Capítulo 1 – Alas Rojas
Cinco barcos voladores surcan los cielos en formación. Son los Alas Rojas, la unidad de élite del ejército de Baronia, quienes regresan a casa tras una misión exitosa. Sin embargo, el capitán Cecil se muestra apesadumbrado.
—El capitán no parece contento —dice un Ala Roja a uno de sus compañeros.
—¿Qué esperabas? Yo tampoco lo estoy. Sé que un buen soldado debe seguir órdenes, ¡pero no es justo atacar a inocentes para robarles los Cristales!
La misión consistía en recuperar el Cristal del Agua, custodiado por los magos de Mysidia. Para hacerse con él, tuvieron que asesinar sin piedad a todo aquel que se interpuso en su camino.
—¡Los Alas Rojas se crearon para proteger a los débiles, no masacrarlos! —insiste aquel hombre.
—¡Ya basta! —los interrumpe Cecil.
—Capitán… ¿De verdad aprobáis nuestras acciones?
—La incursión contra Mysidia era imprescindible para la prosperidad de nuestro reino. Su majestad y el Consejo Real decidieron que Mysidia suponía una amenaza directa contra Baronia debido a la poderosa magia de los Cristales. Para que Baronia pueda prosperar, necesitamos los Cristales. Como soldados, nuestro deber es proteger Baronia a toda costa…
Aun así, sus remordimientos son evidentes.
La charla llega a su fin cuando son atacados por unos monstruos voladores. Los Alas Rojas acaban con ellos.
—¡Quiero un informe de situación! —pide Cecil.
—No hemos sufrido bajas, mi capitán. Pero últimamente están apareciendo más monstruos de lo normal… Son ya demasiados.
—Quizá sea algún tipo de presagio…
Los barcos voladores llegan a Baronia. Cecil se dirige de inmediato al castillo, donde es recibido por Baigan, el consejero del rey.
—¡Enhorabuena, capitán! Otro Cristal más.
—Los mysidianos apenas ofrecieron resistencia… —dice Cecil—. Estaban totalmente indefensos.
—No me digáis que os apiadáis de los enemigos de Baronia. Vamos, el rey espera. —Baigan acompaña a Cecil hasta la sala del trono. Antes de entrar, el consejero se detiene—. Perdonadme, capitán, pero debo hablar con el rey en privado. Por favor, esperad aquí.
—De acuerdo.
Baigan se aproxima al rey para susurrarle algo que nadie más puede oír.
—Majestad, lamento informaros de que Cecil es un traidor. Es obvio que repudia su autoridad real.
—¡¿Cómo dices?! Gracias por informarme, mi fiel consejero. Pero no importa, con tal de que pueda recuperar los Cristales. Dile que pase.
—Sí, majestad —Baigan deshace sus pasos—. ¡Capitán! El rey solicita vuestra presencia.
Cecil se planta ante el rey. Baigan permanece junto al monarca.
—El reino de Baronia aclama tu triunfante regreso —dice el rey—. Ahora, entrégame el Cristal.
—Aquí tenéis, majestad.
Baigan recibe el Cristal del Agua de manos de Cecil y se lo lleva al rey anónimo.
—Parece auténtico, debo decir —reconoce el monarca—. Así que este es el Cristal del Agua… Qué resplandor… Puedes irte, Cecil.
El capitán de los Alas Rojas titubea.
—Majestad… Disculpad mi atrevimiento, pero desearía saber cuáles son vuestras intenciones con los Cristales. Estamos perdiendo la confianza de nuestros hombres.
—¿Acaso compartes la desazón de tus subordinados?
—¡No! Yo solo quería…
—¡Silencio! El descontento en tus filas conduce a la alta traición, y eso no lo toleraré. ¡Te relevo de tu puesto al mando de los Alas Rojas con efecto inmediato!
—¡Pero, majestad…!
—No obstante, te encomendaré otra tarea. Derrota a la bestia fantasmal que acosa el valle de Mist y entrega este anillo de bom a sus habitantes. Partirás mañana al amanecer, de modo que procura descansar bien.
Otro hombre accede a la sala del trono. Su armadura es diferente a la de Cecil y lleva una lanza a la espalda. Es Kain, comandante de los guerreros draconarius. De su petición, que oiremos (más bien leeremos) enseguida, podemos deducir que ha presenciado el final de la conversación.
—Os ruego que recapacitéis, majestad. Cecil jamás os traicionaría.
—¡No toleraré más insolencias, Kain! —protesta el rey—. Si tanto te preocupas por él, será mejor que lo acompañes. ¡Tomad el anillo y marchaos de una vez!
El rey les entrega el anillo de bom y los obliga a abandonar la sala del trono.
—Lo siento, Kain —dice el ya excapitán de los Alas Rojas.
—Tranquilo, seguro que cuando completemos esta misión recuperaremos la confianza del rey. Pronto estarás de vuelta en los Alas Rojas, protegiendo Baronia una vez más.
—…
—Tú descansa, que ya preparo yo todo para mañana.
—Siento haberte metido en este lío, Kain…
—No te disculpes, esto es cosa mía. Me hago cargo de mis propias acciones.
—Me entrené en las artes oscuras a petición del rey, pero… Se suponía que protegería Baronia con ellas, no que saquearía en su nombre.
—No te martirices —insiste Kain—. El rey debe de tener sus razones.
—Cómo te envidio, Kain…
—Si yo también hubiese elegido el camino de las artes oscuras, seguro que hubiera medrado… Pero, al igual que mi padre, ser draconarius va más conmigo. Siempre pensé que seguir sus pasos me haría sentir más cerca de él. Perderlo siendo tan pequeño fue un mazazo.
—Kain…
—Basta ya de mis tonterías, no vaya a ser que te pienses que soy un sensiblero… Lo único de lo que te tienes que preocupar es de sobrevivir mañana. No me gustaría tener que volver y explicar cómo perdí al preeminente caballero de Baronia.
—No dejaré que hagas todo el trabajo sucio —responde Cecil.
—¡Así me gusta! Ahora intenta descansar un poco, que mañana va a ser un día muy duro.
Curiosidad: En Final Fantasy II, había un guerrero draconarius, Arturo, que tenía un hijo muy joven. El nombre de ese niño era… ¡Kain! No es que Final Fantasy IV sea continuación del II, pero es un guiño evidente.
De camino a su habitación, Cecil se cruza con una joven mujer que lo andaba buscando.
—¡Cecil! Qué alivio verte sano y salvo. No sabes cuánto me preocupé por ti. Fue todo tan precipitado…
—Tranquila, Rosa, estoy bien. Me gustaría poder decir lo mismo de aquellos pobres mysidianos…
—Cecil… Te iré a ver más tarde, ¿vale?
—Como quieras…
Desde luego, no es buen momento para hablar. El excapitán tiene los ánimos por los suelos. Antes de llegar a la habitación, Cecil se encuentra con otro viejo amigo.
—Vaya, mira a quién tenemos por aquí —dice aquel hombre—. Tenías a Rosa muerta de preocupación.
—Cid…
—¡Como se te ocurra hacerla llorar otra vez, te pongo en órbita! ¿Entendido? —No hay respuesta—. Dime, ¿cómo están mis barcos voladores? Seguro que los zoquetes que tienes por subalternos me los han destrozado… Oye, ¿te pasa algo, chaval? Menuda cara me llevas.
—Verás…
Cecil le cuenta lo sucedido.
—¡Pero ¿qué me dices?! ¡¿Cómo es que te han encargado esa misión?! Los Alas Rojas van a estar perdidos sin ti. ¿En qué demonios estará pensando el rey? ¿Sabías que me ha pedido que le construya un nuevo barco volador? Seguro que es para atacar a más inocentes. La gente empieza a sentirse incómoda… En fin, ten cuidado y asegúrate de volver sano y salvo. ¡Mira la hora! La que me va a caer cuando llegue a casa… ¡Vaya genio tiene mi hija!
Tras despedirse de Cid, Cecil, ya sin más interrupciones, se dirige a su habitación. Por desgracia, los últimos sucesos no le dejan dormir.
—¿Qué le ocurre al rey? Su afán de poseer los Cristales lo ha convertido en un tirano que no duda en usar cualquier medio para conseguirlo. Pero no puedo desafiarlo. ¿Cómo podría hacerle eso al hombre que nos crió a Kain y a mí como si fuésemos sus propios hijos? Me es imposible traicionarlo. Siempre fue un honrado caballero que cuidó de mí… ¡Pero esto es demasiado!
La puerta de la habitación de Cecil se abre. Es Rosa.
—¿Qué ocurre, Cecil? Acabas de volver de Mysidia y ahora tienes que viajar a no sé dónde para luchar contra un monstruo. Además, estás actuando de una manera muy extraña.
—Todo saldrá bien… —responde, dándole la espalda.
—Cecil, mírame cuando me hables.
—En Mysidia tuvimos que mancharnos las manos de sangre inocente para robarles el Cristal. Fue horroroso, pero supongo que este es el destino de un caballero oscuro. Mi alma se está volviendo del mismo color que mi armadura.
—Eso no ocurrirá jamás.
—Aun así, no puedo desafiar a mi rey. Soy un miserable cobarde…
—El Cecil que yo conozco nunca hablaría de esta manera. El Cecil que amo no es así… Mañana partes para Mist, ¿verdad? Prométeme que llevarás cuidado.
—Sí, no te preocupes. Además, me acompaña Kain. No me va a pasar nada. Confía en mí.
—Rezaré por ti, Cecil. Si te ocurriera algo, yo…
Rosa se marcha a toda prisa.
—Gracias, Rosa… Pero recuerda que yo soy un caballero oscuro, y eso me impide estar a tu lado…
Capítulo 2 – Mist
A primera hora de la mañana, Cecil y Kain se encuentran en los pasillos del castillo de Baronia.
—¿Preparado para la acción? —pregunta el draconarius.
—Claro que sí.
—¿Pues a qué esperas?
Ambos abandonan Baronia, rumbo a la aldea de Mist.
“Y así fue cómo el caballero oscuro Cecil fue despojado de su rango de capitán de los Alas Rojas. Ahora, él y el draconarius Kain se dirigen al oscuro valle donde se encuentra el pueblo de Mist.
El advenimiento del barco volador permitió alcanzar los sueños de Baronia, pero también supuso el inicio de su militarización. Sus fuerzas aéreas, los Alas Rojas, pronto subyugaron a otros reinos. Al mismo tiempo, aparecen más monstruos a plena luz del día, pero Baronia solo pone empeño en usar su poder para obtener los Cristales de los otros reinos. Pero ¿por qué?
Los Cristales tan solo irradian su Luz mágica en silencio…”.
Para llegar a la aldea de Mist, antes deben atravesar la cueva homónima. Una vez dentro, una voz retumba por los túneles.
—¡Marchaos!
—¿Eh? —Cecil mira a su alrededor—. ¿Quién ha dicho eso?
—Puede que sea la bestia del valle de Mist —dice Kain.
—¡Guerreros de Baronia! —insiste la voz—. ¡Salid ahora o sufrid las consecuencias!
—¡Da la cara! —le reta Kain.
—¡Habéis decidido ignorar mis avisos! ¡Pagaréis por vuestra impertinencia!
Cecil y Kain optan por seguir adelante. De pronto, la niebla a su alrededor se vuelve más densa, y de su interior surge un dragón. Un enemigo poderoso, pero que no supone mucha dificultad para dos guerreros tan curtidos. Sobre todo para un draconarius, experto en tratar con dragones.
Una vez fuera de la cueva, no tardan en divisar la aldea de Mist. Es un lugar bonito y tranquilo… hasta su llegada. El anillo de bom que les confió el rey de Baronia, y que les pidió que entregasen a los habitantes de Mist, comienza a brillar. Como si actuase por cuenta propia, el anillo invoca a varios boms, unas criaturas de fuego que se reparten por toda la aldea, quemando sus casas y sus árboles.
—¿Para esto nos ha mandado aquí? —pregunta Cecil, perplejo.
—No me puedo creer que hayamos destruido el pueblo… —Kain comparte su estupefacción.
—¿Por qué nos obligaría a llevar a cabo tal barbaridad?
Un grito cercano atraer su atención. Una niña de cabellos verdosos está arrodillada junto al cadáver de una mujer.
—El dragón de mi madre ha muerto… Y ahora ella también…
—¿Un dragón? —Cecil no puede evitar acordarse de la criatura a la que acaban de derrotar.
—He oído hablar de personas con el poder de invocar diferentes monstruos —dice Kain—. Se llaman invocadores.
—Entonces… Nosotros somos los responsables de su muerte al haber matado a su dragón.
La niña retrocede.
—¡¿Vosotros matasteis al dragón de mi madre?!
—Pero ¿cómo podíamos saberlo…? —se excusa Cecil.
—Así que el propósito del rey era aniquilar a todos los invocadores del pueblo —concluye Kain, disgustado.
—Madre mía…
—Me temo que es cierto. También vamos a tener que liquidar a la niña.
—¡¿Qué dices?! —protesta Cecil.
—Nuestro deber es obedecer las órdenes del rey —le recuerda el draconarius.
—Pero si es solo una cría…
—¿Pretendes desafiar al rey?
—¡Me niego a seguir masacrando a pobres inocentes en nombre del rey!
Cecil empuja a Kain. Este, sin embargo, no se muestra molesto. Es justo lo que esperaba.
—Sabía que dirías algo por el estilo… Supongo que esto nos convierte en rebeldes.
—¿“Nos”?
—Todo lo que soy se lo debo al rey, pero tampoco puedo deshonrar el nombre de los draconarius.
—¿Te unes a mi causa?
—Necesitaremos aliados para enfrentarnos a una nación tan militarizada… También tenemos que rescatar a Rosa.
—Gracias, Kain.
—No me las des. Esto no lo hago por ti.
—…
—Aquí corremos peligro; será mejor que nos vayamos. ¿Qué hacemos con la niña?
—No la podemos dejar aquí. Tendremos que llevarla con nosotros. —Cecil se aproxima a la muchacha de cabello verdoso—. Tranquila, no te queremos hacer daño. Aquí corres peligro, vente con…
—¡No! —La niña retrocede de nuevo.
—¡Venga, vamos! —insiste Kain—. ¡Tenemos que irnos ahora mismo!
—¡No! ¡Dejadme en paz! Os odio a los dos… ¡Matasteis a mi mamá!
Llena de rabia, la niña invoca a Titán, lo que causa un terremoto de tal magnitud que arrasa con lo que queda de Mist… y alrededores.
Capítulo 3 – Kaipo
Cecil despierta en medio del campo. La niña está a su lado, inconsciente. No hay rastro de Kain.
—Tengo que sacarla de aquí y llevarla a algún lugar seguro… —dice para sí mismo—. ¡Kain, espero que sigas vivo!
El camino que lleva a Mist y a la cueva que los separa de Baronia ha quedado cortado a causa del terremoto, por lo que Cecil no tiene más remedio que buscar alguna aldea en sentido contrario. El excapitán de los Alas Rojas carga a la niña en brazos y se dirige a Kaipo, un poblado situado en medio del desierto, junto a un lago. De ahí que aquella aldea sea conocida como “el oasis del desierto”. Cecil lleva a la niña a la posada. Al verlos llegar, el posadero comprende que se trata de una emergencia.
—¡Pero ¿qué le pasa a la pobre?! Mira lo pálida que está. Llévala a una cama, no os cobraré nada.
—Gracias, no sabes cuánto te lo agradezco.
Cecil tumba a la niña en una de las camas. Un rato después, la joven invocadora despierta.
—¿Qué tal te encuentras? —pregunta él.
—…
—Yo me llamo Cecil. ¿Y tú?
—…
—De veras siento lo ocurrido con tu madre. Entiendo que no me quieras perdonar. Pero ¿podrías al menos dejar que te proteja?
—…
Está claro que no quiere hablar con él. Motivos no le faltan. Cecil, resignado, decide dejarla tranquila y dormir en otra de las camas.
Un ruido de pisadas los despierta en mitad de la noche. Se trata de un general del ejército de Baronia acompañado por otros tres soldados.
—¡Cecil! ¡Por fin os encuentro!
—Deteneos —responde el caballero oscuro.
—Estoy cumpliendo con las órdenes del rey. Todos los invocadores de Mist deben ser eliminados. ¡Entregad a la niña y se os perdonará!
—Ni hablar.
—¡Si no la entregáis, moriréis!
—¡Jamás!
Cecil se mantiene firme, por lo que el general se ve obligado a actuar. Mala decisión. Cecil acaba con los tres soldados. El general puede morir o escapar, pero esto no cambia nada la historia.
—¿Te encuentras bien? —le pregunta la niña, al ver que se ha jugado la vida por ella.
—Sí. No hace falta que te preocupes. Jamás dejaré que te lastimen.
—¿De verdad?
—De verdad.
—Me llamo Rydia…
¡La invocadora Rydia se ha unido al grupo!
Por la mañana, Cecil y Rydia se sienten completamente recuperados. Ambos dejan atrás la posada para explorar Kaipo en busca de información. No hay rastro de Kain. Sin embargo, una mujer les cuenta algo sorprendente.
—Encontramos a una chica baroniana inconsciente a las afueras del pueblo. La pobre padece de fiebre árida. No hace más que repetir “Cecil” una y otra vez.
Alarmado, Cecil corre al encuentro de esa joven. Sus peores temores se hacen realidad: es Rosa. Un anciano está cuidando de ella.
—¡Rosa!
—Cecil… Ten cuidado…
—Para curar la fiebre árida —dice el anciano—, hace falta una joya poco común: el rubí del desierto. Solo se puede encontrar en la cueva del antoleón.
Cecil se dirige a aquella cueva de inmediato. Rydia va con él; una decisión cuestionable que esperemos no tener que lamentar después. Por ahora, lo único que sabe invocar es un chocobo. El Titán lo invocó en un momento de rabia incontrolable; no es algo que pueda hacer a voluntad. Sin embargo, en cuanto sube un par de niveles, Rydia aprende magia blanca y negra, por lo que haríamos bien en no subestimarla.
Para llegar a la cueva del antoleón, antes deben atravesar un canal subterráneo. Allí encuentran a un anciano de aspecto extravagante.
—Veo que portas una espada oscura, viajero —dice a Cecil—. Mira por dónde, necesito la ayuda de un caballero oscuro urgentemente.
—¿Por qué? ¿Qué ocurre?
—Tengo que llegar a Damcyan para poder rescatar a mi hija de su raptor, un bardo bellaco. ¡Debemos partir lo antes posible!
—¿No serás, por casualidad, el sabio Tellah? —No se explica de qué lo conoce Cecil.
—El mismo que viste y calza. La invocadora que va contigo nos será también de gran ayuda. El monstruo del lago es muy resistente a mi magia, pero juntos creo que podremos derrotarlo y abrirnos camino hasta Damcyan.
—Nosotros también necesitamos llegar allí.
—Pues no se hable más. Unamos nuestras fuerzas.
¡El sabio Tellah se ha unido al grupo!
Antes de continuar, se detienen a descansar en una sala segura, protegida del resto del canal subterráneo por un campo mágico que mantiene a los monstruos alejados. Los tres se sientan alrededor de una hoguera. Rydia no tarda en caer dormida.
—La pobre estaría agotada —dice Tellah—. ¿Quién es?
—Una invocadora del pueblo de Mist.
—Puedo observar que tiene un gran potencial. Con el entrenamiento adecuado, podría ser una gran maga. Mírala, qué cara tan inocente… Me recuerda a mi Anna…
—¿Quién es Anna? —pregunta Cecil.
—Mi hija. Se fugó a Damcyan con su novio, un bardo, porque yo no aprobaba su relación… Y tú, ¿por qué viajas a Damcyan?
—Una amiga mía sufre de la fiebre árida.
—Ah, así que buscas el rubí del desierto. —Tellah está bien informado—. No te va a ser nada fácil hacerte con él. Una criatura endiablada con ocho enormes tentáculos bloquea el paso. Pero no nos queda más remedio que luchar si queremos llegar a Damcyan antes de que sea demasiado tarde.
—¿Demasiado tarde para qué?
—Algo me alerta de un peligro inminente —asegura el sabio—. Aunque ojalá mis instintos estén equivocados.
Tras el descanso, Cecil, Rydia y Tellah se sienten con fuerzas para enfrentarse a la peligrosa bestia de ocho tentáculos que habita en las cataratas, en la salida note del canal subterráneo. Su nombre es Octomamut. Una vez liquidado, pueden regresar al exterior.
Capítulo 4 – Damcyan
Antes de llegar al castillo de Damcyan, Cecil, Rydia y Tellah observan tres barcos voladores dirigiéndose al mismo destino. Es probable que se trate de los Alas Rojas, la antigua unidad de Cecil. Sin embargo, el objetivo de los barcos voladores no es aterrizar en aquella zona, sino… ¡bombardear el castillo! Tras cumplir su cometido, los barcos voladores se marchan.
Cecil, Tellah y Rydia corren al castillo de Damcyan, completamente arrasado. Casi todos sus ocupantes han muerto. En la segunda planta encuentran el cuerpo de una joven a la que Tellah conoce bien…
—¡No puede ser! —exclama Tellah—. ¡Es Anna! —Al acercarse a su hija, el sabio descubre a un hombre joven oculto detrás de una columna—. ¡Tú! ¡Eres el bardo que me robó a mi Anna! ¡Esto es culpa tuya!
—¿Eh?
Tellah ataca al bardo, quien se limita a esquivar los golpes, sin ninguna intención de devolvérselos.
—¡Bardo cuchufletero!
—¡Espera! ¡No…!
—¡Muere de una vez!
—¡Escucha lo que digo! —insiste el bardo—. ¡Por favor!
—¡Cállate!
—Perdóname, te lo ruego…
Una voz detiene la mano de Tellah.
—¡Papá, detente!
Todos rodean a la chica, quien sigue tumbada en el suelo.
—¡Oh, Anna! —dice Tellah—. No sabes cuánto me alegro…
—Papá —lo interrumpe—, Edward es el príncipe de Damcyan. Siento haberme escapado, pero es que nos queremos tanto… Aun así, sabía que nunca podría ser feliz sin tu aprobación. Por eso íbamos de camino hacia Kaipo cuando…
—Fuimos emboscados por los Alas Rojas —explica Edward—, bajo el mando de Golbez.
—Nunca he oído hablar de ese tal Golbez —dice Cecil, extrañado—. ¿Quién se supone que es?
—No sé nada de él, pero su poder era algo temible…
—Pero ¿por qué atacaron Damcyan?
—Buscaban el Cristal, y no perdonaron la vida a nadie que se les interpuso… Mi madre, mi padre, incluso Anna… Todos intentaron protegerme de sus flechas.
Aquello ha dejado impresionado a Tellah.
—¿Tanto lo quieres, que estás dispuesta a sacrificar tu vida por él?
—Perdóname, papá… Edward, te amo…
Esas han sido sus últimas palabras. Todos lloran su muerte.
—Mi Anna… —dice Tellah—. ¡Maldito seas, Golbez! ¡Decidme todo lo que sepáis de él!
—Apareció en Baronia un día —responde Edward—, y se proclamó el nuevo capitán de los Alas Rojas. Es el responsable de sus sanguinarios ataques en la búsqueda de los Cristales.
—¡Para de lloriquear! Eso no va a devolvernos a Anna. —Un poco injusto, este señor—. Golbez de Baronia… ¡Acabaré con tu vida con mis propias manos!
—¡Espera, Tellah! —Cecil se interpone en su camino—. No puedes enfrentarte a él tú solo.
Tellah aparta al caballero oscuro de un empujón.
—Golbez morirá. No necesito ni tu ayuda ni la de nadie.
Tellah ha abandonado el grupo.
Mientras tanto, Rydia trata de consolar a Edward. O algo así.
—¡Deja de llorar! Se supone que los mayores no lloran. Yo perdí a mi mamá, pero he decidido que no voy a llorar más.
—¡No me importa! —replica Edward—. ¡Dejadme en paz! Me voy a quedar aquí con Anna. Jamás la abandonaré. ¡Ya todo me da igual!
Cecil da un guantazo a Edward.
—¡Ya basta! Ahora sois el rey legítimo de Damcyan. Será mejor que empecéis a comportaros como tal. Se lo debéis a todos vuestros súbditos. Se lo debéis a Anna. Majestad, mi nombre es Cecil, y requiero vuestra ayuda.
—¿De qué hablas?
—Una amiga que dejé en Kaipo tiene la fiebre árida. Necesito el rubí del desierto para poder salvarla. ¿Me podéis ayudar?
—¿Cómo se llama?
—Rosa.
Edward aparta la mirada.
—Es alguien a quien quieres mucho, ¿verdad? Igual que yo quería a Anna… Puedes encontrar el rubí del desierto en la cueva del antoleón, al este de aquí. El rubí está formado por el líquido que el antoleón segrega al poner sus huevos. Tendremos que utilizar el aerodeslizador para cruzar los bajíos y alcanzar la cueva. Después de adquirir el rubí, podremos atravesar más aguas bajas para llegar a Kaipo. Será mejor partir lo antes posible. Pongámonos en marcha.
¡El príncipe Edward se ha unido al grupo!
Aunque, como bien ha dicho Cecil, Edward sea el nuevo rey de Damcyan, el juego insiste en considerarlo príncipe, así que voy a respetarlo.
Edward conduce el aerodeslizador hasta la cueva del antoleón, un monstruo con dos pinzas enormes que ponen la piel de gallina. Aun así, el príncipe de Damcyan no se muestra asustado (y eso es muy raro en él, visto lo visto).
—Aquí es donde el antoleón pone sus huevos. Tranquilos, son unos animales muy mansos. No suelen atacar a los humanos. Mira, ahora veréis cómo toco el rubí sin problemas…
El antoleón está a punto de atrapar a Edward con sus pinzas. El príncipe lo ha esquivado por los pelos. Menos mal que eran mansos… Cecil y Rydia corren en su auxilio. Entre los tres logran derrotar al antoleón. El rubí del desierto queda a su alcance.
—¿Por qué me ha atacado? —se pregunta Edward, confundido—. Siempre han sido totalmente inofensivos.
—Los monstruos están multiplicándose estos días —dice Cecil—, y su comportamiento está cambiando. Tengo el presentimiento de que algo va mal.
—Basta de hablar —los interrumpe Rydia—. ¡Curemos a Rosa!
—Tienes razón. ¡En marcha!
El aerodeslizador lleva a Cecil, Rydia y Edward al oasis del desierto, Kaipo. Cecil deposita el rubí del desierto sobre Rosa, aún débil a causa de la fiebre árida. La luz del rubí baña a Rosa, quien se recupera en un abrir y cerrar de ojos.
En Final Fantasy IV hay muchas conversaciones largas y con multitud de personajes, así que es necesario indicar quién habla al principio de cada frase.
—[Rosa] Oh… ¡Cecil! ¡Estás vivo! ¡Qué mal lo he pasado!
—[Cecil] No tenías por qué…
—[Rosa] Pensé que te había perdido para siempre… Me dijeron que moriste en el terremoto de Mist.
—[Cecil] Siento haberte hecho sufrir tanto… Rosa, ¿quién es Golbez?
—[Rosa] El nuevo capitán de los Alas Rojas, nombrado por el rey. Quien, por cierto, ha estado actuando de forma muy extraña. Creo que Golbez lo está manipulando para reunir los Cristales para sus propios fines. Ahora que ya tiene el Cristal del Agua de Mysidia, seguro que va tras el Cristal del Fuego de Damcyan, el Cristal del Aire de Fabul y el Cristal de la Tierra de Troia.
—[Edward] El Cristal del Fuego ya es suyo…
—[Cecil] Ah, permíteme presentaros. Edward es el príncipe de Damcyan. Rydia es una invocadora de Mist. Sin su ayuda, nunca habría podido recuperar el rubí del desierto ni curar tu fiebre.
—[Rydia] Hola, ¿qué tal?
—[Rosa] Hola, Rydia. No sabes cuánto os agradezco lo que habéis hecho por mí.
—[Cecil] Ahora debes descansar. Viajaremos a Fabul en breve.
—[Edward] Pero el paso a Fabul del monte Hobs está bloqueado por gruesas capas de hielo.
—[Rosa] Rydia, ¿puedes conjurar Piro?
—[Rydia] No…
—[Rosa] Piro es uno de los hechizos más básicos. Como invocadora, no te debería costar…
Rosa no puede seguir hablando a causa de la tos.
—[Cecil] Rosa, no vas a poder acompañarnos en estas condiciones.
—[Rosa] No te preocupes por mí. Una maga blanca seguro que os sirve de gran ayuda.
—[Cecil] Pero…
—[Edward] Rosa solo quiere estar a tu lado, Cecil.
—[Cecil] Vale, iremos todos. Asegúrate de descansar bien esta noche. Partiremos por la mañana.
—[Rosa] Gracias.
¡La maga blanca Rosa se ha unido al grupo!
Es hora de irse a dormir.
En mitad de la noche, Edward sale a dar una vuelta por Kaipo. El príncipe se para junto al lago a tocar el arpa, que no solo es su instrumento musical, sino también su arma.
—Cuánto te echo de menos, mi Anna…
De pronto, un monstruo surge de entre unos arbustos y camina hacia él. Edward, que es un cobarde, no sabe cómo reaccionar. Entonces, una figura aparece sobre el agua del lago. Es el espíritu de Anna.
—Edward, debes luchar. Tú puedes. Debes creer en ti mismo.
El príncipe se arma de valor y derrota al monstruo.
—Anna, no te vayas…
—Debo dejar este mundo para ir a un lugar mejor.
—¡No! ¡No puedo vivir sin ti!
Anna se aleja volando por el lago.
—No permitas que Golbez consiga todos los Cristales. Debes luchar por proteger a tus súbditos y seres queridos. Como hiciste por mí…
La hija de Tellah desaparece.
—¡Te juro que lucharé hasta el final! Pero… ¿qué puedo hacer sin ti?
Capítulo 5 – Fabul
Tal y como adelantó Edward, el paso del monte Hobs está bloqueado por capas de hielo.
—Rydia —dice Rosa—, ¿crees que puedes conjurar Piro?
La invocadora agacha la cabeza.
—¿Qué te pasa? —pregunta Edward.
—Vamos, cariño —insiste Rosa—. Sé que puedes hacerlo.
—No…
—¿Por qué?
—Es que… ¡odio el fuego!
Oh, oh. Trauma detectado.
—Claro… —Cecil acaba de darse cuenta de algo—. Su pueblo fue arrasado por el fuego cuando yo…
Rosa se acerca a la niña de Mist.
—Rydia, eres la única que puede desbloquear este camino. Si no podemos llegar a Fabul, mucha gente correrá grave peligro. Por favor, Rydia, tienes que ser valiente.
—Ser valiente… —murmura Edward, tratando de asimilar ese mismo mensaje—. ¡Vamos, Rydia!
Los ánimos de Rosa y Edward hacen mella en la invocadora.
—¡Piro!
El hielo se derrite.
—Rydia, eres increíble —dice Edward.
—Sabía que podías hacerlo —añade Rosa.
—Gracias, Rydia. —Aunque de manera más comedida, Cecil también se suma a las alabanzas.
Más adelante, todavía en el monte Hobs, se topan con una escena de batalla. Un único hombre está haciendo frente a varios monstruos.
—Por su atuendo —dice Edward—, diría que es uno de los monjes de Fabul.
El monje liquida a casi todos los monstruos, a excepción del más poderoso: una mamá bom. Cecil, Rosa, Rydia y Edward corren en su auxilio.
—Os debo la vida. Soy Yang, un monje maestro de Fabul. Vine aquí con mis hombres para entrenarnos, pero fuimos emboscados por un tropel de monstruos… Eran mis mejores monjes…
—Yo me llamo Cecil. Traigo noticias urgentes para Fabul.
—Un ruin villano, conocido como Golbez —dice Rosa—, está manipulando las fuerzas de Baronia para robar los Cristales del mundo.
—Entonces —responde Yang—, seguro que también desea nuestro Cristal del Viento.
—Sin duda —asiente Edward—. Hace unos días arrebató el Cristal de Damcyan.
—Ahora va a por el de Fabul —añade Cecil.
—Pues no nos va a ser nada fácil detenerlo —se lamenta Yang—. En Fabul solo quedan estudiantes. No tendremos muchas posibilidades en una batalla contra las fuerzas armadas de Baronia.
—Puedes estar seguro de que Golbez es el responsable del ataque que acabó con las vidas de tus hombres —asegura Rosa.
Es decir, que fueron las tropas de Baronia quienes liberaron a los monstruos.
—¡En ese caso, el ataque es inminente! —exclama Yang—. ¡Debo irme!
—Te seguiremos hasta Fabul —responde Cecil—. Queremos ayudar ahora que la ciudad tiene las defensas bajas.
—Os lo agradezco. Pero esto no es asunto vuestro.
—Te equivocas. Esto también tiene que ver con nosotros.
—Yo soy el príncipe de Damcyan —dice Edward.
—Rosa y yo somos baronianos, y esta niña es la víctima de uno de los asaltos que realicé en nombre de mi rey…
—Ah… —Yang asiente—. Será un honor teneros a todos como compañeros, entonces.
—No nos queda mucho tiempo —apremia Cecil—, tenemos que darnos prisa.
—Fabul se encuentra detrás de las montañas, al este.
¡El monje maestro Yang se ha unido al grupo!
Los cinco corren al castillo de Fabul. Por suerte, aún está a salvo. No hay rastro de Golbez, los Alas Rojas ni demás tropas de Baronia. El rey los recibe en la sala del trono.
—Por fin has llegado, Yang.
—Majestad, debemos prepararnos para la batalla. Las fuerzas de Baronia están a punto de lanzar una ofensiva para robarnos nuestro Cristal.
—¿Cómo sabes eso?
Yang señala a Cecil y Rosa.
—Estos dos son ciudadanos de Baronia y vinieron para advertirnos.
—¿Y los demás? —pregunta el monarca.
—Majestad —dice Cecil, impaciente—, nos queda poco tiempo. Debemos reforzar las defensas cuanto antes.
—Yang, ¿podemos fiarnos del caballero oscuro y sus compañeros?
—Desde luego. Arriesgaron sus vidas para ayudarme.
—¡Debemos darnos prisa! —insiste Cecil.
—¡Por favor, nos quedamos sin tiempo! —añade Rosa.
Edward da un paso al frente.
—Majestad, es un placer volver a veros.
—¿Príncipe Edward?
—La armada de Baronia diezmó Damcyan y robó nuestro Cristal. Muchos murieron en el ataque: mis padres, mi Anna… ¡No podemos permitir que se repita la misma tragedia!
—Perdonad mis sospechas. Yang, prepara a los hombres para la batalla. Príncipe Edward, caballero oscuro, ¿ayudaréis a Fabul?
—Sí —responden ambos.
—Ellos ya han dado muestras de su predisposición y fuerzas —dice Yang—. Nos uniremos a los soldados de la vanguardia.
—Muy bien —asiente el rey—. ¿Quizá las magas podrían ayudar en la enfermería?
—Desde luego, majestad —responde Rosa.
—El destino de Fabul queda en vuestras manos.
—¡Por Fabul! —exclama Yang—. ¡Cecil, Edward, en marcha!
Los tres hombres se disponen a abandonar la sala del trono.
—Cecil —dice Rosa—, ten cuidado…
—Rydia, cuida de Rosa por mí.
Yang, Edward, Cecil y otros cuantos monjes reciben a las tropas de Baronia en la entrada del castillo. Ellos se bastan para contener a los asaltantes… hasta que llegan los Alas Rojas. Poco a poco, los soldados de Baronia y los monstruos a los que invocan obligan a retroceder a sus enemigos. Los monjes tratan de bloquear las puertas para retrasar su avance, pero uno de ellos los traiciona. ¡Era un enemigo infiltrado! Ya nada puede detener a los baronianos.
Es evidente que el objetivo de Baronia es robar el Cristal, así que Cecil, Edward y Yang hacen todo lo posible por protegerlo. Los soldados rasos y los monstruos no son rivales para ellos. Sin embargo, el comandante de los draconarius es otra historia… Kain acaba de llegar a la sala del Cristal.
—Cuánto tiempo sin vernos, Cecil.
—¡Kain! ¡Sigues vivo! Ya tendremos tiempo de hablar. ¡Ahora debemos luchar!
—Desde luego —asiente Kain—. ¿Crees que podrás derrotarme?
—Pero ¿qué dices? —Cecil esperaba que Kain luchase a su lado, no contra él.
—¡En guardia!
—¡Kain! ¡Eres mi amigo! ¡Mi hermano! ¿Por qué haces esto?
—Ahórrate tus palabras. ¡Defiéndete, cobarde!
Kain y Cecil se enfrentan en combate, con victoria para el primero.
—¿Golbez te ha embaucado a ti también? —dice Cecil, casi sin fuerzas.
—¿Algún último deseo?
Yang detiene a Kain antes de que este remate al caballero oscuro. En ese momento, Rosa y Rydia entran a la sala del Cristal.
—Kain —dice Rosa—, nunca pensé que tú nos traicionarías…
—¿Qué? Yo…
El draconarius titubea.
—¿Por qué dudas, Kain? —dice una voz grave.
Otro hombre entra a la sala.
—¡Golbez! —exclama Edward.
—Así que tú eres Golbez —dice Cecil.
—Y supongo que tú eres Cecil. Nunca dudes en matar a un enemigo, Kain. Presta atención y te enseñaré cómo se debe hacer.
Golbez lanza un rayo que va dirigido a Cecil y Kain. Yang aparta al draconarius y recibe el impacto en su lugar. Edward, que estaba detrás, también se lleva un buen golpe. Ambos caen al suelo, inconscientes.
—¡Kain, coge el Cristal! —le ordena Golbez.
—Sí, señor.
—¡No, Kain, por favor! —dice Rosa.
Sus palabras hacen titubear otra vez al draconarius.
—Rosa, no… —murmura Cecil.
—Veo que esta mujer es muy importante para ti —dice Golbez—. Me la llevaré conmigo para darle emoción a nuestro reencuentro. —¿No había dicho que hay que matar a sus enemigos?—. ¡Vamos, Kain!
Golbez se marcha. Kain coge el Cristal y sigue sus pasos, no sin antes detenerse junto a Cecil.
—La próxima vez no tendrás tanta suerte.
—Espera…
Pero su amigo ya no está.
Rydia, la única que permanece en pie, usa su magia blanca para curar a Cecil, Edward y Yang. Por suerte, los tres hombres se recuperan rápido.
—Se ha llevado el Cristal… —dice Yang—. He fracasado.
—Y también se ha llevado a Rosa… —añade Cecil.
—¡Entonces, ¿por qué estamos perdiendo el tiempo?! —les recrimina Rydia—. ¡Hay que rescatar a Rosa y recuperar los Cristales!
—Tiene razón —responde Edward—. ¡No tenemos tiempo para lamentarnos!
—Cecil —dice Yang—, ahora nos toca ayudarte a ti. Pero, por ahora, tomémonos un tiempo para curar nuestras heridas.
Los cuatro se dirigen a la posada. Deben descansar hasta la mañana siguiente.
Capítulo 6 – Plan de rescate
Cecil, Rydia, Edward y Yang tienen que recuperar los Cristales y rescatar a Rosa, en manos de Golbez. Pese a pertenecer a ramas diferentes del ejército de Baronia, el nuevo capitán de los Alas Rojas cuenta con la asistencia de Kain. Desde luego, no será una tarea fácil.
—[Edward] Tenemos que formular un plan de rescate.
—[Cecil] Para luchar contra Golbez necesitaremos un barco volador. ¡Pero Baronia es el único reino que los posee!
—[Yang] Entonces, no nos queda más remedio que infiltrarnos en Baronia y robar uno.
—[Cecil] El ejército de Baronia consta principalmente de los Alas Rojas, de ahí que descuiden sus fuerzas navales. Creo que podremos pasar desapercibidos si utilizamos un barco.
—[Rydia] Pues hará falta uno.
—[Yang] Le pediré un barco al rey. Por vosotros, no escatimará en recursos para ayudar.
—[Cecil] Gracias, Yang.
—[Yang] ¿Quién era el draconarius?
—[Cecil] Se llama Kain… Era mi mejor amigo. Juramos juntos dejar atrás Baronia. Y ahora…
—[Yang] Vaya, siento oír eso…
Los cuatro visitan al rey de Fabul, quien fue herido durante el ataque de Baronia y debe permanecer en cama. El monarca ve con buenos ojos el plan propuesto por el monje maestro.
—Pondré a vuestra disposición un barco. Yang, acompaña y ayuda a Cecil. Cecil, toma esta espada. Perteneció a un caballero oscuro que vino a Fabul hace muchos años. Tiene tremendo poder, pero rezuma energía oscura, y la Oscuridad jamás vencerá al mal. Espero que puedas derrotar a Golbez. —El rey entrega a Cecil la espada Quitapenas—. En el muelle encontraréis un barco que os llevará adonde queréis ir. Tenemos que detener a Golbez. Si consigue reunir los Cristales, el mundo se verá sumido en el caos. Cuento con vosotros.
Yang, Cecil, Edward y Rydia se dirigen al barco. La mujer de Yang los acompaña para despedirse.
—¡Buena suerte! ¡Tened cuidado y dadles una buena zurra de mi parte!
—Lo intentaremos por todos los medios —asiente Cecil.
—Sé que puedo confiar en ti para cuidar de todo —responde Yang.
—Descuida —dice ella—. Ten cuidado, cariño.
El barco leva anclas. Por delante les aguarda un largo camino.
—¿Qué haremos cuando lleguemos a Baronia? —pregunta Yang.
—Primero —dice Cecil—, tenemos que encontrarnos con Cid, ingeniero jefe de Baronia. Seguro que nos puede ayudar.
—Espero que ese hombre siga a salvo…
Edward se mantiene en silencio, como ausente. Rydia se ha dado cuenta de que le pasa algo.
—¿Tienes frío? Estás temblando.
—No es nada. No te preocupes…
Acaba de perder a toda su familia y amigos, es normal que esté así.
De pronto, el barco comienza a agitarse. Ha aparecido una sombra gigantesca bajo el agua.
—¡Por las barbas del dios marino! —exclama uno de los tripulantes.
—¡Por el salmón sagrado! —añade otro.
—¡Es Leviatán! —dice el capitán.
La temible serpiente marina surge de las profundidades. El capitán ordena cambiar de rumbo, pero ya es demasiado tarde. En una de las sacudidas, Rydia cae por la borda. Yang se lanza al agua para tratar de rescatarla. Por desgracia, no servirá de mucho. Leviatán crea un remolino de agua que hunde el barco.
Enlaces:
– Introducción
– Final Fantasy IV, parte 1: capítulos 1-6
– Final Fantasy IV, parte 2: capítulos 7-18
– FFIV Interlude: capítulos 19-22
– The After Years, parte 1: capítulos 23-35
– The After Years, parte 2: capítulos 36-49
– The After Years, parte 3: capítulos 50-60
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