Hienas
Cuando Bass, a lomos de su caballo, divisó aquel lejano poblado, creyó estar contemplando un simple espejismo. No era la primera vez que la falta de agua y alimentos le provocaba visiones. Estaba acostumbrado a comer lo justo para subsistir, a veces ni eso, pero jamás durante un periodo tan prolongado. Aun así, su triste presente y su incierto futuro eran mejores que todo lo que dejaba atrás.
No: Bass Nero no dejaba nada atrás. Ya nada quedaba en el cajón de su pasado. No tenía ningún motivo para voltear la mirada. Solo podía avanzar, avanzar y avanzar. Era eso o dejarse llevar por el dulce abrazo de la Parca.
Bass pasó cuarenta largos años sirviendo como esclavo para una familia adinerada, propietarios de la mayor destilería de la región. O eso aseguraban ellos. Todo lo que los esclavos conocían del mundo exterior, más allá de su aldea, era lo que sus dueños les permitían saber. Tenían prohibido hablar con viajeros, si bien es cierto que estos tampoco mostraban mucha predisposición por entablar conversación con alguien de tan bajo estrato social. Trabajo no les faltó nunca, eso sí. Y así habría seguido siendo, de no ser por el accidente. Fuego, humo y cenizas. Un único superviviente.
La ropa que llevaba y el caballo que montaba eran préstamos involuntarios de algún vecino. Sí, se había visto obligado a robar, pero jamás lo habría hecho de no ser por estricta necesidad. Cuestión de vida o muerte. Aunque, en su caso, las dos opciones se parecían bastante. Los buitres que lo acompañaron durante parte del camino opinaban igual.
Un cartel desgastado le dio la bienvenida a Gravestone. Bass no sabía cuánta distancia había recorrido, ni en qué dirección viajaba. Estaba, simple y llanamente, perdido. Aunque tampoco tenía adónde ir. Por ahora, su destino sería justo donde lo llevasen los pies. O, en este caso, las patas de su caballo, al que Bass llamaba Tino.
—Buen chico —dijo con voz débil; la garganta le ardía—. Lo hemos conseguido, amigo.
Bass permitió a Tino beber de un abrevadero, donde descansaban otros dos caballos. Él mismo hundió las manos en el agua para poder llevársela a la boca. Por algún motivo, le supo a arena. No le importó, claro. Esa agua arenosa acababa de salvarle la vida.
Acostumbrado como estaba al silencio, Bass Nero tardó en percatarse de la extraña situación que lo rodeaba. Pese a hallarse en pleno día, no había ni una sola alma en la calle. Por mucho que agudizase el oído, no percibía más ruido que el del viento y los caballos. De no ser por la presencia de esos animales, habría llegado a la conclusión de que se trataba de un pueblo fantasma. Hasta que, de pronto, escuchó una voz infantil.
—¿Ya se han ido?
Bass tardó un par de segundos en localizar el origen de aquella voz. Era un niño de unos ocho años, asomado a través de la ventana del segundo piso de una vivienda.
—¿Quién se ha ido? —preguntó el recién llegado, realizando un gran esfuerzo por hacerse oír, aún afectado por los perjuicios de aquella dura travesía.
—Los Chacales Violentos.
Aunque era la primera vez que Bass oía aquel nombre, no necesitó más datos para intuir que se trataba de una banda de forajidos. Solo gente de semejante calaña se identificaría con un apelativo tan burdo.
—¿Han estado aquí? —Bass miró a su alrededor en busca de señales de su paso.
—Sí —respondió el niño, quien, en la bendita inocencia de su corta edad, aún no discriminaba a los demás por el color de su piel—. Mi papá dice que, si no los molestamos, no nos harán daño.
—Haz caso a tu papá —asintió el viajero—. ¿Hay algo más que puedas contarme sobre esos Chacales?
El niño miró hacia el cielo, pensativo.
—Um… Creo que iban hacia un pueblo que está por allí —dijo, señalando a la distancia.
Bass Nero no tenía nada que perder. Era un paria, sin posesiones ni oportunidades. Nadie confiaría jamás en un esclavo que afirmaba haber sido liberado, mientras sus antiguos amos no corroborasen su versión. Y, dado que murieron en el incendio, eso jamás ocurriría. A ojos del resto, Bass debía de parecer un tipo peligroso. En el mejor de los casos, sería ignorado.
Ahora, en cambio, se abría ante él una nueva senda: la posibilidad de ganarse la confianza de la gente. Si se daba prisa…
—Pequeño, ¿podrías decirme qué pueblo es ese al que se dirigen los Chacales Violentos?
Tranquilidad, risas, felicidad y calor, mucho calor. Otro día pacífico en Vineville.
El índice de criminalidad descendió hasta rozar el 0 %, por primera vez en toda la historia de aquella vieja aldea, gracias al nombramiento de la nueva sheriff. Aquella forastera, pese a su juventud, mantuvo alejados a toda clase de criminales durante meses.
Pero, en esta vida, todo tiene un final. Incluso en la ficción. De hecho, sobre todo en la ficción. Así que vamos a ignorar esos meses de paz, como los impacientes y morbosos que somos, para situarnos en el día en que Vineville recibió la inesperada visita de doce bandidos a caballo. Cada uno en el suyo, no es que fuesen todos en el mismo, por suerte para el animal. Los doce iban armados con revólveres, que no se molestaban en mantener ocultos. Eran tipos peligrosos y querían que la gente lo supiera. No en vano, se hacían llamar «Chacales Violentos»; lo cual, de por sí, ya era una buena pista.
La sheriff Ae se había quedado dormida en su oficina, recostada sobre su silla, con los pies encima de la mesa. Desde que acabó con el crimen no tenía mucho trabajo. Si acaso, algún pequeño robo puntual, que solía pasar por alto. Ella misma había cometido actos semejantes antes de disponer de un salario fijo.
El sonido de unos pasos ligeros aunque apresurados la despertó. Sin bajar los pies de la mesa, Ae abrió un ojo para ver qué estaba ocurriendo. Ante ella, al otro lado de la mesa, se encontraba Núa, su (más) joven (aún) ayudante. Carecía del carisma y la capacidad de intimidación de Ae, pero era muy trabajadora y servicial. Además, no cobraba nada, por lo que resultaba de lo más rentable para el pueblo.
—¡Han vuelto! —exclamó, procurando no alzar la voz, con expresión alarmada.
—¿Quién? ¿Esos vendedores de fármacos fraudulentos?
—¡No! ¡Peor!
—¿Los esclavistas?
—¡Peor!
—¿Peor? —Ae no daba crédito—. ¿Te refieres… a los de la compañía de seguros?
—Eh… No, no tan peor. ¡Los Chacales Violentos!
Ae, lejos de compartir la preocupación de Núa, exhibió una sonrisa.
—Empezaba a aburrirme…
La sheriff, emocionada, se apresuró a ponerse las botas, el sombrero y el cinturón, y salió de la oficina a toda prisa. Núa iba tras ella, a una distancia prudencial. Bueno, la única distancia prudencial, estando Ae involucrada, sería un año luz, pero no podía permitirse tanto, así que se conformó con un par de metros.
Los Chacales Violentos la estaban esperando frente al salón, ya apeados de sus caballos. Doce, recordemos, no uno. Sabían de lo que era capaz la nueva sheriff, así que se aseguraron de tomar una medida extra de precaución.
—Tienen una rehén —explicó Núa.
—Lo sé —respondió Ae—. Lo estoy viendo. Los tengo delante.
Pero hizo bien en decirlo, porque, si no, vosotros no lo sabríais. Esa rehén no era otra que Cammy, la hija del camarero. Uno de los Chacales la usaba de escudo. Para evitar que huyese, le había puesto un cuchillo en el cuello. Ella estaba tan asustada que no podía ni llorar.
—¿Por qué todo me pasa a mí? —se lamentó Cammy.
Pero no todo era malo. Ahora, al menos, tenía nombre; ya no era «la hija del camarero», a secas, como en el capítulo anterior. Eso no lo valoraba, ¿eh?
Al frente de los Chacales Violentos, como no podía ser de otra forma, se hallaba su temible líder, Mads Lockgun.
—Tenemos un asunto pendiente… —dijo a la sheriff.
—Yo creo que quedó bastante cerrado la última vez —replicó ella.
—Es hora de desempatar…
—No estamos empatados.
—¡Te reto a un duelo!
Los murmullos y gritos de asombro se hicieron cada vez más audibles. Aunque nadie se atrevía a salir a la calle en esa situación, toda Vineville estaba presenciando aquella confrontación desde la relativa seguridad de sus hogares, o desde el interior del salón y demás establecimientos. No había nada que les gustase más que un duelo. En aquella época, el circo ambulante y los duelos eran los únicos pasatiempos que podían disfrutar en familia, sin discriminación de clase social. ¡Ni siquiera había que pagar! Malditos comunistas.
—Lo del duelo me parece bien —respondió Ae—. Pero no estamos empatados —insistió, para que quedase claro—. En absoluto.
—No estáis empatados —añadió Núa, para reafirmar la versión de su jefa—. En absoluto.
—¿Un duelo? —dijo una voz femenina—. ¡Me apunto!
Ae y Núa se giraron, sorprendidas. Tras ellas había otros doce caballos, con sus respectivos doce jinetes. Por ahora, los números encajan. Mads y los demás Chacales debían de haberlos visto llegar, pero no dijeron nada para mantener la emoción.
—¿Más Chacales? —masculló Ae, asqueada—. Os reproducís como cucarachas…
—No nos insultes, rubita.
La persona que iba en cabeza de aquel nuevo grupo, quien había manifestado su intención de unirse al duelo y hablaba a la sheriff con tanta confianza, era una mujer alta y musculosa, de piel morena. Llevaba el pelo, de un tono rojo intenso, recogido en una coleta, bajo su sombrero de vaquera. Por cierto, ¿sabéis que si buscáis en internet «sombrero de vaquera» salen, en su mayoría, sombreros de color rosa? Porque, claro, al ser mujeres, tienen que vestir de rosa. Pues Ae, Núa y la recién llegada debían de ser la excepción.
—¡¿Qué estás haciendo aquí?! —exclamó la sheriff.
—No buscamos problemas —respondió la mujer pelirroja—. Al menos, no con vosotros. —Señaló hacia el lugar donde se hallaban Mads Lockgun y los suyos—. Queremos derrotar a los Chavales Muylentos para alzarnos al primer puesto en la clasificación de bandidos.
—¡No! —la interrumpió Ae—. ¡No te estoy preguntando qué haces en Vineville, sino aquí, en el planeta Tierra! ¡¿Punesut también te ha enviado a vigilarme?!
—Sí, claro… —respondió en tono sarcástico—. Como si no tuviese otra cosa que hacer… He venido a divertirme, rubita. Y no me arrepiento.
—Pues sí que parece que no tienes otra cosa que hacer…
Ae hizo un gran esfuerzo por tranquilizarse. Hasta ahora, tenía la situación controlada. Pero la presencia de su hermana Sar lo complicaba todo. Se podría decir que Sar tenía un don natural para crear conflictos. No era ninguna sorpresa que hubiese formado una banda, pues también sabía cómo ganarse el respeto de la gente. Con ella, todos se sentían protegidos.
—A ver, explícate —le pidió Ae, armada de paciencia—. ¿Qué es eso de la clasificación de bandidos?
—Los Chavales Muylentos son los forajidos más temidos del condado —dijo Sar mientras se apeaba del caballo—. Pero eso está a punto de cambiar. Nosotros, las Hienas Carroñeras, vamos a arrebatarles el primer puesto aquí y ahora.
—¿Y por qué no mejor en otro lugar y otro momento? —replicó Ae, molesta.
Sar pasó junto a Núa y Ae, ignorando sus quejas. Estaba más interesada en hablar con Mads Lockgun.
—¡Tú! ¡Ya has oído! ¿Aceptas mi propuesta o te has cagado de miedo?
—¿Miedo, nosotros? —Mads miró a sus esbirros. Todos rieron—. Cada uno de mis Chacales puede acabar con tres de tus Hienas sin despeinarse.
—¿Eso es un «sí»?
—¡Adelante! Acabaremos con vosotros, y después con la sheriff. Dos pájaros de dos tiros.
Sar sonrió, emocionada.
—¡Rubita, tú serás la jueza!
Ae se encogió de hombros, resignada. Si querían matarse entre ellos, no se opondría. Menos trabajo para ella. Lo único malo era que tendría que aprenderse las reglas de duelo doce, una modalidad diferente de duelo. Veamos las diferencias.
En duelo doce, se enfrentan dos bandas de dicho número de miembros cada una, situadas frente a frente. La separación entre ambas filas de pistoleros oscila entre los quince y veinte metros. Cuando el juez; o jueza, en este caso; da la señal, los veinticuatro participantes pueden abrir fuego al mismo tiempo. No sucede lo mismo en la modalidad de duelo doce por relevos, que ya comentaremos en otra ocasión. A diferencia del duelo tradicional, aquí no hay límite de munición ni restricción en cuanto al uso de armas, salvo contadas excepciones. Está permitido moverse para tratar de esquivar las balas, pero en ningún caso acercarse o alejarse de los rivales. Tampoco suele estar bien visto, aunque ninguna regla lo especifique, el empleo de explosivos. Quitando eso, tienen libertad de improvisación. Pueden arrojar cuchillos, flechas e incluso improperios, si bien no poseen el mismo poder destructivo de un revólver común.
Ae se hizo a un lado para evitar ser víctima del fuego cruzado. Núa y Cammy se situaron tras ella, en la entrada del salón. Todos los duelistas estaban listos para empezar. Un tenso silencio se había adueñado de las calles de Vineville.
—¡Cuando cuente hasta tres! —indicó Ae—. ¡Uno!
Antes de seguir contando, miró de reojo a Núa para asegurarse de que cumpliese su parte del contrato. La joven ayudante dio un paso al frente y elevó la voz para dirigirse a todos los espectadores.
—¡Espacio patrocinado por funerarias El último día! ¡Su funeraria de confianza desde hace más de cincuenta años! ¡Si no está satisfecho, le devolvemos su cadáver! ¡Funerarias El último día!
Núa regresó a su posición, en la puerta del salón. Ae asintió, satisfecha.
—Nos obligan a decir esto como empleadas públicas —se excusó la sheriff, algo avergonzada—. En fin… ¡Dos! —Todos contuvieron el aliento—. ¡Dos y medio!
Uno de los Chacales disparó. La bala impactó en el hombro de uno de sus rivales, quien gritó de dolor.
—¡Penalizado por disparar antes del tres! —Ae le mostró la tarjeta amarilla—. Si vuelves a hacerlo, quedas descalificado. Y por «descalificado» me refiero a…
Núa volvió a adelantarse para retirar la lona que cubría un gran dispositivo de madera, situado sobre una plataforma, a dos metros de altura.
—¡La horca! —exclamó la ayudante, con ambos brazos extendidos—. ¡Es el último modelo, construido por los mejores artesanos de Saxetville! ¡Muerte lenta garantizada! ¡Soga de regalo!
—¡Y tres! —gritó Ae de forma inesperada.
Los bandidos más veteranos, quienes no se dejaron embelesar por las prestaciones de la horca, fueron los primeros en disparar. Durante varios segundos, el ruido se hizo insoportable. Núa y Cammy se taparon los oídos, sin apartar la mirada. Ae permanecía impasible, con los brazos cruzados.
Los Chacales Violentos se impusieron en los primeros compases del duelo. Demostraron que eran merecedores del primer puesto en la clasificación de forajidos. Sin embargo, no contaban con el comodín que la Hiena líder llevaba bajo la manga. Sar había traído consigo una ametralladora Gatling, un arma tan pesada que necesitaba ir montada sobre un carro con ruedas, capaz de disparar doscientas balas por minuto. Ante el asombro de todos los espectadores, Sar elevó la ametralladora Gatling sin más ayuda que la de sus músculos y acribilló a todos sus oponentes.
—¡Se acabó! —exclamó Ae—. ¡Vencedores del duelo, las Hienas Carroñeras!
Sar arrojó la ametralladora al suelo y levantó los brazos, en pose victoriosa. Pero no se dio por satisfecha. La hermana de Ae desenfundó su revólver y se aproximó a Mads Lockgun, quien, milagrosamente, seguía con vida.
—Te lo advertí —dijo ella, sonriente—. Deberíais haberos unido a nosotros.
—Nunca nos ofreciste esa posibilidad… —replicó Mads—. ¡Pero no la habría aceptado!
—Estás a tiempo. Sería un desperdicio matarte. Si tus esbirros y tú me juráis lealtad…
—¡Jamás! —insistió él—. ¡Aún me queda honor! ¡Acaba conmigo!
—Como quieras.
Sar apuntó a Mads en la cabeza. Los espectadores comenzaron a jalear. Se alegraban de quitarse de encima, de una vez por todas, a la banda de los Chacales Violentos…, pero parecían obviar que su situación no mejoraría con las Hienas Carroñeras.
—¡Dispara!
—¡Mátalo!
—¡Sácale los ojos con una cuchara!
Los espectadores manifestaron su ansia de sangre. Algunos, como este último, de manera demasiado explícita. Así que Sar hizo lo que tenía que hacer: disparar… al cielo.
—¿Por qué me perdonas? —protestó Mads, desconcertado—. ¿Qué pretendes con esto? ¿Humillarme?
Debido al efecto de la gravedad, la bala volvió a caer, impactando en la cabeza del líder de los Chacales Violentos. El suelo se manchó de sangre. Más aún, quiero decir, porque no es que hubiese poca ya de por sí…
—No te estaba perdonando —sentenció Sar—. Te estaba matando con estilo.
Cammy, la hija del camarero, se abrazó al cuerpo sin vida de Mads Lockgun. Núa la acompañó para tratar de consolarla.
—¡Nooo! —Cammy lloraba desconsolada—. ¡Yo lo amaba!
—¿Pero qué dice esta ahora? —replicó Ae, perpleja—. A ti lo que te pasa es que tienes una necesidad de atención que no puedes con ella.
Cammy miró a Ae y Sar con expresión de odio.
—Me vengaré… Algún día, me vengaré de vosotras… —Después, miró a Núa—. De ti no. Tú me caes bien.
La joven de Vineville se tapó el rostro con el pañuelo de Mads, le quitó el sombrero, el cinturón y el revólver, montó en uno de los caballos de los Chacales Violentos y emprendió la huida. Nadie la persiguió, pues no había hecho nada malo, y sus padres tampoco le tenían demasiado aprecio. Es decir, mantenían una relación sana, pero más como conocidos que como familiares. Compañeros de piso.
—¿Creéis que volverá? —preguntó Núa.
—Es posible —asintió Sar—. Y, cuando vuelva, la estaré esperando con los brazos abiertos. En otras palabras: le romperé los huesos de un abrazo. ¡Los Chavales Muylentos no se merecen otra cosa!
—No sé si Cammy volverá para vengarse —dijo Ae—, pero sí que sé de alguien que no va a volver nunca: ¡yo! —Se quitó la placa de sheriff y la arrojó al suelo—. ¡Me largo de aquí!
—¿Ahora que he venido yo, te vas tú? —preguntó Sar, decepcionada.
—Por eso mismo. ¿Sabes qué? —Ae volvió a recoger la placa y se la colocó a su hermana mayor en el pecho. —¡Eres la nueva sheriff! ¡Enhorabuena!
Todos los habitantes de Vineville las rodearon, sin dejar de aplaudir y vitorear. Jamás olvidarían a Ae y Sar, aquellas dos forasteras que convirtieron su aldea en la más pacífica de todo el condado, después en la más caótica, y después, otra vez, en la más pacífica. A Núa, en cambio, la olvidaron rápido. De hecho, casi nadie la conocía. Alguno creía que era una oveja con sombrero.
Bass Nero llegó a Vineville pocas horas después. Para entonces, ya no quedaba nadie con vida. Su viaje, como esta historia, aún no había concluido.
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