Hoy escribo sobre Icaria
Hoy escribo sobre Icaria
Fecha de publicación: 5 de noviembre de 2023
Autor: Chris H.
Categoría: Hoy escribo
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Fecha de publicación: 5 de noviembre de 2023
Autor: Chris H.
Categoría: Hoy escribo
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Originalmente, esta entrada se iba a titular «Hoy escribo sobre cómo ser el mejor». Sé que puede llevar a engaño, pues quizá penséis que estoy siendo irónico, o, tal vez, que esté exagerando para llamar la atención. Pero no. Y tampoco creo estar exagerando si os digo que lo que estáis a punto de leer os puede cambiar la vida. La mentalidad, al menos. Lo sé, porque estas reflexiones son el producto de otras tantas que cambiaron la mía.

Quiero empezar por compartir con vosotros una canción que no ha dejado de resonar en mi cabeza desde la primera vez que la escuché. Se trata de Dónde esconder tantas manos, del grupo de rock argentino Las Pastillas del Abuelo.

En concreto, quiero quedarme con esta estrofa: «Soy grande, ¿y qué? Señor, no vaya a confundir la soberbia con la autoestima. Que la soberbia mira desde más arriba y no llora penas ajenas. En cambio, el autoestima se transmite y contagia a cualquier persona buena». Dejemos sembrada esa semilla y volvamos más tarde para ver cómo ha florecido.

Si eres escritor, necesitas creértelo. Necesitas confiar en lo que haces. Lo cual no significa que no cuestiones tus propias decisiones, sino que no las sobrecuestiones. ¿Crees que lo que has escrito puede gustarte más a ti mismo si lo cambias? Mejóralo. ¿Crees que lo que has escrito, y que a ti te parece que está bien, puede gustar más a otros si lo cambias? ¡Quieto ahí! Vamos a ver, ¿para quién estás escribiendo? Porque si la respuesta es «para los demás», si eso es todo lo que te preocupa, quizá te resulte más fácil regalarles la saga Harry Potter o Canción de Hielo y Fuego. Mejor aún: Zodion. Vas a ahorrar meses de trabajo y a obtener un mejor resultado.

Pero vamos a suponer que tienes algo que aportar. Que no solo quieres que otra gente lea algo, sino que ese algo lleve tu impronta. Ahora sí vas por el buen camino. Un camino lleno de obstáculos. Por ejemplo, es habitual encontrar, detrás de cada matorral, a un gañán diciéndote que tu idea se parece a tal o cual otra. Eso, además de no aportar nada, deja al susodicho gañán en muy mal lugar. Si alguna vez has estado en la posición del gañán, no te sientas mal, estás a tiempo de salir de ese agujero. Si eres el caminante que los sufre, no te queda más remedio que ignorarlo y seguir adelante. ¿Lo que has escrito se parece a algo que ya existe? ¡Pues claro! Joder, ¡pues claro que sí! Ese comentario aporta lo mismo que decir «lo que has escrito se compone de letras». Pero tu obra tiene algo que no tienen las demás: a ti. No estás escribiendo «otra historia de caballeros templarios», sino «tu historia de caballeros templarios». Es tu huella la que lo hace diferente. Y si esa huella es inapreciable, entonces, lamento decirte que la escritura no es lo tuyo, más allá de que la uses como medio terapéutico.

No son pocas las veces que me han acusado de falta de modestia. Y son reflexiones como la de Dónde esconder tantas manos las que me han ayudado a comprender que no era tal cosa, sino autoestima. A la gente le molesta muchísimo que tengamos amor propio, porque se sienten en desventaja. Creen que es una competición. Y, sí, es una competición, pero contra nosotros mismos. Eso es lo que tenemos que buscar: ser el mejor… de todas nuestras versiones. En el momento que dejas de competir y caes en la autocomplacencia, amigo, ve eligiendo una bonita urna, porque ya has muerto. Desde un punto de vista intelectual, claro. Da igual cuánto sepas y todo lo que hayas conseguido en la vida. Se acabó. Vas a quedarte atrás.

Por eso, como ya digo, para ser escritor tienes que confiar en ti. No, eso es quedarse corto. Tienes que pensar que eres «el puto amo». Y, al mismo tiempo, tienes que ser consciente de tus limitaciones; que no es que te impidan ser como otros escritores, sino como otras versiones de ti mismo. Escribir con miedo es como bailar con grilletes en los tobillos. ¿Por qué te harías eso a ti mismo? Si lo haces por dinero, cosa comprensible en una sociedad capitalista, eres un mercenario antes que un escritor. Y si no lo haces por dinero, eres prisionero de una celda sin puerta. Como la frase esa tan recurrente, que dice: «Suélteme el brazo, señora». Pero la señora eres tú.

Hemos crecido escuchando una y otra vez el mito de Ícaro, ese jovencito griego que quería escapar de la isla de Creta, donde su padre Dédalo y él habían sido encerrados por el rey Minos. Imagino que todos sabéis de lo que estoy hablando. Dédalo construyó unas alas a Ícaro para que pudiera escapar volando, pero el chaval se acercó demasiado al Sol, las alas se derritieron y murió ahogado. Hay que ser realmente ignorante para extraer de este mito la conclusión de que una ambición desmesurada es contraproducente. Porque puede ser cierto tanto como puede no serlo. Quienes dicen esto obvian, para empezar, que las instrucciones de su padre no fueron «no vueles demasiado alto», sino «no vueles demasiado alto ni demasiado bajo». Pero es que también obvian algo mucho importante: si no se hubiese atrevido a volar, habría muerto en la isla de Creta sin hacer nada productivo en toda su vida. La isla de Creta actual es un destino turístico precioso, pero en la leyenda solo destacaba por su laberinto, que es como una «escape room»: hace gracia solo la primera vez.

Ícaro murió cerca de una isla, a la que su padre, quien también usó unas alas artificiales para escapar de Creta, llamó «Icaria» en su honor. Fue su premio por atreverse a intentarlo. Por querer destacar. ¿Murió? Sí, como todos. Pero dejó algo que recordar. ¿Qué sabéis de Yápige, el otro hijo de Dédalo? Exacto: nada. Yápige e Ícaro no son dos personas diferentes, sino dos versiones de vosotros mismos. Que, a ver, si vuestro oficio pertenece al sector judicial, por decir algo, creo que haríais bien en mantener vuestra máscara de Yápige. Tampoco os volváis locos. Estas reflexiones, no lo olvidemos, pertenecen a un escritor, así que solo pueden aplicarse, como mucho, a las ramas artísticas.

Aún hay más de lo que quiero hablaros, pero prometí que estas entradas no serían demasiado largas, así que dejo el resto para una futura segunda parte.

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