Los escritores contamos con un amplio arsenal a nuestro servicio. La forma en que lo usemos es lo que define lo que llamamos «estilo del autor». Porque escribir, lo que es escribir, puede hacerlo cualquier persona que haya recibido una educación básica. Es la práctica la que te enseña a manipular ese arsenal, del mismo modo que un dibujante puede pasar, con un mismo lapicero, de dibujar figuras simples a composiciones complejísimas. Trabajos cuya autoría, si estamos habituados a su forma de crear, podríamos llegar a identificar a simple vista. Y no porque sus armas sean diferentes a las de otros dibujantes, sino porque su forma de usarlas es única.
Eso mismo, como es lógico, sucede en la escritura.
El estilo personal de un autor no se fundamenta en una única característica. Ni siquiera, necesariamente, en dos o tres. Si preguntáis a cualquier aficionado al cine por las características que comparten todas las películas de Quentin Tarantino, es probable que mencione la violencia explícita, la crudeza, la importancia de las conversaciones, el uso de la música… Y no se equivocaría, claro; pero se estaría quedando corto. Porque esa lista podría ampliarse, no solo con aspectos tan evidentes como los listados, sino con otros mucho más sutiles. Detalles que, tal vez, ni el propio Tarantino supiera señalar, pues van en su naturaleza. Para él, es «lo normal». Es una característica de sí mismo antes que de sus películas.
Para que se nos atribuya una de esas características definitorias, no es necesario que la manejemos mejor que el resto, sino, simplemente, que exista en nuestra obra. O todo lo contrario: su completa ausencia. Podría, incluso, tratarse de un elemento redundante o incorrecto desde el más puro enfoque gramatical. Una muletilla involuntaria. O un error convertido en acierto mediante la insistencia, como el famoso «samanté» del pódcast Nadie sabe nada, que no es, o no era, más que una pronunciación incorrecta de «namasté».
Si alguien se decidiera a analizar en profundidad mi obra, podría elaborar una lista de elementos que me definen. Con la mayoría, si el análisis es correcto, me mostraría de acuerdo. Es probable que tanto esa persona como yo aportásemos datos que el otro ha pasado por alto, quizá por ser más sutiles, o quizá por ser tan evidentes que ni siquiera nos lo habíamos planteado. Al fin y al cabo, no hay mejor lugar para esconder un árbol que un bosque. Y, la verdad, me encantaría saber si uno de los elementos de esa lista imaginaria es el uso de las comas. Algo tan simple, pero que, al mismo tiempo, define a todos los autores, y que algunos manipulamos a voluntad para tratar de influir directamente en el lector.
Donde más noto mi mejoría como escritor con el paso de los años es en el uso de las comas. Lo cual no significa que antes cometiese errores que he aprendido a evitar con el tiempo (aunque también), sino que he logrado plasmar de forma más exacta, más fiel, las ideas de mi cabeza. No me expresaba mal, pero, desde luego, ahora me expreso mucho mejor. He conseguido que no solo leáis lo que escribo, sino que leáis lo que escribo de la forma en que quiero que lo leáis. Lo intento, al menos, pues ninguno de mis textos tiene sentido sin vuestra colaboración.
Las comas no deben ir donde te hayan explicado en clase de lengua y literatura, sino donde tu cabeza marque la pausa. Para ello, por supuesto, hay que escribir y leer despacio. Porque si aceleras desaparecen las comas. Pero ¿qué necesidad hay de correr? Tranquilidad. Porque, si vuelves a la calma, las comas reaparecen. Saborea cada frase, cada palabra. Todo está ahí por un motivo. Imagina lo absurdo que sería recorrer el pasillo de un museo sin detenerte ni un segundo. ¿Puedes hacerlo? Sí. ¿Puedes ver todos los cuadros? Sí. Pero la experiencia no sería la misma. Eres libre de vivirlo como quieras, pero no lo estás haciendo bien.
Mediante el uso personal de la coma, los escritores no solo os estamos mostrando un texto, sino que os lo estamos leyendo. Es el tempo de nuestra melodía narrativa. Gracias a las comas, no solo me convierto en el compositor de la obra, sino también en el director de orquesta. Así que sentaos en vuestras butacas y dejaos llevar.
0 comentarios