El Desparramiento
¿Cuánto puede tardar la sociedad en desmoronarse? No una caída progresiva, sino abrupta. Un colapso repentino debido a la intervención de una fuerza externa que haga saltar por los aires la estabilidad.
¿Cómo reaccionar ante lo imprevisto? ¿Cómo combatir lo implacable? ¿Es posible repeler una gran ola con las manos desnudas? ¿Es posible, al menos, sobrevivir en una situación semejante?
Te podría pasar a ti…
Digo que podría suceder, no que quiera que suceda, ¿eh?
Ae no sentía un interés especial por la playa. Apreciaba el paisaje, no tanto la oferta de ocio. Le habría parecido una pérdida de tiempo, si esas palabras significasen algo para ella. Dicho concepto se difumina cuando no envejeces desde el punto de vista biológico.
Ya que estaba allí, no se conformaría con pasear o tomar el sol. Eso se lo dejaba a Suné. La mayor de las dos hermanas tendió su toalla sobre la arena y se tumbó despreocupadamente, a sabiendas de que no tardaría en convertirse en el centro de todas las miradas. Más aún cuando se retiró la parte superior del bikini. El resto de sombrillas y toallas se agolparon a su alrededor, formando un círculo casi perfecto. Un círculo muy denso. No parecía importarles solapar unas toallas con otras. Si alguien hubiese cobrado entrada, se habría hecho de oro, pues todos, sin distinción de sexo, género o edad, habrían pagado para mantener su posición. Bueno, excluimos a los bebés, por su incapacidad para participar en una transacción económica.
Ae tenía casi toda la playa para ella. Solo debía compartirla con su inseparable (y no porque quisiera) compañera, Núa, además de algún que otro despistado. La forma en que el agua se movía alrededor de Ae no resultaba fácil de describir. Sus brazos y piernas apenas producían ondas en el agua; sin embargo, cada brazada creaba una ola a varios metros de distancia. Por suerte para los demás, no había nadie lo suficientemente cerca como para sufrir las consecuencias. Núa permanecía sobre la arena de la playa, con la vista clavada en su… En su… ¿Qué era Ae para ella? Llamarla «amiga» sería exagerar. Llamarla «jefa» se quedaría corto.
Ae, de vuelta en tierra firme, caminó hasta el lugar donde esperaba Núa. La primera llevaba consigo varios objetos: una lata llena de agua, un cartón de tabaco medio deshecho, una pelota de plástico pinchada y lo que parecía un calcetín, en un estado difícil de identificar. Ataviada con un sencillo bikini blanco, Ae iba dejando un reguero de agua a su paso. No parecía llevar ninguna prisa por secarse, pues no tardaría en regresar al mar. Núa abrió ante ella la gran bolsa de basura que sostenía entre las manos para que Ae pudiese depositar todos aquellos objetos inservibles. Era su trigésimo tercer viaje. Y así podría haber seguido ad infinitum, si cada vez profundizaba más y más en el mar.
—Qué mala suerte —dijo Núa—. El viento ha traído mucha basura.
—El viento y el mar existen desde mucho antes que los humanos —replicó Ae, molesta—. Pero nunca ha habido tanta basura como ahora.
—¿Cuánto más vas a seguir? Esto no tiene fin…
—Podría tenerlo, pero Punesut no me deja solucionarlo. —Ae apretó el puño.
—¡No! Si matas a alguien…
—Lo sé.
Ae dio la espalda a Núa y regresó al mar. Todavía no había decidido cuántas veces repetiría la búsqueda de basura en lo que quedaba de mañana, ya próxima al mediodía, pero iba por la número treinta y cuatro. Para esta última, además, contaría con compañía. Lo cual, por supuesto, distaba de ser motivo de celebración.
Aquel hombre no parecía tan interesado en Suné como en su hermana pequeña. Probablemente, ni siquiera podía ver a la primera debido a la aglomeración de gente a su alrededor.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó él, con medio cuerpo sumergido bajo el agua, cuando Ae pasó por su lado.
—Déjame en paz —respondió sin prestarle mucha atención.
—Parece que estás buscando algo. Puedo ayudarte.
Ae le devolvió la mirada. Si estaba dispuesto a ayudar, no le diría que no.
—Estoy limpiando el mar de basura.
El hombre soltó una carcajada. La seriedad en el rostro de Ae le hizo entender que no se trataba de una broma.
—Oh, ¿lo decías en serio?
—Sí.
—Pero… eso es imposible. Hay demasiada basura.
—Bueno, menos que antes —replicó ella.
—Es tan inútil como llevarte un puñado de arena de la playa. La diferencia es inapreciable.
—No me lo estáis poniendo fácil —reconoció Ae, molesta—. Si todo el mundo pusiese de su parte…
—¡Ja, ja! ¿Qué eres, una hippy de esas que vandalizan cuadros y viven de su propio huerto?
—¿Qué?
—No te estoy juzgando —se apresuró a añadir el hombre—. Respeto tus creencias.
—Cuidar del planeta no es una creencia.
—Ya, ya… Pero todos somos un poco culpables, ¿no? Tú, yo y todo el mundo. ¿Quién no ha tirado alguna colilla por la ventanilla del coche o alguna lata al mar? Y no por eso somos culpables de la contaminación. Es responsabilidad de las grandes empresas.
Ae lo fulminó con la mirada.
—¿Qué acabas de decir?
—Las grandes empresas contaminan mucho más que…
—No —lo interrumpió—. Justo antes de eso.
El hombre trató de recordar. No consideraba haber dicho nada fuera de lugar.
—Puede que haya tirado alguna colilla o lata, sí… ¿Y quién no?
El socorrista tardó varios segundos en percatarse de que alguien trataba de captar su atención. Desde su posición, en lo alto de la silla de socorrista, disfrutaba de una vista privilegiada. Sin embargo, las sombrillas le privaban de disfrutar por completo de ese privilegio.
—¡Eh, tú!
Al fin, el socorrista se fijó en Ae. No era una mala segunda opción, pero carecía del aura de sensualidad de Suné. En cierto modo, se sintió molesto por la distracción…, aunque esa supuesta distracción no pretendiese otra cosa más que pedirle salvar una vida. Es decir, que hiciese su trabajo en vez de estar observando a mujeres.
—¿Qué? —preguntó él, tratando de disimular su enfado.
—Se está ahogando un hombre. —Ae señaló hacia atrás con el pulgar. En la orilla había un hombre tumbado e inconsciente—. Tú verás si quieres salvarlo o no, pero desde ahora es responsabilidad tuya. ¿Vale?
El socorrista no estaba entendiendo la mitad.
—Vale —respondió, sin saber qué otra cosa decir.
—Genial. Ha quedado por escrito.
Ae dejó atrás la silla de socorrista y caminó hacia Núa. Esta vez, solo depositó dos objetos en la bolsa de basura: un bañador y un pendiente.
—¿Por qué has hecho eso? —preguntó Núa, en un tono de preocupación que no pretendía ser un reproche.
—Solo estaba sacando la basura.
Ae no quiso darle mayor importancia. Sabía que podía meterse en problemas si asesinaba a un hombre indefenso, así que se limitó a «darle una lección». Que disfrutase «dando lecciones» no cambiaba la realidad. Eso sería como pedirle a un trabajador que reduzca su salario en función de cuánto le gusta la rama a la que se dedica.
Pero no nos perdamos en esos detalles intrascendentes. Porque lo que prometía ser una tranquila mañana de sol y playa estaba a punto de llegar a su fin. Mientras el socorrista se ocupaba de reanimar al tipo desnudo en la orilla, Ae centró su atención en la dirección opuesta, más allá de la arena. Casi una decena de autobuses acababan de aparcar, formando una larguísima fila, en la calle contigua a la playa. Las puertas permanecían cerradas y la luz del sol impedía ver a través de las ventanas, por lo que era imposible distinguir cuántas personas había dentro. Tal vez fuesen veraneantes deseosos de iniciar sus vacaciones. O todo lo contrario: podían ser autobuses vacíos que venían a llevarse a los turistas de vuelta a sus lugares de origen. En cualquier caso, Ae percibió un aura extraña que emanaba de dichos vehículos de transporte. No sabría explicar el motivo, pero era una sensación inquietante.
—¿Qué pasa? —preguntó Núa, intrigada—. ¿Qué estás mirando?
—Nada. —Ae trató de convencerse a sí misma de que solo eran imaginaciones suyas—. Por cierto, no entiendo por qué estás hablando tanto en este capítulo…
—Para facilitar la narración —se excusó con una voz casi inaudible, producto de su timidez—. Es… Es el mismo motivo por el que ha venido Suné, aunque no intervenga en la historia.
—Ya… Y eso debería importarme porque…
—Pues… —Núa tragó saliva—. P-porque lo dijo Punesut.
—«Porque lo dijo Punesut» —repitió Ae en tono burlón, junto con unas palabras tan malsonantes que espantaron a todas las aves—. Empiezo a estar un poco harta. No me deja ni respirar.
—Como tú al hombre al que casi ahogas, je, je…
—¡¿Ahora también haces chistes?!
—Perdón…
De pronto, esa aura inquietante regresó multiplicada por tres. O por tres coma uno, incluso. ¿Cómo se calcula la magnitud de un aura inquietante, en cualquier caso? Las puertas de los autobuses habían empezado a abrirse, a una velocidad inusualmente lenta, quizá para darle mayor dramatismo a la escena.
—¿Qué narices está pasando? —se preguntó Ae, desconcertada—. Solo son autobuses… No es como si hubiésemos vuelto al horrible capítulo de la moto.
—Vaya, hoy estamos rompiendo mucho la cuarta pared —observó Núa—. ¿No opináis lo mismo, lectores?
Ae miró a Núa de tal forma que esta cayó al suelo de culo.
—¿Alguna vez te has preguntado cuánta profundidad tiene la arena de la playa?
—N-no…
—Pues, si no quieres comprobarlo, cierra el pico.
Núa agachó la cabeza, avergonzada. Lo último que deseaba era enfadar a Ae. Esta, no obstante, sabía que no era Núa quien le causaba esa sensación desasosegante, sino la presencia de los autobuses junto a la playa. Y lo que más le molestaba era no conocer el motivo.
—Escucha —dijo Ae—. Acércate a investigar esos autobuses y dime si ves algo fuera de lugar.
Núa asintió en silencio. No quería arriesgarse a acabar hundida en la arena de la playa por hablar cuando no debía. La chica de cabellos plateados dio la espalda a Ae y comenzó a caminar con paso raudo hacia la hilera de autobuses, cuyas puertas ya estaban abiertas del todo. A medida que se aproximaba, empezó a percibir un olor inclasificable. Era como una mezcla de fragancias, algunas de las cuales no terminaban de casar entre sí, por lo que podían causar mareos y aturdimiento a cualquier persona normal que pasase por allí. Por suerte, Núa no lo era. También pudo escuchar voces, al principio apenas un murmullo, como un riachuelo, que poco a poco se iba fortaleciendo hasta convertirse en un río caudaloso.
Entonces, se desató el caos.
Alrededor de quinientos ancianos y ancianas emergieron de los autobuses de manera atropellada, pese a que caminaban con una parsimonia desesperante. Era como si tuviesen mucha prisa, pero no quisiesen que nadie se diese cuenta. No: era como si no tuviesen ninguna prisa, pero fingiesen que sí. Portaban grandes bolsos, tumbonas plegadas y sombrillas dentro de sus fundas, además de complementos tales como sombreros, gorras, gafas de sol y bastones.
Más que caminar hacia la playa, parecía que se estuviesen desparramando, cual yema de huevo frito o volcán en erupción. Esos ancianos eran como lava, pero fría. Eran como un desprendimiento de rocas. Rocas agrietadas. Y ¿quién se encontraba a los pies de la montaña?
Núa no pudo eludir la tragedia. Se quedó paralizada, incapaz de reaccionar. Decenas de simpáticas abuelitas la rodeaban, cerrando todas sus vías de escape.
—¿Tú de quién eres? —le preguntaba una.
—Es la de la Paqui —creyó averiguar otra.
—¿Qué Paqui? —Al parecer, conocían a varias Paquis.
—La de la plaza. —De lo cual se podía intuir que una de ellas vivía en la plaza de su pueblo.
—¡Esa se murió! —exclamó una tercera abuelita, muy bien informada.
—¿Quién? ¿Paqui o su hija? —Era una duda razonable.
—¿Eres la de la Paqui? —La abuelita optó por confirmarlo con la fuente original.
Núa abrió la boca para responder, pero las palabras se negaban a salir. Estaba completamente superada por la situación. Las simpáticas abuelitas examinaron el cuerpo de Núa con su visión de yayos X.
—¡Uuuh! ¡Estás muy pálida y delgaducha!
—¡Tienes que tomar más el sol!
—Toma, cómete unas albóndigas.
Núa se tambaleó como si acabase de recibir un puñetazo directo al mentón. En realidad, era la mezcla de calor, fragancias y voces martilleando su cabeza.
—Antes, la playa era mejor —dijo una abuelita.
—Sí, no había tanto extranjero y podías hacer lo que quisieras.
—Siempre y cuando te dieran permiso tu padre y tu marido, claro.
—¡Di algo, niña! ¡Parece que te ha comido la lengua el gato!
De nuevo, Núa quiso responder cualquier cosa, por educación, pero la albóndiga que tenía dentro de la boca le impedía hablar. Ni siquiera sabía cómo había ido a parar allí. Eso sí: estaba rica.
—¿Te has echado protector solar?
Núa, exhausta y al borde del desmayo, negó con la cabeza. Los gritos de sorpresa e indignación no se hicieron esperar. En apenas unos segundos, el cuerpo de Núa se volvió blanco por completo; lo cual, todo sea dicho, tampoco se diferenciaba mucho de su color natural. La siguiente albóndiga que entró en su boca parecía una pelota de tenis. Seguía estando rica.
Derrotada, Núa abrió los brazos y se dejó caer. Las ancianas se dieron por satisfechas y siguieron su camino, pasando por encima de Núa, en dirección a la arena.
El socorrista dio la voz de alarma. La gente huyó despavorida ante la visión de lo que se les venía encima. Si no caminasen tan despacio, los quinientos abuelos y abuelas habrían arrasado con todo a su paso.
Ae se mantuvo firme. En todo el tiempo que había pasado en el planeta Tierra, nunca había conocido una fuerza tan devastadora. Cuando se marcaban un objetivo, nada los hacía vacilar. Siempre tenían preferencia. Eran auténticos kamikazes sin nada que perder. Y todo para lograr un hueco en la arena.
—¡Deteneos!
Ae les mostró la palma de la mano, con el brazo extendido. Un gesto que no debían de conocer, pues lo ignoraron. La marea siguió avanzando, con paso lento pero seguro. Pronto los tendría encima.
—¿Qué está pasando…? —se preguntó Ae, desconcertada—. ¿Por qué actúan así? Son como zombis, pero con unos días menos de vida.
Núa había sido derrotada y no había rastro de Suné. Por lo tanto, Ae tendría que afrontar esta batalla en solitario. Era su mayor prueba hasta la fecha. «¿Prueba de qué?», os preguntaréis. Pues… A ver… De templanza, por ejemplo. Porque no podía permitirse dañar a aquellos simpáticos abuelitos y abuelitas. Estaría muy feo. Así pues, no tendría más remedio que contenerse y usar todo su ingenio, con la esperanza de que fuese suficiente para detener el avance; aquel suceso que en el futuro se conocería como «El Desparramiento».
La batalla estaba a punto de comenzar. ¿Lograría Ae salir victoria o sería el fin de sus aventuras? ¡Lo veremos en el próximo episodio!
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