Hoy escribo sobre visitas
Hoy escribo sobre visitas
Fecha de publicación: 8 de abril de 2024
Autor: Chris Herraiz
Categoría: Hoy escribo
Etiquetas:
Fecha de publicación: 8 de abril de 2024
Autor: Chris Herraiz
Categoría: Hoy escribo
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Una de las situaciones más incómodas de la vida de un escritor, aunque tal vez se podría generalizar a todo aquel que trabaje desde casa, es recibir visitas. En especial, si hablamos de visitas largas.

Mi horario es bastante estricto. Procuro cumplirlo a rajatabla, con un margen de error de pocos minutos, para evitar trabajar más o menos de la cuenta; dos situaciones igual de perjudiciales a largo plazo. Cuando no me es posible mantenerlo, ya sea porque he tenido que ir al médico, a cortarme el pelo, o cualquier otra situación del día a día, trato de compensarlo en las horas siguientes (o anteriores, si no es un imprevisto), gracias a esa supuesta libertad total de la que dispongo.

En el caso de las visitas, la libertad juega en mi contra. Muy pocos son capaces de aceptar que las horas trabajadas desde casa son tan importantes como las empleadas en una oficina. A nadie se le ocurriría pedirme que no vaya a trabajar, por ejemplo, a un bar toda una tarde porque quieran pasar un rato conmigo. En cambio, muchos dan por hecho que aplazaré el trabajo de casa para darles prioridad absoluta a ellos. Lo cual, en algunos casos, es comprensible. Si me visita un amigo o familiar al que no veo de forma habitual, es lógico sacrificar tiempo que, en otras condiciones, dedicaría a distintas actividades. Y se hace con gusto, claro. Pero es igual de lógico que este «tiempo sacrificado» sea de ocio, no de trabajo. Las visitas tienen que comprender que no puedo dedicarles todo el día (como norma general, al menos), y que mi trabajo no es una actividad opcional. Puedo repartirlo como quiera a lo largo del día, e incluso saltarme alguna hora puntual, pero jamás olvidarme de ello para complacer a otras personas. Ni siquiera para complacerme a mí mismo. No mientras viva en la cuerda floja.

Para que no haya dudas, quiero dejar claro que, después de tanto tiempo escribiendo, ahora que han visto que esto va en serio, son mayoría quienes muestran respeto por mi trabajo y mis horarios. Pero sucede algo curioso con toda esta gente. Aunque se muestren comprensivos, nunca nace de ellos. Nadie, jamás de los jamases, me ha preguntado si estaba libre a tal o cual hora. Nunca se les ocurre pensar que puedo no estar disponible para un plan por cuestiones laborales. Y esto me pone en una situación incómoda. Soy yo quien debo rechazar algunas invitaciones, y hacerles entender, una y otra vez, que sus vacaciones son solo suyas. Pese a que, como ya digo, puedan mostrarse comprensivos al escuchar mis explicaciones, el hecho de que me obliguen a darlas hace que me sienta mal. ¿Qué persona elige trabajar en vez de estar con sus amigos? Si trabajo dos horas menos al día, ¿quién me va a regañar? ¿Acaso me voy a despedir a mí mismo? Pensamientos peligrosos que solo sirven para dar más trabajo y ansiedad al Chris del futuro.

La mayoría lo entienden, por supuesto. Comprenden que la responsabilidad no es una elección, sino una obligación. Pero luego lo vuelven a olvidar. Es una constante, por ejemplo, en mi pueblo de verano. Allí todos están de vacaciones, de fin de semana… Si no fuese más que un par de días, tendría sentido reducir las horas de trabajo al mínimo, o incluso «perdonarlas» (lo dudo). Pero he llegado a estar allí dos meses seguidos. Tengo que trabajar. Tengo que trabajar todos los días. Solo necesito organizarme bien para disponer tiempo tanto para ocio como para obligaciones. Y eso es lo que hago. A modo de pequeño sacrificio, adapto mi horario laboral conforme a las intenciones de los demás. No estaría mal que, por una vez, fuesen esos visitantes quienes hicieran el esfuerzo de adaptarse a mí.

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