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El árbol sangrante
(tercera parte)
Lo último que querría una estudiante era pasar su mañana libre en el colegio. Ni siquiera una jovencita tan aplicada y responsable como Aura; ya ni digamos Dodo, quien aborrecía con todas sus fuerzas el sistema educativo de Ine-Isu. No porque le pareciese peor que otros, sino porque era el único que conocía, puesto que, como la mayoría de las vulras, jamás había abandonado aquella isla.
Pero había un motivo de peso para que Dodo y Aura estuviesen allí fuera del horario lectivo.
Mientras tanto, en su imaginación…
Colegio de Ine-Isu. Patio trasero. 11:12.
Dos días atrás, durante una investigación, las detectives se toparon con una escena de pesadilla. Varios árboles habían sido apuñalados en la parte superior del tronco. De su interior emanaba sangre roja, similar a la de las vulras y demás seres vivos del reino animal. Todo un misterio.
Poco antes, Dodo había visto, por casualidad, a una vulra de cabello oscuro y corto cerca de uno de esos árboles. De hecho, estaba convencido de que la vio saltar desde lo alto del tronco. Gracias al testimonio de otra vulra, una chica salvaje llamada Riff, lograron dar con la culpable. Tina, que así se llamaba esta supuesta arboricida, confesó su espantoso crimen sin apenas oponer resistencia.
Caso resuelto.
Pero el trabajo de las detectives estaba lejos de terminar. En primer lugar, Aura se puso en contacto con el DCA, el Departamento de Conservación Ambiental, para informarles de lo sucedido y pedirles que tratasen de salvar tantos árboles como les fuese posible. Las puñaladas eran profundas y habían perdido mucha sangre, pero ni uno solo de los árboles heridos daba muestras de estar marchitándose.
—Traigo buenas noticias —dijo la doctora encargada de examinarlos—. Todos los árboles se pondrán bien.
—¡¿De verdad?! —exclamó Aura, emocionada.
—Los hemos limpiado, vendado y regado. Ahora solo queda esperar. Pero están fuera de peligro —insistió.
Dodo y Aura la acompañaron hasta la salida del colegio.
—Muchas gracias, doctora —dijo Aura antes de separar sus caminos.
—No hay de qué. Lo único, la próxima vez estaría bien que no esperaseis tantas horas antes de avisarnos de un apuñalamiento…
—Perdón, es que me despisté.
¿Quién no se ha despistado alguna vez? En cualquier caso, queridos lectores, si alguna vez sois testigos de un apuñalamiento o encontráis a alguien, ya sea humano, vulra, animal o árbol, herido de gravedad, no esperéis al día o capítulo siguiente para informar al servicio de emergencias.
Poco después, en la realidad…
Dodo y Aura esperaron a Yía en el parque situado frente al colegio, tal y como habían acordado. La aprendiz de Mística tenía una misión que cumplir. Y, como no podía ser de otra manera en una vulra tan eficiente como aquella…
—La he encontrado.
—¡Bien! —celebró Dodo, nervioso por la espera—. ¿Dónde está?
—En la Foresta.
—¡Doble bien!
La Foresta de la Luna era uno de los tres barrios en los que estaba dividido el hogar de las vulras. Ellas no se referían al lugar en el que vivían como «pueblo» o «ciudad», sino que mencionaban la isla en su conjunto. Es decir, la isla de Ine-Isu. Pero, en realidad, la zona habitada por las vulras solo ocupaba la mitad occidental de aquella isla. Al este se extendía un denso bosque, habitado por otras criaturas… que conoceremos más adelante.
Dodo, Aura y Yía conocían la Foresta de la Luna como la punta de su cola, ya que era allí donde vivían las tres, junto a gran parte de sus respectivas familias. Sin embargo, como es lógico, no podían saber a quién pertenecían todas y cada una de las casas de la Foresta. Fue necesaria una breve investigación, de la que se encargó Yía en solitario, para localizar a su objetivo. Es decir: para localizar a Masha.
Aura y Dodo siguieron a Yía hasta el extremo noreste de la Foresta de la Luna, cerca de la entrada del bosque. Su destino era una de las viviendas que marcaban el límite de la zona habitada por las vulras de Ine-Isu. Como era costumbre en la arquitectura local, la parte frontal del edificio disponía de un pequeño jardín vallado, con un camino en medio que conducía hasta la puerta.
—Esperad —dijo Aura, dubitativa—. ¿Qué le vamos a preguntar, exactamente?
—Ya improvisaremos —respondió Dodo.
—¿Y si no está en casa?
—Entonces, no le preguntaremos nada.
Aura seguía sin estar muy convencida, pero tendría que resignarse. Dodo fue el encargado de llamar a la puerta. Pocos segundos después, una vulra algo mayor que ellas acudió a su encuentro. Sus ojos azules las escudriñaron desde detrás de unas finas gafas de color plateado. Llevaba el pelo rubio recogido en un moño alto y ropa cómoda, por lo que era de suponer que no pretendía ir a ninguna parte aquella mañana. O quizá, simplemente, era su estilo.
—¡Holi! —Dodo fue el primero en pronunciarse—. ¿Eres Masha?
—Eh… Sí, soy yo.
—¿Puedes salir un momento?
Masha titubeó, desconcertada por lo inesperado de aquella situación. Miró a ambos lados de la calle, tal vez sospechando que pudiese tratarse de una broma.
—Por favor —añadió Aura, ya que su amigo tendía a olvidarse de esa parte.
La vulra rubia cruzó la puerta y se aseguró de dejarla entrecerrada para poder volver a entrar después. No necesitaron alejarse mucho, pues hablarían allí mismo, en el jardín.
—Queremos preguntarte por una chica —dijo Dodo, sin más preámbulos—. Se llama Tina.
—¿Tina? ¿Le ha pasado algo?
—No… —La respuesta de Dodo no sonó todo lo convincente que habría deseado—. Bueno, ha estado actuando de manera sospechosa, pero… ¿Es verdad que os dejáis mensajes en un árbol del colegio?
—¿Qué?
Dodo pensó con calma sus siguientes palabras para explicarse bien.
—El otro día, vi cómo Tina bajaba de un árbol de la parte trasera del colegio. Cuando le preguntamos, nos dijo que tenéis la costumbre de intercambiar mensajes allí.
Masha se colocó las gafas. Era evidente que no se sentía cómoda tratando aquel asunto con aquellas tres vulras desconocidas.
—A ver… Es verdad que el año pasado nos dejábamos notitas en un árbol… Era una tontería nuestra, no tiene mayor importancia…
Aura apuntó aquello en su cuaderno.
—¿Por qué lo hacíais? —preguntó la vulra de melena azulada—. Si quieres decirle algo a alguien, lo mejor es hacerlo a la cara.
—Ya os he dicho que era una tontería entre nosotras. No es que no nos hablásemos, ni nada de eso… Era un juego, sin más.
—¿Vais a la misma clase?
—No, claro que no. Tina tiene un año menos que yo. El año pasado acabé el colegio, y no tengo ninguna intención de volver.
—Pero ¿seguís dejándoos notitas en el árbol? —Aura se estaba tomando muy en serio su papel de interrogadora.
—Como acabo de decir —respondió Masha, armada de paciencia—, ya no voy al colegio. Sería un poco extraño que Tina siguiese dejándome mensajes en el árbol, ¿no os parece? Solemos quedar a menudo, así que, de ser así, supongo que me habría dicho algo… De todos modos, ¿por qué os interesa tanto lo que haga Tina?
—¿Y por qué no te interesa a ti? —replicó Dodo—. Si no eres tú quien le está dejando notitas, ¡alguien podría estar suplantando tu identidad!
Se hizo el silencio.
—Creo que lo estáis exagerando —concluyó Masha, indiferente—. Si no queréis nada más, volveré a mis cosas.
La vulra de gafas dio la espalda a Dodo, Aura y Yía. ¿Eso era todo cuanto podrían sacar de ella? Les había dejado más preguntas que respuestas.
Mientras tanto, en su imaginación…
Casa de Masha. Jardín. 11:59.
Tina había confesado su crimen: fue ella quien apuñaló a los árboles del colegio. El caso debería haber quedado resuelto con su declaración firmada. Sin embargo, había algo que escamaba a las DoYiRa. Primero, su forma de reaccionar a las acusaciones, como si fuese la primera sorprendida. Segundo, lo fácil que resultó sacarle una confesión, pese a lo sorprendida que se mostraba instantes atrás. ¿Por qué cambio de parecer tan rápido? Si quería entregarse, podría haberlo hecho desde el principio. Si quería ocultar el crimen, bastaba con que hubiese mantenido la primera declaración. ¿Por qué se vino abajo sin apenas insistencia?
Y aún quedaba algo más. Tina achacó aquella ola de apuñalamientos a un «ataque de ira». ¿Qué clase de justificación absurda era esa? No por improbable debían tacharlo de imposible, claro está, pero no conocían a ninguna otra vulra, en toda la historia de Ine-Isu, que hubiese apuñalado un solo árbol, o tan siquiera una flor, a causa de un ataque de ira. O por ninguna otra causa, en realidad.
Eso fue lo que llevó a Dodo, Aura y Yía a sospechar de Masha, la mejor amiga de Tina. Tal vez, la vulra de cabello oscuro se dio cuenta de que su amiga era la auténtica culpable, e intentó protegerla a toda costa. ¿Estaba dispuesta a sacrificarse por ella?
—Respóndeme a una última pregunta —dijo Dodo—. ¿Has oído hablar del crimen de hace dos días?
El detective fijó su mirada en el rostro de Masha, con el objetivo de analizar su reacción. La vulra rubia no parecía saber de qué estaba hablando.
—¿Qué ha ocurrido?
—Un arboricidio. Varios árboles del colegio han sido apuñalados.
—Qué horror… ¿Quién haría algo así? ¿Y por qué?
—Eso es justo lo que estamos tratando de averiguar —respondió Dodo—. ¿Se te ocurre alguna idea?
—¿A mí? —Masha le sostuvo la mirada. Era lo suficientemente inteligente como para saber que sospechaban de ella—. Creo que estáis buscando en el lugar equivocado, detectives.
—Pocas chicas conocen aquellos árboles como Tina y tú, ¿no es cierto? —prosiguió Dodo—. No digo que lo hayáis hecho vosotras, pero… quizá vieseis algo sospechoso.
Dodo sabía que, aunque Masha fuese la auténtica culpable, no confesaría así como así. Su intención era ponerla nerviosa, buscar contradicciones, obligarla a cometer algún fallo…
—Hace varios meses que no piso el colegio —sentenció Masha. Y así habría acabado la conversación, de no ser por lo que vino inmediatamente después—. Pero…
—¡Ajá! —exclamó Dodo—. ¡Así que hay un «pero»!
—Tal vez sea irrelevante —dijo Masha—, pero ayer por la tarde estuve con Tina, y… juraría que una vulra nos estaba siguiendo.
—¿Llegaste a verla?
—De soslayo. Lo único que puedo deciros es que tenía el pelo largo, de un color rubio arenoso… Y daba un poco de miedo. —Masha se quedó paralizada, con la vista fija en el horizonte. En realidad, estaba mirando hacia un punto muy concreto—. Esperad, ¿no es…?
Dodo, Aura y Yía siguieron la dirección de la mirada de Masha. Aunque trató de ocultarse detrás de un árbol, las tres detectives pudieron apreciar una figura conocida.
Mientras tanto, en la realidad…
Las DoYiRa se detuvieron en medio de la calle. Frente a ellas, a unos quince metros de distancia, estaba Riff, la vulra de la clase 8-B. Tan pronto como se cruzaron sus miradas, Riff les dio la espalda y comenzó a caminar en sentido contrario.
—¡Eh, espera! —gritó Dodo.
Riff lo ignoró a propósito. No dejaba de mirar atrás, muestra de su desconfianza.
—¿Vamos a dejar que se vaya? —preguntó Aura.
—Sí, creo que será lo mejor… —Dodo mostró una amplia sonrisa—. ¡Ja! ¡En sus sueños!
El joven vulra de cabello anaranjado y alborotado echó a correr. Aquello no pilló por sorpresa a Riff, quien emprendió la huida de inmediato. Para sorpresa de sus tres perseguidoras, Riff no trató de darles esquinazo entre las calles y las casas, sino que puso rumbo al bosque.
Las vulras jóvenes tenían prohibido el acceso al bosque. Como mucho, podían adentrarse un poco, o dar un breve paseo, pero nunca, jamás, alejarse de la entrada. No porque fuese un sitio peligroso, sino porque era un lugar sagrado. Salvo excepciones puntuales, solo las Místicas podían adentrarse en las profundidades de aquel denso bosque. Pasaban años preparándose para ello.
Para Riff, esa prohibición era papel mojado. No así para Yía, como aprendiz de Mística, ni para Aura, cuyo sentido de la responsabilidad estaba por encima de todo lo demás. Cuando la vulra de cabellos arenosos llegó a los primeros árboles del bosque, solo Dodo se atrevió a seguir adelante. En eso no eran muy diferentes, perseguida y perseguidor. Si alguien quería evitar que Dodo entrase a alguna parte, lo peor que podía hacer era prohibírselo.
Sin embargo, no llegaron muy lejos.
Una criatura de pelaje grisáceo surgió de entre los árboles. Caminaba a dos patas, aunque sus rasgos eran similares a los de un lobo. En realidad, se trataba de un aenólyko, los moradores del bosque de Ine-Isu. Lejos de cambiar de dirección, Riff fue directa hacia él, con intención de usarlo de escudo. Dodo se detuvo por un segundo, sorprendido. Sin embargo, enseguida reemprendió la carrera. Él también fue directo hacia la posición del aenólyko. Cuando llegó a su lado, dio un gran salto, hasta que sus cabezas quedaron a la misma altura, y le chocó las manos con un rápido movimiento.
—¡Jeru! ¡Cuánto tiempo!
—¡Ey, Dodo!
Pese a su juventud, con apenas nueve años, Jérukj alcanzaba los dos metros de alto. Su pelaje grisáceo presentaba un tono más claro en el pecho y en los muslos. Excepto por la bolsa que llevaba colgada de un hombro, únicamente vestía un pantalón corto, que las propias vulras tejían para ellos, y que solo estaban obligados a llevar cuando abandonaban el bosque o recibían la visita de sus vecinas vulpinas.
Los aenólykos consideraban a las vulras criaturas divinas. Se sentían responsables de su seguridad. Con semejantes protectores, no era de extrañar que Ine-Isu fuese una isla pacífica. Nadie que tuviese un mínimo aprecio por la vida propia se atrevería a tratar de conquistar aquel bello rincón del mar Ornado.
—¿Adónde vas? —preguntó Dodo.
—Tengo una reunión con las Místicas —explicó Jérukj—. ¿Y vosotras?
—Es una historia muy larga…
Pocos segundos más tarde, Aura y Yía se unieron a ellos.
—Hablando de Místicas… —bromeó Jérukj—. ¡Hola, Yía! ¡Hola, Aura!
Las dos vulras le devolvieron el saludo. Aura sacó de su bolsa un bao envuelto en una hoja de acuyo y se lo acercó al aenólyko.
—Toma, lo he hecho yo.
—¡Hala! ¡Muchas gracias! —Jérukj devoró el bao haciendo un gran esfuerzo por saborearlo—. ¡Mmm! ¡Está buenísimo!
En realidad, su paladar apenas era capaz de apreciar los matices de un bao, pero quería mostrarse agradecido.
—Oye… —dijo Dodo, algo nervioso—. ¿Tienes…? ¿Tienes más?
Aura, que había salido de casa bien preparada, entregó un segundo bao a Dodo. Y, con esto, todos felices. O casi todos, porque Riff seguía escondida detrás del aenólyko.
—¿Vais a contarme qué ha pasado? —preguntó Jérukj—. ¿Os habéis peleado?
Dodo quiso responder, pero tenía la boca llena.
—Nos estaba espiando —dijo Yía en su lugar.
—¿En serio? —Jérukj se giró—. ¿Y eso por qué, Riff? —No hubo respuesta—. Debe de haber una explicación, ¿verdad?
Todos miraron a la vulra de cabello arenoso, cuya melena le cubría media cara, a la espera de que se animase a hablar, aunque solo fuese por la presión del momento. Aun así, le costó confesar.
—No estaba espiando a nadie. Solo… quería ver qué hacían.
—¡Eso es espiar! —le recriminó Dodo.
Jérukj le hizo un gesto para que se tranquilizase.
—Lo que quieres es jugar con ellas, ¿verdad? —Tampoco hubo respuesta—. No tienes más que pedírselo, Riff. Seguro que os lleváis genial.
Dodo y Riff se miraron durante varios segundos. Por un momento, parecía que estuviesen a punto de disputar un duelo.
—No quiero jugar con ellas —sentenció Riff—. Solo quiero ver qué hacen. Están haciendo cosas raras.
—¿«Cosas raras»? —Jérukj miró a las DoYiRa. Era su turno de explicarse.
—Estábamos investigando… —empezó a decir Aura.
—Espera. —Dodo la interrumpió—. Vamos a hacer las cosas bien. Jeru, ¿recuerdas que te conté que íbamos a abrir una agencia de detectives?
—Sí.
—Pues escucha esto.
Mientras tanto, en su imaginación…
Bosque de Ine-Isu. Entrada. 12:20.
Dodo se ofreció voluntario para resumir a Jérukj los pormenores del intento de arboricidio.
—Hace dos días, alguien se dedicó a apuñalar árboles en el patio trasero del colegio.
—Yo vi quién lo hizo —aseguró Riff.
—¿De verdad? —preguntó el aenólyko, perplejo.
—Sí —respondieron las dos vulras al unísono.
—No presenciamos los apuñalamientos —puntualizó Dodo—, pero Riff y yo vimos a una chica merodeando por la zona. De hecho, estaba subida a un árbol. Su nombre es Tina, una estudiante de décimo curso.
—¿Y la estáis buscando? —Jérukj trató de adelantarse, sin éxito.
—Ya la encontramos —dijo Aura—. Y confesó el crimen. Pero…
—Tenemos motivos para creer que estaba mintiendo —añadió Dodo—. Que lo dijo para proteger a la verdadera culpable: su mejor amiga.
Las cuatro vulras miraron a Jérukj en silencio, a la espera de su reacción. Este se mostraba desconcertado.
—¿Todo eso lo habéis descubierto vosotras? ¡Sí que sois buenas detectives!
—¡¿Verdad que sí?! —exclamó Dodo, orgulloso.
—Pero ¿cuál fue su excusa? ¿Qué pretendía conseguir dañando la madera de los árboles?
—Dijo que fue un ataque de ira… —aseguró Aura, revisando los apuntes de su cuaderno.
—¿«Un ataque de ira»? —repitió Jérukj, incapaz de contener la risa—. ¡Menudo genio debe de tener esa Tina!
—No es para tomárselo a broma —protestó Dodo—. Si hubieras visto toda esa sangre…
La sonrisa del aenólyko se borró de un plumazo.
—Espera, ¿qué? ¿Cómo que…? ¿Has dicho «sangre»?
Dodo y Aura asintieron con la cabeza.
—El viento arrastra susurros de agonía y dolor —dijo Yía.
—No puedo estar más de acuerdo —respondió Jérukj.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Dodo.
—Ya os he contado que voy a una reunión con las Místicas, ¿verdad? Pero no os he dicho el motivo… —Las cuatro vulras lo miraron, expectantes—. Nuestros chamanes han detectado el olor de la sangre. Una sangre… maldita.
Aura se tapó la boca, asustada. Dodo torció el gesto. Yía no parecía sorprendida. Riff se comió un bao que le acababa de regalar Aura.
—¿Los árboles están malditos? —preguntó Dodo.
—Eso parece… —dijo Jérukj—. De hecho… —El aenólyko comenzó a olfatear el aire—. Percibo ese mismo olor muy cerca de aquí…
—Tal vez sea yo —reconoció Dodo—. Toqué la sangre sin querer.
Jérukj olfateó sus manos.
—Sí, no cabe duda. Has entrado en contacto con la sangre maldita.
—Espera —dijo Aura, asqueada—, ¡¿no te has lavado las manos desde hace dos días?!
—¡Claro que me las he lavado! —se defendió Dodo—. Creo. —Se olfateó a sí mismo—. Huelo bien, ¿no? No tanto como tú, Aura, pero es que eso es imposible.
Aura se ruborizó.
—Puedo detectar el olor aunque os hayáis lavado —aseguró Jérukj—. Pero eso no significa que la sangre os haya infectado. Otra cosa es que hubieseis lamido la sangre…
—Me quedo más tranquilo, entonces —sentenció Dodo.
El aenólyko lo miró fijamente.
—Dodo… ¿Has lamido la sangre?
—¡Que no! ¡Pero ¿por quién me tomáis?! —Dodo señaló a Riff para quitarse las miradas de encima—. ¡Es a ella a quien deberíamos olfatear!
Riff dio un paso atrás, con la cola y las orejas en tensión. Quedaba claro que no le hacía ninguna gracia ser olfateada. Jérukj se interpuso entre ambas para evitar una nueva discusión.
—Sangre maldita… —murmulló Yía—. Eso solo puede significar una cosa…
Tras decir esto, guardó silencio. Fue Jérukj quien acabó la frase por ella.
—¿Demonios?
Aura dejó escapar un grito ahogado y se abrazó a Dodo.
—¿Estáis insinuando que los árboles están endemoniados? —preguntó el detective, entre conmocionado e incrédulo.
—No, no es eso —respondió Jérukj—. Lo que Yía cree…, y yo también, es que el apuñalamiento de los árboles pueda ser… un ritual de invocación de demonios.
—Pero, para llevar a cabo un ritual de invocación, se necesitan conocimientos avanzados de demonología. Y eso está muy mal visto en Ine-Isu —puntualizó Dodo.
Todos se quedaron en silencio, pensativos.
—Esto os va a sonar raro, lo sé… —dijo Jérukj—. Hace unos meses, conocí a una vulra que estudiaba demonología por su cuenta, como afición. No recuerdo cómo salió el tema… ¿Por qué no vais a hablar con ella? Si todavía sigue estudiando, seguro que puede informaros mejor que nadie.
—No perdemos nada por probar —asintió Dodo, esperanzado—. ¿Cómo se llama?
—Ay, ¿cómo era…? —Jérukj se dio unos golpecitos en la cabeza para tratar de recordar—. ¡Ah, sí! ¡Masha!
—¡¿Qué?! ¡No me j…!
Continuará.
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