Capítulo 1 – El viento se detiene
Un dragón duerme plácidamente en la cima del castillo de Tycoon, hasta que alguien llega a despertarlo. Se trata del rey Alexander Highwind Tycoon. Lo acompaña su hija, Lenna Charlotte Tycoon.
—¡Padre! ¿De verdad tienes que irte?
—Sabes que sí, cielo. Necesito que protejas el castillo mientras tanto. No debes seguirme bajo ningún concepto, ¿entendido?
—Pero, padre…
—Algo le pasa al viento. Debo ir a la Capilla del Viento para asegurarme de que no le haya pasado nada al Cristal.
—Sí, yo también lo he notado… —asegura Lenna—. Pero ir solo es…
—Lenna, no temas. Estaré bien. Ten fe.
La princesa asiente con la cabeza. Alexander sube sobre el lomo del dragón, quien se aleja volando del castillo. Lenna se despide con la mano. No puede evitar temerse lo peor.
Poco después, todos aquellos que están en lugares abiertos, a lo largo y ancho del mundo, pueden notar que el viento ha cesado de golpe. Eso solo puede significar una cosa: el Cristal está en problemas.
Alexander no tarda en llegar a la Capilla del Viento. El dragón espera en el exterior, mientras el rey se adentra en la sala del Cristal. Una vez allí, descubre que el Cristal está perdiendo su brillo. Y eso no es lo peor: ¡el Cristal se destruye delante de sus narices!
Esto no empieza nada bien…
Capítulo 2 – Meteorito
Nos despedimos, por ahora, del rey Alexander, ya que vamos a vivir esta aventura desde un punto de vista diferente. Un chaval llamado Bartz Klauser y su amigo inseparable, el chocobo Boko, descansan junto a una hoguera, en un claro del bosque. No se sabe nada más de ellos, salvo que están de viaje hacia alguna parte; lo cual tampoco es que aclare mucho.
De pronto, un estruendo los sobresalta. Aunque no ha sonado cerca, lo han podido percibir con la suficiente claridad como para saber que no se trata de un simple árbol cayendo al suelo. De hecho, el estruendo ni siquiera procede del bosque.
Bartz y Boko parten de inmediato en busca del origen del sonido. Puede ser peligroso, pero el chico no quiere quedarse con la intriga. Al este del bosque se topan con un enorme meteorito incrustado en el suelo.
—Espérame aquí, Boko.
Bartz se acerca en solitario al meteorito. Antes de llegar, se cruza con dos duendes que están llevándose a una chica que parece inconsciente; quién sabe con qué intenciones. Los duendes son criaturas hostiles, así que Bartz acaba con ellos.
—Oye, ¿estás bien?
La chica despierta. Nosotros ya la conocemos. Y, teniendo en cuenta que el juego acaba de comenzar, eso reduce las opciones a… una.
—Sí, eso creo… ¿Me has salvado? Gracias. Soy Lenna, ¿y tú?
—Bartz. Mi chocobo y yo vamos allá donde nos lleve el viento.
—Esta roca cayó del cielo de repente. El impacto debe de haberme aturdido.
—Será un meteorito.
—Un meteorito… —Lenna observa la gran roca—. A lo mejor tiene algo que ver con que el viento se haya detenido. Bueno, me marcho. Desearía poder hacer más para agradecerte tu ayuda, pero he de irme.
De pronto, ambos oyen un lamento.
—Agh… Socorro…
Suena muy cercano. Bartz y Lenna no tardan en descubrir que hay un hombre tendido en el suelo, junto al meteorito. No está herido de gravedad, aunque parece algo desorientado.
—Uf, mi cabeza… ¿Dónde estoy? —El hombre se pone en pie—. ¿Qué ha pasado? No recuerdo nada…
—Te has dado un buen golpe en la cabeza —dice Bartz—. Tendrás amnesia.
—¡Oh! He recordado algo… ¡Me llamo Galuf!
—¡Es un comienzo! —responde Lenna—. ¿Algo más?
—No, solo el nombre… Aparte de eso, tengo la mente en blanco.
—Lo siento, pero he de marcharme —dice la princesa—. Voy mal de tiempo.
—¿Adónde vas? —pregunta Bartz.
—A la Capilla del Viento.
—¡La Capilla del Viento! —exclama Galuf—. ¡Ahora que lo dices, estoy seguro de que me dirigía hacia allí! ¡Voy contigo!
—Pero…
—No puedo permitir que viajes sola. Además, tengo que ir a esa capilla. ¡Deja que te acompañe!
—Está bien —asiente Lenna—. ¿Y tú, Bartz? ¿Qué vas a hacer?
—Disculpadme, pero yo no me apunto. Sigo con mi viaje.
—Gracias de nuevo. Adiós.
—¡Mucha suerte, y todo eso! —añade Galuf.
Bartz regresa junto a Boko. El chocobo, que ha presenciado lo ocurrido, pone mala cara a su amigo.
—No me mires así.
—¡Kue! ¡Kue, kue!
—Lo sé, solo son una chica y un vejestorio… Y con todos esos duendes sueltos por ahí… Vale, ya lo pillo.
Sin embargo, no van a poder volver a por ellos. La tierra comienza a temblar, seguramente como consecuencia del impacto del meteorito. Bartz no tiene más remedio que subir sobre Boko y echar a correr antes de que la tierra se los trague.
Afortunadamente, la huida los lleva directos al lugar donde se hallan Lenna y Galuf, quienes han vuelto a caer inconscientes. Hay que ver qué delicados son. Bartz consigue subirlos al chocobo y ponerlos a salvo fuera de la zona del terremoto.
Lenna es la primera en despertar.
—¡Bartz!
—¡Buenas!
—No dejo de estar en deuda contigo.
—Bah, no te preocupes. La onda expansiva del meteorito ha provocado desprendimientos. No creo que podamos llegar a Tule por ahí.
—Pero, si no logro llegar a la Capilla del Viento…
—La Capilla del Viento… —murmura Galuf en sueños—. Debemos apresurarnos.
—El vejestorio también está empeñado en llegar —dice Bartz—. De acuerdo, iré con vosotros para asegurarme de que llegáis bien.
—¡Oh! —exclama Lenna—. ¿De verdad?
—¡Claro! El último deseo de mi padre fue que viajara y viera mundo. Además, siento como si el viento me llamara…
—¡Menudo pico de oro! —dice Galuf—. Los únicos vientos que sientes son los que estás bebiendo por la chiquilla.
—¡¿Estaba despierto?! —exclama Bartz.
—No te sorprendas. ¡Este perro viejo siempre está alerta! —Galuf se parte de risa—. Aunque el camino bloqueado sí que complica un poco las cosas…
Los tres se quedan pensativos.
—No pienso rendirme —dice Lenna—. ¡Debe de haber algún modo de llegar a la capilla!
—¡Lo encontraremos! —responde Galuf.
—¡Muy bien! —añade Bartz—. ¡En marcha!
Capítulo 3 – Piratas
Bartz, Lenna, Galuf y Boko viajan hacia el norte. Creían que se toparían con un callejón sin salida, pero han hecho bien en ir a investigar, pues resulta que ha aparecido una nueva entrada a una cueva.
—No recuerdo que hubiera una cueva aquí —dice Lenna.
—Se habrá abierto con los temblores —responde Bartz—. Boko, creo que el interior puede ser peligroso para un chocobo. Quédate aquí, ¿vale?
—¡Kue!
Los tres humanos dejan atrás al chocobo y se adentran en la cueva. Para su sorpresa, no está tan vacía como suponían. Es decir, no solo hay monstruos, como cabría esperar, sino que también encuentran a un pirata. Bartz, Lenna y Galuf deciden seguirlo en secreto, para ver qué hace. Gracias al pirata, descubren un pasadizo secreto, que lleva directo a…
—¡Una guarida pirata! —exclama Bartz.
—¿Creéis que aceptarían más pasajeros? —pregunta Lenna.
—Creo que lo único que querrían hacer con nosotros es pasarnos por la quilla…
—No puedes pedir favores a los piratas —añade Galuf—. ¡Por eso vamos a robarles el barco!
—¡¿Qué?! —Bartz no sabría decir cuál de sus dos acompañantes es más insensato—. No te falta audacia, viejales…
El barco pirata no está vigilado. Nada impide a Bartz, Lenna y Galuf subir al navío. Bartz se pone al timón y comienza a imitar a un pirata.
—¡Jo, jo, jo, y todo eso! ¡Soltad amarras!
Pero el barco no se mueve.
—¿A qué esperas, chico? —dice Galuf—. ¿Cuándo nos ponemos en marcha?
—¡No lo sé! El timón no quiere moverse. ¿Cómo funciona esta cosa?
Entonces, todos oyen una voz.
—Como rompas algo, te enteras, chaval.
Un pirata los ha pillado con las manos en la masa. Y no uno cualquiera, sino el mismísimo capitán, Faris Scherwiz. Tras él va toda la tripulación.
—Así que intentando robarme el barco… —dice Faris—. Valor no os falta, pero de juicio andáis más bien escasos.
—¡Esperad! —responde Lenna—. Soy la princesa Lenna de Tycoon. Aceptad mis disculpas por haber intentado levar anclas con vuestro barco.
—¡¿Qué?! —exclama Bartz—. ¡¿La princesa…?!
—¡¿… de Tycoon?! —Galuf acaba la frase por él.
Ellos aún no lo sabían.
—Capitán —dice Lenna—, esta es una petición formal del reino de Tycoon. Concedednos el uso de vuestro navío. Debo llegar a la Capilla del Viento. ¡Mi padre está en peligro!
Faris no se muestra muy dispuesto a satisfacer su petición.
—Vaya, la princesa de Tycoon en mi barco… Seguro que podemos sacar un buen pellizco por ella.
—¡Eh! —protesta Bartz—. ¡Déjala en paz, degenerado! ¡Libertino! Esto… ¡Pirata!
—Por favor, os lo suplico… —insiste Lenna.
Faris observa un objeto que cuelga del cuello de la princesa.
—Ese colgante… ¡Metedlos a todos en el calabozo!
—¡A la orden, capitán!
Por algún motivo, ver el colgante lo ha puesto de mal humor.
Los piratas atan los brazos de los tres prisioneros y los encierran en una pequeña sala del interior del barco.
—Bueno —dice Galuf—, ha sido una charla agradable. ¿A qué genio se le ocurrió lo de robar un barco pirata?
—Mírate al espejo, viejales —responde Bartz.
—¡Ay, qué dolor de cabeza! ¡No recuerdo nada!
—Qué casualidad que te vuelva la amnesia justo ahora… —Bartz se gira hacia la princesa—. ¡No puedo creer que seas la princesa de Tycoon, Lenna!
—Lo siento. No pretendía mantenerlo en secreto.
—Tampoco pasa nada. Pero, si eres la princesa, ¿por qué vas sola a la Capilla del Viento?
—Mi padre está allí. No llevaba mucho tiempo fuera de nuestro hogar cuando el viento prácticamente cesó. Tengo la sensación de que algo horrible ha sucedido. Me escabullí para viajar sola, pero, entonces, cayó el meteorito… Y ya conoces el resto.
Mientras tanto, el capitán Faris descansa en su habitación. Cabe remarcar que aún no han zarpado. ¿Cómo podrían hacerlo sin aire soplando en sus velas? Estos piratas esconden un gran secreto… O quizá más de uno.
—¿Por qué tiene la princesa de Tycoon el mismo colgante que yo? —se pregunta el capitán—. Dice que su padre está en la Capilla del Viento…
Tras reflexionar durante unos minutos, Faris toma una decisión: rumbo a la Capilla del Viento. Así se lo hace saber a la tripulación y a los prisioneros.
—Pero, capitán —dice un pirata—, ¿qué hacemos con estos marineros de agua dulce?
—Desatadlos.
Sus hombres obedecen, desconcertados por lo inusual de la situación.
—¿Por qué lo habéis hecho? —pregunta Lenna.
—He reconsiderado tu petición —responde Faris—. Pero, si lo deseas, puedes volver al calabozo. —No hay réplicas—. ¡Levad anclas! ¡Rumbo a la Capilla del Viento!
—¡A la orden, capitán!
Los piratas se ponen manos a la obra.
—Pero el viento ha cesado… —dice Lenna—. ¿Cómo avanzará el barco?
—Eres curiosa, ¿verdad, muchacha? —responde Faris.
—Sí.
—¡Syldra! ¡Sal a saludar!
En la parte delantera del barco hay dos cadenas que se hunden en el mar. Al principio, parecían simples anclas. Sin embargo, lo que hay al otro lado de estas cadenas es… ¡nada menos que un dragón de mar! Dragona, en concreto.
—Es hermosa, ¿verdad? —Faris ríe—. Syldra y yo crecimos juntos. Somos como hermanos. ¡Muy bien, partimos!
Syldra comienza a nadar, arrastrando el barco consigo.
Capítulo 4 – Capilla del Viento
El barco pirata podría hacer una parada opcional en Tule, la aldea que mencionó Bartz antes. Pero vamos a dejarlo para más adelante, cuando sea obligatorio. Por el momento, seguimos con el rumbo previsto.
En el primer piso de la Capilla del Viento hay seis hombres bien vestidos, todos ellos ostensiblemente nerviosos. No son guerreros, sino nobles de Tycoon que han acompañado al rey Alexander; a saber cómo, porque no hay ningún dragón o barco en las proximidades.
—¡Princesa Lenna!
—¿Qué ha pasado? ¿Qué sucede?
—¡Primero cesó el viento, y ahora hay monstruos en la capilla!
—¿Dónde está mi padre?
—Su Majestad subió a la planta superior… Aún no ha regresado. Debe de haberle pasado algo.
—El Cristal está en la planta superior, ¿no? —pregunta Faris—. No estaría mal subir y echar un vistazo.
—De acuerdo —asiente Lenna—. ¡Vamos!
Bartz, Lenna, Galuf y Faris se dirigen al piso superior de la Capilla del Viento. La sala del Cristal está custodiada por una gran ave, pero no es rival para el grupo. Debe de haber llegado hace poco, si el rey no tuvo que luchar contra ella…
Dentro de la sala del Cristal no hay nadie. El Cristal está roto, fragmentado en seis pequeñas partes. De pronto, todos notan un poder recorriendo su cuerpo. En el caso de Faris, Lenna y Galuf, procede del exterior de la capilla. De muy lejos, incluso. El capitán pirata ha recibido “Valor, esencia del Fuego”. La princesa de Tycoon ha recibido “Devoción, esencia del Agua”. Galuf ha recibido “Esperanza, esencia de la Tierra”. Bartz recibe su poder del altar donde se hallaba el Cristal: “Anhelo, esencia del Viento”.
—¿Qué está pasando? —se pregunta Faris.
—Siento un calorcito… —dice Galuf.
—¿Es la esencia de los Cristales? —Lenna parece estar en lo cierto.
El rey Alexander aparece sobre el altar del Cristal del Viento.
—Lenna…
—¡Padre!
—Escuchad con atención… Los cuatro sois los elegidos, Guerreros de la Luz y portadores de la esencia de los Cristales.
—¿De qué hablas, padre?
—El Cristal del Viento ya se ha roto. Los otros tres también están en peligro. ¡Debéis protegerlos! Una presencia maligna está a punto de despertar… Una que quiere devolverlo todo a las tinieblas. —Un portal mágico se abre justo detrás del rey—. ¡Id, Guerreros de la Luz! ¡Salvad los Cristales!
El portal absorbe a Alexander.
—¡Espera, padre!
Los seis fragmentos del Cristal se acercan al grupo, como si estuviesen siendo atraídos por ellos. Estos fragmentos encierran en su interior el poder de guerreros legendarios: un caballero, un monje, un mago azul, un ladrón, un mago negro y un mago blanco. Desde ahora, cada uno de los cuatro protagonistas puede cambiar entre estas clases, o trabajos, lo que les proporciona las habilidades de los respectivos guerreros legendarios.
—El Cristal nos presta su poder —dice Bartz.
—Va siendo hora de salir de aquí —añade Galuf.
Lenna conoce un atajo.
—Tras el altar debería de haber un dispositivo de teleportación al exterior.
Bartz, Lenna, Galuf y Faris abandonan a los nobles de la primera planta y regresan al barco pirata.
Capítulo 5 – Tule y Torna
Aunque el Cristal del Viento se ha destruido, Bartz ha recibido su esencia. Al mismo tiempo, Faris, Lenna y Galuf recibieron las esencias de los Cristales del Fuego, del Agua y de la Tierra, respectivamente. Deben encontrarlos y protegerlos antes de que corran la misma suerte que el del Viento.
Para salir de aquella región, los Guerreros de la Luz, tal y como los denominó el rey Alexander, tendrán que atravesar el canal de Torna. Por desgracia, hay un gran portón cerrado que impide el paso de los barcos. Necesitan encontrar a quienquiera que se encarga de abrirlo. Y, por ahora, solo hay un lugar al que puedan ir: la aldea de Tule.
Al llegar a Tule, todos los piratas corren a la taberna. En la Capilla del Viento no movieron ni un dedo, pero aquí les ha faltado tiempo para bajar del barco… El capitán Faris también se adentra en la taberna, aunque, en su caso, para descansar en una de las cómodas camas del segundo piso. Y esto da pie a una curiosa e inquietante escena opcional. Si Bartz visita a Faris mientras duerme, lo cual ya es perturbador de por sí, se queda impresionado ante la belleza del capitán pirata. Galuf sigue sus pasos, con el mismo resultado. Ambos parecen haberse enamorado de Faris.
—¡Por todos los grimorios! —exclama Galuf—. ¡Qué hermosura! ¡Ha valido la pena llegar a viejo!
Lenna, por supuesto, se mantiene al margen. Al menos hay una persona que respeta la privacidad.
Y ahora vamos con lo importante. Lenna conoce al dueño de la casa más grande de Tule: un anciano llamado Zok. Fue él quien construyó el canal de Torna, por lo que podría indicarles cómo abrir el portón.
—¡Oh, princesa Lenna!
—¡Zok! Me alegro de verte.
—Sí, cuánto tiempo…
—Zok, preciso un favor. Debemos ir a Walse, y necesitamos atravesar el canal de Torna.
—No es buena idea —responde el anciano—. Desde la destrucción del Cristal del Viento, hay una bestia que se ha asentado allí. ¡Es demasiado peligroso! Además, creo que he perdido la llave del canal… Siento no poder ayudaros. Pero, ya que habéis venido hasta aquí, ¿por qué no os quedáis a pasar la noche?
Los tres aceptan. Faris tiene su propia habitación en la taberna, como pudimos ver antes, así que no le dicen nada. Zok prepara tres camas.
En mitad de la noche, Bartz sale a dar una vuelta. Ya que no puede dormir, se sienta junto al río que atraviesa Tule mientras piensa en sus cosas.
—Los Cristales… Ahora que lo pienso, son el motivo por el que papá…
Bartz recuerda una escena de hace años.
El pequeño Bartz estaba durmiendo, cuando las voces de sus padres lo despertaron. Ellos, creyendo que no los oía, siguieron hablando.
—¡Hay que proteger los Cristales a cualquier precio! —decía el padre, de nombre desconocido—. Stella, si algo me llegara a suceder, nunca hables a Bartz de los Cristales. Serían una carga para él.
—¡No digas esas cosas!
Cuando el Bartz del presente regresa a la casa de Zok, se encuentra cara a cara con el anciano, quien también sigue despierto.
—¿Te pasa algo, Bartz?
—No… Es que me he acordado de mis padres. Murieron hace tiempo.
—Escucha… Quédate esto.
Zok le entrega una llave.
—¿Qué abre? —pregunta Bartz.
—El canal de Torna. Con esta llave podréis abrir el portón y viajar a Walse. —Es decir, que no la había perdido—. Temía por Lenna, así que escondí la llave, pero… Hazme el favor, cuida de ella.
—Por supuesto.
A la mañana siguiente, Bartz, Lenna y Galuf se despiden de Zok y se reúnen con Faris en la entrada de Tule. El capitán pirata ordena a toda su tripulación quedarse allí.
—¡¿Por qué?! —protestan—. ¡Sabes que te seguiríamos hasta el fin del mundo!
—Lo sé, y os lo agradezco. Pero esta vez no.
—¡Capitán!
—Esto huele a que será un viaje largo… Mientras no esté cerca, patanes, debéis proteger nuestra guarida. ¡Que nadie nos robe el botín!
—¡A la orden! Que el viento sople a tu favor, capitán. ¡Ve con cuidado!
Pues mucho viento no va a soplar, ni a favor ni en contra, porque se detuvo cuando el Cristal se fragmentó. Pero para eso tienen a Syldra. La dragona tira del barco en dirección este, hacia el canal de Torna.
Durante el camino, Lenna permanece sobre la cubierta, con la mirada perdida en el mar.
—¿Qué ocurre, Lenna? —pregunta Bartz.
—El Cristal del Viento se ha roto… La única diferencia que noto es que el viento se ha calmado… Pero, pronto, dejará de soplar por completo. En pocos años, el aire se habrá estancado, y los pájaros no tendrán cómo volar. Mi padre dijo que debíamos proteger los tres Cristales que quedan.
—¿Cuáles son esos tres Cristales?
—Los del Fuego, el Agua y la Tierra.
—¿Qué pasará si esos también se pierden?
—Al principio, no ocurriría nada grave —asegura Lenna—. Pero, muy pronto, la tierra empezaría a deteriorarse. Los mares se estancarían, los ríos se secarían, el fuego perdería su calor, y el mundo sería oscuro y frío. Sería un lugar totalmente inhabitable.
Galuf, quien ha escuchado la conversación, se une a ellos.
—¡Debemos proteger los Cristales!
—¿Recuerdas algo más? —pregunta Bartz.
—No, pero da igual. ¡Voy a velar por ellos!
Faris también tenía la oreja puesta.
—Bien dicho, abuelete. Yo también voy. Además, debemos encontrar al padre de Lenna.
—¿El rey Alexander? —dice Bartz—. Pero si desapareció a través de…
—¡Sigue vivo! —lo interrumpe Faris—. ¡Tengo ese presentimiento! ¡Que no se te ocurra pensar lo contrario!
Un comportamiento un poco extraño, el de este capitán pirata…
—Bartz, ¿vendrás con nosotros? —pregunta Lenna.
—Hasta ahora os acompañaba por diversión. Pero, ahora… —El chico sostiene un fragmento de Cristal entre sus manos—. Se nos ha otorgado poder para proteger el mundo. El poder del Cristal del Viento… ¡Os acompañaré! ¡Tenemos que salvar los Cristales!
Lo más gracioso del asunto es que Bartz todavía no les ha dicho que tiene la llave del canal de Torna. ¿Adónde pensaban ir sin ella? Al fin decide mostrársela.
—¿De dónde porras ha sacado la llave? —pregunta Galuf.
—¿Acaso importa? —Hombre, pues…—. ¡En marcha!
Capítulo 6 – Cementerio de barcos
En el extremo contrario del canal de Torna los aguarda un peligro inesperado. Una criatura marina, Karlabos, ha creado un remolino de agua con el que pretende atraer y hundir el barco. Bartz y los demás Guerreros de la Luz luchan contra ella desde la cubierta. Al derrotarla, el barco sale impulsado fuera del remolino. Sin embargo, su amiga dragontina no ha tenido tanta suerte…
—¡Syldra!
Faris quiere lanzarse al agua para ir a rescatarla, pero Galuf y Bartz lo impiden. Sería un suicidio. El capitán pirata no puede más que observar con impotencia cómo desaparece el remolino, llevándose a la dragona de mar consigo.
—No te preocupes, Faris —dice Lenna—. Seguro que Syldra sigue con vida.
Pero ese no es su único problema. Ahora que no tienen a Syldra para tirar del navío pirata, este ha quedado a la deriva. La corriente los lleva hasta un cementerio de barcos.
—Es un nido de muertos vivientes —les advierte Faris.
—¡Razón de más para salir corriendo de aquí! —exclama Galuf.
Para encontrar la salida, deben saltar de un barco a otro, e incluso atravesar algún tramo a nado.
—Tendremos que mojarnos… —dice Faris, resignado.
—¿Y qué pasa? —replica Bartz—. ¡Ni que fueras a disolverte!
Cuando salen del agua, buscan una sala segura en la que encender una hoguera y secarse. Dentro de un barco hay cuatro camas más o menos intactas, que les pueden servir para descansar, incluso. Pero, antes, deben cambiarse de ropa. Lenna se separa del grupo para cambiarse donde no la vean. Bartz y Galuf no tienen reparos en desvestirse frente a sus amigos varones. Faris, en cambio, se muestra reticente.
—Estoy bien así, no os preocupéis.
—¿Estás loco, muchacho? —dice Galuf—. ¡Estás chorreando! ¡Vas a pillar una neumonía!
Bartz y Galuf tratan de quitar la parte superior de la ropa de Faris, contra su voluntad. Entonces, ambos pueden apreciar algo que los deja de piedra.
—¿Qué estáis haciendo? —pregunta Lenna, de vuelta en aquella sala.
—Lenna… —dice Bartz, perplejo—. Este… Él…
—¡La madre que me parió! —exclama Galuf—. ¡Faris es una mujer!
—¡¿Y qué pasa?! —protesta el pirata. Mejor dicho: la pirata—. ¿Algún problema?
—Claro que no —responde Lenna—. Pero ¿por qué tratabas de ocultarlo?
—Cuando era pequeño… Es decir, cuando era pequeña, me acogieron unos piratas. Me hice uno de ellos.
—¿Y eso qué tiene que ver? —pregunta Bartz.
—¿Acaso te gustaría ser la única chica en un barco lleno de piratas?
—¡Ja! —Galuf ríe—. ¡Sabía desde el principio que eras demasiado guapa para ser hombre!
Uy, esa masculinidad frágil… Ahora quiere ocultar que le gustó un señor.
—Da igual. —Faris no quiere seguir hablando del tema—. ¡Un solo chiste por el hecho de ser mujer y os hago astillas el palo mayor!
—Vale, vale… —Bartz se ha tomado en serio la amenaza.
—¡Así me gusta! ¡Y ahora me voy a dormir! ¡Más os vale hacer lo mismo, bandarras!
Los cuatro descansan en las camas del barco abandonado. Una vez descansados, prosiguen la travesía.
Cerca de la entrada del cementerio de barcos, la niebla se vuelve más densa. De su interior emerge una figura femenina.
—Bartz… Acércate…
—¡¿Mamá?!
Es Stella. Aunque ¿no había dicho Bartz que estaba muerta? A su lado aparece una segunda figura. Se trata del rey Alexander.
—Ven aquí, cielo…
—¡Padre!
Lenna no se lo piensa dos veces antes de acercarse a su padre. Por algún motivo, Faris va con ella. Bartz y las dos chicas cierran los ojos y agachan la cabeza, como si se hubieran quedado dormidos de pie.
Entonces, una tercera figura se muestra ante ellos.
—Abuelo, ven aquí…
Galuf observa a aquella niña sin entender nada.
—¿Quién eres? No logro acordarme…
Bartz, Lenna y Faris caen al suelo. De sus cuerpos salen unas luces que van a parar a Stella y Alexander. Galuf es el único que se mantiene intacto, gracias a su pérdida de memoria.
La causante de todo aquello, un demonio con forma de mujer, decide dejar de ocultarse.
—Danos tu alma… ¡Sé uno de nosotros!
—¡Ni lo sueñes, demonio! —responde Galuf.
—Vaya, no esperaba que ninguno escapara al efecto de mi magia. Saludos, soy Sirena. Lamento informarte de que las almas de tus amigos ahora son mías. Aunque me siento generosa. Si te vas a casa sin armar escándalo, podría no tomar la tuya.
—¿Crees que abandonaría a estos chicos? ¡Error, señorita!
—¿Por qué arriesgar tu vida por esta gente?
—¡Porque son mis amigos! —Galuf se gira hacia sus compañeros—. ¡Que no os engañen sus trucos! ¡Abrid los ojos!
El anciano sacude los cuerpos de Bartz, Lenna y Faris, tortazo incluido. Afortunadamente, los tres despiertan. Stella, Alexander y la supuesta nieta de Galuf desaparecen.
Entre los cuatro logran derrotar a Sirena.
—Nos has salvado, Galuf —dice Bartz—. Te debo la vida.
—Bah, no ha sido nada.
—¡Ja, te has sonrojado!
—¡Que te crees tú eso!
Bartz, Lenna y Faris se parten de risa. Eso está bien, pero han estado muy muy cerca de convertirse en esclavos de Sirena para siempre…
Es hora de dejar atrás el cementerio de barcos.
Enlaces:
– Parte 1: capítulos 1-6
– Parte 2: capítulos 7-21
– Parte 3: capítulos 22-35
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