sencilla. Es en la práctica donde surge el mayor inconveniente: ¿cómo llevar el control de las cartas y de los porcentajes de probabilidad de acierto? Justo para eso existen los brazaletes.
¿Recordáis la bolsita de tela que Fábula escondía detrás de un libro? Allí, además de decenas de cartas, también había un par de dispositivos electrónicos que Magnus confundió con relojes de pulsera. En realidad, se trataba de un par de brazaletes de invocador, elementos imprescindibles, que no opcionales, para participar en una partida de Latido de batalla. Estos brazaletes, creados con la tecnología avanzada de Kreythar, no sólo llevan el control de las batallas, sino que también identifican a cada jugador y transfieren su información a través de una red inalámbrica internacional, conectada a los servidores de TNTK, la empresa propietaria de dicho juego. Los brazaletes son capaces de reconocer a su portador, siempre y cuando éste se haya registrado con anterioridad en la red de Latido. Dado que aquellos dos brazaletes, ahora en posesión de Fábula, habían pertenecido a sendos esbirros de Zargris, la chica se vio obligada a formatearlos para poder crear su propio usuario. Ahora era tarea de Magnus hacer lo mismo con el segundo brazalete. Sólo de esta forma podrían disputar una partida con todas las de la ley.
Fábula y Magnus seleccionaron “batalla de entrenamiento” en el menú de opciones de sus brazaletes. A continuación, ambos dispositivos se encargaron de escanear el tablero de juego, la mesa de caoba, para identificar las cartas de cada invocador, marcadas, supusieron, con alguna clase de chip interno. Cada carta poseía un código único, algo que cobraría importancia más adelante. Aparquemos el asunto por ahora.
—¿Estás listo? —preguntó la princesa, emocionada ante la inminente batalla.
—Cuando quieras —asintió él, no menos motivado.
En una partida normal de LDB, cada invocador selecciona tres Figuras. Por lo tanto, no basta con derrotar a una de las Figuras rivales, sino que, como mínimo, se debe vencer a dos de ellas. Sin embargo, en esta ocasión, Fábula y Magnus se lo disputarían a una sola bala. Una Figura cada uno. Era todo cuanto podían permitirse, si no querían llegar tarde al momento cumbre de la ceremonia organizada por los reyes.
Magnus no tenía más remedio que volver a confiar en [Ori Alipori], la mapiropa violeta que tan malos resultados le había dado en el combate de práctica. El chico supuso que Fábula también echaría mano de [Zog, el Desmoralizado], al igual que antes. Fue entonces cuando llegó la primera sorpresa.
- Batalla –
[Máhlahmah, Chamán del Lodo]: 25% de anular todo daño recibido sobre las zonas que tengan un único punto de defensa.
[Ori Alipori]: Todos sus ataques tienen un 30% de fallar.
La carta presentada por Fábula mostraba a un lagarto vestido con ropas tribales. Su habilidad le daba una importante ventaja con respecto a la mapiropa. Mal comienzo para Magnus.
—Te guardabas un as en la manga, ¿eh? —dijo el héroe, procurando no dejarse afectar por su teórica desventaja inicial.
—Pero tu mapiropa sigue siendo la más bonita —respondió ella, en un tono tan inocente como burlón.
—Bonita y letal —puntualizó Magnus.
Los brazaletes indicaron a sus portadores qué tres cartas de Efecto, de entre todas las de sus respectivas barajas, debían pasar a su mano antes de disputar la primera ronda. Una buena medida antitrampas. Esos brazaletes lo controlaban casi todo durante la partida.
Magnus examinó con detenimiento las tres cartas iniciales de Efecto que acababa de robar de la baraja. Aunque ya las había podido ver antes, durante la explicación de Fábula, quería tomarse su tiempo para asegurarse de comprenderlas y de no errar en su primera decisión.
[Reparación Nv. 1]: 30% de sumar un punto de defensa en la zona elegida.
[Escudo Nv. 1]: 20% de anular todo daño recibido por un ataque rival.
[Bloqueo vital Nv. 1]: Si bloquea con éxito, 30% de aumentar un punto de defensa en la zona bloqueada.
Dado que su Figura aún conservaba todos los puntos de defensa, la elección parecía sencilla. Sólo quedaba marcar su decisión en el brazalete, seleccionar las zonas de ataque y bloqueo, y esperar a que Fábula hiciese lo mismo.
- Ronda 1 –
[Máhlahmah, Chamán del Lodo]: 3-3-3. Ataca zona media. Bloquea zona superior.
Efecto: [Mímica Nv. 1]: 30% de copiar el Efecto rival, si éste llega a activarse.
[Ori Alipori]: 3-3-3. Ataca zona inferior. Bloquea zona inferior.
Efecto: [Escudo Nv. 1]: 20% de anular todo daño recibido por un ataque rival.
- Resultado –
[Máhlahmah, Chamán del Lodo]: 3-3-2.
Habilidad de [Escudo Nv. 1] activada: daño anulado.
[Ori Alipori]: 3-3-3.
Esta vez, la fortuna se situó del lado de Magnus y [Ori]. El [Escudo] funcionó pese a contar con tan solo un 20% de acierto. Menos suerte tuvo ella con su [Mímica].
—Bonita y letal —repitió el chico moreno, confiado con las posibilidades de victoria de [Ori Alipori].
—¡Pero sigues sin adivinar por dónde te vienen mis ataques!
La princesa tendría que consolarse con eso.
Como tras cada ronda, el brazalete indicó a Magnus qué carta debía robar de la baraja. El elegido fue [Santuario], un Efecto al que no veía mucha utilidad, pues no era más que una versión ampliada de [Escudo], pero que también beneficiaba al invocador oponente.
[Reparación Nv. 1]: 30% de sumar un punto de defensa en la zona elegida.
[Bloqueo vital Nv. 1]: Si bloquea con éxito, 30% de aumentar un punto de defensa en la zona bloqueada.
[Santuario Nv. 1]: 30% de anular todo daño recibido por ambas Figuras.
Magnus se planteó la opción de no usar ningún Efecto. Al preguntar a Fábula por esta posibilidad, ella le explicó que, de no hacerlo, perdería su turno de robar en la siguiente ronda, pues no podían tener en su mano más de tres Efectos al mismo tiempo. Para prevenir esta limitación, podía optar por descartar un único Efecto por ronda, en lugar de usarlo.
Tras unos segundos de reflexión, Magnus se decantó por gastarlo antes que descartarlo.
- Ronda 2 –
[Máhlahmah, Chamán del Lodo]: 3-3-2. Ataca zona superior. Bloquea zona superior.
Efecto: [Reparación Nv. 1]: 30% de sumar un punto de defensa en la zona elegida.
[Ori Alipori]: 3-3-3. Ataca zona media. Bloquea zona superior.
Efecto: [Santuario Nv. 1]: 30% de anular todo daño recibido por ambas Figuras.
- Resultado –
[Máhlahmah, Chamán del Lodo]: 3-2-2.
[Ori Alipori]: 3-3-3.
Magnus podía sentirse afortunado de que el [Santuario] no se hubiese activado. De hacerlo, habría anulado su propio ataque. La [Reparación] de Fábula tampoco había surtido efecto, por lo que la chica pelirroja se veía ya dos puntos de defensa por debajo de su rival.
—Tus ataques empiezan a volverse previsibles —bromeó el chico.
—Me siento intimidada por tu presencia —respondió ella en el mismo tono jocoso—. ¿Sería así como se sintió Zargris antes de morir?
La fase de robo (el nombre oficial es “turno de abastecimiento”) proporcionó a Magnus una nueva carta de lo más interesante: [Disrupción Nv. 1]. No dejaba de ser curioso que, en todas ellas, viniese indicado su nivel, lo que daba a entender que existían cartas con el mismo nombre pero, quizá, mayor probabilidad de éxito. Sobre este asunto, Fábula no sabía nada.
[Reparación Nv. 1]: 30% de sumar un punto de defensa en la zona elegida.
[Bloqueo vital Nv. 1]: Si bloquea con éxito, 30% de aumentar un punto de defensa en la zona bloqueada.
[Disrupción Nv. 1]: 20% de anular cualquier Efecto normal utilizado por el invocador rival.
Magnus se dispuso a usar su nueva carta. Sin embargo, enseguida comprendió que sería inútil, tan pronto como Fábula activó un Efecto veloz en su brazalete.
- Efecto veloz (ronda 3) –
[Doble ataque]: El invocador ataca dos zonas en un mismo turno. El rival también bloquea dos zonas.
La [Disrupción] no podía anular Efectos veloces, por lo que usarla sería un desperdicio. En esta ocasión, Magnus optó por descartar el [Bloqueo vital], ya que tampoco le servía de nada en su situación actual.
El [Doble ataque] no era tan temible como aparentaba. En una ronda normal, la probabilidad de bloquear un ataque era del 33%, o una posibilidad entre tres. Sin embargo, con el [Doble ataque], las opciones de acertar eran del 50% en un bloqueo y 100% en el otro. Los números no engañaban: usar esa carta beneficiaba más al bloqueador que al atacante. Al menos, con esas Figuras concretas. Fábula había cometido un error.
- Ronda 3 –
[Máhlahmah, Chamán del Lodo]: 3-2-2. Ataca zona superior y media. Bloquea zona inferior.
[Ori Alipori]: 3-3-3. Ataca zona media. Bloquea zona superior e inferior.
- Resultado –
Habilidad de [Ori Alipori] activada: ataque fallado.
[Máhlahmah, Chamán del Lodo]: 3-2-2.
[Ori Alipori]: 3-2-3.
La debilidad de la mapiropa se hizo notar por primera vez. Ese “Todos sus ataques tienen un 30% de fallar” podía volverse un verdadero fastidio. Lástima, pues Magnus había estado a punto de dejar el tronco de [Máhlahmah] con un único punto de defensa.
Para la cuarta ronda, gracias al descarte del [Bloqueo vital], Magnus iba a tener disponible la carta más especial de su baraja. Ambos se habían repartido las cartas a partes iguales, con dos únicas excepciones: la Figura [Máhlahmah, Chamán del Lodo] que Fábula mantuvo en secreto, y el Efecto veloz [Ruinas de Cielonegro] con que Kiryénel obsequió a Magnus, sin ni siquiera saber para qué servía aquella pequeña cartulina rectangular.
[Reparación Nv. 1]: 30% de sumar un punto de defensa en la zona elegida.
[Disrupción Nv. 1]: 20% de anular cualquier Efecto normal utilizado por el invocador rival.
[Ruinas de Cielonegro]: Durante una ronda, la Figura del invocador se convierte en “[Zargris]: 25% de realizar un segundo ataque a una zona aleatoria”.
Los tres Efectos eran útiles, cada uno a su manera. Sin embargo, la decisión fue fácil y rápida. La carta de [Ruinas de Cielonegro] (que, por cierto, no indicaba nivel alguno) no sólo le proporcionaba una probabilidad del 25% de realizar dos ataques en un solo turno, sino que también le quitaba la debilidad de [Ori Alipori]. Una preocupación menos… hasta la ronda siguiente.
- Efecto veloz (ronda 4) –
[Ruinas de Cielonegro]: Durante una ronda, la Figura del invocador se convierte en “[Zargris]: 25% de realizar un segundo ataque a una zona aleatoria”.
Aunque no dejaba de ser un juego, resultaba irónico que Magnus y Zargris hubiesen acabado luchando codo con codo…, para enfrentarse a una princesa y un lagarto. Bromas aparte, ambos estaban demasiado metidos en la partida como para hacer comentarios al respecto.
- Ronda 4 –
[Máhlahmah, Chamán del Lodo]: 3-2-2. Ataca zona media. Bloquea zona inferior.
Efecto: [Golpe sangrante Nv. 1]: Si golpea con éxito, 15% de restar un punto adicional de defensa a la zona atacada.
[Zargris]: 3-2-3. Ataca zona inferior. Bloquea zona superior.
- Resultado –
[Máhlahmah, Chamán del Lodo]: 3-2-2.
Habilidad de [Zargris] activada: ataca zona media.
[Máhlahmah, Chamán del Lodo]: 3-1-2.
[Zargris]: 3-1-3.
Habilidad de [Golpe sangrante Nv. 1] activada: daño aumentado.
[Zargris]: 3-0-3.
- Fin de la batalla –
Vencedor: [Máhlahmah, Chamán del Lodo]
El silencio sepulcral de Magnus contrastaba con el júbilo de Fábula. La partida había dado un giro brutal y definitivo en un abrir y cerrar de ojos. ¿Cómo se le había podido escapar la victoria de forma tan precipitada? El héroe había tomado rápidamente la delantera, e incluso había logrado mantenerse intacto tras las dos primeras rondas. Menos suerte tuvo en la tercera, preludio de la derrota. En la cuarta ronda, incluso, tuvo la suerte de ver en acción la habilidad especial de [Zargris]…
Pero no sirvió de nada.
Un mal bloqueo y un Efecto afortunado, [Golpe sangrante], cercenaron de un plumazo los puntos de defensa de ese [Ori Alipori] transformado en el demonio de Li Ad, versión cartulina.
—¡Enhorabuena, vas mejorando! —exclamó Fábula con una amplia sonrisa en el rostro—. Esta vez me has durado cuatro rondas.
Magnus se mordió la lengua. Prefería no responder a aquella provocación. Sentía el corazón acelerado, e incluso le costaba pensar con claridad. Había olvidado la amarga sensación de la derrota. No estaba entrenado para asimilarla.
—Esto no va a quedar así —dijo Magnus, dejando entrever su frustración.
—Puedo entrenarte, si quieres. —Fábula no perdía ninguna ocasión de echar más leña al fuego—. Tú me enseñas a luchar, yo te enseño a jugar a Latido.
—Tardarías años en conseguir un nivel decente —replicó el chico—. Un combate real no se basa en tener mejores cartas, ni en porcentajes de acierto.
—¿Me estás subestimando por ser una princesa? Aprendo rápido, créeme. Podríamos decir… que se me da de fábula.
Este inesperado juego de palabras hizo sonreír a Magnus, lo cual ya era un progreso. El alumno de Mae era consciente de que debía tranquilizarse y aceptar la derrota sin excusas. Era un simple juego de cartas. Un juego de azar. No tenía motivos para dejarse afectar tanto por algo así.
¿Por qué le importaba tanto? ¿De dónde había surgido esa repentina obsesión por Latido de batalla? Era absurdo. Bueno, ésa era su opinión, al menos, no la mía. A mí este juego me encanta. ¿No os lo había dicho? He jugado bastantes partidas, y…
¡Ah, casi me olvido!
Después de esta amistosa aunque emocionante “batalla de entrenamiento”, los brazaletes de ambos invocadores pitaron casi al unísono. En la pantalla de Magnus había aparecido una nueva notificación, que decía lo siguiente: “Bonificación alcanzada: primera partida”. Dejad que os lo explique.
Registrarse como jugador oficial de Latido, mediante el brazalete de invocador, tenía sus ventajas. La primera y más básica era la opción de registrar su propia baraja, tal y como habían hecho Magnus y Fábula. Toda carta usada en combate quedaba enlazada de por vida a su propietario. Eso significaba que, por ejemplo, Magnus no podía regalar [Ruinas de Cielonegro] a su nueva amiga. Tampoco es que quisiera hacerlo, pero eso es otra historia.
La segunda gran ventaja de registrarse como jugador oficial de LDB era el sistema de bonificaciones. Alcanzando ciertos requisitos podían obtener mejoras para sus cartas, imprescindibles para progresar en su recién iniciada carrera como invocadores. La bonificación “primera partida”, que consiguieron ambos, así como la de “primera victoria”, que sólo obtuvo Fábula, les concedía la oportunidad de recibir una carta de nivel 2. Lo único que debían hacer para reclamar su premio era acudir a una sucursal de Latido y seleccionar cualquiera de sus cartas de nivel 1 registradas en el brazalete.
—¿Dónde está la sucursal más próxima? —preguntó Magnus tras leer la notificación.
—Fuera del Valle, eso seguro —respondió la princesa con resignación—. Pero no te preocupes, que seguro que no tardan en abrir una aquí mismo, en Hachania.
—Si tú lo dices…
Fábula desplazó su silla hasta quedar pegada a la de Magnus. La chica pelirroja se agarró a su brazo izquierdo de tal forma que le hizo sentir algo incómodo, pues no podía evitar notar el contorno de la princesa presionado contra su cuerpo.
—¿Quieres que te deje ganar una partida? —le dijo al oído—. Así puedes tener las mismas bonificaciones que yo.
—Voy a ganarte —contestó Magnus—, pero no porque me dejes hacerlo.
—¿Qué pasa? ¿Tanto le ha afectado a tu hombría el haber sido derrotado dos veces consecutivas por una delicada flor criada en cautividad?
—Es muy raro que hables de ti misma de esa forma, ¿sabes?
Fábula soltó una carcajada. Magnus, que procuraba evitar el contacto visual por pura timidez, podía notar su aliento en la oreja.
—Supongo que no hay nada normal en esta situación —susurró ella—. No todo el mundo puede presumir de tener dominado al mayor héroe de nuestra época…
—Es un simple juego —replicó Magnus, más cortante de lo que pretendía.
—Bueno, yo no estaba hablando de Latido…, salvo que te refieras al de mi corazón.
¡Vaya! ¡Se pone más interesante por momentos!
A todo esto: ¿no estaban olvidando algo importante?
5
Naídia comenzaba a ponerse nerviosa. Bueno, lo correcto sería decir que se estaba poniendo más nerviosa aún de lo que ya estaba, que no era poco. Apenas restaban un par de minutos para el inminente gran anuncio que cambiaría toda su vida…, y no había rastro del segundo implicado. ¿Dónde narices estaba Magnus? En realidad, nosotros sí que lo sabemos, ¿verdad? Dichoso juego de cartas…
El discurso de Máfrid ante las decenas de ilustres invitados estaba llegando a su conclusión. El rey dedicó una mirada de soslayo a su hija, quien se limitó a encogerse de hombros, tan impaciente como él. No sólo no había rastro de Magnus, sino que tampoco lo había de Fábula. Demasiada casualidad.
La reina Sanphia, consciente del problema en que estaban a punto de meterse, cogió el testigo de su marido justo antes de que éste llegase a la parte en que debía reclamar la presencia de Naídia y Magnus a su lado, para anunciar el compromiso pactado entre ambos, por sugerencia de los propios monarcas. Era el mejor colofón posible tras aquella semana de festividades. Había quien, con mayor o menor razón, cuestionaba la valía de Máfrid tras tantos años de sometimiento al demonio de Li Ad. Por contra, nadie dudaría de aquellos dos héroes, sus futuros líderes, a los que veneraban como semidioses. Centrar los focos en Naídia y Magnus era todo un acierto para la denostada institución monárquica.
Como iba diciendo, fue Sanphia quien ofreció una solución temporal para el inconveniente con que acababan de toparse. La reina improvisó un discurso ante toda aquella audiencia, con esa facilidad de palabra y ese sentido del humor que la caracterizaban. Sanphia brillaba con luz propia.
Mientras tanto, el secretario de la joven heredera, un anciano pulcro, recto y leal a la Corona desde tiempos del abuelo de Máfrid, aprovechó la distracción para aproximarse a Naídia sin levantar sospechas entre los invitados.
—Alteza, he logrado encontrarlos —dijo en voz baja—. Aunque… lamento informaros de que traigo malas noticias.
Naídia no sabía qué esperar. La chica de larga y oscura melena llenó sus pulmones de aire, que expulsó lentamente antes de pronunciarse.
—Estoy preparada para oírlas.
Fue ella misma quien sugirió buscar a su hermana y a su futuro prometido en los aposentos de la primera. La última vez que habló con Magnus, éste parecía interesado en conocer los fundamentos de Latido de batalla, y la propia Naídia le propuso preguntar a Fábula, quien también mostraba interés por el juego de cartas coleccionables procedente de Kreythar. ¿De verdad habían sido capaces de olvidarse del anuncio de compromiso por culpa de un juego? Ojalá eso hubiese sido todo. La pobre princesa no podía ni imaginar lo que estaba a punto de descubrir.
La incertidumbre es una situación desconcertante, ¿no os parece? Cuando la vives, te sume en la angustia. Sin embargo, que desaparezca no siempre es sinónimo de alivio. Éste era uno de esos casos.
—Alteza, no sé cómo deciros esto…
—Sin rodeos, Baldo, por favor. ¿Estaban jugando a las cartas?
—Bueno… —No le resultaba fácil expresarlo, era evidente—. Desconozco los pormenores de los juegos que están de moda entre la juventud de hoy en día, pero os aseguro que no vi, ni ahora ni nunca, carta alguna implicada en esta clase de juego.
—¿Qué? —Naídia se sentía confusa—. ¿Qué quieres decir?
—Alteza, vuestra educación puede considerarse la más completa de todo el reino. Poseéis más conocimientos generales que cualquier otra persona de vuestra edad. Eso incluye campos como la biología o la sexualidad.
—Baldo, me estás poniendo muy nerviosa.
—Me disculpo por mi torpeza en la elección de palabras, alteza. Lamento comunicaros que encontré a vuestra hermana y al señor Magnus compartiendo lecho. Y os aseguro que no estaban jugando a las cartas.
La princesa pasó por varios estados de ánimo en apenas unos segundos. Desde el desconcierto inicial hasta la indiferencia final, vivió instantes de tristeza, vergüenza e ira.
—¿Deseáis conocer más detalles? —preguntó Baldo, tratando de adelantarse a los pensamientos de la princesa heredera.
—No será necesario —sentenció ella de forma tajante—. Haced que vengan lo antes posible. Eso es todo.
—No tardarán mucho más, alteza. Intuyo que en estos momentos estarán dándose un baño.
Por la cabeza de Naídia cruzó la imagen, cierta o no, de Magnus y Fábula bañándose juntos. Para su propia sorpresa, no le afectó en lo más mínimo. Era como si, de pronto, hubiese logrado suprimir todas sus emociones.
El alumno de la afamada maestra Mae fue el primero en acudir al gran salón del castillo, apenas tres o cuatro minutos más tarde. Caminaba con paso acelerado, aunque procurando no llamar la atención. La reina Sanphia, atenta a la llegada del chico, se apresuró a poner fin a aquel discurso improvisado, pues era tarea de su marido, tal y como estaba previsto, pedir a los dos protagonistas del anuncio que lo acompañasen durante la revelación del mismo.
Naídia y Magnus se dirigieron de inmediato hacia el lugar donde aguardaban los monarcas, arropados por los aplausos de todos los invitados, incluyendo sus compañeros de viaje. Sólo había una persona en toda la sala que no parecía compartir tal exaltación. Esa persona era quien caminaba junto a Magnus.
—Naídia…
—Silencio —lo cortó ella con frialdad—. Limitaos a sonreír y asentir con la cabeza. ¿Creéis que seréis capaz?
Magnus sintió un escalofrío. Nunca había oído a la princesa emplear aquella forma de hablar tan formal y anticuada. Denotaba respeto, aunque también lejanía. No importaba su proximidad física, ni que sus brazos llegaran a rozarse, pues daban la impresión de estar separados por un océano. Más bien, era como si hubiese surgido entre ellos una barrera imposible de atravesar. Y con pinchos.
El héroe no había cometido infidelidad alguna, ya que su “relación amorosa” con Naídia se limitaba a una promesa de futuro, aún sin desarrollar. Su error, en todo caso, radicaba en el momento y la persona escogidos: el mismo día del anuncio y con la pequeña de las dos hermanas. No, aquello no tenía solución ni para los más optimistas. Magnus la había fastidiado pero bien. ¡Ja! ¡Y vosotros que os pensabais que la historia dejaba de ser interesante tras el combate contra Zargris!
—Ha llegado el momento que estabais esperando —dijo el rey, a quien le costaba contener la emoción—. El gran anuncio que prometimos revelar durante esta velada, y por el que muchos habéis hecho el esfuerzo de aguantar hasta el final. —Máfrid extendió su brazo izquierdo hacia Naídia y Magnus—. Os estaréis preguntando por qué les he pedido que se unan a mí en el momento del anuncio…
La princesa sorprendió a su padre saltándose el protocolo e interrumpiendo el final del discurso.
—¿Me permites que sea yo quien lo diga? —le pidió con un tono neutro e impredecible.
—¡Claro! —respondió su padre, más alegre—. Todo tuyo, cariño.
El rey se hizo a un lado, mostrando una amplia sonrisa, que no tardaría en desaparecer si llegara a enterarse de lo ocurrido minutos atrás en los aposentos de Fábula. Caso distinto era el de Sanphia, cuyos ojos verdes mostraban cierta suspicacia, que fue capaz de camuflar tras una sonrisa no tan auténtica como la de su marido. La reina supo que algo iba mal desde que Magnus regresó al gran salón del castillo. Pocos habrían sido capaces de detectar esa tensión creciente entre los supuestos futuros prometidos. De haber otra persona que se hubiese dado cuenta, sin duda sería la kreytor Ethina, cuya capacidad de observación y deducción estaba muy por encima de la media.
—Ya lo dije durante la entrega de los soles diamantados —comenzó la princesa—, pero quiero reiterar mi agradecimiento a todos los valleses y vallesas por su capacidad de aguante durante estos últimos diecinueve años. En especial, a los héroes que pusieron fin a la tiranía del demonio de Li Ad. —Los invitados aplaudieron una vez más a los cinco artífices de dicha gesta—. Como ya todos sabéis a estas alturas, fue Magnus, aquí presente, quien se enfrentó en combate singular contra Zargris, al que logró expulsar de nuestras vidas para siempre. —Esta vez, a los aplausos se sumaron vítores—. Tal hazaña es merecedora de que su nombre quede ligado por siempre a la historia de nuestro amado Valle. Y es por eso que… —Naídia hizo un gesto a Magnus para que se uniera a ella. El chico se limitó a obedecer, tan tenso como intrigado—. Es por eso que hemos decidido nombrar a Magnus nuevo gobernador de Cielonegro, la misma ciudad que ayudó a reconquistar, y que, desde ahora, se encargará de reconstruir y proteger como símbolo de nuestra victoria, así como del espíritu inquebrantable de los habitantes actuales del Valle, de nuestros antepasados, y de todos los que están por venir. ¡Alcemos nuestras copas y brindemos por Magnus, señor de Cielonegro!
—¡Por Magnus, señor de Cielonegro! —repitieron todos al unísono.
Los reyes se unieron al jolgorio, pese al comprensible desconcierto que les invadió tras escuchar las inesperadas palabras de Naídia. Bastó con una fugaz mirada de la princesa para que ambos se convencieran de que tenía sus motivos para haber actuado así, de forma improvisada. Tras esa máscara de simpatía e inocente belleza, refulgía un aura tan ardiente que podía convertir en cenizas al primero que osase verter la gota que desbordase el vaso de su ira contenida. Sus padres desconocían las razones que alimentaban la hoguera de dicho sentimiento…, y, por el momento, preferían seguir en la ignorancia, por miedo a terminar carbonizados.
El nombramiento de Magnus como gobernador de Cielonegro era un regalo envenenado. Reconstruir aquellas viejas ruinas podía llevarle varias vidas, sin importar el número de trabajadores proporcionados por Hachania. La intención de Naídia, sin duda, era mantenerlo ocupado. Alejado, incluso. Lo había nombrado gobernador de una ciudad ingobernable. Un cargo, no lo olvidemos, supeditado a la Corona. La princesa le estaba dejando claro quién mandaba allí. Fábula lo sometió en Latido de batalla, y Naídia lo hizo en el mundo real. Puede que Magnus hubiese vencido a todo un poderosísimo demonio en combate, pero no fue capaz de sobreponerse a la voluntad de aquellas dos jóvenes mujeres humanas.
¡Larga vida a las princesas del Valle!
6
Vamos a dar un salto de cuatro semanas en la narración, hasta la llegada del verano a las verdosas tierras del Valle. La reconstrucción de Cielonegro se hallaba aún en fase temprana, pues el anuncio de la princesa Naídia llegó antes de toda planificación. Normal, si tenemos en cuenta que fue improvisado. Los reyes no estaban convencidos de la necesidad de dichas obras, ya que requerían de un desembolso económico sin precedentes. Sin embargo, la mayor de sus dos hijas logró convencerlos con una idea de lo más inteligente, y que, por extraño que parezca, a nadie más se le había ocurrido: convertir las ruinas de Cielonegro en un lugar turístico. Mantendrían el antiguo cuartel general de Zargris, junto con otro buen puñado de lugares emblemáticos, tanto de la época actual como de la supuesta era de los dragones, y levantarían una pequeña ciudad a su alrededor.
El encargado de tales obras, siempre bajo el beneplácito de la Corona, era el héroe Magnus, recién nombrado gobernador de Cielonegro. Sobre sus hombros recaía la construcción de la nueva urbe, que traería consigo la creación de numerosos puestos de trabajo, además de multiplicar el turismo nacional y foráneo. Una responsabilidad nada desdeñable.
Lo que pocos sabían, aunque no pretendía ser ningún secreto, era que Magnus respondía directamente ante Naídia. Ella tenía la última palabra en todos los asuntos relacionados con Cielonegro, sin necesidad de consultar a sus padres. Máfrid y Sanphia consideraron aquella tarea como una oportunidad única para que la futura reina ganase experiencia de liderazgo.
Naídia tenía sus propios motivos personales. Aunque su primera intención fue alejarse de Magnus, no tardó en cambiar de parecer. Quería asegurarse de que el joven gobernador comprendiese el error que había cometido. Quería que se arrepintiese durante toda la vida de su mala decisión. Quería que, cada vez que tuviese que hablar con ella, la mirase desde abajo, y no desde el mismo nivel. La princesa siempre estaría por encima del héroe. No era un sentimiento de venganza, sino de justicia. Un golpe de realidad. Así lo veía ella.
En cuanto a Fábula… Naídia también tenía planes para su hermana, no creáis que se fue de rositas. Más adelante hablaremos sobre ella.
Por ahora vamos a centrarnos en Magnus, aunque sin salir de la capital del Valle. Las residencias para trabajadores de Cielonegro estaban lejos de completarse, por lo que el pupilo de Mae debía permanecer en Hachania durante, al menos, unos cuantos meses más. No sería tiempo perdido, ya que lo emplearía en asegurarse de planificar hasta el más mínimo detalle de la reconstrucción. El papeleo y las reuniones se habían convertido en su pan de cada día.
Durante los primeros días, tras su ya mítica batalla contra Zargris, a Magnus le resultaba imposible pasear tranquilo por las calles de Hachania. No podía recorrer diez metros sin ser abordado por admiradores interesados en obtener un autógrafo, hacerse una foto o, simplemente, intercambiar un par de palabras con el gran guerrero de Yao Ren. Magnus lo aceptó con resignación; nadie podría acusarlo de no esforzarse en atender todas y cada una de esas peticiones.
Sin embargo, ahora que la situación empezaba a cambiar, Magnus se sentía aliviado. Apenas habían transcurrido cuatro semanas desde la derrota de Zargris, pero ya se podían contar con los dedos de una mano los ciudadanos que mostraban interés por aquel héroe que paseaba por sus mismas calles. Se habían acostumbrado a él tanto como al bello castillo de la realeza. Una vista espectacular, sin duda, pero que perdía parte de su encanto al mostrarse ante ellos cada vez que abrían las puertas y ventanas de sus casas. Estoy hablando del castillo, no de Magnus. Por si acaso.
El gobernador de Cielonegro, al que admiraban como un semidiós, se convirtió de la noche a la mañana en un ser humano. Lo que siempre había sido, claro está. Y lo que él quería seguir siendo, si se lo permitían. Elaff no se equivocaba en sus predicciones: “Los tiempos de paz nos hacen olvidar las penurias de la guerra”.
Pero no todo el mundo opinaba igual. Que la buena gente de Hachania hubiese aceptado a Magnus como uno más de los suyos, era tan comprensible como que quienes sólo lo conocían de oídas, en la narración de sus aventuras, conservasen esa imagen inicial de “héroe de leyendas”. Para ellos, por decirlo de alguna manera, era una especie de superhéroe al que podían conocer en persona. Y eso no se consigue todos los días.
He avanzado la narración hasta este punto concreto, el inicio del verano en Hachania, porque fueron el momento y lugar precisos en que se produjo el nuevo encuentro casual, o no tanto, que cambió la vida de Magnus. ¡Preparaos para dar la bienvenida a Zezéi!
Sus miradas se cruzaron en el parque del Séptimo Rey. Magnus, que iba a lo suyo, la sorprendió examinándolo de arriba abajo con minuciosidad, sin ningún esfuerzo por disimularlo. Llevaba la palabra “turista” tatuada en la frente; de forma metafórica, se entiende. Parecía entre asombrada y emocionada.
No era la primera vez que Magnus veía una vulra, pues el Valle había recibido numerosas visitas, de ésta y otras razas, en las últimas cuatro semanas, tras la apertura de sus fronteras. Sí era, por contra, la primera vulra que se le quedaba mirando con semejante atención desmedida, como si estuviese contemplando una pintura en un museo. Quizá creyese que Magnus no podía verla; o quizá no le importaba, sin más. En cualquier caso, era una situación incómoda para el chico, dado que aquella vulra se hallaba justo en el extremo del parque por el que debía cruzar para llegar a su destino. Magnus se planteó la opción de dar un rodeo, aunque sus posibilidades de evitar aquel encuentro se esfumaron tan pronto como la joven vulra comenzó a correr hacia él.
Vale, paremos un momento. Es muy probable que todos los que estéis leyendo estas líneas hayáis visto alguna vulra con anterioridad (me apostaría un brazo a ello), pero creo que no está de más añadir una rápida descripción, por si acaso.
Zezéi, al igual que todas las demás vulras, poseía un físico similar al de una chica humana, a excepción de sus orejas vulpinas y su fina y mullida cola. Ambas, tanto sus orejas como su cola, compartían el mismo tono anaranjado de su media melena, prolongada mediante pequeñas extensiones multicolor. Desde luego, no pasaba desapercibida entre los habitantes de Hachania. Pese a hallarse cerca de alcanzar la veintena, Zezéi no aparentaba más de dieciséis o diecisiete años, otro rasgo común entre las vulras, oriundas de la isla de Ine-Isu, en la región este del Mar Angular. No era en absoluto una nación cercana, por lo que el viaje hasta el Valle podía haberle llevado más de cuatro días, de los cuales no menos de dos o tres serían en barco. Era extraño, pues las vulras nunca antes mostraron interés alguno por el Valle y sus gentes. Quienquiera que hubiese sido el responsable de informar a las habitantes de Ine-Isu sobre las fechorías de Zargris y la posterior liberación del Valle, lo hizo de tal manera que despertó la curiosidad de, como mínimo, algunas de las isleñas. O tal vez se sentían atraídas por la idea de visitar un lugar que estuvo cerrado a forasteros durante diecinueve años. Ya sabéis que basta con prohibir hacer algo para que muchos sientan aumentadas sus ganas de hacerlo.
Pero no apartemos el foco de Zezéi, la estrella del momento. Aunque, bueno, lo correcto sería decir que eran dos estrellas, o una estrella acompañada de una estrellita… ¿Que por qué? ¡Paciencia, que todavía no os lo he contado todo!
Zezéi, vestida con una sencilla camiseta y una falda con tirantes (o como sea que aparezca en la portada definitiva de esta novela), sostenía en brazos lo que parecía una versión en miniatura de sí misma, aunque con el pelo mucho más corto y sin extensiones. Era su sobrina, Susu, de tan solo año y medio de edad. La bebé vulra, sin saberlo, ostentaba el récord de ser la más joven de su especie en poner un pie en la nación del Valle. Hurra por ella.
Una vez hechas las presentaciones, podemos seguir donde lo dejamos, con Zezéi corriendo al encuentro de Magnus en el parque del Séptimo Rey. El chico la recibió con paciencia, dispuesto a satisfacer su petición, ya fuese una firma, una foto, un breve interrogatorio, o todo al mismo tiempo. Ya estaba acostumbrado.
Por suerte o desgracia para nuestro querido héroe, ésta no era una admiradora normal y corriente.
—¡¿Eres Marcus?!
Mal comienzo. El chico supuso que se había equivocado de nombre, no de persona.
—Soy Magnus, si te vale —respondió con media sonrisa.
La vulra se quedó en silencio, dubitativa. Ahora era ella quien no sabía si se había equivocado de nombre o de persona.
—¿Recuerdas haber matado a algún demonio el mes pasado?
—Sí, algo me suena. —Magnus no pudo evitar contestar con sarcasmo—. ¿Zampagrís, era?
—¡Eso, eso! —asintió la vulra, desbordante de energía—. ¡La leyenda de Marcus y el demonio Zampagrís!
La bebé frunció el ceño. Todo eso de “Marcus” y “Zampagrís” le sonaba mal hasta a ella.
—Prefiero que me llames “Magnus”, si no te importa —dijo el chico, tratando de encauzar la conversación.
—¡Perdón! —La vulra se inclinó ligeramente en forma de reverencia—. Yo soy Zezéi. Tengo diecinueve años —dijo como si estuviese leyendo—, vivo en la foresta de la Luna, en la isla de Ine-Isu. Soy la cuarta de seis hermanas, me gusta mucho dar paseos y mi comida favorita es la fruta.
Zezéi asintió ante su propia presentación, satisfecha por no haberse dejado nada de lo que tenía preparado.
—Encantado de conocerte, Zezéi. Yo soy Magnus, el nuevo gobernador de Cielonegro, aunque por ahora vivo aquí, en Hachania. Tengo veintiún años, soy hijo único, me gusta entrenar y mi comida favorita son las verduras.
Magnus confiaba en que aquella chica lo interpretase como lo que era: una broma, no como si se estuviese riendo de ella. Lo cierto es que la vulra era tan inocente que ni se lo planteó.
La bebé tiró de la camiseta de su tía, como si pretendiese captar su atención.
—¡Ah, sí! —exclamó Zezéi—. Ésta es Susu, mi sobrinita más pequeñita. Su mamá no ha podido venir, pero me ha dejado traerla conmigo. ¡Dile “hola”, Susu!
Magnus saludó a la bebé con la mano. Susu no respondió, más que nada porque probablemente no hubiese aprendido a hablar todavía. Sin embargo, por su mirada, daba la impresión de estar entendiendo lo que decían aquellos dos adultos.
—Bueno, ha sido un placer conoceros —dijo Magnus, dispuesto a reemprender la marcha—. Espero que disfrutéis de vuestro viaje.
—¡Gracias!
El héroe abandonó el parque tras dar aquella breve conversación por terminada. No es que estuviese deseando quitarse a la vulra de encima, ya que daba la impresión de ser una chica interesante y divertida, pero lo cierto es que, en ese instante, no había nada que le importase más que llegar a su restaurante favorito y comer en paz.
Magnus ocupó una de las mesas libres de la terraza exterior, aprovechando el buen clima de los primeros días de verano. Pidió un quiche de espinacas con nata vegetal y una ensalada de calabacín, además de una botella de agua fría, y se sentó a esperar.
Fue entonces cuando la vio.
Entre toda la gente que recorría aquella calle, o que entraba y salía de los diferentes edificios, había una figura que destacaba tanto como una flor en medio de una pared de cemento. No eran pocos los que se giraban al pasar junto a ella, asombrados por el color anaranjado de su pelo, cola y orejas. Los valleses no estaban acostumbrados a la presencia de las vulras.
Zezéi había seguido a Magnus hasta el restaurante. La viajera procedente de Ine-Isu tenía su mirada clavada en el gobernador de Cielonegro, tal y como ya había ocurrido en el parque del Séptimo Rey. Susu, sentada en sus brazos, parecía más interesada en morderse la mano.
Magnus trató de disimular. Quizá, si la ignoraba el tiempo suficiente, la vulra se cansaría y se marcharía. Una posibilidad que no tardó en perder fuerza. Cada vez que Magnus miraba de reojo a las dos vulras, éstas se hallaban más cerca de su mesa. Era una situación casi cómica, similar al famoso juego en el que uno cuenta de espaldas mientras los demás se aproximan, pero deben detenerse cuando el que cuenta se gira hacia ellos, o, de lo contrario, quedan eliminados. Seguro que os suena.
Para cuando el camarero trajo la comida, Zezéi estaba ya a menos de cuatro metros de distancia de la mesa. En serio, no exagero. Magnus apenas podía concentrarse en sus platos, al sentirse observado tan de cerca.
—Puedes sentarte a comer conmigo, si quieres —dijo para romper la tensión del momento.
—No quiero molestar —respondió ella sin apartar la mirada.
—Es un poco tarde para eso —murmuró—. Venga, no seas tímida.
Magnus señaló la silla libre que tenía enfrente. Zezéi se apresuró a ocuparla, temiendo que, si no se daba prisa, pudiese cambiar de idea.
—He venido al Valle para conocer a los cinco héroes que derrotaron a Zampagrís —dijo la vulra nada más sentarse—. ¡No me puedo creer que te haya encontrado en sólo tres días!
—Espero que no te lleves una desilusión.
—¿Por qué?
—La realidad no suele ser tan interesante como cuentan las historias.
Por la forma con que lo miraba, con aquellos ojos dorados tan cautivadores, Zezéi daba a entender que no opinaba igual.
—¿Puedo preguntarte una cosa? —dijo ella.
—Claro.
—¿Por qué te has pedido dos platos diferentes, si estabas comiendo solo?
Desde luego, no era ninguna de las preguntas que esperaba o a las que estaba acostumbrado a recibir.
—Es algo normal —explicó con paciencia—. Si me pido un único plato me quedo con hambre. Y es mejor comer variado que mucha cantidad de una misma cosa.
Zezéi asintió con la cabeza, aunque no parecía muy convencida.
—Qué raros sois los humanos…
Magnus prefirió morderse la lengua ante semejante conclusión, pues no era más que una diferencia cultural que debía respetar. Saltaba a la vista que las vulras, al menos aquellas dos, no necesitaban comer mucho para subsistir.
—Si tenéis hambre —dijo Magnus—, podéis pedir lo que queráis. Yo invito.
—¿De verdad? —Zezéi, emocionada, se pasó la mano por la cara para enjugarse las lágrimas de felicidad—. ¡Muchas gracias! ¡Nunca nadie se había preocupado tanto por mí como lo hacéis el señor Maquión y tú!
—Venga, no es para tanto… —Magnus, algo avergonzado, se apresuró a cambiar de tema—. ¿Quién es el señor Maquión?
Susu, que parecía distraída hasta entones, clavó sus pequeños ojos dorados en Magnus. El chico sintió un escalofrío.
—¡Mi casero! —exclamó Zezéi, ajena a ese extraño momento de tensión—. ¿No lo conoces?
—No, creo que no —respondió Magnus—. Hay mucha gente viviendo en Hachania, no puedo conocerlos a todos.
—¡Pues deberías! Es un hombre muy bueno y cariñoso. Como tengo poco dinero, me deja quedarme gratis en su casa. Además, me explica las costumbres de los humanos, porque hay muchas cosas que no entiendo.
Magnus pensó en preguntarle si todavía no le había explicado nada sobre lo maleducado que resultaba quedarse mirando a otras personas por la calle, pero prefirió guardárselo.
—Eso es estupendo —dijo el héroe—. Ojalá todo el mundo fuese tan amable como ese señor Maquión.
—¡O como tú! —añadió Zezéi.
—Yo no puedo competir contra ese nivel de amabilidad. Ni siquiera tengo una casa propia que compartir.
La expresión de la vulra cambió de repente. Más que sorprendida, parecía entristecida.
—¿No tienes casa?
—Ah, pero no te preocupes —se apresuró a explicar el chico—. Vivo de alquiler hasta que pueda ir a Cielonegro.
De nuevo, Zezéi parecía poco convencida ante aquella explicación.
—Puedo pedirle al señor Maquión que te deje vivir con nosotros. Aunque te advierto que sólo tenemos una cama.
—En serio, no te preocupes —insistió Magnus, antes de que su expresión también adquiriese rasgos de confusión—. Espera, ¿has dicho que sólo tenéis una cama?
—Sí —respondió como si fuera lo más normal del mundo—. No es muy cómoda ni muy grande, pero es mejor que dormir en el suelo. No puedo quejarme. —Zezéi se encogió de hombros—. Lo único malo es que el señor Maquión ronca un poco, a veces.
A Magnus no le parecía que los ronquidos fuesen lo peor de tener que compartir una cama con un casi desconocido. La mirada de Susu parecía indicar lo mismo. O quizá Magnus se estuviese imaginando cosas, pues, al fin y al cabo, no era más que una bebé ingenua.
—¿Y qué pasa con tu sobrina? —preguntó más por preocupación que por interés—. ¿Duerme con vosotros?
—¡No, no! El señor Maquión ha comprado una cuna para Susu. Y también nos ha comprado ropa.
—Vaya con el señor Maquión… Qué tipo tan generoso. —Por algún motivo, Magnus no podía evitar sentir desconfianza—. ¿Cuánto tiempo dices que lleváis viviendo con él?
—Tres días —respondió la isleña—. Desde que llegamos a Hachania. ¡Fue una suerte que nos encontrásemos con él!
Magnus prefirió no inmiscuirse más en los pormenores de la convivencia entre Zezéi y su casero. La vulra sabía cuidarse sola. O eso quería creer.
Cuando el camarero acudió a la mesa, convencido ya de que aquella joven no estaba allí únicamente para pedir un autógrafo, Zezéi le encargó un plato de arándanos y dos vasos de zumo de naranja. A Magnus se le antojaba escaso, pero Susu parecía conforme, así que lo aceptó sin más. ¿Cuándo había aprendido a interpretar los pensamientos de aquella bebé? El propio Magnus se sorprendió ante este hecho.
Las dos chicas devoraron los arándanos mientras Magnus les relataba, por petición de Zezéi, su versión de la batalla contra Zampagrís, un nombre que decidió mantener de forma cómica.
Antes de llegar al momento de la despedida con las dos vulras, a Magnus aún le aguardaba una última y grata sorpresa. El chico no había reparado en cierto complemento de la indumentaria de la isleña.
—Oye, eso que tienes ahí…
—¿Esto? —Zezéi se miró la muñeca izquierda—. Es un brazalete de Batido de papaya.
Magnus estaba tan embelesado que ni siquiera dio importancia al absurdo nombre con que la vulra conocía LDB.
—Sí, sí, sé lo que es —dijo él, sin apartar la vista del brazalete—. Pero… ¿tienes cartas para jugar?
—¡Sí! El señor Maquión me ha regalado una baraja.
Zezéi siguió hablando, pero Magnus ya no escuchaba.
La mecha volvía a estar prendida.
– CONTINÚA EN LATIDO DE BATALLA: FUERZA EN LA PAZ –
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