Hoy escribo sobre la mayor de las musas
Hoy escribo sobre la mayor de las musas
Fecha de publicación: 19 de abril de 2023
Autor: Chris H.
Categoría: Hoy escribo
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Fecha de publicación: 19 de abril de 2023
Autor: Chris H.
Categoría: Hoy escribo
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La humanidad, en su infinita ignorancia, y en su no menor obsesión por combatirla de cualquier modo, siempre ha esgrimido el arma de la religión para tratar de dar forma al mundo. «Con un poco de azúcar, esa píldora que os dan pasará mejor», decía Mary Poppins. Lo que no tuvo en cuenta la señora Poppins, era el daño que podría estar haciendo a los pobres niños durante su burdo maquillaje de la realidad. Eso, por supuesto, a los niños no les importaba. Ellos querían aferrarse a cualquier excusa para dejar de ser ellos mismos, y, en su lugar, aunque solo fuese por unos instantes, sentir algo aproximado a la felicidad.

Si a los niños les preocupaba poco el exceso innecesario de azúcar, imaginaos a nosotros. El suyo, digo. Y menos aún cuando estamos navegando por los mares de la ficción. Para nosotros, simples espectadores, aquello fue un momento de gozo. Esa canción, sin alcanzar la fama del supercalifragilisticoespialidoso (que he escrito de memoria, lo cual ya dice mucho de por sí), se nos quedaría en la cabeza durante el resto de nuestras vidas. Al menos, mientras el cerebro se empeñe en conservar los recuerdos. Toco madera.

En la mitología griega, y ahora sí que voy a tirar de Wikipedia, las musas eran consideradas las divinidades inspiradoras de las artes. Son hijas de Zeus y de Mnemósine, compañeras del séquito de Apolo, dios olímpico de la música y patrón de las bellas artes, quien tuvo romances con cada una de ellas, dejando descendientes. Hoy en día, lo consideraríamos una secta, y ese tal Apolo estaría entre rejas (o al frente de una gran religión, lo que llegase primero).

Nueve eran las musas oficiales. Es decir, las que recibieron el diploma y aparecían en la orla. A saber:
-Calíope, musa de la elocuencia, belleza y poesía épica o heroica (canción narrativa).
-Clío, musa de la historia (epopeya).
-Erató, musa de la poesía lírica-amorosa (canción amatoria).
-Euterpe, musa de la música.
-Melpómene, musa de la tragedia.
-Polimnia, musa de los cantos sagrados y la poesía sacra (himnos).
-Talía, musa de la comedia y de la poesía bucólica.
-Terpsícore, musa de la danza y poesía coral.
-Urania, musa de la astronomía, poesía didáctica y las ciencias exactas.

Hasta que llegó el cristianismo y prohibió su culto pagano. Esta religión siempre ha sido muy dada a prohibir pensar, ser creativo…, o, bueno, prácticamente cualquier cosa que cuestione su monotonía.

Las religiones, sobre todo las antiguas, han dado color a la humanidad. Son el azúcar en nuestra píldora. Sin su recuerdo, el mundo sería un lugar mucho más aburrido. Mary Poppins lo sabía. Puede que los niños tuviesen que sufrir un poquito por culpa de sus errores, pero yo me alegro de haber podido disfrutar de su película y de sus canciones cuando era pequeño. Luego me hice mayor y me di cuenta de que no necesitaba la cucharada de azúcar, prefiero cuidarme, pero eso no emborrona los recuerdos musicales y lo mucho que, dentro de su contexto temporal, aportó al cine.

Y es por eso que tampoco rechazo el uso de las referencias a la mitología griega cuando hablamos de musas, sin otro objetivo que el de embellecer términos como «inspiración» o «creatividad», que, al fin y al cabo, solo son reacciones químicas de nuestro cerebro. Pero ¿quién quiere oír eso? Los científicos, claro. No yo, que soy escritor de ficción y, por extensión, a veces también de fantasía.

Cualquier escritor podrá comprobar, haciendo análisis de sí mismo, que las musas no nos visitan en momentos aleatorios. Es decir, sí que es cierto que se nos pueden ocurrir todo tipo de ideas en situaciones diversas, pero siempre hay momentos más proclives a ello. ¿Dije «cualquier escritor»? Quería decir «absolutamente cualquier persona». Para la mayoría, me aventuro, ese momento llega en la ducha, bajo el agradable chorro de agua caliente, o en la cama, justo antes de dejarnos llevar por el sueño. Nos ponemos filosóficos y melancólicos cuando nuestro cerebro nos obliga a ello. Cuando alcanza un estado concreto. Cuando no tenemos la cabeza llena de toda clase de pensamientos. A mí me sucede cuando salgo a correr. La ausencia de otras distracciones y la forma en que funciona el cerebro al hacer ejercicio disparan mi creatividad. He diseñado novelas enteras durante mis carreras. Desde fuera, puede dar la impresión de que estoy corriendo solo. Si quienes se cruzan conmigo pudieran entrar en mi mente, verían que siempre me acompaña alguna musa. Ojalá se ocupase ella de tomar apuntes.

¿Es, entonces, el ejercicio mi mayor musa? ¡Error!

Por experiencia personal, que es, básicamente, el motivo de que esté escribiendo esta entrada, hay un contexto psicológico que invita a escribir, ya no solo por entretenimiento, sino como medida terapéutica. Estoy hablando de la depresión. La tristeza. La rabia. El dolor. Por algún motivo, estas situaciones disparan la necesidad imperiosa de escribir. Es nuestra forma de desahogarnos. Y ni siquiera hace falta que escribamos sobre lo que nos ha pasado; pero os aseguro que el texto va a reflejar, de una manera u otra, todos nuestros sentimientos. Le va a dar mayor profundidad. Se nota. Se nota mucho. Las obras que más nos impactan son las que muestran letras emborronadas por las lágrimas.

En mi idea original, la que tenía preconcebida antes de iniciar esta entrada, era aquí donde debía terminar. Sin embargo, al informarme sobre las musas, he descubierto algo que me ha sorprendido. He redescubierto, mejor dicho, que, en materia filosófica, los griegos ya lo habían inventado todo. En definitiva: he conocido a Melpómene.

«En la mitología griega, Melpómene (en griego Μελπομένη «La melodiosa») es una de las dos musas del teatro. Inicialmente era la musa del canto de la armonía musical, pero pasó a ser la musa de la tragedia como es actualmente reconocida.

Melpómene es hija de Zeus y Mnemósine. Asociada a Dioniso, inspira la tragedia, se la representa ricamente vestida, grave el continente y severa la mirada, generalmente lleva en la mano una máscara trágica como su principal atributo, en otras ocasiones empuña un cetro o una corona de pámpanos, o bien un puñal ensangrentado. Va coronada con una diadema y está calzada de coturnos. También se la representa apoyada sobre una maza para indicar que la tragedia es un arte muy difícil que exige un genio privilegiado y una imaginación vigorosa.»

El concepto de «la mayor de las musas» pretendía ser algo abstracto, relacionado, precisamente, con la tragedia. Así que, por respeto a la Antigua Grecia, y a lo mucho que le debemos, me voy a tragar la píldora con un tarro de azúcar y voy a poner fin al debate que yo mismo he planteado: ¡la mayor de las musas es Melpómene!

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