El bao desaparecido
El cuerpo de Jade reposaba sobre el césped, tendida bocarriba, con las manos entrelazadas sobre su abdomen y un rostro que reflejaba paz, como si, simplemente, se hubiese quedado dormida bajo el agradable sol de Ine-Isu. El tono carmesí de la hierba evidenciaba lo contrario. Esa niña estaba sumida en un sueño del que no despertaría jamás.
El detective Dodo observaba aquella escena con expresión sombría, manteniéndose aún a cierta distancia del cuerpo.
—El mundo está enfermo —dijo, asqueado—. ¿Qué puede llevar a una persona a quitarle la vida a otra?
—A una niña tan dulce e inocente, además —añadió Aura.
—No dejes que su aspecto te engañe —replicó Dodo—. Como siempre digo, debemos basarnos en las pruebas, no en los prejuicios.
—Ah, vale.
—«Ah, vale» no es una respuesta muy detectivesca. Tienes que decir: «¡Llegaremos al fondo de este asunto!».
—¡Llegaremos al fondo de este asunto!
Dodo asintió, satisfecho. Consideraba a Aura su mano derecha, pero sabía que aún tenía mucho que aprender. No así Yía, quien enseguida demostró estar más que capacitada para afrontar situaciones difíciles o desagradables.
—Voy a examinar el cadáver.
Aura torció el gesto al escuchar esa palabra: «cadáver». Le costaba asociar un término tan negativo al cuerpo tendido de Jade, una niña de tan solo diez años. Pero sabía que tenía que ser fuerte, o se arriesgaba a ser expulsada del trío de detectives. ¡Y apenas acababan de empezar!
—La hierba se agita bajo mis pies —advirtió Yía—. Es como si quisiera… mostrarme algo.
Era su forma de decir que había encontrado una posible pista. Dodo se acercó a ella, tratando de no pisar las manchas de sangre salpicadas sobre el césped. Le bastó con arrodillarse junto al cuerpo de Jade para percibir ese indicio.
—¿Qué es este olor?
—Esperaba que tú me lo dijeras. —Yía le mostró las manos de Jade—. Mira, están llenas de migas.
Dodo las olisqueó con detenimiento. Su veredicto no tardó en llegar.
—¡Huele a bao! A bao de bayas, concretamente —puntualizó, como experto en el tema—. Interesante…
—¿De qué nos sirve eso? —preguntó Aura desde la distancia—. Lo más probable es que estuviese comiendo bao cuando la mataron.
—Podría ser —reconoció Dodo—. Pero, si fuese así, ¿cómo explicas que no tenga ni una sola miguita en los labios? —El detective se puso en pie, rebosante de determinación—. ¡No, Aura! ¡Esto ha sido un robo!
—¿La mataron para robarle un bao? —dijo Aura con voz débil, producto de su espanto, o quizá de su incredulidad.
—Eso es lo que parece —concluyó Dodo, reafirmándose en su teoría—. Queda por descubrir quién lo hizo. Y eso no es todo… Mística, ¿podrías decirnos cómo murió?
Yía recorrió el cuerpo de Jade con la mirada, en busca de alguna opción convincente.
—El viento me susurra… —Unió las manos, un gesto que le servía para abstraerse y concentrase—. Le golpearon en la cabeza con un objeto metálico. Tiene una herida en la parte trasera —añadió, sin necesidad de comprobarlo.
Nadie cuestionó su conclusión. Confiaban en sus poderes místicos.
—¿Un martillo, quizá? —preguntó Dodo al aire.
—¡Ah! —exclamó Aura, el objetivo indirecto de esa pregunta «al aire»—. ¡La guardiana de la madre de Jade trabaja con metales!
—Interesante… ¿Y eso de ahí no es…?
Dodo se agachó para recoger el martillo que permanecía semioculto junto a un árbol cercano, cuando…
—¡Ay! —Jade se incorporó de repente—. ¡Acabo de recordar que tengo que hacer un recado!
Mientras tanto, en la realidad…
La escena perdió su lugubridad de un plumazo. El césped recobró su verdor habitual, sin restos de sangre. El martillo se convirtió en una rama como por arte de magia.
—¿No te puedes esperar? —protestó Dodo—. Aún no hemos terminado.
—¡Pero es que mi madre dijo que lo necesitaba para antes de cenar!
Jade no estaba dispuesta a escuchar más réplicas. Abandonó la «escena del crimen» a toda prisa, dejando a las tres detectives sin su víctima.
—Podemos seguir sin ella —propuso Aura, intrigada por ver en qué desembocaba todo aquello.
—Sin cuerpo no hay delito —sentenció Yía—. Aunque atrapásemos a la culpable, no podríamos encarcelarla.
—Bueno, seguro que a Dodo se le ocurre algo más…
Dodo era el líder indiscutible de aquel trío tan inusual de detectives. Y ninguna de las tres era tan «inusual» como Dodo, único vulra de género masculino dentro de una especie, hasta su llegada, o hasta que así lo proclamó a los ocho años, compuesta en su totalidad por féminas. Esta era una de las principales características que las diferenciaban de los humanos, la especie mayoritaria a lo largo y ancho del mundo conocido. No así en Ine-Isu, una isla del mar Ornado habitada mayoritariamente por vulras.
Otro de los rasgos distintivos de las vulras eran sus orejas vulpinas y sus colas alargadas, finas y mullidas. El color de las orejas y la cola solía coincidir con el de su cabello, salvo en casos muy contados de policromía, una condición considerada de mal agüero. Por ese mismo motivo, el de la superstición, ninguna vulra osaba teñirse el pelo.
Dodo, de ojos dorados y una media melena anaranjada, usualmente alborotada, que le llegaba casi hasta los hombros, era el motor de su grupo de amigas. Inquieto, risueño y enérgico; le costaba quedarse de brazos cruzados durante más de cinco minutos. Siempre iba en busca de nuevas aventuras y experiencias. Así fue como se le ocurrió la idea de fundar una (falsa) agencia de detectives, a la que una de sus hermanas mayores denominaba «Escuadrón DoYiRa», por la suma de los nombres de sus tres integrantes. Una designación a la que Dodo se opuso en un primer momento, pero que ya había quedado establecida, sin su consentimiento explícito, como definitiva.
Aura y Dodo llevaban siendo amigas inseparables desde antes de aprender a caminar. Era raro ver a una lejos de la compañía del otro. Así había sido siempre, y así seguía siendo a sus trece años. Curiosamente, no se parecían tanto como cabría esperar. Aura era mucho más tranquila, tímida y recatada. De voz suave y dulce, siempre tenía palabras amables para las demás. Dedicaba mucho tiempo al cuidado de su apariencia, tal y como exigía su participación en los ritos sagrados de Ine-Isu. El color azul de su melena y el tono irisado de sus ojos eran rasgos distintivos de uno de los linajes de mayor renombre en la sociedad vulra.
Fue en los ensayos de dichos ritos sagrados donde Aura se hizo amiga de Yía, una de las aprendices de Mística. Aunque las tres compartían clase del colegio, hasta entonces Dodo y Aura apenas habían tenido relación con aquella vulra tan reservada y silenciosa, de ojos oscuros y cabello blanco, que solía llevar recogido en una larga coleta alta. Su cuerpo más desarrollado y su madurez la hacían parecer mayor que sus compañeras de clase. Mística Yía, como la llamaba Dodo, pese a que aún no era más que una aprendiz, se había convertido en un pilar fundamental dentro de ese trío tan heterogéneo.
—¡Eh! —El grito de Dodo sobresaltó a sus dos amigas—. ¡¿Dónde está mi bao?!
Dodo estaba plantado frente a un árbol, con los brazos en jarra y la cola tensa. Cuando Aura se apresuró a ir a su lado, pudo observar una hoja de acuyo extendida en el suelo. Las vulras usaban esa planta para envolver alimentos. Sin embargo, el ejemplar que tenían delante no estaba envolviendo nada. Aunque, según Dodo, debería hacerlo. Qué contradictorio.
—Dejé aquí mi bao —dijo con indignación.
—¿No es el que se comió Jade? —preguntó Aura.
Las cuatro chicas estaban jugando a las detectives. Jade, quien representaba el papel de la víctima, en lo que, a todas luces, se trataba de un asesinato, tenía restos de bao entre sus dedos. Fue el propio Dodo quien esparció unas miguitas para hacerlo más realista. Si el juego no se hubiese visto interrumpido, las tres valientes detectives habrían seguido el rastro hasta… lo que sea que se les hubiese ocurrido. Gran parte del desarrollo de sus casos, cuando no la totalidad, era improvisado.
—Jade no tenía que comerse el bao de verdad —sentenció Dodo, tratando de convencerse a sí mismo—. Aunque…
Aura esperó con impaciencia a que su amigo terminase la frase. Como no lo hizo, Yía se encargó de ello.
—Tal vez lo hizo.
—¿Qué motivo tendría un cadáver para comerse un bao? —preguntó Aura, aún metida en la representación del juego.
—Quizá tuviese hambre —concluyó Dodo.
—¿Hambre? ¿Un cadáver? —Aura torció el gesto, poco convencida con la dirección que estaba tomando el argumento.
—No, no la Jade cadáver. —Dodo se puso más serio—. ¡La Jade real!
Se hizo el silencio. Aura sintió un escalofrío. A lo lejos se oyó un trueno. Bueno, esto último no.
—¿Crees… que Jade ha robado el bao?
Jade solo tenía diez años. Era una niña muy buena e inocente. Pero, como todas las vulras, adolecía de un gran defecto: necesitaba alimentarse para sobrevivir.
—Quizá tuviese hambre… —repitió Dodo—. ¡Y decidió llevarse mi comida! ¡¿Sabéis lo que significa eso?!
—Sí —respondió Aura, como si estuviese siendo sometida a un test.
—¡Es nuestro primer caso real!
Desde luego, no era lo mismo en lo que pensaba la vulra de pelo azul.
—¿Vamos a investigar esto? —preguntó, confundida.
Dodo le dedicó una mirada de incredulidad.
—No creerías que iba a dejarlo pasar, ¿verdad?
—Puedo prepararte otro bao, si quieres.
—N-No, gracias. —Dodo necesitó reunir toda su fortaleza para negarse. Debía hacerlo por el bien de la investigación—. En realidad, no tengo hambre. ¡Pero no permitiré que nadie me robe un bao!
Yía, quien había escuchado toda la conversación en silencio, puso su mano sobre el hombro de Dodo.
—Siento decirte esto, pero… lo más probable es que ya sea tarde. Jade ha tenido tiempo de sobra para comerse el bao.
—¡Aun así, tenemos que descubrir la verdad! ¡Es nuestro primer caso real! —insistió.
Aura y Yía no sabrían decir qué era lo que más motivaba a su amigo: el supuesto robo o la posibilidad de investigar. Aquello ya no era un juego. Era un tema serio. Muy serio. Las dos chicas apoyarían a Dodo hasta el final. Hasta las últimas consecuencias. Aunque la búsqueda del bao desaparecido las pusiese en peligro. Cosa que, por otro lado, no ocurriría. Ni de lejos.
Jade había interrumpido el juego al recordar que debía cumplir un recado para su madre. Esto, de por sí, les parecía sospechoso. No se lo pareció en un primer momento, pero sí al descubrir la desaparición del bao. ¿Se trataba de un encargo real o de una excusa para abandonar la escena del crimen? Jade no había especificado de qué recado se trataba, así que no sabían por dónde empezar a buscarla.
—Lo más fácil sería esperar en la puerta de su casa —dijo Mística Yía.
—¿Y dar por perdido mi bao? —Dodo negó con la cabeza—. Si nos damos prisa, quizá estemos a tiempo de rescatarlo con vida.
El supuesto robo acababa de convertirse en un caso de secuestro. De secuestro con rehenes, incluso, lo cual significaba exactamente lo mismo, pero parecía más peligroso. Eso aumentaba la gravedad y la urgencia de su investigación.
—¿Por qué no preguntamos a su mamá? —sugirió Aura.
Esa sí que era una buena idea. Siempre y cuando, remarcó Dodo, no estuviese también involucrada en el crimen. Las madres de Jade y Dodo mantenían una especie de rivalidad sana, algo difícil de describir, y que, por suerte, nunca había pasado a mayores. No eran enemigas, pero tampoco amigas. Se evitaban. Si coincidían en un mismo lugar, sus sonrisas y saludos no parecían sinceros. Así había sido desde su juventud, por motivos que jamás habían compartido con sus respectivas hijas.
Dodo, Aura y Yía se plantaron frente a la casa de Jade, dispuestas a desentrañar el misterio de la desaparición del bao. Tras un breve debate, decidieron que sería la aprendiz de Mística quien llamase a la puerta, mientras sus dos amigas permanecían escondidas a un lado de la misma. Era menos probable que la madre de Jade se negase a compartir información con Yía que con las otras dos vulras. Sí: la tensión entre las madres de Jade y Dodo se extendía también a la madre de Aura, debido a la gran amistad que se profesaban estas dos últimas progenitoras.
Sin embargo, quien abrió la puerta no era la vulra que habían ido a buscar. De hecho, era la última vulra a la que buscarían en toda la isla de Ine-Isu.
—¡Oh, pero si es la mudita! —se burló al ver a Yía ante su puerta—. ¿Dónde te has dejado a Flora y Fauna?
Esos eran los apodos que aquella vulra de ojos verdes y melena oscura había puesto a Aura y Dodo, respectivamente. Y no eran, ni por asomo, apodos cariñosos. Al escuchar su voz, Dodo no pudo aguantarse. Salió de su escondite para enfrentarse a ella.
—Tannu…
—Dodo…
Las dos vulras se sostuvieron la mirada. Saltaban chispas entre ellas. Tannu era la hermana mayor de Jade. También era compañera de clase de las tres detectives. Pero, sobre todo, era la máxima rival de Dodo. Una relación que se había transmitido de madres a hijas de forma innata. Solo a ellas dos, en realidad.
—Estamos buscando a Jade —dijo Dodo en un tono algo seco.
—¿Por qué no dejáis en paz a mi hermana?
—Es ella quien viene a jugar con nosotras…
Tannu se encogió de hombros, con una media sonrisa burlona en el rostro.
—Sois patéticas. ¿No os cansáis de vuestros jueguecitos?
—No —replicó Dodo con firmeza—. Tenemos trece años.
—Sí, se os nota… —Tannu se sacudió la melena con aires de superioridad—. Jade no está en casa, así que perdéis el tiempo. Lo cual, por otro lado, es lo que hacéis siempre.
Tannu les cerró la puerta en las narices. Dodo apretó los puños con rabia.
—Tenía razón en una cosa —dijo Yía, quien había permanecido en silencio hasta ese momento—. Hablar con ella es perder el tiempo.
Dodo rió, ya más relajado. Aura, por el contrario, parecía preocupada.
—¿Cómo vamos a encontrar a Jade ahora? Podemos tentar a la suerte…
—Un detective no tienta a la suerte —replicó Dodo—. Tenéis que usar la cabeza.
Mística Yía se acarició la barbilla, pensativa. Aquello le había parecido extraño. Y no era la primera pista… ¿Acertaba al suponer que…?
—¡Tengo una idea! —exclamó Aura, quien se había tomado la investigación como un reto personal—. Podemos ir a la calle del mercado y preguntar si alguien ha visto a Jade. De paso, te compraré otro bao.
—Te lo agradezco, pero ya te he dicho que no tengo hambre —repitió Dodo—. Vamos a centrarnos en la investigación.
Por alguna razón misteriosa, que se guardó para sí mismo, Dodo no parecía convencido con la propuesta de Aura. Yía creía conocer el motivo. Aura, en cambio, decidió seguir adelante con aquella idea.
—O podemos preguntar en el puerto.
—Eso no es usar la cabeza, ranita —insistió Dodo.
Aura empezaba a pensar que su amigo no buscaba una lluvia de ideas, sino llegar a una conclusión concreta. Sin duda, él era el mejor detective de las tres; quizá iba uno o varios pasos por delante y esperaba que ellas lo alcanzasen. ¿Había alguna forma de averiguar el paradero de Jade sin preguntar? ¿Algo que habían pasado por alto? ¿Quizá, simplemente, debían seguir el rastro de migas? Era difícil, por no decir imposible, pues un bao apenas dejaba migas. Además, resultarían casi inapreciables sobre el manto verdoso del césped perfectamente cuidado que cubría toda la superficie del poblado vulra.
—No hace falta que vayamos a ninguna parte —sentenció Yía—. El misterio está resuelto.
Dodo y ella intercambiaron una mirada que Aura no supo descifrar. En ese momento, la vulra de pelo azul comprendió que sus dos amigas sabían algo que ella no. Mejor dicho: algo que ella se negaba a ver. Una incongruencia tan grande como toda la isla, pero que, no obstante, había ignorado en aras de la investigación. Aura tenía que entender que, a diferencia de los anteriores, este no era un caso imaginario. El bao existió. Era la merienda de Dodo, no un simple atrezo para el falso caso del asesinato ficticio de Jade.
—¿Cómo puede ser que no tengas hambre? —preguntó a su amigo.
—¿Eh? —La pregunta pilló a Dodo desprevenido.
—Te han robado tu bao, pero dices que no tienes hambre…
Yía asintió con la cabeza, indicando que estaba de acuerdo con la conclusión a la que había llegado, o a la que estaba a punto de llegar, Aura.
—Creo… —siguió esta—. Creo que te lo has comido tú, pero no te acuerdas.
—¿Eso crees? —Dodo miró fijamente a los ojos irisados de Aura—. ¿Crees que me olvidaría de algo así?
—No, supongo que no.
Dodo suspiró, decepcionado.
—Las detectives no puede basarse en intuiciones y prejuicios —recriminó a su amiga—. Tienen que seguir los indicios, por mucho que se alejen de su primera idea.
Las tres se quedaron en silencio, reflexivas.
—Entonces —dijo Aura al fin—, mantengo lo que dije. ¡Te lo has comido tú!
La expresión severa de Dodo se fue relajando, hasta que le resultó imposible contener la sonrisa. Con dos palmadas, dio el caso por cerrado.
—¡Habéis superado la prueba!
—¿Qué prueba? —preguntó Aura, confundida.
—Si vamos a dedicarnos a resolver misterios reales, tenía que asegurarme de que estabais capacitadas para ello. Por eso pensé en haceros una prueba. Es un caso muy sencillo, pero ha sido real. Y, lo más importante de todo, ambas lo habéis resuelto.
Yía ni siquiera necesitó abrir la boca; Dodo sabía que había sido la primera en descubrir su engaño. Aura, por otra parte, pasó de la perplejidad a la ilusión. No estaba enfadada, ni mucho menos. Más bien, todo lo contrario.
—¿Eso significa… que me aceptas en tu agencia de detectives?
—En realidad, no habría agencia sin vosotras dos.
Aura se abrazó a Dodo, emocionada. Aunque siempre había participado en todos los juegos planteados por su mejor amigo, nunca se había sentido tan metida en el papel como en ese instante. Más que demostrar a los demás que era una detective válida, se lo estaba demostrando a sí misma. Al lado de Dodo y Yía, se sentía capaz de resolver cualquier misterio.
Y ocasiones de demostrarlo no les faltarían…
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