Hay una clave fundamental que todo el que quiera que su trabajo guste a los demás debe tatuarse a fuego en la frente. Es una metáfora, pero no descarto la posibilidad de hacerlo de forma literal, para que quede más claro. Esa clave no es, en contra de lo que cualquiera podría pensar, evitar temas conflictivos, como la política, la religión, el humor negro o el eterno debate de si la pizza debe llevar piña. Ya os lo digo yo: da igual, tanto si lleva piña como si no, si te alimentas de pizzas parecerá que tienes diez años, así que no os preocupéis por los detalles. En efecto, a mí no me importa hacer enemigos. Y menos si esos enemigos parece que tienen diez años.
La verdadera clave es saber que resulta imposible gustar a todo el mundo. «Saber», dije. No «creer» ni «suponer». Estoy hablando de «tener la más absoluta certeza» de que, hagas lo que hagas, puedes encontrar detractores. Y con inusitada facilidad, cabría añadir. Es sorprendentemente fácil toparse con gente que odia tu trabajo. ¡Que lo odia! No que le causa indiferencia, o que se arrepiente de haber gastado dinero en ello, reacciones completamente normales.
Escribir un libro es un trabajo individual. Publicar un libro, salvo que lo leas tú solo, se convierte en cosa de dos. Cada lector es una nueva pareja de baile. Puedes bailar con muchas personas a lo largo de la vida de tu obra, pero todas y cada una de esas veces será una experiencia aislada, que requiere de la intervención, pasiva en el caso de uno, activa en el otro, de ambos bailadores. Debes entrar a la pista de baile sabiendo que, salvo que haya prejuicios positivos, es más probable que la experiencia no termine bien. Y no tiene por qué significar que uno de los dos baile mal. Simplemente, se puede dar la situación de que llevéis un ritmo diferente, ambos igual de válidos, aunque incompatibles. Frustrarse por ello es absurdo. No es frustrarse por una opinión, sino por la condición humana. Nadie incapaz de aceptar que es imposible caer bien a todo el mundo debería dedicarse a una rama artística.
Hay una frase que he repetido en numerosas ocasiones: «Si alguna vez se inventa una cura total contra el cáncer, seguro sus responsables tendrán críticas negativas. ¿Cómo no las vamos a tener los demás?». En ningún momento lo he considerado una exageración; lo digo porque lo pienso de verdad. Da igual lo que hagas. Da igual que salves a millones de personas. Da igual que cambies el mundo. Siempre siempre siempre habrá alguien que te muestre desprecio. Tal vez, por esa convicción que tengo tan arraigada, no me ha resultado sorprendente ver mi predicción convertida en realidad. Un par de días antes de escribir este texto leí una noticia sobre la posibilidad real de curar casi todos los tipos de cánceres. El primer comentario de un usuario decía algo así como: «¿Y eso de qué sirve? Si no morimos de eso, moriremos de otra cosa». Gracias por ser tan idiota, querido usuario. Gracias, porque tu idiotez me ha dado la razón, y eso me hace casi tan feliz como la cura del cáncer.
La única persona a la que un autor debe esforzarse por caer bien es a sí mismo. ¿Realmente estás orgulloso de tu trabajo? ¿Crees que has transmitido lo que pretendías? ¿Has sido honesto contigo mismo? Pues ya está. Ahora, a disfrutar del odio de los demás.
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