Hoy escribo sobre doblar calcetines
Hoy escribo sobre doblar calcetines
Fecha de publicación: 7 de mayo de 2022
Autor: Chris H.
Categoría: Hoy escribo
Etiquetas:
Fecha de publicación: 7 de mayo de 2022
Autor: Chris H.
Categoría: Hoy escribo
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Madurar es darte cuenta de que la ropa no se traslada, como por arte de magia, del suelo del cuarto de baño al armario de tu habitación. La ropa no se lava y ordena a sí misma, por muy tentadora que pueda resultar esta idea, en especial después de haber visualizado la película Fantasía, donde un aprendiz de brujo al que todos conocemos, un tal Mickey Mouse, da vida a una fregona para librarse de trabajar. Dicha fregona desarrolla brazos y piernas antes de ponerse a limpiar el suelo, en medio de ese reconocible tatatatán tatán tatatatán tatán que muchos seréis capaces de tararear en vuestras mentes.

En ese segmento de la existencia que transcurre desde el final de una obra de ficción hasta el inicio la siguiente, y al que la sociedad tiene a bien denominar «vida real», nos encontramos con que ningún hechizo mágico puede librarnos de las tareas del día a día. Salvo que consideréis «mágico» el dinero. Su abundancia, al menos. En cualquier caso, coincidimos en que la mayoría de seres humanos en edad adulta deben afrontar ciertas tareas que, sin ser estrictamente obligatorias desde el punto de vista biológico, como sí sería miccionar, por ejemplo, se vuelven tan fundamentales en nuestras vidas que bien podrían estar consideradas al mismo nivel de importancia. Lavarse es una de ellas. Nuestro cuerpo, sí, pero también nuestra ropa, nuestra casa, nuestros hijos, nuestro coche…

Si preguntamos a un millón de personas al azar cuáles son sus aficiones, ni una sola responderá «poner la lavadora» (o lavar la ropa a mano, para quien lo prefiera o no tenga más remedio). Sin embargo, es un acto que repetimos con gran frecuencia durante todo el año. Lo hacemos «porque hay que hacerlo». Es decir, porque nos gusta ir limpios y no oler mal, aunque muchos se esfuercen por demostrar lo contrario. Incluso ellos, estoy seguro, responderían que prefieren oler bien. Del mismo modo, aunque esto ya entra en un terreno individual más que social, nos gusta tener la ropa ordenada y accesible, ocupando el menor espacio posible. Para ello, debemos pasar por el pesado trámite de doblar y guardar la ropa. No porque nos divierta hacerlo, como ya dije, sino porque tenemos un mínimo de amor propio y/o queremos alcanzar un objetivo.

Cuando hablo de «doblar los calcetines», no estoy haciendo otra cosa más que poner un ejemplo fácil de reconocer. Habrá quien tenga su ropa interior bien guardada y ordenada sin necesidad de doblarla. Genial. Pero, incluso aunque seáis de esos últimos, seguro que sois capaces de visualizar la escena y comprender los motivos que nos llevan a gastar tanto tiempo de nuestra vida en estas tareas domésticas.

En la escritura ocurre algo similar. Inventar todo un mundo, crear una historia, sorprender a los lectores… Todo eso es muy bonito, sí, pero no deja de ser una pequeña parte de la narración de una novela. Para que un personaje pueda llegar a caernos bien, antes debemos doblarle los calcetines. Para que una situación pueda emocionarnos, es necesario dedicar un tiempo prudencial a doblar calcetines. Tal vez esa escena que visualizas en tu cabeza logre transmitir todo aquello que pretendes, pero no puedes llegar hasta allí sin antes haber doblado varios calcetines.

Una novela no es, o no suele ser, una serie de escenas inconexas y plagadas de acción (entendiendo por «acción» que la trama avance, no necesariamente que haya golpes). Se necesita calma, sentar las bases, soltar datos aburridos que enriquezcan el contexto… Es una realidad que debemos aceptar en el momento de escribir. Puedo estar deseando narrar un momento especialmente emocionante que ya tengo más o menos claro en mi cabeza, pero antes debo encontrar la justificación y allanar el camino. Aunque sea un trabajo rutinario, menos satisfactorio.

Lo mismo, o parecido, sucede durante la fase de posescritura. Hay que dedicar varias horas, sin ninguna prisa y con especial atención al detalle, a la corrección del texto. En el caso de los autopublicados, aún queda ocuparse de la maquetación y demás. Luego viene la promoción. En fin, muchos calcetines que doblar. Por supuesto, debemos contarlo como una parte más del trabajo, no como un añadido. Algo que, en mi caso, me cuesta respetar. Son tantas las ganas de seguir adelante, y tantas las obras que tengo iniciadas en mi cabeza, que no puedo evitar sentirme frustrado en ocasiones ante la cantidad de tiempo dedicada a tareas menos creativas. Pero es lo que hay. No puede existir lo uno sin lo otro.

Lo confieso: odio doblar calcetines. Pero ¿y la paz mental que deja después?

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