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El árbol sangrante
(segunda parte)
Dodo, Aura y Yía aprovecharon el descanso entre clases para iniciar la búsqueda. Llevaban esperando el momento oportuno desde la tarde anterior, cuando investigaron cierto suceso extraño acontecido en el patio trasero del colegio. Múltiples víctimas, una sospechosa… Creían ir por el buen camino, pero aún era más lo que desconocían que lo que habían logrado averiguar.
Si sus pistas e indicios eran correctos, hallarían la solución a tanto enigma en el pasillo del décimo curso. Un rincón al que las demás vulras no solían acercarse, salvo petición expresa de alguna profesora. Las estudiantes de décimo curso, el último antes de despedirse del colegio, miraban a todas las demás colegialas por encima del hombro. Las veían como niñas pequeñas; incluso a las de noveno curso, a las que solo sacaban un año.
Nadie se atrevía a poner en tela de juicio las costumbres arraigadas en el colegio de Ine-Isu. Pero esta era una cuestión de vida o muerte. De la vida o la muerte de varios árboles, en concreto.
—¿Adónde creéis que vais?
Las tres integrantes del Escuadrón DoYiRa; o más bien Dodo, que era quien iba en cabeza; estuvieron a punto de estamparse contra una vulra fornida que les cortó el paso en la entrada misma del pasillo de décimo curso. Eran conscientes de que podían toparse con problemas, pero no esperaban que surgiesen tan pronto.
—¡Déjanos pasar! —exigió Dodo.
—Por favor —añadió Aura.
La vulra de décimo curso se cruzó de brazos, desafiante.
—Ya sabéis cómo funciona eso, canijas —dijo, aunque Yía era tan alta como ella—. Mostradme un justificante firmado por una profesora y os dejo pasar.
Como era obvio, ninguna profesora conocía lo que se traían entre manos. Y, de haberlo hecho, no lo hubiesen aprobado.
—No tenemos —confesó Dodo—, pero…
—Pues largo. Vuestros sucios pies no son dignos de pisar nuestro suelo.
Aura se sintió dolida. Ella ponía mucha dedicación a la limpieza y cuidado de sus pies. Aun así, ningún producto de higiene le garantizaría el afecto de las estudiantes de décimo curso. Lo único que podía hacer para que sus pies se volviesen «dignos» era… esperar dos años. Algún día, ellas serían las estudiantes de décimo curso. Todas las respetarían. Nadie les impediría acceder al pasillo que les diese la gana.
—¡Espera y verás! —sentenció Aura, decidida.
Las otras tres vulras la miraron sin entender a qué se refería. Cuando se convenció de que su amiga no pensaba hacer nada; al menos, en los próximos dos años; Dodo optó por sincerarse.
—No queremos molestar ni ensuciar nada —aseguró, tratando de mostrarse conciliador—. Verás, es que somos detectives, y…
—¡Ja, ja! —Aquello hizo mucha gracia, y no para bien, a la vulra de décimo curso—. Sí, claro. ¡Y yo soy la jefa de seguridad! No te fastidia…
Mientras tanto, en su imaginación…
Colegio de Ine-Isu. Entrada al pasillo del décimo curso. 12:03.
—Soy la jefa de seguridad de esta sección —dijo aquella vulra fornida que les bloqueaba el paso—. Tengo instrucciones de no dejar pasar a nadie que carezca de una tarjeta de nivel 10.
Dodo le mostró su tarjeta. Era de nivel 8.
—Tenemos tres iguales. Si las sumamos, da… más de veinte.
—Veinticuatro —puntualizó Aura.
—El nivel de las tarjetas no se suma —replicó la jefa de seguridad—. Lo siento, pero no puedo dejarlas pasar sin una tarjeta de nivel 10.
—¡Es importante! —insistió Dodo—. ¡Estamos persiguiendo a una posible asesina en serie!
La jefa de seguridad torció el gesto. Aquello había llamado su atención.
—¿De qué está hablando?
Al fin se mostraba dispuesta a escuchar. Dodo no desperdiciaría esta oportunidad.
—Ayer, cerca del mediodía, aún en horario lectivo, descubrí por casualidad a una vulra descendiendo de uno de los árboles de la parte trasera del colegio. Cuando mis dos compañeras y yo nos acercamos a investigar ya no había rastro de esta vulra, pero, en su lugar, descubrimos algo horrible: varios árboles estaban sangrando.
—¿Qué quiere decir con «sangrando»?
—Sé que es difícil de creer, pero tenían heridas de las que emanaba sangre roja, como la nuestra. Es como si hubiesen sido apuñalados.
—Qué espanto… —La jefa de seguridad cambió su postura. Ya no cruzaba los brazos con gesto desafiante, sino que se mostraba receptiva—. ¿Y qué las hizo pensar que encontrarían a la culpable en nuestra sección?
—Hubo otra testigo —explicó Dodo—. Riff, una vulra de la 8-B. Ella pudo ver más de cerca a la sospechosa. Según su descripción, podría tratarse de una estudiante de décimo curso.
La jefa de seguridad se tomó unos instantes para reflexionar. Por un momento albergaron la esperanza de que les diese vía libre para investigar. Pero esa esperanza se desvaneció rápido.
—Si lo que dicen es cierto, deberían solicitar un permiso de acceso especial. Sin él, lo siento mucho, pero no puedo dejar a nadie acceder al pasillo de la sección 10.
—¡¿Te da igual que mueran árboles inocentes?! —le recriminó Dodo, incapaz de seguir conteniéndose.
—Claro que no me da igual… —La jefa de seguridad chasqueó la lengua, incómoda, aunque no por ello menos firme en su decisión—. Esto no depende de mí, señor y señoras detectives… Si permito pasar a alguien sin acreditación, toda la responsabilidad de lo que pueda suceder recaería sobre mí. Y saben de sobra que ustedes no son parte de las fuerzas de seguridad de Ine-Isu, sino trabajadoras del sector privado. No puedo arriesgarme —sentenció.
Dodo apretó los puños, lleno de frustración. Aura puso una mano sobre el brazo de su compañero para tratar de tranquilizarlo.
—Tiene razón —dijo Yía—. Nos guste o no, ella es la autoridad aquí.
—Pero, esos pobres arbolitos… —respondió Aura.
—No nos olvidaremos de ellos —aseguró la Mística—. Si no podemos encontrar a esa asesina en serie aquí, la buscaremos fuera del colegio. Solo debemos dejarnos llevar por los susurros de las estrellas…
Mientras tanto, en la realidad…
Las DoYiRa sabían dónde se estaban metiendo. Sabían que no podrían deambular por el pasillo de décimo curso así como así. Era un propósito difícil de cumplir. Pese a ser conscientes de ello, se sintieron frustradas al ver su investigación coartada por culpa de aquella vulra fornida tan poco colaborativa.
—Volved a la guardería, canijas.
—¡Vuélvete tú al geriátrico, anciana! —replicó Dodo.
—¡Y que sepas que mis pies no están sucios! —añadió Aura.
Pero la vulra de décimo curso las ignoró. Las consideraba tan inferiores que ni siquiera prestaba atención a lo que decían.
—Chicas…
Dodo y Aura se giraron al escuchar la voz de Yía. La aprendiz de Mística tenía la mirada fija en el pasillo por el que habían llegado hasta allí. Ambas supieron de inmediato qué era lo que había llamado la atención de su amiga.
—Pelo oscuro y un poco corto… —Dodo recordó las palabras de Riff—. ¡Es ella!
Podría serlo tanto como podría no serlo. En cualquier caso, se correspondía con la descripción de la vulra salvaje de la 8-B. No solo por la coincidencia de aquellos rasgos físicos, sino porque se dirigía al pasillo de décimo curso.
—¿Qué hacemos? —susurró Aura—. Si se adentra en el pasillo…
—No lo permitiremos. —Sin perder ni un segundo, Dodo echó a correr—. ¡Eh, tú! ¡Quieta ahí!
La vulra de cabellos oscuros, hasta ese momento sumida en sus pensamientos, elevó la mirada al oír los gritos de Dodo. Entonces, echó a correr en dirección contraria.
—¡Vamos! —El joven vulra hizo un gesto a sus dos amigas—. ¡A por ella!
Mientras tanto, en su imaginación…
Colegio de Ine-Isu. Pasillos. 12:17.
Al detective Dodo no le resultó sencillo mantener el ritmo de la sospechosa. Esta corría sin mirar atrás, esquivando con movimientos gráciles y perfectamente calculados a las estudiantes que caminaban por los pasillos. Dodo, por el contrario, se abría paso a voces. Las demás vulras se apartaban, entre asustadas y desconcertadas, lo que facilitaba su propósito. De seguir así, estaba convencido, la acabaría atrapando.
Aura y Yía las habían perdido de vista. La primera no estaba acostumbrada a correr, y no tenía ninguna intención de cambiarlo ahora. Yía decidió quedarse con ella y confiar en que Dodo hiciese el trabajo sucio. Desde luego, era el más apropiado. A él no le costaba ningún esfuerzo correr, saltar, trepar, cavar un túnel (seguramente, aún no se había dado el caso), nadar o cualquier acción que hiciese falta para resolver un caso. Y si, para ello, debía dejar a un lado la sutileza y poner patas arriba todo el colegio, lo haría. Lo cual era admirable…, y no menos problemático. Porque si la vulra a la que perseguía no era la culpable del delito que investigaban, podían dar por seguro que la auténtica asesina se enteraría de lo sucedido y actuaría en consecuencia. Quizá, incluso, podría huir de Ine-Isu al sentirse acosada.
Por ahora, la única que estaba siendo «acosada» era la vulra de pelo negro. No huía hacia ningún lugar concreto, sino que se limitaba a tratar de dejar atrás a Dodo. Tras convencerse de que esta estrategia no funcionaría, la vulra anónima decidió tomar otro camino que la llevase de vuelta al pasillo de décimo curso. Allí estaría a salvo. Con lo que no contaba era con que, al hacer esto, se estaba lanzando de cabeza hacia las otras dos detectives.
—¡Ahí viene! —advirtió Aura.
Yía le cortó el paso, tan alta como era, con los brazos extendidos hacia ambos lados.
—Las estrellas me dijeron que volverías… Ríndete o enfréntate a la ira de los espíritus.
Resignada y con cara de no saber muy bien qué estaba sucediendo, la vulra de décimo curso se dirigió hacia el único lugar que aún quedaba despejado en aquella zona: el aseo. Aura fue la primera en seguir sus pasos, seguida de Yía y, poco después, de Dodo. Cuando este último accedió al aseo, pudo observar cómo la sospechosa trataba de huir a través de la ventana del fondo. Por suerte, Aura se había abrazado a ella, inmovilizándola.
—¡Suéltame!
—¡Confiesa lo que has hecho! —exigió Aura.
—¡No he hecho nada!
—Entonces —dijo Yía—, ¿por qué huyes de nosotras?
Al fin, la vulra de cabello oscuro dejó de forcejear. Se había dado por vencida.
—¿Que por qué huyo? —Señaló a Dodo—. ¡Porque ese loco me estaba persiguiendo!
—¡Es justo al revés! —replicó el detective—. ¡Yo te estaba persiguiendo porque tú estabas huyendo!
—¡Tú lo hiciste primero!
Dodo quiso responder que se equivocaba, pero le bastó con pensarlo un poco para darse cuenta de que no era así.
—Es posible que tengas razón… ¡Pero sabes perfectamente por qué te perseguía!
Yía les hizo un gesto para que se tranquilizasen. Y, de paso, miró a otras dos vulras que pretendían usar el aseo para indicarles que debían esperar un poco. O, mejor aún, buscarse otro aseo libre.
—Debemos calmarnos —dijo Mística Yía—. De lo contrario, podemos perturbar el flujo de energía de la isla.
Todas obedecieron. Nadie deseaba lo contrario.
Mientras tanto, en la realidad…
—¿Alguien va a explicarme qué está pasando? —protestó la vulra de décimo curso.
Dodo se aseguró de que la puerta del aseo estuviese cerrada antes de empezar a hablar.
—Antes de nada, ¿puedo saber cómo te llamas?
—Tina.
—Yo soy Dodo. Ellas son Aura y Yía.
—¿Puedes ir al grano? El descanso está a punto de terminar.
—Sí, perdón. —Dodo se puso serio—. Ayer, durante las clases, vi cómo bajabas de un árbol del patio trasero del colegio.
—¿Qué?
—¡Lo que oyes! No intentes engañarme, porque hay más testigos.
Tina se quedó en silencio durante varios segundos. Sentía la presión de aquellos seis ojos acusadores clavados en ella.
—Sí, vale, era yo. ¿Qué problema hay?
—¡No puedes saltarte las clases! —le recriminó Aura.
—Eso también —asintió Dodo—. Pero lo que a mí me intriga es saber qué hacías encima del tronco de un árbol.
—¿Y a vosotras qué os importa?
Más que molesta, Tina parecía avergonzada.
—¿Te gustaría que se lo dijésemos a las profes?
Tina se quedó paralizada ante la inesperada amenaza de Dodo. Pasó de la sorpresa al enfado, y del enfado a la resignación.
—Es… Es un lugar especial para nosotras.
—¿Para quiénes?
—Para Masha y para mí. Masha es mi mejor amiga —puntualizó—. A veces nos dejamos mensajes allí, encima del tronco de ese árbol. Y eso es todo. ¡Ni se os ocurra contar esto a nadie o cotillear nuestros mensajes! ¡¿Queda claro?!
Dodo, Aura y Yía se habían quedado sin palabras. Quizá estuviesen metiendo las orejas en un asunto personal que no era de su incumbencia. Debían respetar la privacidad de las demás vulras, más allá de sus juegos detectivescos.
O no.
Mientras tanto, en su imaginación…
Colegio de Ine-Isu. Aseo. 12:30.
La campana retumbó por todo el edificio, señalizando el fin del recreo y el inicio de la siguiente clase. Pero eso no iba con ellas. Al menos, no con todas.
—Tengo que irme —dijo Tina.
—No tan rápido. —Dodo se interpuso en su camino—. Todavía no nos has explicado lo de la sangre.
—¿De qué hablas?
—Creo que sabes de sobra a qué me refiero… Pero voy a refrescarte la memoria. Alguien se está dedicando a apuñalar árboles. Sí, esos mismos árboles de la parte trasera del colegio en los que intercambias mensajes con tu amiguita. Varios de estos árboles han sido apuñalados en lo alto del tronco. Yo mismo pude examinar la sangre.
—¿Qué? —Tina abrió mucho los ojos—. ¿Has dicho «sangre»?
—Sí, eso he dicho… —Dodo observó con detenimiento la expresión de aquella vulra de pelo negro—. ¿Por qué tengo la impresión de que sabes perfectamente de qué estoy hablando?
Su reacción no hizo más que reafirmar la sospecha del detective. Tina abrió la boca para contestar, pero no dijo nada. Parecía muy nerviosa de repente.
—Si has sido tú —dijo Aura—, por favor, no sigas haciéndolo. No sabemos si esos arbolitos sobrevivirán, pero los necesitamos. Nos dan oxígeno y sombra.
—Y energía de la naturaleza —añadió Yía—. La isla está sufriendo. De seguir así, podría llegar a hundirse.
La situación era peor de lo esperado, al parecer.
—Está bien —dijo Tina al fin—. He… He sido yo, ¿vale? Yo apuñalé a esos árboles.
Lejos de celebrar su triunfo, las tres detectives mantuvieron el rostro serio. No era una situación agradable para nadie.
—¿Por qué lo has hecho? —preguntó Dodo.
—Porque… —Tina titubeó—. No lo sé. Fue un ataque de ira, supongo. Me arrepiento muchísimo. Lo siento, de verdad…
Aura, desde su infinita bondad, le acarició la espalda.
—Gracias con confesar. Has sido muy valiente.
—Sí —añadió Dodo—, pero vamos a necesitar que nos des tu confesión por escrito. Y ni se te ocurra abandonar Ine-Isu. Avisaremos a las empleadas del puerto. Así que limítate a hacer vida normal hasta que llegue el día de tu juicio.
Tina asintió con la cabeza para confirmar que lo había entendido. La vulra de décimo curso redactó su confesión, la firmó y se marchó del aseo, cabizbaja y sin pronunciar palabra.
—¡Lo hemos conseguido! —exclamó Aura.
Pero Dodo y Yía no se unieron a sus celebraciones.
—Puedo oír los susurros del viento —dijo la Mística, próxima a la ventana—. Y no traen palabras de consuelo, sino de advertencia.
—Estoy de acuerdo —asintió Dodo—. O eso creo. Porque yo no oigo ningún susurro, ni esas cosas tuyas…
—¿Por qué decís eso? —preguntó Aura, desconcertada.
Dodo le mostró el papel firmado.
—Me temo que esta confesión es falsa, ranita. Esa chica, Tina, se ha venido abajo enseguida. Demasiado rápido, en mi opinión.
—Pero ¿por qué? —insistió Aura.
—Creo… Creo que conoce el motivo detrás del apuñalamiento de árboles. Y, desde luego, la causa no es un ataque de ira, sino… algo más… enrevesado.
—¿El qué?
—No tengo ni idea —reconoció Dodo—. Pero sospecho que esa era su intención: que nunca lo descubriésemos.
Aura, quien tenía la sana costumbre de ir anotando cualquier mínima pista en un pequeño cuaderno que siempre llevaba consigo, no tardó en comprender qué se ocultaba detrás de las insinuaciones de su compañero.
—Se ha declarado culpable para proteger a la verdadera asesina —concluyó la vulra de melena azulada.
Dodo y Yía asintieron al mismo tiempo.
—Todo apunta a ello —dijo Dodo—. Y seguro que las tres tenemos un mismo nombre en mente…
Aura no necesitó ni pensarlo.
—Masha. La mejor amiga de Tina.
Continuará.
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