Guía argumental de Final Fantasy XIV: A Realm Reborn – Parte 1
Guía argumental de Final Fantasy XIV: A Realm Reborn – Parte 1
Fecha de publicación: 6 de marzo de 2019
Autor: Chris H.
Fecha de publicación: 6 de marzo de 2019
Autor: Chris H.
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Capítulo 1 – El fin de una era

  En el año 1572, durante los últimos días de la Sexta Era Astral, el norteño Imperio Garlemald, con ayuda de su avanzada tecnología magitek, lanzó un ataque sobre la región de Eorzea. Las tres Grandes Compañías (“GC” desde ahora) formaron una alianza para repeler el ataque, dando inicio a la Batalla de Carteneau.
  La Alianza de Eorzea estaba dirigida por tres personas: el general Raubahn Aldynn, líder de Flamas Inmortales, GC del sultanato de Ul’dah; la Sabia Sembradora Kan-E-Senna, de la GC Orden de la Sierpe Gemela, en Gridania; y la almirante Merlwyb Bloefhiswyn, de la GC Maelstrom, en Limsa Lominsa.
  Frente a ellos, el general Nael van Darnus comandaba la Legión Imperial VII. Aunque el verdadero peligro no estaba en la tierra, sino sobre sus cabezas. El plan de Nael consistía en estrellar Dalamud, la más pequeña de las dos lunas de Hydaelyn (el mundo donde se desarrolla la historia), sobre Eorzea, acabando con todos ellos de un plumazo.
  Sin embargo, Dalamud era algo más que una luna, como los allí presentes estaban a punto de comprobar. La esfera eclosionó, como si se tratara de un gigantesco huevo, y de su interior surgió un enorme dragón volador: el Primitivo Bahamut. Dalamud era su prisión, en la que había sido encerrado por el antiguo Imperio Allag (fundado en la Tercera Era Astral, por el emperador Xande, y desaparecido en la Cuarta Era Umbral).
  Lleno de rabia, Bahamut no dudó en llenar de fuego el campo de batalla, atacando a ambos bandos por igual, y sembrando Carteneau de muerte y destrucción.
  Solo unos pocos miembros de la Alianza lograron sobrevivir, gracias a la intervención de Louisoix Leveilleur, líder del Círculo del Saber (también conocidos como los “Arcontes”), quien conjuró una barrera mágica capaz de repeler sus ataques. Louisoix invocó el poder de los Doce (dioses de Hydaelyn) para volver a encerrar al Primitivo, pero Bahamut logró escapar del hechizo y usar su ataque definitivo: Terafulgor.
  Sabiendo que todo estaba perdido, Louisoix usó sus últimas fuerzas para canalizar el poder de uno de los Doce: Althyk, el Protector, dios del espacio-tiempo, y enviar a los pocos supervivientes a la Grieta, donde estarían a salvo del poder de Bahamut.
  Antes de morir, el líder de los Arcontes usó la energía de las plegarias de la gente de Eorzea para transformarse en el Primitivo Fénix, logrando finalmente, con su sacrificio, hacer desaparecer a Bahamut.
  Fue así como dio comienzo la Séptima Era Umbral.

Capítulo 2 – Eorzea

  Año 1577. Ha pasado un lustro desde la Batalla de Carteneau. Eorzea vive días relativamente felices, ya sin la amenaza inminente del Imperio Garlemald o el Primitivo Bahamut. Los habitantes intentan recuperarse de la Calamidad, como ellos denominan a los sucesos de Carteneau. Pero la paz no durará mucho más…

  Antes de nada, hablemos de las cinco razas principales que conviven pacíficamente en las ciudades de Eorzea. No es que sean las únicas razas del mundo, obviamente, pero sí las que componen el grueso de la sociedad.
  · Hyur: aunque todas las razas aliadas tienen aspecto humanoide, los hyur son los que más se asemejan a un ser humano corriente, por lo que, para entendernos, los usaré como medida comparativa. Están divididos en dos clanes: los hyur de las Tierras Medias (provenientes de regiones bajas) y los hyur de las Tierras Altas (originarios de Ala Mhigo, en Gyr Abania, pero obligados a emigrar tras la invasión del Imperio Garlemald).
  · Miqo’te: algo más pequeños que los hyur, y de escasa presencia en Eorzea (especialmente los machos, casi inexistentes). Los miqo’te destacan por sus rasgos felinos, con grandes orejas y cola. Como todas las demás razas, cuentan con dos clanes: los Buscadores del Sol y los Guardianes de la Luna. El nombre no es casual: los primeros prefieren vivir de día, mientras que los otros optan por todo lo contrario.
  · Elezen: altos y esbeltos, recuerdan a lo que en otras historias son los elfos. Son seres altivos y orgullosos, que han necesitado de mucho tiempo para aceptar convivir en igualdad con otras razas. Sus dos clanes son los Silvanos (amantes de la ley y el orden) y los Espectrales (alejados de la vida urbana).
  · Roegadyn: seres grandes y musculosos, descendientes de un pueblo marítimo de costumbres bárbaras. Son fuertes y leales a partes iguales. Algunos todavía viven en el mar (los Lobos de Mar), mientras que otros se han asentado en tierra (los Guardias Infernales).
  · Lalafell: raza diminuta, cuyos adultos no superan el tamaño de un niño hyur. Sin embargo, son tan capaces como cualquiera de las otras razas, con las que siempre están dispuestos a relacionarse. Dependiendo del lugar donde nacen (llanura o desierto), pertenecen al clan de los Llaneros o de los Duneros.

  Eorzea está compuesta por un continente, Aldenard, y varias islas que lo rodean. Sus tres principales ciudades-Estado, quienes formaron la alianza que plantó cara al Imperio Garlemald, se llaman Ul’dah, Gridania y Limsa Lominsa.
  El sultanato de Ul’dah está situado al sur del continente, en el desierto Thanalan. Es la más próspera de las ciudades-Estado. Antiguamente, era territorio exclusivo de los lalafell, de ahí que la familia real sea de esta raza. Todas las decisiones pasan por manos de un reducido grupo de seis personas muy influyentes, conocido como el “Sindicato”.
  En la parte este del continente se halla el Bosque de los Doce, también conocido como “Velo Negro” por los foráneos. Es el bosque que da cobijo a la ciudad-Estado de Gridania, el pueblo más unido de Eorzea, gracias a los esfuerzos de la Sabia Kan-E-Senna.
  Limsa Lominsa está en La Noscea, región al sur de Vylbrand, la más grande de las islas que rodean el continente de Aldenard (concretamente, la isla está situada al oeste). Se dice que la ciudad está bajo el amparo de la diosa de la navegación, Llymlaen. Es una talasocracia (gobierno principalmente marítimo) bajo el control de la almirante Merlwyb Bloefhiswyn.

  Ya que han sido mencionados un par de veces, y lo serán muchas más durante el transcurso de la historia, voy a enumerar a los dioses conocidos como “los Doce”, añadiendo al final a qué elemento y mes del año están asociados:
  · Halone, la Furia, diosa de la guerra. Hielo. Primera Luna Astral.
  · Menphina, la Amante, diosa del amor. Hielo. Primera Luna Umbral.
  · Thaliak, el Erudito, dios del conocimiento. Agua. Segunda Luna Astral.
  · Nymeia, la Hilandera, diosa del destino. Agua. Segunda Luna Umbral.
  · Llymlaen, la Navegante, diosa de la navegación. Aire. Tercera Luna Astral.
  · Oschon, el Nómada, dios de los vagabundos. Aire. Tercera Luna Umbral.
  · Byregot, el Constructor, dios de las artes. Rayo. Cuarta Luna Astral.
  · Rhalgr, el Destructor, dios de la destrucción. Rayo. Cuarta Luna Umbral.
  · Azeyma, la Guardiana, diosa de la investigación. Fuego. Quinta Luna Astral.
  · Nald’thal, el Comerciante, dios del comercio. Fuego. Quinta Luna Umbral.
  · Nophica, la Matrona, diosa de la abundancia. Tierra. Sexta Luna Astral.
  · Althyk, el Protector, dios del espacio-tiempo. Tierra. Sexta Luna Umbral.

Capítulo 3 – Un reino renacido

  Desde ahora, toda la historia está basada en mi experiencia personal, contada desde el punto de vista de mi personaje, con todo lo que ello implica: nombre, raza, lugar de inicio, etcétera.
  Además, para contrarrestar el hecho de que FFXIV tenga protagonista mudo/a, inventaré sus frases para dar sentido y dinamismo a las conversaciones.

  En medio de todos estos tiempos de cambio y progreso, una joven aventurera llega al desierto Thanalan. Su nombre es Aeryal, una miqo’te del clan de los Buscadores del Sol. Va camino de Ul’dah, compartiendo con otros tres viajeros la parte trasera de un carromato tirado por chocobos.

  Durante el viaje, Aeryal se queda dormida. Sueña que se encuentra en un lugar extraño, como si estuviera en mitad del espacio, rodeada de estrellas y frente a una luz brillante.
  En su cabeza suena una voz femenina:
  —(Oye… Siente… Piensa…)
  Al acercarse a la luz, un hombre vestido de negro, con la cara enmascarada, aparece ante ella, con intención de luchar. Lejos de asustarse, Aeryal se prepara para enfrentarse a él…

  —¡Eh, tú!
  —¿…Eh? —Aeryal despierta.
  —¿Estás bien, muchacha? —pregunta el hyur que está sentado frente a ella—. Parecías muy agitada.
  —Sólo era un sueño.
  —Deben de ser los efectos del éter en el aire. No te preocupes, te acostumbrarás.
  El viaje transcurre sin incidentes, hasta que unos jinetes les cortan el paso. Son los Hojas de Cobre, mercenarios contratados por Ul’dah para proteger la ciudad.
  —¡Alto ahí! —exclama el capitán de los Hojas de Cobre.
  —¿Qué pasa? —pregunta el conductor.
  —Es una inspección. Chicos, revisad la carga.
  Sus compañeros se aproximan a la parte trasera del carromato, donde están Aeryal, el hyur y dos jóvenes elezen.
  —Soy un humilde vendedor ambulante —dice el hyur—. No os decepcionéis si no encontráis nada interesante.
  —Controla tu lengua, anciano. —Uno de los guardias corta uno de los sacos y extrae una pequeña bolsita—. ¡Señor! ¡He encontrado somnus!
  —¿Un “humilde vendedor”, decías? —pregunta el capitán—. ¿Desde cuándo los humildes vendedores trafican con hierbas prohibidas? Te has metido en un lío, anciano. Vas a pasar el resto de tus días en una mazmorra…, salvo que puedas pagar la multa.
  —¡Je! —El comerciante ríe—. Negocios, como siempre.
  De pronto, una flecha pasa junto a él, clavándose en medio del carromato.
  —¡Amalj’aa! —exclama uno de los Hojas de Cobre—. ¡Son amalj’aa! ¡A las armas!
  Los amalj’aa son una raza de bestias, como lagartos humanoides, corpulentos y, como acabamos de comprobar, capaces de usar armas.
  —Por los siete infiernos… —se lamenta el capitán—. ¡Considerad esto un aviso! ¡Ahora, largaos!
  El carromato se aleja a toda velocidad de allí, mientras los Hojas de Cobre plantan cara a los amalj’aa.
  —Uf… —El comerciante suspira—. Este tipo de situaciones no son buenas para el corazón. Muchacha, ten cuidado con los Hojas de Cobre. Esos cabrones son como bandidos comunes, pero menos honestos. Gracias a los dioses por mandar unas cuantas bestias para salvarnos, ¿eh?
  —…Supongo.
  —Aún nos queda un largo camino por delante. ¿Te importaría hacerme compañía? Estos dos chavales no parecen muy interesados en charlar. —Los elezen hacen oídos sordos—. Brendt es mi nombre, y la venta ambulante mi oficio. A juzgar por tu vestuario, diría que eres una aventurera.
  —Premio.
  —¡Lo sabía! Yendo adonde te lleve el viento, buscando fortuna y gloria… ¡Eso es vida! Siempre y cuando evites morir, claro. No es ningún secreto que la aventura es un negocio arriesgado, especialmente en estos días. ¿Qué te atrajo a ese mundo?
  —No estoy segura. Siento como si éste fuera mi destino. Pero si tengo que elegir algo…, sería el dinero, obviamente.
  —Je, je… Entonces vas en buena dirección, amiga. En Ul’dah puedes ganarte la vida de mil y una maneras. Ser aventurero no se limita a matar cosas; tan importante como eso es lo que haces el resto del tiempo. Pero recuerda que hay cosas más importantes que el dinero y la gloria, como respirar. No se suele ganar mucho dinero estando muerto, ¿verdad?
  —No te preocupes, tendré cuidado.
  —¿Es tu primera vez en Ul’dah?
  —La verdad es que sí.
  —¿Sí? Pues permíteme hablarte un poco de la ciudad. Ul’dah está gobernada por la sultana, aunque, como todo el mundo sabe, quien realmente manda es el Sindicato. Ellos y sus compinches Monetaristas estarían encantados de deshacerse de Su Majestad. Pero eso no ocurrirá mientras ella mantenga la lealtad de los Monárquicos. ¡Y si hay algo que destaca de los Monárquicos, es su lealtad!
  —¿Y qué pasa con los amalj’aa?
  —A ésos no les puede interesar menos la política de Ul’dah. Tienen sus propios intereses, y ya has visto que no dudan en usar la fuerza bruta. Dicen que la guerra es un regalo para los vendedores, y, aunque me avergüenza reconocerlo, no puedo más que estar de acuerdo. —Brendt mira hacia delante—. ¡Ah, al fin! ¡Contempla Ul’dah, joya de Thanalan, donde la gente convierte arena en oro!
  El carromato se detiene en la entrada de la ciudad, y los pasajeros se apean.
  —Aquí se separan nuestros caminos, muchacha —dice Brendt—. Tengo que ir al mercado a abastecerme, y después volver a la carretera. Toma, quédate esto, por aguantar mi parloteo. —El comerciante le entrega un anillo.
  —Gracias, ha sido un placer.
  —Por cierto, no me has dicho tu nombre. Hagamos un trato: conviértete en una persona de la que pueda presumir de haber conocido, y estaremos en paz.
  —Lo intentaré.
  Brendt se marcha, mientras Aeryal contempla los muros de la “rosa del desierto”, la ciudad-Estado de Ul’dah.

Capítulo 4 – Ul’dah

  Aeryal camina por las ajetreadas calles de Ul’dah, cuando un hyur con gafas de sol llama su atención.
  —¡Eh, aventurera! ¡Por aquí!
  —¿Me dices a mí?
  —Sí, a ti. Eres una recién llegada, ¿verdad? ¿Quieres saber por qué lo sé? —El hombre ríe—. Mi nombre es Wymond, y mi trabajo consiste en conocer a cualquiera que cruce estos muros. ¿Qué te parece si te ofrezco algún consejo a modo de bienvenida? Gratis, por esta vez.
  —Si no hay más remedio…
  —Es evidente para cualquiera con ojos en la cara que estás perdida. Si sigues así, acabarás siendo saqueada en un callejón, o algo peor. No quiero tener algo así en mi conciencia.
  —Sé defenderme sola, gracias.
  —Deberías ir a la taberna Arenas Movedizas y hablar con Momodi. Es la representante del Gremio de Aventureros en Ul’dah.
  —¿Dónde está?
  —Allí. —Wymond señala hacia un edificio cercano—. Sube esas escaleras y cruza la doble puerta. Momodi estará dentro. Y… esto es todo lo que puedo ofrecerte gratis. Buena suerte con la aventura, aventurera.
  —De acuerdo, gracias.
  Aeryal se dirige inmediatamente a la taberna, donde no tarda en encontrar a la lalafell Momodi.
  —¡Vaya, hola! —exclama ella—. ¿Quién eres?
  —Me llamo Aeryal, acabo de llegar a la ciudad. Estoy buscando el Gremio de Aventureros.
  —Pues has venido al lugar indicado, encanto. Soy Momodi, la dueña de esta taberna, además de representante del Gremio de Aventureros en Ul’dah, por lo que se podría decir que mi vocación es buscar nuevos aventureros. ¡Siéntete afortunada! Sin alguien como yo guiando tus pasos, pronto te encontrarías en medio de la nada, haciendo negocios que ni siquiera entiendes. Como nuestro conflicto con los amalj’aa, por ejemplo. Llevan molestando al sultanato desde… prácticamente siempre. Luego está el Imperio Garlemald; nadie sabe qué están planeando, pero seguro que se traen algo entre manos.
  —Ah, ¿sí? La gente que he visto parecía feliz.
  —Sí, al menos lo intentan. Pero bajo la superficie hay preocupación y desconfianza. Sólo hace cinco años que la luna se abrió como un huevo gigante, liberando a esa abominación que casi convierte Eorzea en el octavo infierno…
  —¿Bahamut?
  —El mismo. Mucho se perdió por aquel entonces. Parecía el fin del mundo. Después de aquello, todo se volvió confuso. Cada uno tiene su propia versión de lo ocurrido. Algunos incluso tienen dos o tres versiones. Una pensaría que la gente debería acordarse de algo como eso, pero la verdad es que nadie lo hace. Sin embargo, hay algo en lo que todos los supervivientes coinciden: un grupo de aventureros venido de otra tierra dio su vida por salvar Eorzea. Lucharon valientemente, pero, como muchos otros, nunca regresaron. Una pena que nuestros recuerdos sobre ellos estén tan nublados como los de la Calamidad en sí. Cada vez que intentamos recordar sus rostros, es como si estuvieran entre nosotros y el sol, unas siluetas irreconocibles. ¿Verdad que suena poético? Pues no lo es. Me pone condenadamente furiosa. Pero bueno, aunque no podamos recordarlos, tampoco dejaremos que caigan en el olvido. Es por eso que los llamamos “Guerreros de la Luz”.
  —Guerreros de la Luz…
  —Siempre serán un gran ejemplo de lo que los aventureros pueden lograr. Por eso recibimos con los brazos abiertos a gente como tú en nuestra ciudad. Lo único que te pido es que eches una mano y dejes Ul’dah mejor que como la encontraste. Si puedes prometerlo, estaré encantada de dejar que te unas al gremio.
  —Prometido. Lo haré lo mejor que pueda.
  —¡Genial! ¡Una promesa es una promesa! Contamos con tu ayuda para dejar el pasado atrás. Necesitamos a gente trabajando y promoviendo la economía como en los viejos tiempos. ¡Una Ul’dah feliz y próspera significa más rentabilidad para Arenas Movedizas!
  —¿Qué tengo que hacer?
  —Antes de nada, hagámoslo oficial. —Momodi le entrega un papel—. Rellena esta solicitud con letra clara.
  La miqo’te escribe su nombre en el documento antes de devolvérselo.
  —Aquí tienes.
  —Gracias, señorita Aeryal. ¡En nombre del Gremio de Aventureros, te doy…!
  La frase de Momodi se ve interrumpida por una conversación cercana. Un lalafell con monóculo y sus dos escoltas parecen estar acosando a un hyur.
  —¡Por favor, ten piedad! —exclama el hyur—. ¡Juro por los Doce que te devolveré el dinero!
  —En el este —responde el lalafell—, se dice que hasta el dios más misericordioso pierde la paciencia si es blasfemado tres veces. Da las gracias de que se te dio una cuarta oportunidad para ofender. Chicos, ocupaos de esta escoria.
  —¡No, por favor! ¡Piedad!
  Los dos escoltas rodean al hyur.
  —Bueno —dice Momodi a Aeryal—, me temo que esto es más frecuente de lo que me gustaría. Pero no te preocupes; si trabajas duro, no tendrás que verte en su situación.
  —Espero que no…
  —Si alguna vez necesitas ayuda, déjate caer por aquí. Pero tampoco vengas lloriqueando cada vez que te golpees un dedo del pie, ¿eh? Por otro lado, me gusta escuchar de vez en cuando los cotilleos de una dama sobre sus aventuras amorosas…
  —Vale, muchas gracias por la ayuda.
  —De nada. ¡Bienvenida a Ul’dah, Aeryal!

Capítulo 5 – Eteritas

  La miqo’te se dispone a marcharse de la taberna Arenas Movedizas, aunque realmente no sabe adónde ir, pues no conoce absolutamente nada de la ciudad. Quizá sea mejor seguir preguntando a Momodi.
  —¿Por dónde puedo empezar?
  —Hmm… Será mejor que cumplas algunos trabajos pequeños antes de ir en busca de tesoros. Te ayudará a conocer mejor el lugar. Primero, me gustaría que visitaras la Plaza Eterita. Para llegar, dirígete al oeste y cruza la Avenida Esmeralda. Después gira al norte, donde verás una eterita.
  —¿Qué es eso?
  —Un gigantesco Cristal flotante. Si no fuera por las eteritas, viajar por Eorzea sería condenadamente más problemático de lo que es. Lo único que tienes que hacer es acercar tu mano para sincronizar tu cuerpo con la eterita. Desde ellas puedes viajar hasta otras eteritas con las que te hayas sincronizado previamente.
  —Pero no lo he hecho nunca…
  —No importa, ya te acostumbrarás. Cuando hayas terminado, me gustaría que visitaras el mercado de la Avenida Zafiro, sobre las Escaleras de Thal. Allí podrás encontrar armaduras, armas o cualquier otra cosa que una aventurera como tú pueda necesitar. Se podría decir que todo está a la venta en Ul’dah…, siempre y cuando tengas los guiles necesarios para pagarlo. Pero asegúrate de no gastarte más de lo que puedas permitirte, Aeryal. Hay muchos que no dudarán en estafarte, por eso será mejor que lleves una carta de mi parte. Entrégasela a Seseroga; él te ayudará a moverte por el mercado.
  —De acuerdo.
  Momodi escribe rápidamente una carta, que entrega a la miqo’te.
  —Recuerda: primero a la Plaza Eterita, y luego al mercado.
  Siguiendo las indicaciones de Momodi, Aeryal encuentra el gran Cristal azul flotante que llaman “eterita”. (Importante: Cristal como objeto mágico, no como material, de ahí que se escriba con mayúsculas.) La miqo’te acerca la mano, sintiendo el éter fluyendo por su cuerpo. Aún no puede teletransportarse, pues no se ha sincronizado con otras eteritas, pero en un futuro podrá hacerlo.
  —¡Saludos, aventurera! —Un lalafell con bandana se acerca a ella—. Estoy seguro de que has venido por petición de la dama Momodi, de Arenas Movedizas, ¿verdad?
  —Sí.
  —Excelente. Entonces pasemos a hablar del coste por usar la eterita. Serán… cien mil guiles. Si es tan amable, señorita…
  —¡¿Qué?!
  —¡Ja, ja, ja! Mis disculpas, no he podido evitar tomarte el pelo. ¡Tenías que ver tu cara! Mi nombre es Nenebaru. ¿Con quién tengo el gusto de hablar?
  —Soy Aeryal. Acabo de llegar a Ul’dah.
  —Se nota. ¿Puedo darte un consejo? Las eteritas no sirven únicamente para transportarse entre unas y otras. Ahora que te has sincronizado con una de ellas, puedes usar los hechizos “Teletransporte” y “Retorno” para regresar a la eterita, estés donde estés. El único inconveniente es que requieren de un tiempo de preparación, por lo que no podrás usarlos si te encuentras en peligro. Además, tardan un buen rato en poder volver a usarse. ¡No abuses de ellos! Hay eteritas por todos los rincones de Eorzea, así que no olvides sincronizarte con todas las que encuentres.
  —Lo haré, gracias por el consejo.
  —Me alegro de haber sido de ayuda. Si quieres saber más sobre eteritas o hechizos de transportación, estaré encantado de responder tus preguntas.
  —Te lo agradezco, pero ahora debo marcharme.
  —Buena suerte, Aeryal.
  La miqo’te se dirige al mercado, el lugar más abarrotado de Ul’dah. Encontrar a Seseroga no resulta tan fácil, pero finalmente logra dar con él. Es un lalafell con gafas y pelo morado. Aeryal le entrega la carta de Momodi.
  —Oh, ¿Lady Momodi te ha pedido que me busques? Hm. Considérate afortunada de tener amigos tan influyentes. Seré breve, así que estate atenta. Estás en el mercado de la Avenida Zafiro, el lugar más concurrido y lucrativo de todo el sultanato. Ul’dah es el centro, literal y metafórico, de todo el comercio de Eorzea. Las mejores rutas de negocios pasan por nuestra ciudad, y la mayoría de los intercambios marítimos entre Vylbrand y Aldenard pasan por nuestros puertos. Es por eso que innumerables compañías y consorcios han elegido Ul’dah como su centro de operaciones. Este mercado está atestado de comerciantes, día y noche. Todo lo que una persona pueda desear, puede comprarlo aquí, siempre y cuando disponga de fondos suficientes. Pero recuerda mantener la mente fría; tomar decisiones apresuradas no es muy inteligente, especialmente cuando hay dinero de por medio. Bueno, eso es todo lo que tengo que decirte. Y no ha sido poco, para mi gusto.
  —Gracias, Seseroga.
  —Dale recuerdos a Momodi de mi parte. ¡Y ahora lárgate!
  Aeryal regresa a la taberna Arenas Movedizas. Momodi sigue donde la dejó, tras la barra.
  —Ya estoy de vuelta.
  —¿Qué tal tu visita por la ciudad? ¿Te has perdido?
  —Un poco, pero creo que ya voy haciéndome a ella.
  —Bien, bien. Ul’dah es muy grande, y hay muchas cosas que hacer, pero vagar de un lado para otro no te ayudará a pagar las facturas. Será mejor que recuerdes dónde están los lugares importantes. Así que, cuando explores, ten en mente cuál es tu objetivo.
  —Lo sé.
  —¡Muy bien! Ahora sólo tienes que hacer una cosa: ¡trabajar duro, ganar dinero y gastarlo aquí, en Arenas Movedizas!

Capítulo 6 – Los encargos de Papashan

  Para evitar perderse, Aeryal consigue un mapa, no únicamente de Ul’dah, sino de toda Eorzea. Eso, sin duda, facilitará su viaje mucho más que las eteritas y las magias de teletransportación.
  Después, regresa a hablar con Momodi.
  —Creo que va siendo hora de salir de la ciudad —dice Aeryal.
  —Ten cuidado. Las calles de Ul’dah son una cosa, pero el terreno salvaje de Thanalan es otra bien distinta. Conozco a un tipo con el que te podría interesar hablar, llamado Papashan. Seguro que tiene trabajo para ti. Lo puedes encontrar en la zona de carga y descarga, junto a las vías del tren. Sal de la ciudad por el norte, a través de la Puerta de Nald, y dirígete al este. No tardarás en verlo.
  —Entendido.
  —Hay peligros más allá de los muros. Más de los que puedo contar, aunque no habrá problemas mientras no te alejes demasiado de la ciudad. ¡Pero no digas que no te avisé!
  —No te preocupes. Gracias, Momodi.
  Aeryal recorre las calles de Ul’dah hasta localizar la Puerta de Nald. Después, tal y como dijo la lalafell, tan sólo debe girar al este y avanzar por el camino que lleva a las vías. Allí se encuentra un lalafell algo mayor (se supone, porque con su aspecto cuesta distinguir la edad).
  —¿Eres Papashan?
  —Lo soy. Tienes aspecto de aventurera, amiga mía.
  —Me llamo Aeryal. Momodi dijo que tendrías trabajo para mí.
  —Ah, sí, me dijo que vendrías. Soy Papashan, jefe de estación de esta humilde zona de carga y descarga. Un título vacío, te lo aseguro. Realmente no soy más que un viejo y cansado lalafell, que desea pasar sus últimos años en calma y soledad. Los Doce bien saben que he tenido suficiente de eso desde que nos asoló la Calamidad… Pero los habitantes de Ul’dah hemos trabajado codo con codo para reconstruir la ciudad, y devolverle su grandeza y majestuosidad. Las vías también nacieron del esfuerzo de muchas almas bondadosas.
  —Parece mentira que sólo hayan pasado cinco años —asiente Aeryal.
  —Sin embargo, aún queda mucho trabajo por hacer. Las heridas causadas por la Calamidad son profundas. Hay zonas aisladas fuera de nuestro alcance de suministros, y lugares que todavía deben ser reparados. Ul’dah necesita tu ayuda y la de tu gente, amiga mía. De hecho, la ayuda es más urgente que nunca.
  —¿Y qué puedo hacer por vosotros?
  —Tengo un trabajo apto para una aventurera como tú. Un grupo de centinelas fue destinado a vigilar esta zona. Ya llevan un tiempo fuera de la comodidad de los muros, la fatiga empieza a hacerles efecto. Los días calurosos y las noches gélidas pueden hacer polvo el cuerpo y la mente. Sé que no es mucho, pero ¿puedes repartir entre ellos esta caja de galletas saladas? La comida siempre ayuda a olvidarse de las preocupaciones.
  Aunque parece un encargo de muy bajo nivel, Aeryal decide echar una mano, pues se trata de su primera misión. Tras repartir las galletas entre los vigilantes que rodean el área, la miqo’te regresa junto a Papashan.
  —¿Hay alguna novedad? —pregunta él—. ¿Los centinelas han visto algo?
  —No, que yo sepa.
  —¿Seguro? Vaya… Toma, ten esto por las molestias. —Papashan le entrega unas monedas—. Y no te vayas, que hay algo más que te quiero pedir.
  —Te escucho.
  —He recibido noticias inquietantes. Aunque, si te soy sincero, éste es el verdadero motivo de que te enviara a comprobar el estado de los centinelas… Una joven mujer, de familia muy prestigiosa, ha escapado de casa, y me han ordenado que la encuentre. En realidad, los centinelas me están ayudando con la búsqueda. Parece ser que aún no han encontrado pistas de su ubicación. Te pido disculpas por no haberte sido sincero desde el principio, pero debemos proceder con precaución. Si se propagara la noticia de su desaparición, otros podrían unirse a la búsqueda, con motivos menos honorables… Si le ocurriera algo, ni cien decapitaciones sería castigo suficiente.
  —¿Tan importante es esa chica?
  —Lo es. ¡Tenemos que encontrarla, Aeryal! ¡Tienes que ayudarme!
  —Claro, Papashan. Puedes contar conmigo.
  —¡Alabados sean los Doce! —El lalafell aplaude—. Thanalan es un territorio vasto, y somos muy pocos. La joven noble se llama Lilira. ¿Te importaría ir al sur y buscarla cerca del Árbol Sultán?
  —Sin problema.
  El árbol se ve desde muy lejos, pues es enorme, mucho más grande que los que lo rodean. Aeryal encuentra allí a una lalafell rezando.
  —Oh, Árbol Sultán, espíritu sagrado de mi linaje, perdona mi debilidad. Hemos pagado caro mis errores…
  —¿Eres Lilira?
  La lalafell se gira hacia ella.
  —¡Muéstrate!
  Aeryal se queda bloqueada, sin entender qué está pasando. Enseguida se da cuenta de que no habla con ella, sino con otra persona que está escondida tras una roca. Es un hyur de pelo plateado, con un tatuaje en el cuello.
  —Como ordenes, oh, Lilira. Perdona mi deseo egoísta de asegurar tu bienestar.
  —¡No recuerdo haber pedido escolta! —protesta ella—. Haz como que no me has visto y sigue tu camino.
  —Ambos sabemos que no puedo hacer tal cosa. Es peligroso para ti estar aquí sola. No es seguro para nadie, especialmente con esta alteración del éter. —El hyur baja la voz—. Es como si los muertos nos estuvieran observando… Y preferiría no unirme a ellos, si no te importa.
  —Ejem… —Aeryal llama su atención.
  —Ah, tú debes de ser quien mencionó Papashan. Enhorabuena por encontrar a esta joven tan escurridiza. Por favor, perdona a Su Impetuosidad. Lo que le falta de disciplina, le sobra de testarudez.
  —Papashan está preocupado.
  —Lo sé. Volvamos con él. Seguro que el jefe de estación desea darte las gracias personalmente.
  Antes de marcharse del Árbol Sultán, el grupo se ve asaltado por varios monstruos voladores, llamados “blangas”.
  —Me temo que el jefe de estación tendrá que esperar —se lamenta el chico de pelo plateado—. Querida Lilira, por mi propio bien, mantente lejos del peligro. Y tú, querida amiga —dice a Aeryal—, por el bien de Lilira, mantente cerca del peligro.
  Aeryal y el hyur se ocupan de los blangas; la miqo’te de los más pequeños, y él del que parece ser el líder. Después, el chico regresa a las inmediaciones del árbol para buscar a Lilira, dejando a la aventurera a solas.
  Mientras espera, Aeryal encuentra algo en el suelo. Es un Cristal azul brillante, que no duda en coger. Al entrar en contacto con él, la chica se ve transportada a un lugar que reconoce…

  —(Oye… Siente… Piensa…)
  Aeryal está en el lugar vacío de su “sueño”. Esta vez, del cielo caen bolas de fuego.
  —(Portadora del Cristal… Soy Hydaelyn. Todo hecho uno.)
  Ante ella aparece un Cristal enorme. De alguna manera, la miqo’te comprende que la voz que escucha en su cabeza surge de ese Cristal.
  —(La Luz brillaba tiempo atrás por todo este reino…, pero hace tiempo que oscureció. Y a medida que se apaga, la Oscuridad surge, presagiando el final de la vida. Por el bien de todo, te lo ruego: ¡líbranos de este aciago destino! El poder para eliminar la Oscuridad yace en los Cristales de Luz. Continúa tu viaje y hazte con ellos. Tus actos harán que los Cristales se revelen ante ti. Debes creer, pues la Luz mora en tu corazón. Ve, hija mía, y esparce tu Luz por toda la creación.)
  Aeryal descubre que no está sola allí. A su lado hay otras personas, de distintas razas. Y entonces…

  La miqo’te despierta de golpe.
  —¿Ya te encuentras mejor? —pregunta el hyur de pelo plateado.
  —¿…Qué me ha pasado?
  —Me fui un momento, y al volver estabas inconsciente.
  —¿Alguien puede explicarme qué está ocurriendo? —dice Lilira—. ¿Qué eran esas bestias?
  —Ojalá lo supiera —responde el chico—. Habitantes del Vacío, supongo.
  —¿Del Vacío? ¿Aquí? ¿Cómo es posible?
  —La pregunta no es “cómo”, sino “quién”. No estamos tratando con bandidos de medio pelo. —El hyur mira a Aeryal—. ¿Has encontrado respuestas en tu sueño?
  —No estoy segura…
  —Tan pronto como liquidamos a las bestias, caíste inconsciente. Demasiado éter, supongo.
  —Encontré un Cristal en el suelo. Lo último que recuerdo es haberlo cogido.
  —Interesante… Eso cambia todo…
  —¿De qué hablas?
  —Oh, sólo pensaba en alto. Venga, no tenemos tiempo que perder. Debo regresar cuanto antes e informar de esto. ¡Dejo a la Dama Lilira en tus manos!
  —¡Deja de tratarme como si fuera un bebé! —protesta la joven lalafell—. ¡Puedo volver con Papashan yo sola!
  —Como desee, Su Impetuosidad.
  Lilira se marcha con aire altivo, notablemente molesta.
  —Será mejor que vaya tras ella —dice Aeryal.
  —Estoy seguro de que nos volveremos a ver. Hasta entonces, intenta mantenerte despierta.
  La miqo’te sigue los pasos de la lalafell, quien llega al puesto de carga y descarga apenas un par de segundos antes que ella. Allí la reciben Papashan y los centinelas.
  —¡Gracias a los dioses que estáis de vuelta! —exclama el jefe de estación—. ¡Nos teníais muy preocupados! ¿Os dais cuenta de lo que ocurriría si una persona de vuestro nivel resultara herida… o algo peor? ¡Todos los habitantes de Ul’dah llorarían vuestra pérdida!
  —Pero ya os he dado demasiados motivos para llorar, Papashan…
  —¡No digáis esas cosas! ¡La encontraremos, os lo prometo! Sé que no estoy en posición de hacer peticiones, pero, por favor, os lo ruego, no os pongáis en peligro.
  —Me disculpo por haberte preocupado tanto, Papashan. No volveré a salir de la ciudad sin escolta.
  Lilira y los centinelas se marchan de allí, dejando a Papashan a solas con la miqo’te.
  —No sé cómo agradecértelo, Aeryal. Sé que has luchado valientemente para proteger a la Dama Lilira de monstruos venidos del Vacío. Por tus servicios, mereces todas las riquezas del sultanato. Sin embargo, lo único que te puedo ofrecer es una pequeña recompensa.
  Papashan le hace entrega de una bolsa con monedas.
  —No lo hice sola. Me ayudó un hyur de pelo plateado, con un tatuaje en el cuello.
  —Ah, veo que has conocido a Thancred. Es un erudito que pasa los días estudiando el éter. Está demasiado enamorado del sonido de su propia voz, pero es inofensivo. En cuanto a ti, ojalá hubiera más aventureros como tú. Rezo porque muestres la misma bondad con la gente de Thanalan que la que has mostrado hoy hacia nosotros.

Capítulo 7 – La recadera de Thanalan

  Tras despedirse de Papashan, otro lalafell se aproxima a Aeryal.
  —¡Hola! Eres una aventurera, ¿verdad?
  —Sí. Me llamo Aeryal.
  —Yo soy Cicidoa. Si no estás ocupada, me gustaría pedirte un favor.
  —¿De qué se trata?
  —Tengo una deuda de gratitud con el dueño de la posada Cofre y Ataúd. Para devolverle el favor, he conseguido de las plantaciones reales una calabaza prodigiosa. Es un producto muy particular. Sin embargo, me temo que no dispongo de tiempo para llevarla en persona, pues debo partir inmediatamente hacia las Minas Nanawa.
  —¿Quieres que se la lleve yo?
  —Exacto. —Cicidoa le entrega un recibo—. Dale esto a Gagari, en las plantaciones reales, y ella te dará la calabaza. Siento tener que pedirte algo así, te lo agradezco profundamente.
  Cicidoa le da una bolsa de monedas como pago adelantado por su trabajo. Va a tener que fiarse de la miqo’te, pues no le queda más remedio.
  Las plantaciones reales están muy cerca de allí, por lo que Aeryal llega en menos de un minuto. Sentada encima de una caja está la lalafell que busca.
  —Vengo en nombre de Cicidoa. —Aeryal le entrega el recibo.
  —Oh, ¿te vas a ocupar tú de entregar esta delicia? Puedo decir, sin temor a equivocarme, que cualquier gastrónomo estaría encantado de recibir un regalo tan espectacular. Ven, te daré la calabaza. Espero que le guste a Roger.
  Gagari le hace entrega de una caja, con la gran calabaza dentro.
  —¿Cómo se llega a Cofre y Ataúd?
  —Ve hacia el norte, siguiendo las vías. Cruza el puente y sigue hacia el noroeste. Lo encontrarás rápido.
  Siguiendo sus indicaciones, Aeryal localiza la posada sin dificultades. Es un lugar muy concurrido, pues se trata de una parada recurrente para viajeros y comerciantes.
  —Estoy buscando a Roger —dice a un hyur que hay tras la barra.
  —Soy yo. ¿En qué puedo ayudarte, amiga?
  —Te traigo una calabaza de parte de Cicidoa. La acabo de recoger de las plantaciones reales.
  —¿Un regalo del pequeñín? ¡Ja! Así que ese borracho malhablado conoce el significado de la palabra “remordimiento”, ¿eh? Recuerdo los días en que tenía que llevar su culo de vuelta a casa, después de pasar toda la noche bebiendo. Pero ¡qué demonios! ¡Una preciosa calabaza de las plantaciones reales! No puedo esperar a ver qué hace el cocinero con ella. Los clientes se atiborran a carne; ya va siendo hora de pensar un poco en su salud y empezar a comer más vegetales. Aunque dudo que esos idiotas cabezotas acepten probar cosas nuevas… Bueno, ¡gracias por la ayuda, amiga!
  —De nada. ¿Hay algo más en lo que os pueda ayudar?
  —Pues, ahora que lo dices… Gracias a mis precios increíblemente bajos, no estamos cortos de clientes. Sin embargo, no puedo permitirme contratar muchos trabajadores, por lo que a veces estamos hasta el cuello. ¡Y eso por no hablar de esos vagos que se niegan a hacer su pedido en la barra, y me obligan a ir hasta las mesas! ¿Por qué no te ocupas tú de ellos?
  —Bueno, si me pagas…
  —Por supuesto. Apunta sus pedidos, y no olvides a los que están fuera de la posada.
  Aeryal pasa la noche ayudando a Roger con la clientela. Nadie dijo que el trabajo de aventurero fuese fácil…
  —Buen trabajo, amiga. Como agradecimiento, voy a decirte algo que seguro te interesa. La Estación Pincel Negro tiene problemas. Los Antorchas Pétreas no ganan para disgustos. Por cada hormiga que Warin y sus hombres matan, dos o más ocupan su lugar. He pensado que quizá podrías echar una mano cargándote a unas cuantas de estas hormigas. Seguro que Warin aprecia la ayuda. Y si te ganas su confianza, seguro que tiene más trabajo para ti. Lo único que tienes que hacer es demostrarle lo capaz que eres. Llévale unas cuantas mandíbulas de hormigas.
  Tras pasar la noche allí, Aeryal parte hacia el noreste, donde se encuentra la región de Pincel Negro, y la estación que coge su nombre. A medio camino, subiendo una colina, la miqo’te encuentra un grupo de hormigas. Sobra decir que no se trata de hormigas normales, sino monstruosas; le llegan por la cintura. Aeryal acaba con ellas y guarda sus mandíbulas como prueba de la victoria. Después, prosigue su camino hacia la estación.
  Junto a una eterita, con la que Aeryal no duda en sincronizarse (ya tiene dos sitios a los que desplazarse con los hechizos de teletransportación), hay un grupo de guerreros.
  —¿Alguno de vosotros es Warin?
  —¿Quién pregunta? —responde un hyur.
  —Soy Aeryal, una aventurera recién llegada a Thanalan. He matado unas cuantas hormigas. —La chica le entrega la bolsa con mandíbulas.
  —¿Lo has hecho tú sola? Buen trabajo. La verdad es que uno pensaría que los monstruos deberían mantenerse alejados de la ciudad, pero lo cierto es que cada vez hay más. Nunca tendremos suficientes aventureros como para mantener toda la zona despejada.
  —Puedo echaros una mano.
  —Te lo agradecería. Los dioses saben que no estamos sobrados de manos. Soy Warin, de los Antorchas Pétreas. Somos mercenarios contratados por la empresa Amajina e Hijos para proteger sus intereses. Nuestra tarea principal es mantener las vías limpias de monstruos.
  —Déjamelo a mí.
  —Calma. El destino es como una amante inconstante; cada vez hay menos aventureros como tú, y no me gustaría que dieras tu vida por culpa de una mala preparación. He tenido que enterrar a demasiados camaradas que no dieron importancia a pequeñas fisuras en sus cotas de malla, o abolladuras en sus cascos. No importa a quién o qué te enfrentes, siempre lleva tu equipo en buenas condiciones. —Warin examina atentamente el equipo de Aeryal—. Bien, todo parece en orden. Pongámonos manos a la obra.
  —Estoy lista.
  —Todos los días pasan por aquí vagones con minerales, rara vez sin incidentes. Antes deben atravesar un túnel, bajo el Mirador de Fesca. Un túnel en el que algún genio decidió construir un almacén de minerales, atrayendo a los coblyn, que han hecho allí su nido. ¡Así que ahora tenemos nuestro túnel lleno de bestias amantes de los minerales, y nosotros se las servimos en bandeja, como si fuésemos una empresa de reparto! —Warin respira profundamente, intentando tranquilizarse—. En fin… Se me ocurre que podrías hacerles una visita y ocuparte de ellos.
  —Indícame el lugar, y yo los haré salir.
  Warin apunta en el mapa de Aeryal el lugar exacto que los coblyn han convertido en su nuevo hogar. Por suerte, no soy muy numerosos, y más bien débiles. La chica regresa junto a los Antorchas Pétreas en pocos minutos.
  —Hecho. Me he ocupado de todos.
  —¡Buen trabajo! —responde Warin—. Me temo que eso no los hará desaparecer para siempre, pero al menos tendremos unos días tranquilos. Interrumpir el tránsito de vagones no afecta únicamente a Amajina e Hijos, sino a toda Ul’dah. Estas vías de tren son como las venas que reparten la sangre de nuestra nación. Ojalá tuviéramos más mujeres como tú echándonos una mano…
  —Me encantaría ayudar, pero no puedo quedarme mucho tiempo.
  —¿Puedo pedirte un último favor?
  —Claro.
  —Alguien, o algo, ha estado llenando las vías de piedras de plata. Basta con un pequeño fragmento para hacer descarrilar un tren, así que he ordenado a la mayoría de mi gente que se ocupe de limpiar las vías. Pero no podemos mantenernos así eternamente. Necesitamos encontrar al culpable y acabar con él.
  Aeryal recorre las vías del tren, hasta que da con uno de esos trozos de plata. Al intentar quitarlo, es atacada por un spriggan, un monstruo escurridizo que, sin embargo, no logra huir de la miqo’te. Tras deshacerse de él y de sus amiguitos, Aeryal regresa a la Estación Pincel Negro.
  —Warin, las vías están despejadas. Era un grupo de spriggan.
  —Esos desgraciados se sienten atraídos por los minerales como un perro por un hueso. Las rocas que dejaron en las vías serían sus malditas sobras. Algunos mineros supersticiosos creen que los spriggan traen buena suerte, pero, por mi experiencia, no son más que criaturas asquerosas, como los coblyn. Si hay algo que ha traído suerte a Amajina e Hijos, sin duda eres tú. Desde que llegaste, la situación se ha calmado.
  —Me alegro de haber ayudado, pero ahora debo marcharme.
  —Lo entiendo. Gracias, Aeryal, y buena suerte.

Capítulo 8 – La veta de Sil’dih

  Antes de abandonar la región de Pincel Negro, un lalafell se acerca a Aeryal.
  —¡Espera un momento, aventurera!
  —¿Qué pasa?
  —Soy Zuzumeda, y estaba deseando encontrarme contigo. ¿Sabes por qué? ¡Porque acaba de llegarme una noticia de lo más fascinante, y estoy deseando compartirla! ¿Me permites?
  —Adelante.
  —Hay rumores de que existe una gran veta de mineral sin explotar bajo las ruinas de Sil’dih. ¡Pero eso no es todo! Sorprendentemente, Amajina e Hijos parece ignorar su existencia. ¡Y mientras hablamos, un joven mercader, de Tiropiedra nada menos, está yendo a reclamarla! Su nombre es Wystan, y es un hyur muy ambicioso. No solamente pretende quedarse con los derechos de excavación, sino que va a usar el dinero que consiga para ganarse el favor del Sagrario. Los taumaturgos sólo tienen en cuenta las opiniones de la gente adinerada cuando redactan las leyes de Ul’dah. Si quieres ser escuchada, ya puedes prepararte para pagar una buena suma.
  —No creo que pueda permitírmelo…
  —Quien sí puede permitírselo es Lord Lolorito, del Sindicato. Lleva mucho tiempo financiando a los taumaturgos, y algunos aseguran que quiere promover leyes para arruinar a sus competidores, mientras protege sus propios intereses. Si Wystan cree que puede competir con el Sindicato, se va a llevar un buen chasco. Por ahora está reuniendo un grupo en Cofre y Ataúd para inspeccionar el lugar.
  —Suena interesante.
  —¿Por qué no te presentas voluntaria para la expedición? Has demostrado estar más que capacitada con tu ayuda a Warin y los Antorchas Pétreas.
  Aeryal decide aceptar la sugerencia, y viaja inmediatamente a Cofre y Ataúd, que está a medio camino entre su posición y Ul’dah. La posada de Roger sigue tan abarrotada como siempre. En medio del gentío, la miqo’te encuentra al mercader.
  —Wystan, me gustaría unirme a tu expedición.
  —Lo siento —replica él—, pero llegas tarde. Algunos Hojas de Cobre en busca de un sobresueldo se han ofrecido voluntarios, y el equipo ya va camino de las ruinas de Sil’dih.
  —Vaya…
  —Pero mira, quizá pueda ofrecerte un trabajo alternativo, si estás interesada. Hay varios chicos fuera de la posada, que me han seguido desde Tiropiedra. Cuido de ellos cada vez que puedo, así que no se separan de mí, incluso cuando les digo que no lo hagan. Estoy demasiado liado con todo el asunto de la veta, así que no puedo ocuparme de ellos. ¿Podrías darles algo de comer y convencerlos de que vuelvan a casa?
  Wystan entrega algo de dinero a Aeryal, con el que puede comprar comida para los hambrientos chavales. La miqo’te se la entrega a cambio de que todos vuelvan a Tiropiedra. Ellos aceptan. Después, regresa junto al mercader.
  —Ya se han ido.
  —Gracias, aventurera. Ojalá pudiera hacer más por ellos… Tiropiedra no es lugar para niños. No es que mi niñez fuese mejor. Nunca había suficiente comida, ni trabajo para ganarla. Lo que nunca faltaba era el desprecio de los poderosos. Antes creía que las cosas sólo podían mejorar, pero ahora, después de la Calamidad, considero que para nosotros, los refugiados, tener que vivir fuera de los muros, como si fuéramos bestias, es toda una deshonra.
  —¿Por eso buscas la veta de minerales?
  —Dicen que con suficiente dinero puedes cambiar las leyes de aquí. ¡Y eso es justo lo que voy a hacer! Compraré los derechos de excavación e iniciaré mi propio negocio minero. Entonces daré trabajo a tantos refugiados como pueda, y les pagaré un sueldo justo.
  —Es una causa noble.
  —Las compañías mineras se han aprovechado de nuestro sufrimiento por demasiado tiempo. Pero su arrogancia ha dado pie a que se vuelvan conformistas, y eso nos ha presentado una ocasión de oro. Y la tomaremos, aventurera. ¡Reclamaremos nuestra dignidad, y con ella nuestro lugar entre los muros de Ul’dah!
  La conversación se ve interrumpida por la irrupción de dos Hojas de Cobre en la posada.
  —¡Wystan! —exclama el más grande, un roegadyn—. ¡La hemos encontrado! ¡Hemos encontrado la veta! ¡Tienes que venir a verla!
  —¡¿Ya?! ¡Increíble! ¡Vamos de inmediato! —El mercader mira a Aeryal—. ¡Ven con nosotros! ¡Estás a punto de contemplar un hito histórico!
  Los cuatro se dirigen rápidamente a la entrada de las ruinas de Sil’dih. Allí esperan otros cuantos Hojas de Cobre…, que rápidamente rodean a los recién llegados.
  —¡Por las pelotas de Thal! —dice uno—. ¿Una veta de minerales en medio de una maldita ciudad en ruinas? ¡Maldito idiota! ¿Qué creías que iba a pasar? ¿Que nos íbamos a enriquecer y plantar cara a la Sagrada Orden, mientras la élite de Ul’dah mira sin hacer nada? ¡Nadie puede vencer al Sindicato!
  —¿De qué estás hablando? —responde Wystan, asustado—. ¿El Sindicato?
  —¡Ja! Al fin te das cuenta, ¿eh? Pero mira esto, si has traído una amiguita. ¡Chico con suerte! ¡Así no tendrás que morir solo!
  Brendt (el hyur del carromato) no mentía al decir que los Hojas de Cobre son poco de fiar. Aeryal se prepara para hacerles frente y proteger a Wystan…, aunque el combate no se va a producir, pues se ven interrumpidos por una especie de conjuración.
  —¡Oh, lúgubre voz de la creación! ¡Dota a esta humilde piedra de un alma, para que pueda cobrar vida!
  Se trata de un hombre vestido con túnica negra y la cara cubierta por una máscara roja. Sus misteriosas palabras son en realidad un hechizo, lanzado sobre unas rocas, que se unen formando el cuerpo pétreo de un gólem.
  —¡Esto no era parte del plan! —grita el Hoja de Cobre—. ¡Maldita sea! ¡¿Es que Lord Lolorito pretende matarnos también a nosotros?!
  Los mercenarios huyen, mientras Aeryal planta cara al gólem. Para sorpresa de Wystan y el hombre de negro, la miqo’te sale vencedora.
  —¿El gólem ha sido derrotado…? —El hombre de la máscara no da crédito—. Esta mujer no es una aventurera cualquiera…
  —¡¿Quién eres?!
  Pero él ya ha desaparecido. Poco después, mientras se recuperan del susto, Thancred, el chico de pelo plateado con tatuaje en el cuello, llega a la entrada de las ruinas de Sil’dih.
  —Vaya, parece que me he perdido toda la diversión…
  De pronto, Aeryal tiene una visión del pasado.

  Thancred paseaba por las calles de Ul’dah junto a dos mujeres: una hyur y una elezen.
  —Me gustaría componer una balada en tu honor —dijo a la última—, pero me temo que ninguna palabra te haga justicia. Ni siquiera la Cantante de Ul’dah puede rivalizar con tu belleza.
  —¡Oh, para! —La elezen rió, ruborizada.
  —Había oído que la belleza de una flor es capaz de cautivar a un hombre, pero nunca creí que fuese verdad, hasta que conocí a dos rosas del desierto como vosotras.
  Thancred se detuvo al escuchar una conversación entre dos mercaderes.
  —Han atacado otra caravana —decía uno de ellos.
  —Sí —respondió el otro—, el negocio se está resintiendo. Malditos amalj’aa… ¿Qué narices buscan?
  —Otro asalto… —murmura Thancred para sí mismo—. Apuesto a que esa caravana llevaba Cristales, como la anterior. Si pretenden invocar a un Primitivo, debemos actuar con rapidez.
  —¿Qué pasa, cariño? —pregunta la elezen.
  —No te gustaría hacer a una mujer esperar, ¿verdad? —añade la otra.
  —¡Ni por asomo! —responde Thancred—. Decidme, preciosas, ¿en qué rincón de esta maravillosa ciudad os hospedáis?
  La visión cambia, mostrando a Thancred caminando en solitario por el mercado de Ul’dah.
  —A este paso, los cereales serán más caros que el oro… Resultado de una inusualmente mala cosecha, sin duda. Y te lo debemos a ti, ¿verdad? —Thancred contempla la esfera roja del cielo—. Sí, el debilitamiento del éter debe de estar relacionado con el descenso de Dalamud. Y, por supuesto, también con los Primitivos. Un buen lío. Pero no perdamos la esperanza… Louisoix sabrá qué hacer. Debemos confiar en su criterio.
  Una tercera escena muestra a Thancred, con la cara cubierta por un artefacto parecido a unas gafas, entrando a un templo de Ul’dah.
  —Sin duda, una maravilla del ingenio sharlayano. Siento como si pudiera tocar el éter.
  Thancred se quita las gafas y se arrodilla ante la estatua que tiene enfrente. Después abandona el templo.
  —Basta ya de perder el tiempo. Los Vástagos cuentan contigo. Ten fe, tú puedes hacerlo. —El hyur de pelo plateado vuelve a colocarse las gafas—. Hmm… Esta perturbación es reciente. ¿El Árbol Sultán? Tal vez Papashan sepa algo al respecto.

  Aeryal despierta en la entrada de las ruinas de Sil’dih. Wystan y Thancred están a su lado, junto a otros trabajadores del mercader, que habían sido retenidos y golpeados por los Hojas de Cobre. Mientras los demás se recuperan, Thancred, con una mano puesta en la oreja, parece estar hablando con alguien a distancia.
  —He llegado tarde, la persona que buscaba ya se había marchado. ¿El general? De acuerdo, me pasaré por allí luego.
  Thancred finaliza la llamada.
  —¿Va todo bien? —pregunta Aeryal.
  —No te preocupes. Mis colegas han trabajado mucho para proveerme de los medios necesarios para detectar perturbaciones de éter, pero cada vez que encuentro una, tú estás en medio del asunto. Empiezo a preguntarme si no será más fácil seguirte… Desgraciadamente, tengo asuntos de los que ocuparme. Ve con cuidado, amiga mía. La trampa que os han tendido fue claramente planeada por Lord Lolorito. No te conviene meterte en problemas con un hombre como él. Los enemigos de la sultana se vuelven más osados cada día, y sospecho que puedan contar con el apoyo de fuerzas externas.
  —Gracias, aventurera —dice Wystan—. Si no me hubieras acompañado, esos malnacidos habrían acabado con todos nosotros.
  —Es una suerte que llegara a tiempo —responde ella.
  —Me gustaría seguir hablando, pero no es seguro quedarnos aquí. Ven más tarde al Cofre y Ataúd, nos veremos allí.
  —De acuerdo. Antes quiero inspeccionar esta zona. ¿Qué vas a hacer, Thancred?
  —Acompañaré a Wystan y sus hombres. Ellos necesitan protección, y yo más información. Ah, pero ¿dónde están mis modales? Veo que ya conoces mi nombre, aunque no me he presentado formalmente. Soy Thancred Waters, un humilde erudito que se dedica a estudiar el flujo de éter en Thanalan.
  —Yo soy Aeryal, del Gremio de Aventureros.
  —Es un honor y un privilegio conocerte. Espero que la próxima vez que nos encontremos sea bajo circunstancias más propicias. ¡Hasta la vista!
  —Tened cuidado.
  El grupo se dispone a marcharse, pero Thancred se detiene.
  —Espera un momento… ¿No nos hemos…? Bueno, no importa. Adiós, Aeryal.

Capítulo 9 – Horizonte

  En la calidez de la posada Cofre y Ataúd, Wystan y Aeryal vuelven a reunirse. Ya no hay rastro de Thancred.
  —Que los Doce te bendigan, amiga mía. Arriesgaste tu vida para salvarnos.
  —Hice lo que creía correcto.
  —Traicionado por mis propios guardias… Dioses, qué estúpido fui por confiar en ellos. Lolorito controla a los Hojas de Cobre, debería haberlo visto venir. De todas formas, ¿cómo iba a saber que el hombre más rico de Ul’dah querría verme muerto simplemente por querer cambiar una ley? ¡No soy más que un mercader, por el amor de los dioses!
  —Parece un tipo peligroso, ese Lord Lolorito…
  —¡Es un cabrón implacable! ¿Y qué me dices de ese gólem? ¡Eran sus propios hombres! ¡Ver para creer! Bueno, se acabó, no hay nada más que pueda hacer. Si me quedo en Ul’dah, soy hombre muerto. Mis socios, mis amigos, e incluso los niños estarán en peligro si no desaparezco. Lo mismo va por ti, Aeryal. Si Lolorito descubre que estás involucrada, serás la siguiente.
  —Que venga a por mí. Lo estaré esperando.
  —Es mejor que pases desapercibida. Quizá deberías pedir ayuda a la líder de tu gremio, la señora Momodi.
  —Vale, iré a hablar con ella.
  —Hazlo sin demora, amiga mía. Los espías de Lolorito pueden estar observando.
  Aeryal regresa a Arenas Movedizas, donde halla a su amiga y mentora lalafell, Momodi. La miqo’te le explica todo lo sucedido en las ruinas de Sil’dih, y el temor de Wystan acerca de Lolorito.
  —No tienes nada de lo que preocuparte, Aeryal. Nadie sabe que estuviste allí.
  —¿Y qué pasa con Wystan?
  —Me temo que se ha convertido en un paria. Será tan bienvenido en Ul’dah como un lobo rabioso. Ese chico tocó las narices al hombre equivocado.
  —¿Quién es exactamente ese tal Lolorito?
  —Lord Lolorito, presidente de la Compañía de Comercio Aldenard Este, generoso contribuyente a la Orden de Nald’thal, y miembro del Sindicato. No llegó a esa posición dejando cabos sueltos, créeme. Es por eso que no duda en matar a sus propios hombres. Demonios, incluso aunque esos Hojas de Cobre supieran lo que iba a ocurrir, no podrían haberse negado a cumplir las órdenes de su benefactor.
  —Parece que controla toda Ul’dah…
  —No dejes que esto empañe tu visión de la ciudad, Aeryal. Es cierto que hay algunos capaces de cualquier cosa para conseguir lo que quieren, pero la mayoría somos personas decentes que sólo queremos llegar a fin de mes. ¿Sabes? Algunos dirían que eres una idiota por arriesgar tu vida para salvar a un hombre condenado.
  —No podía dejar que le hicieran daño.
  —¡Lo sé! Creo que hiciste bien, Aeryal, y te respeto por ello. Escucha: has pasado por muchas cosas en poco tiempo, y creo que mereces un descanso. Puedes quedarte en la posada Reloj de Arena tanto como quieras, corre de mi cuenta. Habla con Otopa Pottopa para que te lleve a tu habitación.
  Aeryal no va a dejar pasar la oportunidad de gozar de una cálida habitación y una cómoda cama donde pasar la noche. La posada Reloj de Arena comparte edificio con la taberna Arenas Movedizas, por lo que ni siquiera tiene que buscarla.
  Al día siguiente, Momodi la está esperando con nueva información.
  —Conozco a un tío, Dadanen, que necesita que le echen una mano. Es un mercader de piedras preciosas, para aquellos que puedan permitirse comprarlas. Me ha pedido que le envíe a alguien, así que, si te interesa, puedes encontrarlo en Horizonte.
  —¿Dónde está eso?
  —En el oeste de Thanalan. Sal de la ciudad por la Puerta de la Sultana y sigue el camino hasta el Cruce del Escorpión. Después cruza el puente y avanza hacia el noroeste.
  —Vale, me pondré en marcha.
  —Oye, ¿por qué no alquilas un chocobo con el dinero que has ganado? Llegarás mucho más rápido. Habla con Mimigun, en el establo que hay cerca de aquí.
  —De acuerdo.
  —¡Venga, ponte en marcha! ¡No puedo estar todo el día llevándote de la mano!
  Aeryal habla con Mimigun, el lalafell encargado del establo de chocobos, al que alquila una de esas aves para llegar rápidamente (y por sólo 5 guiles) a Horizonte. Al llegar, lo primero que encuentra es una eterita con la que sincronizarse. Después, otro lalafell de piel morena se acerca a ella.
  —¿Eres Aeryal?
  —Sí.
  —Yo soy Dadanen. Momodi me avisó de tu llegada. Bienvenida a Horizonte. Éste es un asentamiento comercial, que se ocupa de transportar el cargamento entre Ul’dah y la Bahía de Vesper, al oeste. No hay día que Horizonte no esté abarrotado de mercaderes. Estamos siempre ocupados. Ojalá tuviera unas patas fuertes como las de los chocobos…, pero tendré que conformarme con la ayuda que Momodi me envía.
  —¿Hay algo que pueda hacer?
  —Y tanto. Los Doce saben que hay trabajo de sobra para todo el mundo. Tengo un encargo urgente. Y cuando digo “urgente”, quiero decir “inmediato”. He prometido un producto bastante exclusivo, pero el encargo se está retrasando, y mis clientes empiezan a impacientarse. A este paso, mi reputación se verá dañada. Y lo que es peor: ya he pagado por adelantado a mis trabajadores. Espero que no haya ocurrido nada malo, pero hace días que no tengo noticias suyas.
  —¿Qué es lo último que sabes de ellos?
  —Estaban a punto de llegar a las Minas Campanacobre. Por favor, encuentra a Ciervo Borracho e infórmale de esto. Es el capataz de mis trabajadores. Debe de estar cerca de la mina. ¡No puedo permitirme más retrasos!
  No os asustéis: hay muchos roegadyn con nombres raros. Mientras que los Lobos de Mar suelen conservar sus nombres originales, los roegadyn del clan Guardia Infernal prefieren traducirlos a la lengua común de Eorzea… con cómico resultado.
  Aeryal sale de Horizonte por el este y sigue el camino que lleva hasta las Minas Campanacobre. Antes de llegar, se topa con un pequeño grupo de personas.
  —Estoy buscando a Ciervo Borracho.
  —Soy yo —responde un roegadyn—. ¿Qué quieres?
  —Dadanen me envía para preguntar por su producto.
  —Puede enviar a tanta gente como quiera, pero tengo las manos atadas en este asunto. Amajina e Hijos ha cerrado las minas debido a ciertos incidentes en su interior. Es una maldita vergüenza, lo sé. He perdido un botín valioso allí dentro por culpa de todo este caos.
  —¿Qué es lo que está esperando Dadanen?
  —Pues nada más y nada menos que una valiosa gema: Nashachita pura. Yo mismo conseguí extraer una buena cantidad antes de que cerraran las minas. La tenía empacada y lista para sacarla, pero antes de salir llegaron los malditos coblyn. No eran coblyn normales, así que me vi obligado a dejar allí la mercancía. Los Antorchas Pétreas sólo están preocupados por evacuar a la gente, y no tienen tiempo para encargarse de las bestias.
  —Puedo ocuparme de esos coblyn.
  —¿De verdad lo harías?
  —No sería la primera vez. Estuve ayudando a los Antorchas Pétreas en Pincel Negro.
  —Eso sería estupendo, amiga.
  Aeryal se dirige a la entrada de las Minas Campanacobre. Tal y como dijo Ciervo Borracho, los coblyn tienen en su poder toda la Nashachita extraída por los trabajadores de Dadanen. Tras acabar con ellos y recuperar las gemas, la miqo’te regresa junto al roegadyn.
  —Camino despejado.
  —¡Genial! La Nashachita es más rara que la mayoría de otras gemas, y también más cara. Dicen que su color es tan verde como los ojos de Nanasha Ul Nasha, la que fuera sultana de Ul’dah. De ahí que la llamen “Nashachita”.
  —Dadanen está esperando…
  —Iremos enseguida. Espero que esos coblyn no se hayan comido muchas gemas… Maldito desperdicio… Por cierto, ¿quieres ganar unas monedas extra? Sé cómo puedo pagarte por tu ayuda.
  —Soy toda oídos.
  —Han aparecido enjambres de mosquitos solares a lo largo del camino, y están incordiando a los viajeros. La situación empieza a ser tan preocupante, que los Hojas de Cobre están pagando a voluntarios para limpiar los caminos.
  —¿Cómo de peligrosos pueden ser unos mosquitos?
  —Si dices eso, es porque nunca has visto a un chocobo volverse loco por culpa de ellos. Ya han ocurrido varios accidentes terribles. Destruye unos cuantos enjambres e informa a Fufulupa, de los Hojas de Cobre, en Horizonte. Él te recompensará, e incluso puede que te ofrezca más trabajo.
  Aeryal decide seguir su consejo, y se ocupa de aplastar tantos enjambres como encuentra a lo largo del camino. Después busca al lalafell de los Hojas de Cobre, Fufulupa, para informarle.
  —Hola, me llamo Aeryal, soy del Gremio de Aventureros. Acabo de limpiar el camino de mosquitos solares.
  —¡Tienes mi más sincero agradecimiento! Los Hojas de Cobre estamos sufriendo mucho por mantenerlos a raya, así que toda ayuda es poca. ¿Estarás mucho tiempo aquí, en Horizonte?
  —No, no mucho. Pero si hay algo más en lo que pueda ayudar…
  —¡Hay muchísimo! Descansa un poco y luego regresa a verme. Tendré algo para ti.

Capítulo 10 – Hojas de Cobre de la Rosa

  Un rato después, Aeryal vuelve junto al Hoja de Cobre, Fufulupa.
  —Me alegro de contar con tu ayuda, valiente aventurera. Me gustaría que investigaras cierto asunto acerca de una carta que envié a Esperanza Perdida el otro día.
  —¿A quién iba dirigida?
  —Al capitán Leofric. Desde que está allí, intercambiamos cartas continuamente. Sin embargo, nunca había tardado tanto en contestar. Temo que le haya podido pasar algo a la mensajera.
  —¿Dónde está Esperanza Perdida?
  —Al noreste de la Estación Pincel Negro. Quizá alguien de allí haya visto algo.
  —¿Quieres que vaya hasta allí?
  —No es necesario. Basta con que investigues el camino que lleva a esa zona, en Thanalan Central. Con suerte, no tardarás en encontrar su rastro.
  Aeryal recorre el camino que separa Horizonte de Pincel Negro. Antes de llegar a la posada Cofre y Ataúd, encuentra a una lalafell tratando de tranquilizar a su chocobo.
  —Disculpa, ¿eres la mensajera de Fufulupa?
  —Sí. Me llamo Seseli.
  —¿Ha habido algún problema con su carta?
  —Ninguno, la tengo aquí mismo. Pero me temo que no podré entregarla pronto, pues mi chocobo se ha herido una pata. Necesita descansar hasta que se cure, o podría infectarse.
  —¿Necesitas ayuda?
  —Con el chocobo no, pero quizá podrías entregarle tú la carta al capitán Leofric.
  —Sin problema.
  —Está al noreste de la Estación Pincel Negro, junto al río.
  Seseli le entrega la carta, y Aeryal recorre a pie el camino hasta Esperanza Perdida. Allí encuentra al capitán Leofric, de los Hojas de Cobre.
  —He venido a traerte una carta de Fufulupa. La mensajera tuvo un problema con su chocobo, así que Fufulupa me envió a investigar.
  —¿Te ha hecho venir hasta aquí únicamente por eso? —El hyur suspira—. Ese chico es demasiado impaciente… Pese a mi degradación, sigue llamándome “capitán”. Creo que no termina de comprender lo que significa que te destinen a Esperanza Perdida.
  —¿Es alguna clase de castigo?
  —A los Hojas de Cobre no les importa ni una mierda de qiqirn este asentamiento. Ni a ellos ni a nadie de Ul’dah, en realidad. Todos aquí hemos sido abandonados: los refugiados, sus protectores…, y pronto tú también, si te sigues relacionando con nosotros. Gracias por la carta, pero será mejor que te vayas. Es por tu propio bien.
  —Ya que estoy aquí, puedo echaros una mano.
  —¿Es que no has escuchado nada de lo que te he dicho? —Leofric suspira—. Bueno, supongo que no te puedo obligar a irte. Mira que sois testarudos los aventureros… De acuerdo, escucha. Una banda de forajidos se han asentado sobre un risco, al sur de aquí. Su líder dice ser Eolande Quiveron, la miembro del Sindicato que murió durante la Calamidad. —Leofric escupe al suelo, para dejar claro el poco aprecio que le despierta aquel nombre—. El barón y sus compinches no son más que una manada de chacales. Su objetivo son las personas de Esperanza Perdida, a quienes les quitan lo poco que tienen.
  —¿Por qué no habéis ido a por ellos?
  —No quiero poner en peligro a los refugiados. Los forajidos conocen mi cara, y no dudarían en vengarse. Si tanto interés tienes por ayudarnos, podrías ocuparte del barón.
  —Veré qué puedo hacer.
  Aeryal asciende por la ladera del risco. En la parte superior hay una casa de madera, rodeada por varios lalafell. La miqo’te se ocupa de ellos, lo que llama la atención de su líder, quien dice llamarse Barón von Quiveron III, al que también elimina. Es evidente que no pertenece a la verdadera familia Quiveron, pues ellos eran elezen, no lalafell. Después regresa junto a Leofric.
  —Los forajidos no volverán a molestaros.
  —Bien hecho. Espero que ese desgraciado sufriera antes de morir. Dicen que Ul’dah es más próspera que nunca, pero eso solamente es cierto para el Sindicato. Toda esa prosperidad no afecta a los ciudadanos normales y corrientes. Es todo un teatrillo, y yo me negué a interpretar mi papel. Por eso me obligaron a abandonar el escenario.
  —Tengo que regresar a Horizonte para informar a Fufulupa.
  —¿Puedes llevarle un regalo de mi parte? —Leofric le entrega una daga—. Puede parecer un arma poco valiosa, pero es muy importante para nosotros, los Hojas de Cobre de la Rosa. Debería habérsela dado antes de venir aquí.
  Aeryal alquila un chocobo en la Estación Pincel Negro para llegar a Horizonte rápidamente. Una vez allí, no tarda en dar con Fufulupa.
  —Mira lo que tengo. —Aeryal le muestra la daga.
  —¡¿Cómo la has conseguido?! ¡Sólo un capitán de los Hojas de Cobre de la Rosa tiene permitido portar una daga como ésa!
  —El capitán Leofric me la dio para ti.
  —…Debe de tratarse de un error. No, eso no puede ser. Yo no merezco tenerla. De todos modos, la guardaré y mantendré a salvo hasta que pueda devolvérsela.
  —Como quieras. —La chica le entrega la daga.
  —Los Hojas de Cobre agradeceríamos que nos ayudaras una vez más, Aeryal. Los taumaturgos de Ossuary están investigando la región de Pisadas, en busca de reliquias antiguas. Como el área está llena de monstruos, nos han encargado ocuparnos de su seguridad. ¡Pero el capitán Baldewyn ha enviado muy pocos Hojas de Cobre! Con tan pocos efectivos, no podemos proteger a nuestros contratantes.
  —¿Dónde está Pisadas?
  —Al oeste, muy cerca de aquí, antes de llegar a la Bahía de Vesper. Ve lo antes que puedas y habla con Totoruna.
  Aeryal no tarda en encontrar a los Hojas de Cobre y los taumaturgos. El lalafell Totoruna parece estar al mando.
  —He venido a ayudar —dice Aeryal.
  —¿Y por qué íbamos a necesitar la ayuda de una maldita aventurera? El capitán Baldewyn dijo que sólo trajera hombres de confianza.
  —Fufulupa dijo que…
  —Tenemos esto bajo control —la interrumpe—. Además, esta operación no tiene nada que ver con Fufulupa. Ese chico parece que tiene un palo en el culo del tamaño de un cactilio. No me extraña que el capitán le dijera que se quedara en Horizonte…
  Aeryal decide no insistir.

Capítulo 11 – Corrupción en Crescent

  Antes de marcharse de Pisadas, uno de los Hojas de Cobre, bajo las órdenes de Totoruna, se acerca a Aeryal.
  —Disculpa, aventurera. Soy Nunuzofu. ¿Podrías llevar un mensaje a la Ensenada Crescent? El capitán Baldewyn está planeando una fiesta para los taumaturgos, y quiere asegurarse de que reciban la mejor comida y bebida. Lo mejor de lo mejor para nuestros distinguidos invitados, ya sabes.
  —¿Qué quieres exactamente que haga?
  —Ve hacia el sur y busca a Raffe. Dile que envíe pescado fresco a Horizonte.
  La Ensenada Crescent está muy cerca de allí, justo al sur de Pisadas. En el puerto encuentra al hyur que busca.
  —Raffe, traigo un mensaje de Nunuzofu. El capitán Baldewyn necesita que lleves pescado fresco a Horizonte.
  —¿E-El capitán Baldewyn? —En sus ojos se refleja algo que Aeryal identifica como temor—. ¡Por supuesto! ¡Haremos lo mejor que podamos, mi señora! Pero…
  —¿Qué pasa?
  —P-Por desgracia, últimamente la pesca está siendo escasa. Pronto volverán más barcos, pero no puedo prometer que su captura sea del nivel esperado… ¡Pero no se preocupe, mi señora! ¡El capitán tendrá su pescado! ¡Lo prometo!
  —¡Más te vale! —Aeryal decide interpretar su papel, aunque en realidad le importa poco la fiesta del capitán Baldewyn y los taumaturgos.
  Cuando Aeryal sale del puerto, una hyur se acerca a ella.
  —¿Puedo molestarte un momento? Mi nombre es Merilda. Sé que es muy repentino, pero estoy desesperada. Nuestra villa lleva tiempo siendo un refugio para… personajes sin escrúpulos. Una banda se ha asentado en nuestra taberna. Exigen que les sirvamos muslos de buzzard, patas de thickshell y rodajas de scaphite, pero no tenemos nada de eso en nuestras despensas. ¿Podrías conseguirme esos ingredientes, aventurera? No tengo la fuerza suficiente como para enfrentarme a esas criaturas…
  —¿Dónde puedo encontrarlos?
  —Cerca de aquí, en Pisadas.
  —Está bien. Espérame aquí.
  Aeryal caza un par de cada una de esas bestias, y entrega los ingredientes a Merilda.
  —¡Bendita seas, aventurera! ¡Bendita seas! Con esto al fin podremos pasar un día sin incidentes…
  —¿Crees que mañana volverán a las andadas?
  —Es posible. Esos bandidos hacen lo que quieren, y no tenemos la fuerza necesaria para plantarles cara.
  —¿Qué pasa con los Hojas de Cobre?
  —No les resulta muy rentable protegernos. La mayoría hace como si no existiéramos. Incluso hay algunos que tienen amistad con los bandidos… ¿Sabes? A veces, cuando van muy borrachos, hablan de sus planes a gritos. Los oí decir que han venido para llevarse unas gemas robadas de las Minas Campanacobre. Nashachita, o algo así.
  —¿Nashachita robada? Esto me puede interesar…
  —Creo que pronto van a reunirse con sus compinches, en Pisadas.
  —¡¿Qué has dicho?! —Fufulupa ha escuchado la conversación—. ¡¿Intercambios ilícitos y negocios en las sombras?! ¡Los Hojas de Cobre no podemos permitir algo semejante!
  —¿Qué haces aquí, Fufulupa? —pregunta Aeryal.
  —Perdonad la intromisión. Sólo vine a darte las gracias en persona. ¡Jamás imaginé que acabaría descubriendo una conspiración criminal en las puertas de Horizonte! ¡Debemos actuar con presteza para detener a esos criminales! ¡Informaré al capitán Baldewyn de inmediato!
  Fufulupa sale corriendo.
  —¡No, espera! —grita Merilda—. ¡No le…! Oh, maldita sea…
  —¿Qué pasa? —pregunta Aeryal.
  —¡Debes detenerlo! ¡El capitán Baldewyn trabaja con los bandidos!
  Sin perder ni un segundo, Aeryal corre tras Fufulupa. Desgraciadamente, cuando llega ya es demasiado tarde. El Hoja de Cobre está hablando con un hyur, acompañado de un lalafell de aspecto sospechoso.
  —¡Capitán Baldewyn, señor! —exclama Fufulupa—. ¡He descubierto algo espeluznante, algo horrible!
  —¿Qué pasa?
  —¡Alguien ha estado robando gemas de las Minas Campanacobre, y…! —Fufulupa mira detenidamente al misterioso lalafell—. Espera un momento… Esos guantes, esas botas… ¡Es uno de los hombres de Quiveron! ¡Señor, este hombre es un ladrón y una canalla!
  —¿Y qué? —El hyur se encoge de hombros—. Su dinero es auténtico, eso es lo único que me importa.
  —¡¿Quéee?! Capitán Baldewyn…, ¡¿estás trabajando con estos hombres?! ¡No puede ser!
  —Te dije que te quedaras en Horizonte, Fufulupa. Esto no tenía que ocurrir así… Ellos se llevarían la Nashachita, yo me llevaría el dinero, y no habría testigos.
  —¡P-Pero, señor, ¿qué pasa si tus crímenes salen a la luz?! ¡¿Qué pasa si Lord Lolorito lo descubre?!
  —Condenado ignorante, ¿es que todavía no te has dado cuenta? ¡Estoy actuando bajo las órdenes de Lord Lolorito!
  —¡No! ¡No puede ser!
  —Fufulupa, ¿por qué crees que la gente se une a los Hojas de Cobre? ¿Para servir y proteger? ¡Ja! No somos los malditos Flamas Inmortales. ¡Sólo hacemos esto por el dinero!
  El lalafell misterioso habla por primera vez, y lo hace para dirigirse a Aeryal.
  —¡Eh, tú, aventurera! ¿Me recuerdas?
  —No.
  —¡Pues yo a ti sí! ¡Soy el Barón von Quiveron IV! ¡Tú mataste a mi hermano, y ahora voy a devolverte el favor!
  El falso barón y el capitán atacan a Aeryal y Fufulupa, pero estos últimos logran derrotarlos. En ese momento aparece el capitán Leofric, recién llegado de Esperanza Perdida.
  —¡Suficiente, Baldewyn! Tu compañero está muerto y tus planes cancelados. No tienes motivos para seguir luchando.
  —¡No te metas, Leofric! ¡No acepto órdenes tuyas! Puede que te perdonara la vida una vez, pero si metes las narices, no mostraré piedad.
  —¿Y qué piedad te mostrará él, me pregunto? Has actuado en su nombre a sus espaldas.
  —¡¿De qué demonios hablas!?
  —Hasta el último de los pescadores de la Ensenada de Crescent sabían de vuestro encuentro, maldito idiota arrogante. Los hombres de Quiveron no saben mantener la boca cerrada. Imagina la sorpresa de Lord Lolorito al descubrir que un Hoja de Cobre del tres al cuarto está usando su nombre para beneficiarse.
  —¿Lo sabe? —Baldewyn agacha la cabeza—. ¡Por los siete infiernos! Soy un capitán, él no puede…
  —Yo también era capitán —le recuerda Leofric—. Y ambos sabemos lo que me ocurrió.
  —¡Capitán Leofric! —dice Fufulupa—. ¡El capitán Baldewyn dijo que Lord Lolorito estaba detrás de todo esto!
  —Lord Lolorito no gastaría su tiempo en operaciones tan insignificantes como ésta. Es todo obra de Baldewyn. Por cierto, bien luchado, chico. Has hecho que los Hojas de Cobre se sientan orgullosos. Tenemos en nuestras filas a gente capaz de vender a su madre por un par de monedas, pero hay otros, como tú, buenos y sinceros, que se merecen el respeto del pueblo. Es por eso que te di la daga. Los Hojas de Cobre de la Rosa necesitan a un líder con honor, y tú eres el hombre más honorable que conozco.
  —¡Capitán! —Fufulupa se echa a llorar, emocionado.

Capítulo 12 – La carta de Owyne

  Aeryal acompaña a Fufulupa, Leofric y Baldewyn de vuelta hasta Horizonte, donde pasarán la noche. A la mañana siguiente, sólo Fufulupa permanece allí.
  —¡Buenos días, Aeryal! El capitán… Es decir, Baldewyn ha sido arrestado y despojado de su rango, lo que significa que los Hojas de Cobre de la Rosa ya no tienen un capitán. Hasta que designen a uno nuevo, me han ordenado que haga de capitán en funciones de la guarnición de Horizonte.
  —¡Enhorabuena, Fufulupa!
  —¡Gracias! Aunque es un cargo temporal, haré lo posible para representar a mis hermanos de armas y proteger a la gente de Horizonte. No lo habría conseguido sin tu ayuda, Aeryal. Eres una auténtica heroína.
  —Me alegro de haber podido ayudar, pero aún me queda un largo camino por delante.
  —Me gustaría pedirte un favor personal. Para intentar erradicar la corrupción de mi predecesor, he investigado meticulosamente su correo.
  —¿Has encontrado algo interesante?
  —Esta carta. —Fufulupa se la muestra—. Está cerrada, y está dirigida a Owyne.
  —¿Quién es Owyne?
  —¡Uno de los Guardianes Juramentados, soldados de élite encargados de proteger a la sultana! ¿Qué tendrían entre manos él y Baldewyn?
  —¿Estará ese tal Owyne implicado en la corrupción?
  —No saquemos conclusiones precipitadas —responde el lalafell—. Esta carta puede ser una prueba vital, por lo que no me atrevo a manosearla. Alguien debería llevarla a Ul’dah. El problema es que, visto lo visto, no sabía de quién fiarme para ocuparse de este asunto…, hasta ahora.
  —¿A quién has elegido?
  —¡A ti, Aeryal! Llévasela a Lady Momodi, en la taberna Arenas Movedizas, y cuéntale todo lo que sabes.
  —¿Por qué a ella?
  —Es una ferviente defensora de la sultana. Además, conoce perfectamente a los Guardianes Juramentados. Ella sabrá cómo actuar.
  Aeryal se despide de Fufulupa y alquila un chocobo que la lleva de vuelta a Ul’dah. En pocos minutos llega a la taberna Arenas Movedizas, donde encuentra a la incansable representante del Gremio de Aventureros.
  —¡Hola, Aeryal! Dadanen me ha contado que has estado ocupada en Horizonte. Quiero que sepas que te agradezco todo lo que has hecho por la gente de Ul’dah. A pesar de que has visto el lado oscuro de la ciudad, te has mantenido firme. Créeme, la gente te adora por ello.
  —He venido a traerte una carta. El nuevo capitán en funciones de los Hojas de Cobre de la Rosa, Fufulupa, la encontró entre las pertenencias de Baldewyn. Él…
  —Está acusado de corrupción, lo sé. —Momodi se entera de todo.
  —La carta está dirigida a un tal Owyne. Fufulupa dijo que tú sabrías qué hacer.
  —No hay nada de lo que preocuparse. Owyne es la persona más leal que te puedas imaginar. No tengo ni la más remota idea de qué pondrá en esta carta, pero… —Momodi se queda pensativa—. Espera un minuto… ¿No fue Owyne quien…? Maldición, todo esto me da mala espina.
  —¿Qué pasa? ¿A qué viene ese cambio repentino?
  —Aeryal, creo que sé lo que está pasando, pero tienes que prometerme que no dirás nada. Si prefieres lavarte las manos y marcharte, no me opondré.
  —No diré nada, lo prometo.
  —Está bien. —Momodi se asegura de que no haya nadie cerca que pueda estar escuchando—. Todo el mundo cree que Ul’dah es un sultanato, dirigido por la sultana Nanamo Ul Namo.
  —¿Y no lo es?
  —En la teoría, sí. En la práctica, quienes mueven los hilos son las seis personas más influyentes de la ciudad: el Sindicato. Aun así, la sultana tiene el apoyo del pueblo. Pero eso podría cambiar, si cierto incidente saliera a la luz…
  —¿De qué “incidente” estamos hablando?
  —Me duele decirlo, pero… la corona real, el símbolo de la dinastía, ha sido robada. Y Owyne era el Guardián Juramentado encargado de custodiar la corona aquella noche.
  —¿Estará relacionado con la trama de corrupción de Baldewyn?
  —Posiblemente, pero no de la manera que imaginas. Apuesto tu cola y tus orejas a que esta carta la escribieron los malnacidos que robaron la corona. ¡Es demasiada casualidad que el antiguo capitán de los Hojas de Cobre de la Rosa tuviera una carta dirigida a Owyne! ¡Justo a él! ¡Justo ahora!
  —No estoy segura de entender qué insinúas…
  —Aeryal, lleva la carta a su destinatario. Dile que yo te he enviado para ayudar con el asunto de la reliquia perdida.
  —De acuerdo.
  —Si necesita ayuda, proporciónasela. ¡El futuro de nuestra ciudad puede depender de ello!
  Aeryal se dirige a la parte superior de la Ciudadela de Ul’dah, donde se encuentra el cuartel de los Guardianes Juramentados. Al decirles que está allí “por el asunto de la reliquia perdida”, los vigilantes de la entrada le permiten reunirse con Owyne, un hyur joven, de pelo y ojos blancos.
  —Sé bienvenida, aventurera. ¿Qué asuntos te traen hasta aquí?
  —Vengo a entregarte una carta.
  El Guardián Juramentado lee la carta con calma. Poco a poco, su expresión se vuelve más seria y preocupada.
  —¿Has leído la carta, aventurera?
  —No. Tampoco Fufulupa, quien la encontró entre las pertenencias de Baldewyn.
  —Ya veo. Aunque seguro que tienes indicios sobre su contenido.
  —Momodi me ha contado lo de la corona perdida.
  —Es una pérdida irreparable para Su Majestad la sultana… Este robo supone una gran vergüenza para los Guardianes Juramentados, especialmente para mi persona. Me relajé durante mi guardia, y en un momento de descuido… Bueno, prefiero no darle más vueltas. Desde el robo, hemos buscado incesantemente pistas, rastros, información… No hemos encontrado nada. Ni la identidad de los ladrones, ni su motivación… Todo es un misterio. O lo era, hasta que has llegado tú, con esta carta.
  —¿Puedo saber qué pone?
  —Es una petición de rescate. Los criminales exigen cierto objeto a cambio de recuperar la corona de Su Majestad. Y por mucho que me duela reconocerlo, me temo que no tengo más remedio que ceder ante sus demandas. No puedo arriesgarme a dejar pasar esta oportunidad. La corona simboliza los derechos de nacimiento de Su Majestad, y la establece como protectora del linaje de los Ul. ¡Debo recuperarla! Viajaré al Heredero Maldito y pagaré el rescate.
  —¿“Heredero Maldito”? ¿Qué clase de nombre es ése?
  —Es una gran roca con forma de huevo. Se dice que surgió tras la Calamidad. La gente la llama así porque parece como si fuera un descendiente del Primitivo Bahamut.
  —Si tú lo dices…
  —¿Te gustaría acompañarme? En la carta me piden que vaya solo, pero no soy tan estúpido.
  —¿Y por qué no llevas a otros Guardianes Juramentados contigo?
  —Espantarían a los ladrones. No te lo tomes a mal, pero tú pareces menos intimidante. Serías mi as bajo la manga. Lady Momodi habla muy bien de ti, y no tengo razón para cuestionar su juicio. —Owyne se inclina ante ella—. En nombre de todos los que permanecemos leales a la sultana, te lo ruego: ayúdanos.
  —Está bien, te acompañaré.

Capítulo 13 – El rescate de la corona

  Owyne y Aeryal viajan a Heredero Maldito, donde varios hombres con túnicas moradas los están esperando.
  —¡Aquí estoy! —exclama el Guardián Juramentado—. ¡Ahora enseñadme la corona!
  —Tendrás tu preciada corona tan pronto como pagues el precio —responde un hyur musculoso, llamado Garibald.
  —¿Crees que soy estúpido? ¿Cómo sé que cumpliréis vuestra parte del trato?
  —Owyne, de todos los aquí presentes eres el menos fiable. No solamente perdiste la corona durante tu guardia, sino que además has incumplido los términos del intercambio. Te dijimos que vinieras solo, y dado que no lo has hecho, ¿qué nos garantiza que no hay toda una compañía de arqueros rodeándonos desde las sombras, listos para agujerearnos tan pronto como te mostremos la corona? Has pisoteado nuestra confianza. No hay trato.
  —¡Espera! ¡Te daré lo prometido!
  Owyne le arroja una bolsa, que Garibald examina con una sonrisa.
  —¡Ja, ja, ja! Mil gracias, chico. Has logrado lo que muchos ladrones no consiguieron. ¡Y ahora, al fin, está en nuestras manos! ¡El poder para crear un ejército de soldados inmortales! ¡El Repudio de Mercante!
  —No… —Owyne abre los ojos como platos—. No puede ser… ¡¿Qué he hecho?!
  —Seguro que te estabas preguntando qué era este polvo alquímico que estabas entregando. ¿No crees que debía de tratarse de algo tan valioso para nosotros como la corona para vosotros? ¿O acaso creías que simplemente estábamos sintiéndonos caritativos? Debes de sentirte fatal, sabiendo que nos has traído la “Muerte de Sil’dih”. Pero no te preocupes, chico; te garantizaremos una muerte rápida para librarte de la afrenta pública.
  Garibald y sus compañeros se preparan para luchar. Owyne desenfunda su espada, pese a que sabe que no tiene nada que hacer contra tantos rivales.
  —¡Hay demasiados, Aeryal! ¡Corre! ¡Huye mientras puedas! ¡Yo… debo cumplir con mi deber!
  —Tu deber es servir a la sultana —responde una voz masculina—, y lo seguirás haciendo al menos durante unos cuantos años.
  Owyne y Aeryal se giran para ver de quién se trata. Tras ellos hay un grupo de Guardianes Juramentados, encabezados por…
  —¡¿Papashan?! —Aeryal se sorprende al ver al jefe de estación vestido con esa armadura.
  —¡Guardianes! ¡Pasad a esos ladrones por la espada y poned a salvo la corona!
  Papashan y los demás se lanzan al ataque, junto a Owyne y Aeryal. Entre todos logran eliminar a la mayoría de los ladrones y acorralar a Garibald.
  —¡Ríndete o serás asesinado, rufián! —grita Papashan.
  Sin embargo, Garibald no ha dicho su última palabra.
  —¡Oye mi voz, habitante del abismo! ¡Mata a estos intrusos y date un festín con sus almas!
  Ante ellos aparece un blanga, como los que Aeryal y Thancred mataron en el Árbol Sultán.
  —¡¿Es un monstruo del Vacío?! —exclama Owyne.
  La miqo’te y los Guardianes Juramentados derrotan a Garibald y a su aliado blanga.
  —¡Señor Papashan! —dice Owyne—. ¿Por qué…? ¿Cómo…?
  —El general te vio colándote en la cámara del tesoro, Owyne. Sospechó que algo estaba ocurriendo, y nos ordenó vigilarte.
  —¿El general de las Flamas os ordenó vigilarme…?
  —¡Señor Papashan! —interrumpe otro Guardián—. ¡Hay más de esos ladrones al norte!
  —¡Tras ellos! ¡Aún tienen la corona!
  Los Guardianes Juramentados se marchan, dejando a Aeryal a solas. ¿O tal vez no? Tan pronto como se alejan los demás, un viejo conocido, el hombre vestido completamente de negro y con la cara cubierta por una máscara roja, aparece de entre las rocas.
  —El origen de su poder parece claro… —dice para sí mismo.
  —¡Te recuerdo! ¡Fuiste tú quien invocó el gólem!
  —Aquella vez me sorprendiste, pero ahora no tendrás tanta suerte. ¡Oh, lúgubre voz de la creación! ¡Envíame una criatura del abismo para que pueda eliminar a mis enemigos!
  Del suelo surge una criatura con cuernos y garras afiladas: una gárgola.
  —Tu simple existencia resulta un obstáculo para el plan —dice el enmascarado—. No puedo permitir que sigas viviendo. Pronto llevarás tus viles dones a la tumba.
  El hombre ordena a la gárgola atacar a Aeryal, quien se defiende como puede. Es un combate igualado que, sin embargo, pronto dejará de serlo. Thancred se une a la batalla, atacando por sorpresa a la gárgola, que cae abatida bajo la espada corta del hyur de pelo plateado.
  —Definitivamente, tienes una gran facilidad para meterte en problemas —bromea Thancred.
  —Un invitado no deseado —dice el enmascarado—. No importa, acabaré con ambos.
  Aeryal y Thancred unen fuerzas para derrotar a su enemigo.
  —¡Agh! —El hombre cae de rodillas—. No puedo creer que la sabiduría de los Paradigmas haya sido vencida por simples mortales…
  —¿Los Paradigmas? —responde Thancred, sorprendido—. Una revelación inquietante, sin duda. Hacía mucho que sospechábamos de la implicación de los Traedores del Caos; o “Ascios”, que es su verdadero nombre. —El chico examina el cuerpo ya sin vida del encapuchado—. Pero hasta ahora no podíamos estar seguros de que fueran responsables de la perturbación del éter. Como si el sultanato necesitase de más enemigos…
  —¿En Sharlayan habéis tenido problemas con los Ascios? —pregunta Aeryal.
  —Pues la verdad es que… Espera, no recuerdo haberte hablado de mi patria.
  —Lo vi… en un sueño.
  —Ah, cierto, olvidaba que tienes el don. ¿Sabes? Con ésta ya van tres veces que te encuentro metida en problemas. Cualquiera diría que tienes un imán para ellos.
  —Lo mismo puedo decir de ti.
  —Me alegro de haberte estado siguiendo. ¿Quién sabe con qué gran conspiración te toparás a continuación?
  —¡¿Me has estado siguiendo?!
  —¡Es broma, es broma! Si te hubiera estado vigilando, no habría tardado tanto en echarte una mano. Pero bien está lo que bien acaba, ¿no? Nuestro amigo enmascarado ya no volverá a molestarnos. Y aunque estoy seguro de que no será al último de los suyos que veamos, al menos podemos tomarnos un respiro. Dicho esto, he de marcharme. Hasta la próxima, Aeryal.
  Cuando Thancred se aleja de aquella zona, Aeryal observa algo en el suelo, junto al cuerpo del enmascarado. Es un Cristal de color morado. Sin embargo, esta vez no llega a cogerlo, pues se desintegra ante sus ojos.

Capítulo 14 – Heroína de Ul’dah

  Los Guardianes Juramentados convocan a Aeryal en su cuartel, en la Ciudadela de Ul’dah. Papashan le da la bienvenida.
  —Que no te sorprenda verme vestido así, Aeryal. Una vez fui Guardián Juramentado, aunque ya hace quince años que mi espada y yo nos jubilamos. Desde entonces, como ya sabes, ocupo el puesto de jefe de estación. Es un puesto del que no estoy menos orgulloso, te lo aseguro. Cada vez que Su Majestad se aventura fuera de las puertas de la ciudad, tengo el honor de protegerla personalmente.
  —¿La sultana?
  —Sí. Nunca la he visto tan abatida como cuando descubrió la fastuosa noticia del robo de la corona. Pero ahora, gracias a tus valientes esfuerzos, vuelve a ser la vibrante joven que era. Gracias en nombre de todos los Guardianes Juramentados, Aeryal.
  La conversación se ve interrumpida por el anuncio de la llegada de la sultana.
  —¡Venerada encarnación de Nald’thal, guardiana de Thanalan, decimoséptima ascendente al trono de Ul’dah, Su Majestad Nanamo Ul Namo!
  Los Guardianes Juramentados se arrodillan ante la sultana, quien se dirige inmediatamente hacia Aeryal.
  —He oído las historias de una heroína entre heroínas; una cuyo constante servicio a la corona merece el mayor honor que podemos otorgar.
  —¿…Lilira?
  La joven lalafell a la que encontró rezando en el Árbol Sultán, y la sultana Nanamo Ul Namo, son la misma persona. “Lilira” era un nombre falso para pasar desapercibida.
  —Aeryal, nunca pensé que esa heroína de la que hablaban pudieses ser tú. Como muestra de nuestra gratitud y estima, yo, Nanamo Ul Namo, sultana de Ul’dah, te invito al banquete que se celebrará esta noche, como mi invitada personal. —La lalafell se gira hacia su escolta—. Raubahn, asegúrate de añadir a nuestra heroína en la lista de asistentes.
  —Como ordenéis, Majestad —responde un hyur de gran tamaño, antes de acercarse a Aeryal—. Si lo que dicen es cierto, Ul’dah tiene una gran deuda contigo. Soy Raubahn Aldynn, líder de los Flamas Inmortales. Con el consentimiento de Su Majestad, me encargo de supervisar los asuntos del sultanato. En estos tiempos, cada vez cuesta más encontrar almas valientes. Espero que nos honres con tu presencia en el banquete organizado por Su Majestad.
  —Por supuesto —asiente Aeryal.
  —Hasta entonces. Que por el bien de Su Majestad, y por la gloria del sultanato, camines sobre la luz del Cristal.
  Nanamo y Raubahn se marchan de allí, con los demás escoltas personales de la sultana.
  —¡Por los Doce, Aeryal! —exclama Owyne—. ¡Nunca antes se había visto que una aventurera recibiese una invitación personal de Su Majestad! Es un evento reservado para los individuos más distinguidos de nuestra ciudad. Vas a compartir mesa con algunas de las personas más influyentes de Ul’dah.
  —¿Hay alguna clase de protocolo que deba conocer?
  —Por supuesto, aunque yo no soy un experto en el tema. Sin embargo, Lady Momodi lleva mucho tiempo enseñando nuestras costumbres a los invitados extranjeros. Ella te dirá todo lo que necesitas saber.
  Aeryal se dirige rápidamente a la taberna Arenas Movedizas.
  —¡Enhorabuena por tu invitación, Aeryal! —Una vez más, Momodi se entera de todo.
  —Owyne me dijo que necesitaba aprender el protocolo.
  —Para ser honesta, nunca imaginé tener que explicártelo a ti… Normalmente es algo exclusivo de dignatarios extranjeros interesados en tradiciones de nuestra corona. Sea como sea, soy una mujer ocupada, así que vayamos al grano. De acuerdo con las costumbres ancestrales, todos los invitados que acudan al banquete deben llevar unos pendientes ceremoniales, hechos especialmente para la ocasión. Son un símbolo de… Bueno, no importa; dije que iría al grano. Al ser un diseño único para cada ocasión, sirven de medida de seguridad. Los Guardianes Juramentados no te dejarán acercarte sin ellos. Tus pendientes están ya preparados en el Gremio de Orfebrería. La maestra Serendipity te está esperando, así que no te entretengas. Una vez que los tengas, vuelve aquí.
  El Gremio de Orfebrería se encuentra en la Ciudadela de Ul’dah. Allí aguarda la joven hyur que ostenta el más alto cargo de su gremio.
  —¿Eres Serendipity? —pregunta Aeryal—. Momodi dijo que tenías unos pendientes para mí.
  —¡Así es! Los he fabricado yo misma, que lo sepas. Creo que te gustará el resultado. —Serendipity le entrega una caja cerrada—. Tengo que advertirte de algo: la caja está cerrada, y no tengo permitido darte la llave. Es otra medida de seguridad, ¿sabes? Sólo las personas autorizadas para distribuir los pendientes pueden entregar las llaves. En este caso, esa persona no es otra que Momodi, así que tendrás que pedírselo a ella. Perdón por las molestias, pero los Guardianes Juramentados se toman la seguridad de Su Majestad muy en serio…
  —No importa, igualmente tenía que volver a hablar con ella. ¡Gracias!
  La miqo’te regresa a la taberna.
  —Momodi, ya tengo los pendientes.
  La pequeña jefa de Arenas Movedizas le entrega la llave que abre la caja.
  —¡Más te vale cuidarlos bien! ¡Si caen en las manos equivocadas, sólo los dioses saben lo que podría ocurrir!
  —Lo sé, lo sé…
  —Espero que te sientas con ganas de charla, porque estás a punto de codearte con la élite de Ul’dah. ¿Estás lista?
  —Sí.
  —El banquete se lleva a cabo en la Cámara Fragante. Dirígete al Paseo Real, y Bartholomew te indicará el camino. Asegúrate de llevar los pendientes puestos, o te mandarán a paseo. Creo que eso es todo. Sé tu misma y todo irá bien.
  Aeryal se coloca los pendientes, llamados “Voz de los Justos”, y se dirige al lugar indicado por Momodi. En el Paseo Real encuentra a Bartholomew, un hyur de los Guardianes Juramentados.
  —Nos sentimos honrados de recibirla, señorita. Por favor, entre.
  La miqo’te accede a la Cámara Fragante, donde se reúnen todos los invitados. Raubahn y Nanamo Ul Namo llegan poco después.
  —Por derecho de la Casa Real de Ul, yo, Nanamo, decimoséptima de mi linaje, os he convocado aquí. Nos honra contar este día con la presencia de una heroína de Ul’dah, y apreciada amiga de la corona. Honorables invitados, os presento a nuestra heroína, Aeryal.
  Todos aplauden a la miqo’te, quien agradece el gesto inclinando la cabeza.

Capítulo 15 – Un banquete y una visión

  Durante la fiesta, Aeryal tiene ocasión de hablar a solas con Raubahn Aldynn, mano derecha de la sultana, y líder de la GC Flamas Inmortales.
  —Espero no quitarte el apetito —dice él—, pero la riqueza de la sociedad de Ul’dah está lejos del nivel que pueda parecer en este banquete. Mientras nosotros nos atiborramos, hay niños hambrientos por las calles.
  —¿Y Nanamo está tranquila sabiéndolo?
  —No es que Su Majestad pueda hacer nada por ayudar. Ella se ve frustrada a cada paso por aquellos en el Sindicato que derivan su riqueza de la pobreza de los trabajadores. Debajo de su máscara de serenidad, está horrorizada por la difícil situación de sus súbditos. Pero me temo que no habrá esperanza para las masas hasta que la corona recobre su poder. Estoy profundamente agradecido por todo lo que has hecho por Ul’dah, pero aún queda mucho por hacer.
  —Entiendo…
  Raubahn se ve sorprendido por un brillo azulado que surge de uno de los bolsillos de Aeryal.
  —¿Qué es esa luz?
  —¿Esto? —La miqo’te le muestra el Cristal que lleva consigo.
  —Se parece a… ¡Por los Doce! Dime la verdad: ¿te has visto asaltada recientemente por extraños sueños? ¿Has sufrido visiones del Cristal?
  —Pues… sí.
  —¿Crees que se puede deber a un exceso de éter?
  —No lo sé.
  —Eres como ellos
  —¿Quiénes?
  Raubahn permanece en silencio un par de segundos, ordenando sus pensamientos, antes de responder.
  —Permíteme explicarme. Antes de tu llegada a Eorzea, hubo otros como tú que lucharon contra los Primitivos. Aunque ellos no pertenecían a estas tierras, cuando el Imperio Garlemald intentó conquistarnos, prestaron su ayuda a las tres Grandes Compañías. Lucharon a nuestro lado en Carteneau, aquel fatídico día, hace cinco años. Fue el día que los perdimos.
  —¿Murieron?
  —Ninguno de los supervivientes los ha olvidado, y nadie es tan osado como para negar que nos ayudaron…, pero sus nombres parecen haberse borrado de nuestra memoria. Esas páginas de la historia están en blanco para nosotros. Sus caras no son más que siluetas difusas, como si nos cegaran. Es por eso que los llamamos “Guerreros de la Luz”.
  —Momodi me contó algo parecido.
  —Cuando te miro, no puedo evitar pensar en ellos, y en cuánto podrías lograr con tu potencial. Debes proteger ese Cristal a toda costa. Es un regalo de Hydaelyn, Madre de todo. Si Ella te lo dio, sería por un motivo. Y si estoy en lo cierto, el destino del reino puede depender de tus andanzas. Sólo héroes y mártires están capacitados para soportar semejante carga. Recemos porque tú seas de los primeros.
  —Yo…
  La vista de Aeryal empieza a nublarse, y una visión del pasado aparece en su mente.

  Carteneau, cinco años atrás. Los dirigentes de las Fuerzas Aliadas observaban con impotencia cómo la luna Dalamud se aproximaba a la superficie de Eorzea. Raubahn era uno de ellos, como general de la GC Flamas Inmortales. A su lado se hallaban las otras dos líderes: Kan-E-Senna, de la GC Orden de la Sierpe Gemela, y Merlwyb Bloefhiswyn, de la GC Maelstrom.
  —¡Flamas, al frente! —ordenó Raubahn—. ¡La victoria pertenece a los audaces! ¡Mostrad a esos imperiales hijos de puta de qué estamos hechos!
  —¡El flanco izquierdo está debilitado! —exclamó Merlwyb—. ¡Dividid a los Barracudas! ¡Haced que mantengan esa posición aunque les cueste la vida!
  —Los Serpientes Amarillas necesitan ayuda —añadió Kan-E-Senna—. Enviad a los Lobos Blancos en su ayuda. Los aventureros están arriesgando sus vidas por nosotros, no podemos fallarles.
  Kan-E-Senna clavó su mirada en la cima de una montaña, a lo lejos, creyendo ver a alguien sobre ella.
  —¿Algo va mal? —preguntó Merlwyb.
  —Estamos siendo observados.
  Raubahn recibió una llamada de Jakys Ryder, uno de los altos oficiales de los Flamas Inmortales.
  —¡Toro Furioso, aquí Serpiente Loca! —Hablaban con nombres en clave—. ¡Responde!
  —¡¿Ryder?! ¡Aquí Toro Furioso! ¿Hay novedades?
  —¡Estamos rodeados de fuego! ¡No hay salida! ¡Por todos los dioses…! ¡¿Qué es esa cosa?!
  —¡¿Qué pasa?! ¡Háblame!
  —¡Maldita sea! ¡No podremos aguantar mucho más!
  Lo último que se oyó antes de que la comunicación se cortara fue un grito de Jakys Ryder.
  —¡¿Serpiente Loca?! ¡¡Serpiente Loca!! ¡Contéstame!
  Pero ya no hubo respuesta. Raubahn golpeó el suelo, lleno de rabia.
  —¿Qué pasa con los Barracudas? —dijo Merlwyb a uno de sus hombres—. ¿No los pueden alcanzar?
  —Lo siento, almirante, pero la comunicación ha dejado de funcionar.
  —¿Y la nuestra? —preguntó Kan-E-Senna a su ayudante.
  —No sé qué ocurre, mi señora. Esa monstruosidad parece estar interrumpiendo nuestras comunicaciones.
  —Debemos seguir intentándolo. Sigue llamando hasta que respondan. —Kan-E-Senna se giró hacia los otros dos líderes de las GC—. Almirante, general, no hay nada más que podamos hacer. Debemos dar la orden de retirada.
  —¡No pienso abandonar a Louisoix! —replicó Raubahn.
  —¡General, por favor! ¡Puede que la victoria pertenezca a los audaces, pero hoy no habrá vencedores! Sabes que es verdad. No sacrifiquemos vidas en vano. Los aventureros lucharon con valentía, pero inútilmente. Permitámosles retirarse, y seamos nosotros quienes ayudemos a Louisoix.
  Merlwyb asintió, mientras se dirigía a sus suboficiales.
  —¡Las órdenes anteriores quedan canceladas! ¡Todas las unidades de Maelstrom deben regresar de inmediato! ¡Dad prioridad a la Brigada Extranjera! ¡Que la unidad principal cubra su retirada!
  Viendo que sus dos aliadas ya habían actuado, Raubahn se vio obligado a hacer lo mismo.
  —¡Maldita sea! Transmitid la orden: los Flamas deben retirarse. ¡No me importa si el sistema de comunicación está inactivo! ¡Seguís teniendo un par de piernas, ¿verdad?! ¡Pues usadlas, zoquetes!
  Los guerreros de las tres GC comenzaron a abandonar la zona de combate.
  —El resultado de esta batalla se decidió hace mucho —dijo Kan-E-Senna—. Mejor retirarse ahora que sufrir una masacre. —La Sabia miró nuevamente a la cima de la montaña—. Esta presencia oscura y sofocante… ¿Quién o qué es?
  —Mi señora, ¿qué hacemos? —preguntó uno de sus hombres.
  —¡Debemos llegar hasta el Arconte Louisoix! ¡A vuestras posiciones!
  Antes de desaparecer, la visión del pasado muestra la cima de la montaña que no dejaba de observar Kan-E-Senna. Allí no había un hombre, sino dos. Ambos vestidos con túnicas negras y las caras cubiertas por máscaras, igual que el mago al que Aeryal derrotó con ayuda de Thancred.
  —Bahamut será liberado de nuevo… —dijo uno de ellos—. Magnífico. Los años de aprisionamiento sólo han conseguido enfurecerlo más y más. Ya ha comenzado… Pronto el planeta recuperará su verdadera forma. ¡Ja, ja, ja!

Capítulo 16 – Representante de la Flama

  Aeryal despierta en una cama que no tarda en reconocer: es su habitación de la posada Reloj de Arena. Lo último que recuerda es haber estado hablando con Raubahn, antes de caer inconsciente y tener una visión de la Batalla de Carteneau.
  Poco después de despertar, Momodi entra en la habitación.
  —¿Cómo te encuentras, Aeryal?
  —Perfectamente. ¿Qué me ha pasado?
  —Dicen que te desmayaste durante una de las historias del general. Les pedí que te trajeran a Reloj de Arena. Conseguiste impresionar a los demás invitados, aunque probablemente no de la forma que te gustaría. ¿Estás descansando lo suficiente, Aeryal? La vida de los aventureros puede ser muy agotadora.
  —Me encuentro bien, no te preocupes.
  —Bueno, me alegra ver que vuelves a la normalidad. No te lo tomes a mal, pero tener que estar cuidándote puede ser un poco aburrido. Oh, me olvidaba: el general ha dejado un mensaje para ti. Dice que, cuando te recuperes, te reúnas con él en el Salón de Flamas. Probablemente querrá acabar la historia que te estaba contando cuando te quedaste dormida.
  —De acuerdo, iré para allá. Gracias, Momodi.
  Tal y como ha dicho la jefa de Arenas Movedizas, Raubahn espera su llegada en el Salón de Flamas de Ul’dah, cuartel general de la GC Flamas Inmortales.
  —¿Ya estás totalmente recuperada, Aeryal?
  —Más o menos.
  —Bien, porque tenemos mucho trabajo que hacer. —Raubahn le entrega una bolsa—. He escrito estas cartas para nuestros aliados. Hace cinco años, tuvimos que contemplar con impotencia cómo nuestros hermanos y hermanas fueron asesinados en Carteneau, primero por el Imperio Garlemald, y luego por el tres veces maldito Primitivo que convocaron tan cobardemente. No hay un solo día en el que no piense en mis camaradas caídos, o en los Guerreros de la Luz, cuyo rastro desapareció. Las tragedias de la Calamidad no se olvidarán fácilmente, y, de hecho, no deberíamos hacerlo. Recordando lo que perdimos, daremos más importancia a lo que nos queda. Es por eso que quiero homenajear a los caídos en esta fecha, el quinto aniversario de la Batalla de Carteneau.
  —Me parece muy buena idea.
  —Espero que las otras dos líderes de la Alianza opinen igual. Me gustaría que fueses tú quien les transmitiera mis palabras, como mi enviada personal.
  —¿Yo? ¿Por qué?
  —Porque me recuerdas demasiado a los Guerreros de la Luz. No se me ocurre nadie más apropiada para la misión. La pregunta es: ¿aceptas?
  —Claro. Será un placer, Raubahn.
  —¡Perfecto! Viajarás a Gridania y Limsa Lominsa como mi representante oficial.
  —¿Están muy lejos?
  —Un poco, pero no te preocupes, porque no tengo el tiempo ni la paciencia para esperar a que llegues andando. —Raubahn le entrega una tarjeta—. Por la presente, te concedo permiso para usar las rutas aéreas que conectan las tres ciudades-Estado. Este pase es una muestra de tu privilegio.
  —¿Rutas aéreas?
  —Los días en que los barcos voladores estaban disponibles para todo el mundo quedaron atrás. La siempre presente amenaza de Garlemald nos ha obligado a imponer restricciones drásticas para asegurar la seguridad de los ciudadanos. Estos pases sólo se entregan bajo determinadas circunstancias…, y ésta es una de ellas. Además, hubo quien insistió en que se te fuera entregado.
  —¿Y eso por qué?
  —Aeryal, no soy el único que lo ve: tu potencial es evidente. Pero ya he hablado demasiado. En nombre de la sultana, te pido que inicies el viaje. Observa con tus propios ojos las maravillas del reino por el que los Guerreros de la Luz lo arriesgaron todo. Acude a tu llamada y cumple tu promesa. Y si algún hombre o bestia se interpone en tu camino, lucha con valor, pues la victoria pertenece a los audaces. Ahora ve, Aeryal, y deja que el Cristal te guíe si pierdes el rumbo.
  —Hasta la vista, Raubahn.
  Con el pase bien guardado en su bolsillo, la miqo’te regresa a Arenas Movedizas. No quiere irse sin antes hablar con Momodi.
  —¿Ya estás de vuelta? ¿Qué era eso tan importante que te quería decir el grandullón?
  —Me ha encargado viajar a Gridania y Limsa Lominsa para llevar un mensaje de su parte. Quiere organizar un homenaje a los caídos en la Batalla de Carteneau. Me ha dado un pase para viajar en barco volador.
  —¿En serio? ¡Vaya! ¡Enviada personal del General Flama! ¡Que me aspen! Eso es todo un honor. No: es honor y medio. Y no se me ocurre nadie que lo merezca más que tú. Estoy orgullosa de ti, Aeryal.
  —Gracias, Momodi. Me has ayudado mucho.
  —Seguro que ya te lo ha dicho Raubahn, pero no hay mucha gente que pueda montar en barcos voladores. La mayoría acaban en el cementerio antes de poder ver Eorzea desde el aire. Los pobres se marchan al otro barrio, a conocer a Thal, sin la ocasión de disfrutar del azul reluciente de los mares de Limsa Lominsa, o del verdor interminable de la frondosa Gridania. Pero no es tu caso, Aeryal. Tú podrás ver todo eso y más. Y vayas donde vayas, encontrarás gente fascinante de la que escuchar todo tipo de historias. La gente que conozcas, los lugares que visites… Disfruta de esas experiencias, porque son impagables.
  —Lo haré. Es mi deber como aventurera.
  —Así se habla. Dicho esto, sólo me queda recordarte que debes tener cuidado ahí fuera. Ul’dah no es el único lugar con problemas, como descubrirás cuando visites Limsa y Gridania. Quizá sea eso lo que el general quiere que veas. Creo que él sabe el tipo de mujer que eres, Aeryal.
  —¿Qué tipo de mujer se supone que soy?
  —¡El tipo de mujer que no puede evitar meter la nariz en todos lados! ¡Y más te vale no cambiar nunca! Que tengas buen viaje, Aeryal. Nos veremos cuando regreses.
  La miqo’te se dirige al aeropuerto. Allí es recibida por Elyenora, una trabajadora de Aerolíneas Vientofuerte, quien la conduce hasta el pequeño barco volador que la llevará a Limsa Lominsa. La nave se eleva sobre el cielo de Ul’dah, dejando atrás la ciudad que la vio nacer como aventurera.
  Raubahn y Nanamo Ul Namo observan el barco volador alejándose desde el aeropuerto.
  —Cuando nos conocimos en el Árbol Sultán —dice ella—, sentí que había algo inusual en Aeryal. Me pregunto si ellas sentirán lo mismo…

Enlaces:

Introducción
A Realm Reborn, parte 1: capítulos 1-16 cursor
A Realm Reborn, parte 2: capítulos 17-35
A Realm Reborn, parte 3: capítulos 36-51
A Realm Reborn, parte 4: capítulos 52-74
A Realm Reborn, parte 5: capítulos 75-97
A Realm Reborn, parte 6: capítulos 98-110 (2.1 A Realm Awoken)
A Realm Reborn, parte 7: capítulos 111-122 (2.2 Through the Maelstrom)
A Realm Reborn, parte 8: capítulos 123-137 (2.3 Defenders of Eorzea)
A Realm Reborn, parte 9: capítulos 138-155 (2.4 Dreams of Ice)
A Realm Reborn, parte 10: capítulos 156-162 (2.5 Before the Fall – Part 1)
A Realm Reborn, parte 11: capítulos 163-178 (2.55 Before the Fall – Part 2)

Saga completa: MakoSedai.com/guias-argumentales

1 Comentario

  1. maquinangel

    Vaya, nunca imagine que el online también tiene su historia, se nota la labor de investigación. Espero que tengas éxito.

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