Guía argumental de Final Fantasy XII – Parte 1
Guía argumental de Final Fantasy XII – Parte 1
Fecha de publicación: 15 de octubre de 2017
Autor: Chris H.
Etiquetas: Final Fantasy
Fecha de publicación: 15 de octubre de 2017
Autor: Chris H.
Etiquetas: Final Fantasy
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Por primera vez (y, tal vez, no última) en esta colección de guías argumentales, vamos a viajar a Ivalice. Un mundo que nació con el Final Fantasy Tactics de la primera PlayStation, allá por 1997, y que posteriormente fue reutilizado en Vagrant Story. Tiempo después, dando el salto a PlayStation 2 (aunque la guía argumental está hecha con The Zodiac Age, la remasterización de PS4), nos encontramos con que Final Fantasy XII también se sumaba a la lista de juegos que utilizaban la geografía y fauna de Ivalice.
Esto no significa que el argumento vaya a estar relacionado (no lo está en absoluto), pero sí puede dar una gran pista, a todos los que conozcan FFT y Vagrant, de por dónde van a ir los tiros en cuanto a ambientación y, en cierto modo, estilo general.



Capítulo 1 – Prólogo

  La historia comienza en el año 704 de la Antigua Era Valendiana, en medio de la interminable guerra entre dos poderosos imperios del mundo de Ivalice: Arcadia, en el continente de Valendia, al noreste; Rozaria, en el continente de Ordalia, al oeste. Su imparable expansión los ha llevado a conquistar también parte del continente del sur, Kerwon, e incluso Arcadia ejerce cierto control sobre Purvama, el continente flotante. Pero no va a ser en ninguno de los imperios donde empiece la narración, sino en el territorio que los separa.
  Nabradia y Dalmasca son dos pequeños países aliados vecinos, cuyo futuro pende de un hilo por culpa de su posición geográfica, ya que se hallan entre medias de ambos continentes. Están rodeados por la guerra: Nabradia limita con Arcadia, y Dalmasca con Rozaria.
  Explicado de otra forma, el orden de oeste a este sería el siguiente: Rozaria, desierto inhabitable, Dalmasca, Nabradia, Arcadia.
  Para fortalecer su posición, los reyes de Nabradia y Dalmasca han decidido organizar un matrimonio entre dos de sus hijos: el príncipe Rasler Heios Nabradia y la princesa Ashelia B’nargin Dalmasca. Aunque es un enlace por motivos políticos, ambos se acaban enamorando y aceptan de buena gana, por lo que es una fecha de celebración para todos los habitantes de ambos reinos.
  Sin embargo, poco después de la boda llega una noticia que transforma la alegría en tristeza: Nabudis, capital de Nabradia, ha caído en manos del ejército arcadiano. Con la capital ocupada y el rey desaparecido, seguramente muerto, es cuestión de tiempo que lleguen a Dalmasca. Lo único que se interpone en su camino es la Fortaleza de Nalbina, que hace de frontera entre ambos reinos.
  El ejército de Dalmasca, liderado por el príncipe Rasler y el capitán de los Caballeros de la Orden de Dalmasca, Basch fon Ronsenburg, acude rápidamente a Nalbina para hacer frente a Arcadia. Desgraciadamente, la batalla acaba en desastre, con la muerte de Rasler primero y la conquista de Nalbina después. Es cuestión de tiempo que Arcadia se haga con el control de Dalmasca…
  Para evitar más muertes innecesarias, Arcadia propone a Dalmasca firmar la paz a cambio de la concesión pacífica de todos sus territorios. El rey Raminas B’nargin, deseando poner fin al sufrimiento de su pueblo, acepta ir a la Fortaleza de Nalbina para sellar ese tratado.
  Sin embargo, pronto surgen los rumores de que el verdadero objetivo de Arcadia es matar al rey a sangre fría, por lo que Basch y un grupo de Caballeros de la Orden de Dalmasca se dirigen hacia allí inmediatamente para intentar evitar que esto suceda.

Capítulo 2 – Fortaleza de Nalbina

  En la entrada del Ala Norte, Basch encuentra a un soldado de Dalmasca inconsciente, al que ayuda a reincorporarse.
  —¿Cómo te llamas? —le pregunta amablemente.
  —Reks, señor —responde con dificultad.
  —Bien, Reks. Tienes algunos rasguños, pero sigues de una pieza. ¿Podrás luchar?
  —Sí, señor.
  —¿Cuántos años tienes?
  —Diecisiete, señor.
  —¿Tienes familia?
  —Sólo me queda mi hermano, señor. Tiene dos años menos que yo. Vive en Rabanasta.
  —Tan joven… Eres apenas un muchacho. No deberías tener que empuñar una espada.
  —No, señor. Quiero luchar. Por mi patria y por mis padres.
  —¡Deprisa, Basch! —un hombre los interrumpe; es el capitán Vossler York Azelas—. ¡Debemos encontrar al rey sin demora, o nuestros esfuerzos habrán sido en vano!
  Los soldados de Arcadia descubren a los recién llegados, y acuden a darles la bienvenida. Basch ordena a Vossler y otros cuantos caballeros que se adelanten, mientras los demás, incluyendo a Reks, se encargan de eliminar al grupo de soldados que ha salido de la fortaleza para enfrentarse a ellos.
  Cuando la entrada está despejada, Basch, Reks y los demás entran en busca de Vossler, pero no hay rastro de él ni de sus acompañantes.
  —Vossler… ¿Dónde estás?
  —¿Y si el capitán Azelas ha caído? —pregunta Reks.
  —¡No digas tonterías! Vossler se ha burlado de la muerte en muchas ocasiones; ésta no es diferente. Los hombres como él no mueren en sitios así —Basch reanuda la marcha—. Debemos encontrar al rey cuanto antes.
  —¿Su Majestad estará a salvo?
  —Aceptará una rendición incondicional. No osarán tocarle hasta que el lacre de su sello se haya secado.
  —Pero si llegamos después de que haya firmado el tratado…
  Nuevas oleadas de soldados arcadianos se interponen en su camino, además de una pequeña nave voladora, “Rémora”, pero Basch y los demás se deshacen de ellos con facilidad. Sin embargo, el tiempo que están perdiendo es cada vez mayor, por lo que Reks propone ocuparse de los últimos enemigos él solo mientras sus camaradas se adelantan en busca del rey Raminas.
  Cuando Reks alcanza nuevamente a sus compañeros, apenas un par de minutos después, la batalla ha terminado: el suelo está lleno de cadáveres de ambos bandos. El rey es uno de ellos.
  Sin embargo, no es el único con vida en aquella sala. Cuando se gira descubre que Basch está tras él, con una espada en la mano… que clava en el pecho del joven soldado.
  —¿…Por qué, capitán? Nuestro rey… ¿Qué ha hecho…?
  —El rey planeaba vender Dalmasca al imperio. Su Majestad era un traidor.
  —Capitán, yo…
  Reks cae al suelo, sintiendo cómo las fuerzas desaparecen y su vista empieza a nublarse. Lo último que contempla es a un nuevo grupo de soldados arcadianos rodeando a Basch.
  —¡Atrapad al insurgente! —grita un hombre de pelo largo y negro—. Bonito fin para las negociaciones de paz…
  —¡No nos rendiremos jamás! —responde Basch, retenido por los soldados—. ¡No somos ganado que un rey traidor pueda vender a su antojo!
  —Pero la guerra ha terminado, mi querido capitán. Y habéis perdido. Dalmasca es ahora propiedad de Arcadia. ¡Y pensar que os íbamos a otorgar cierto grado de soberanía, como deferencia! Pero lo has estropeado todo.
  —¡Nunca nos someteremos a ti!
  —Y la gente de Dalmasca os odiará por ello.
  El hombre de pelo largo y sus soldados se llevan al capitán, mientras los ojos de Reks se cierran por completo, y el nombre de su hermano pequeño pasa por su cabeza:
  —Vaan…
  Tras la muerte del rey Raminas B’nargin, la princesa Ashe (como se conoce popularmente a Ashelia B’nargin) queda como única heredera de Dalmasca. Un cargo sin valor, tras ser conquistados por Arcadia, y demasiado doloroso para aguantar en solitario. La guerra no le ha arrebatado únicamente a su padre y a su marido, sino también a sus ocho hermanos mayores. Incapaz de soportar tanto pesar, pronto se difunde la luctuosa noticia de que la joven princesa se ha quitado la vida, acabando así con la dinastía de su familia, y otorgando a Arcadia pleno control de todos sus territorios.
  La guerra ha terminado.

Capítulo 3 – La nueva vida en Rabanasta

  Dos años después de la victoria de Arcadia, los habitantes de Rabanasta intentan acostumbrarse a vivir bajo el yugo del imperio. Humes (similares a humanos), seeqs (cerdos humanoides), bangaas (lagartos humanoides) y otras razas convivían en perfecta armonía… hasta la llegada de los soldados arcadianos. No se conforman con dominar la ciudad, sino que abusan de su poder, obligando a los tenderos a ofrecerles mercancía gratis.
  Un chico observa cómo dos de esos soldados se llevan comida de un puesto sin pagar, y decide devolverles el favor robándoles una bolsa con monedas delante de sus narices, y dándoles esquinazo después.
  El chico corre hasta un lugar alejado, en el que cree estar a salvo, pero otra chica de su edad aparece por detrás y le quita la bolsa de las manos.
  —¡Eh, eso es mío! —protesta él.
  —¿Cómo que es tuyo? Ya has vuelto a robar —su reproche es casi familiar, lo que demuestra que tienen buena relación—. ¿Y si te pillan, qué? Te necesitamos, Vaan. Si te encierran en una mazmorra, ¿cómo podrás ayudarnos?
  —Anda, ¿desde cuándo soy el líder? Somos huérfanos. Cada uno tiene que cuidar de sí mismo. Lo sabes tan bien como yo, Penelo.
  Ignorando las palabras de Vaan, Penelo abre la bolsa y mira en su interior.
  —Este dinero era del pueblo de Dalmasca. Los del imperio nos lo robaron, así que es justo que se lo quitemos. Es nuestro deber como dalmasquinos. Es lo que siempre dices, ¿no?
  —¡Sí, pero nunca he dicho que podías quitármelo a mí!
  —Esto es por el pan del otro día —Penelo saca dos monedas de la bolsa y le devuelve el resto—. Que yo ayude a Miguelo de vez en cuando no quiere decir que tú también puedas comer de gorra.
  —Ya lo sé. ¿Crees que me gusta vivir así? —Vaan mira hacia el cielo, contemplando con envidia una nave que sobrevuela la zona—. Pronto pilotaré mi propio barco volador. Seré un pirata del aire, libre de ir adonde quiera.
  —Pues ten cuidado… ¡No pilotarás nada pudriéndote en una mazmorra! Por cierto, Miguelo necesitaba que le hicieran algunos recados. Sería una buena idea echarle una mano.
  Miguelo es un comerciante bangaa, gracias al cual Vaan y Penelo han podido sobrevivir tras perder a sus respectivas familias. No ganan mucho dinero con sus encargos, pero lo suficiente para poder comprar comida, ropa y armas.
  Vaan se dirige de inmediato a su local, dispuesto a ayudarlo.
  —Penelo me ha dicho que querías algo…
  —Sí. Tenían que entregarme unas mercancías esta mañana, pero quizá el recadero haya tenido problemas en el desierto. ¡Y ahora no tengo víveres para el banquete de esta noche!
  —Así que quieres que busque al recadero… ¡Pan comido!
  —¿“Pan comido”? El desierto es muy peligroso, chico. No, he encargado más comida a Tomaj en el Oasis.
  —Y quieres que vaya a la taberna a buscarla…
  —Tampoco. Eso se lo he pedido a Kytes, pero no da señales de vida. No puedo irme de la tienda, y Penelo está haciendo otro encargo. Quiero que vayas al Oasis a buscar a Kytes. ¿Lo harás?
  —Qué emocionante… —responde con ironía.
  Kytes es un niño más pequeño que Vaan, al que considera uno de sus mejores amigos, junto a Penelo. Y “Oasis” es el nombre de una taberna de Rabanasta, así que es una misión muy sencilla. Vaan encuentra allí al muchacho, que está observando con atención un cartel de la pared.
  —¡Kytes, deja de holgazanear!
  —¡Mira, Vaan! ¡Por esto no ha llegado el recadero de Miguelo!
  Vaan se acerca al cartel, donde la foto de un monstruo con cabeza de tomate acompaña a un corto texto: “Criatura vista en el Desierto Este”.
  —Hola, Vaan —Tomaj, encargado del Oasis, se acerca a ellos—. ¿Miguelo también te ha mandado a ti? Sí que está liado… Aunque no es el único. Y ese trabajo que tiene, no lo envidio… ¡Organizar un banquete de bienvenida para los del imperio!
  —En vez de una bienvenida, deberíamos darles… —Vaan se muerde la lengua—. Oye, Tomaj, ¿qué es esto? —señala al cartel.
  —No me lo recuerdes… Es el Tomate perdido, un mal bicho que asusta a nuestros recaderos, y estamos faltos de todo. Se me ocurrió poner un cartel y ofrecer una recompensa para quien lo deje fuera de circulación.
  —Eso sí es un trabajo. Suena mucho mejor que hacer recados para Miguelo.
  Emocionado por su nuevo encargo, Vaan se dirige a la Puerta Este y sale de la ciudad, llegando al lugar en que el Tomate perdido atemoriza a los indefensos mercaderes. A diferencia de ellos, el chico sí sabe luchar, así que vence al monstruo con facilidad y se dispone a regresar a Rabanasta. Pero es aquí cuando comienzan los problemas.
  —¡Vaan! —Kytes le llama desde la entrada—. Han cerrado la puerta y ya no dejan pasar a nadie.
  Numerosas personas se amontonan en el exterior de la ciudad, pero nadie se atreve a oponerse a los guardias arcadianos, que no tendrían dificultades en acabar con todos ellos si osaran rebelarse. Las puertas únicamente se abren cuando otro guardia se aproxima con un chocobo negro.
  —¡Un momento! —protesta Vaan—. ¿El chocobo puede pasar y nosotros no?
  —Pues claro. Este chocobo es un purasangre, chico. Costó decenas de miles de guiles. Vale más que todos vosotros juntos, paletos. No os acerquéis, no queremos que los chocobos apesten a campesino.
  —¡¿Qué has dicho?!
  —¡Aparta!
  El guardia empuja a Vaan, quien no tiene más remedio que contenerse.
  —¡Qué ejemplar más magnífico de chocobo! —Miguelo aparece por el otro lado de la puerta, con una botella en la mano—. De la Meseta de Chitta, si no me equivoco. La tierra hace al chocobo, ¿verdad? Sí, sí. La tierra también cambia el aroma, como ocurre con el Baroso dalmasquino, ¿verdad? No tiene el sabor ni la profundidad de algunos vinos arcadianos… pero tiene fuerza y carácter. ¿Les apetece un poco, señores? Hay suficiente para todos.
  Los guardias aceptan el refinado soborno de Miguelo, permitiendo que todos los que esperan fuera de la ciudad puedan regresar a sus hogares… o a contemplar el desfile que acaba de dar comienzo. Un gran acontecimiento destinado a presentar a todos los habitantes de Rabanasta al que será su nuevo cónsul: Vayne Carudas Solidor, tercer hijo del emperador Gramis Gana Solidor, y comandante de la División Occidental del ejército arcadiano. Además, Vayne es el hombre que capturó a Basch después de que éste asesinara al rey Raminas y a Reks, entre otros compañeros.
  Cuando el hijo del emperador se sube al estrado, no puede evitar notar el descontento general (y justificado) de la población.
  —Ciudadanos de Rabanasta, ¿miráis con odio a vuestro cónsul? ¿Miráis con odio a Arcadia? —Vayne aguarda pacientemente mientras el público le dedica varios insultos—. Me imaginaba la respuesta. No albergo falsas esperanzas de reprimir ese odio. Tampoco os pediré lealtad. Sólo debéis lealtad a vuestro rey caído. El rey Raminas amaba a su pueblo. Se esforzó en mantener la paz. Fue digno de vuestra devoción. Incluso ahora, sigue protegiéndoos. Su pasión por la paz y la prosperidad de Dalmasca nunca ha vacilado. Sólo os pido que honréis a vuestro rey. Abracemos juntos la paz, como él habría deseado —todos permanecen callados, sorprendidos por sus palabras—. Hace dos años que terminó la cruel guerra, pero su sombra sigue perturbando el sueño de los niños. ¡Un espectro que sólo vosotros podéis expulsar! Hacedlo, y no me apenará que me odiéis a mí y al imperio. Resistiré vuestro odio, vuestras pedradas y vuestras flechas. ¡Defenderé Dalmasca! ¡Así pagaré mi deuda! ¡Lo juro! El rey Raminas y la princesa Ashe siempre seguirán junto a su pueblo. Al honrar la paz honráis su memoria y a Dalmasca. Es lo único que os pido. El resto depende de vosotros.
  Cuando Vayne deja de hablar y se inclina ante el pueblo con una reverencia respetuosa, éstos le muestran su cambio de parecer con un largo aplauso. Le ha bastado con un breve discurso para ganarse la confianza de los habitantes de Rabanasta.

Capítulo 4 – Recuperar lo que es nuestro

  Como encargado de organizar el banquete de ceremonia de la llegada del cónsul, Miguelo tiene el privilegio de poder hablar cara a cara con Vayne.
  —Me llamo Miguelo, Alteza. Me siento profundamente honrado de conocer a nuestro futuro emperador. En nombre del pueblo de Rabanasta, os doy la bienvenida.
  —Por favor, ahórrate el “Alteza”. Si bien soy hijo del emperador, no soy príncipe heredero. El emperador de Arcadia es elegido libremente por su pueblo. Yo no soy más que un representante oficial.
  —No quería ofenderos —Miguelo inclina la cabeza.
  —Tampoco quiero que me llames “cónsul”. Desde hoy soy ciudadano de Rabanasta. ¿Por qué no me llamas “Vayne”?
  —No podría… No estaría bien.
  —Eres demasiado formal. Tengo el remedio para eso. Esta noche beberemos juntos hasta que me llames “Vayne”.
  Miguelo responde con una reverencia, mientras el cónsul se marcha de allí. Vaan observa todo aquello desde una escalera cercana, sentado junto a Penelo.
  —¿Cómo puede humillarse así? —pregunta él, algo molesto.
  —No lo hace porque quiera. ¿Sabes qué pasaría si no lo hiciera?
  —Sí, pero…
  —¿Tú qué harías?
  —No sé. Pero haría algo. Oye, la fiesta de esta noche… ¿Crees que nos dejarían entrar?
  —¿Estás loco? Es en el palacio, no estamos invitados.
  —¿Entonces cómo podría entrar?
  —Y yo qué sé. ¿Por qué no hablas con Miguelo o con el Viejo Dalan? ¿Pero a qué viene tanto interés?
  —¡Ya te lo he dicho! ¡Quiero recuperar lo que es nuestro! Devolvérselo a Dalmasca. Si encuentro algo y lo vendo bien de precio, os invitaré a todos a cenar.
  —¡Venga ya! Todo el mundo sabe que antes te comprarías un barco volador. ¡Vaan, el pirata del aire de Dalmasca! Suena bien —Penelo le hace un gesto de despedida antes de irse—. ¡No te metas en líos!
  —Un barco volador… No sé… A lo mejor… Pero no mezclaré a Miguelo. Es hora de visitar al Viejo Dalan.
  Vaan desciende al Barrio Bajo de Rabanasta, y se dirige a la casa de Dalan, un hombre muy conocido y respetado de la Zona Sur.
  —Ah, pero si es Vaan Matarratas —bromea Dalan, sabedor de la gran afición que el chico tiene por entrenar en las alcantarillas—. ¿Vienes a aprender cómo cazar bichos más grandes y con armadura de la Puerta Este?
  —¿Ya te has enterado de ese incidente?
  —Sabio no soy, pero bien informado estoy.
  —Créeme, algún día recibirán lo que se merecen. Pero no he venido por eso. Quiero colarme en el palacio. ¡Seguro que hay un montón de tesoros!
  —Vas al grano, ¿eh? Arcadia protege lo que es suyo, incluido el palacio y su tesoro.
  —¡Precisamente por eso! ¡Quiero recuperar lo que es nuestro!
  —Así que el amo de los acueductos aspira a realizar nobles acciones… Admirable. Quizá pueda ayudarte. Ahora que lo pienso, corría un rumor, sí. Sobre un pasaje secreto a la cámara del tesoro, una puerta y una piedra mágica que la abre.
  —¿Y dónde está esa piedra mágica?
  —Hace años que la tengo. Su nombre es “Piedra del creciente”, pero ha perdido su poder. Para devolvérselo necesitamos una heliocita.
  —¿Y eso dónde se consigue?
  —En la Pradera de Giza. Habla con los nómadas que viven allí, seguramente te ayudarán.

Capítulo 5 – Pradera de Giza

  Junto a la casa de Dalan se encuentra un pasadizo que lleva a la Puerta Sur de Rabanasta, y pocos metros más allá empieza la Pradera de Giza, por lo que Vaan no tarda mucho en localizar al pueblo nómada. Allí conoce a Blunoa, la anciana que ejerce de líder de la tribu.
  —La heliocita es un tipo de piedra que contiene el poder del sol. Se utiliza para dar luz y calor. Aquí, una muchacha llamada Majhura se encarga de todo lo relacionado con la heliocita. La encontrarás frente al cuarzo negro. Estos cuarzos sólo existen en la Pradera de Giza. Su color es ideal para absorber la energía solar.
  Vaan se acerca a Majhura, la mujer que se halla junto al cuarzo negro situado en uno de los extremos de aquel poblado.
  —Ah, de modo que buscas una heliocita. Has venido al lugar adecuado; sólo se consiguen aquí en Giza. Pero no podemos dárselas a cualquiera; soy muy valiosas y vitales para nuestra subsistencia. Aunque quizá podamos llegar a un acuerdo…
  —Te escucho.
  —La fabricación de heliocitas es trabajo de los niños. Recorren la pradera, pasando por cada cuarzo negro y recogiendo su luz en umbricitas. Uno de los niños, Jinn, aún no ha vuelto de su última excursión, y tiene consigo todas las umbricitas del poblado. Si encuentras a Jinn y le dices que regrese, puedes quedarse con una de las heliocitas que haya hecho.
  Cuando Vaan se acerca a otros niños del poblado, en busca de información sobre su amigo Jinn, descubre que Penelo está hablando con ellos.
  —¿Qué haces aquí, Penelo?
  —Lo mismo te pregunto yo. Seguro que estás tramando algo.
  —¡Qué va!
  —Entonces no te importará que vaya contigo, ¿verdad? No te preocupes, Miguelo está ocupado con los preparativos para la fiesta del palacio, así que tengo el día libre.
  Con ayuda de la información de los niños, Vaan y Penelo encuentran a Jinn al sur de la Pradera de Giza. Éste les hace entrega de un umbricita, con la que podrán fabricarse su propia heliocita. Para ello deben recorrer la Pradera en busca de cuarzo negro; un trabajo no demasiado difícil, aunque tengan que eliminar a unos cuantos monstruos en el proceso.
  Tras acabar su cometido y despedirse de los nómadas, Vaan y Penelo regresan al Barrio Bajo de Rabanasta.
  —Hacía mucho que no salíamos —dice Penelo—. Me lo he pasado bien. Bueno, tengo que regresar a la tienda. La verdad es que Miguelo me pidió que se la atendiera. Vaan, no te metas en líos. No sé qué haría si no estuvieras aquí conmigo, o si te pasara algo…
  —No me iré a ningún sitio, ¿vale?
  —Eso es lo que quería oír. Hasta luego.
  —…Perdona, Penelo —dice Vaan tras verla alejarse.
  El chico entrega la heliocita al Viejo Dalan, quien la utiliza para recargar el poder de la Piedra del creciente. Si la leyenda es cierta, con ella podrá encontrar la sala del tesoro… pero antes debe encontrar la forma de entrar al palacio. Dalan le explica una forma de acceder a su nivel inferior, atravesando el Depósito nº5 y los Acueductos de Garamsais. Además, le dice una frase que será útil para encontrar la sala del tesoro:
  —“Del sol ansía el emblema la fuerza, para el camino alumbrar”. Ah, te advierto que si te capturan te pudrirás el resto de tu corta vida en las mazmorras de Nalbina. No te descuides, hijo. Los planes recién nacidos suelen caerse del nido, derechos a la olla del cazador.
  Con la Piedra del creciente en su poder, Vaan corre hasta la entrada del Depósito nº5… que también está cerrada. Afortunadamente, su pequeño amigo Kytes tiene herramientas con las que puede forzarla sin dificultades.
  Vaan desciende a los Acueductos de Garamsais, un lugar que conoce bastante bien, pues es donde entrena matando ratas. Sin embargo, aquella zona de Garamsais había estado bloqueada hasta el momento, por lo que es el primero que entra allí en mucho tiempo. Tal y como sugirió Dalan, el camino le lleva hasta el sótano del palacio. Ahora sólo queda buscar la sala del tesoro…

Capítulo 6 – Magicita de la diosa

  Con ayuda de un sirviente seeq, que se ocupa de distraer a los guardias, Vaan asciende a los pasillos principales del palacio. Allí encuentra una losa con el dibujo de un león, que reacciona ante el poder de la Piedra del creciente. Vaan recuerda las palabras de Dalan: “Del sol ansía el emblema la fuerza, para el camino alumbrar”. Al acercar la Piedra a la losa, se enciende una tenue luz verdosa que conduce a Vaan hasta un pasadizo secreto.
  Al otro lado del pasadizo se encuentra una entrada que nadie o pocos conocen, oculta en la parte trasera de la sala del tesoro. La habitación está llena de objetos valiosos, pero lo que más llama la atención de Vaan es una gema como “Magicita de la diosa”.
  —Una gran actuación —un hombre entra a la sala por el mismo pasadizo que Vaan.
  —¿Y tú quién eres?
  —El protagonista, claro —responde con una sonrisa—. Fran, coge la magicita.
  Junto a él hay una viera. Se diferencian de las hembras humes por ser más altas y tener unas grandes orejas leporinas. No es común verlas colaborando con humes, pero ella parece seguir las órdenes de ese hombre.
  La viera Fran se acerca a Vaan, exigiéndole que le entregue la magicita, pero la situación se ve interrumpida cuando escuchan un gran revuelo proveniente de los pasillos. Vaan aprovecha el desconcierto para salir corriendo.
  —Ha abandonado el escenario —dice el hombre a su compañera.
  —Los dioses no están de nuestra parte.
  —Lo prefiero así.
  El chico llega a las murallas superiores del palacio, desde donde observa una gran batalla que se está disputando dentro y alrededor del edificio, entre soldados arcadianos e insurgentes dalmasquinos. Sobre el palacio se encuentra una gran nave de combate, disparando misiles al campo de batalla.
  —El Ifrit, ¿eh? —el hombre misterioso, que ha dado alcance a Vaan, mira hacia la nave—. Vaya entrada en escena. En el momento justo. Hasta se diría que estaban esperando.
  Vaan intenta escapar otra vez, pero Fran se interpone en su camino, conduciendo una especie de moto voladora. Sin embargo, Vaan no es el único que acaba de ser acorralado, pues un grupo de soldados de Arcadia corre hacia el lugar donde se encuentran ellos tres. Para evitar ser atrapados, Balthier agarra a Vaan y le obliga a subir a la moto voladora. Fran se aleja de allí con los otros dos a bordo, pero el vehículo parece dañado, pues empieza a descender lentamente.
  —¿Qué pasa, Fran?
  —No sé. No me hace caso.
  Sin poder recuperar el control de la moto voladora, los tres caen entre los escombros producidos por los disparos del Ifrit.

Capítulo 7 – Rebelión

  La caída no ha sido dura; la viera consiguió aterrizar junto a los Acueductos de Garamsais sin que ninguno de los tres acabara herido. Por desgracia para ellos, el vehículo ha dejado de funcionar, así que tendrán que encontrar otra forma de escapar.
  —¿Qué ha pasado? —Fran examina la moto—. La potencia del motor no ha disminuido; se ha desvanecido.
  —Bah, olvídalo. Aunque pudiéramos volar, el Ifrit está jugando con fuego, y preferiría no quemarme. Usemos el medio de transporte más antiguo —el hombre nota que Vaan no deja de mirar a su compañera—. No hay muchas vieras en tu tierra, ¿eh, ladronzuelo?
  —Me llamo Vaan.
  —Bueno, es que Fran es especial… porque se digna a asociarse con un hume.
  —¿Tan especial como un pirata del aire que huye por las alcantarillas? —dice ella.
  —¡¿Piratas?! —pregunta Vaan con admiración—. ¿Sois piratas del aire? ¿Entonces tenéis un barco volador?
  —Me llamo Balthier —responde él—. Oye, Vaan, si quieres salir de aquí vivo haz exactamente lo que yo te diga. Fran, tú y yo ahora trabajamos en equipo. ¿Entendido?
  —No creas que te la voy a dar —Vaan se guarda la magicita.
  —Ni se me había pasado por la cabeza —Balthier se aproxima a unos cadáveres cercanos, víctimas de aquella batalla—. Insurgentes… Pensarían aprovechar la poca vigilancia durante la fiesta, y servir al cónsul una porción de acero templado para la cena. Pero parece que Vayne está acostumbrado a tales tratos. Hizo él mismo de cebo para atraerlos y llamó a la brigada aérea. Todo un festín sangriento.
  Vaan conduce a sus dos nuevos amigos por los acueductos en busca de la entrada del Barrio Bajo. Sin embargo, su camino se ve interrumpido cuando encuentran a una chica enfrentándose en solitario a varios soldados de Arcadia. Vaan y los piratas la ayudan a deshacerse de ellos.
  —Nuestras filas siguen aumentando —dice Fran a su compañero.
  —Y también nuestros problemas.
  —¿Estás bien? —Vaan se acerca a la chica.
  —Sí, gracias.
  —Me llamo Vaan. Estos son Balthier y Fran. ¿Cómo te llamas?
  —Amalia.
  De repente, la Magicita de la diosa empieza a brillar.
  —Vaya, vaya —dice Balthier—, es impresionante.
  —Ni se te ocurra —responde Vaan—. Es mía.
  —Yo no lo tengo tan claro.
  —¿La has robado? —pregunta Amalia, sorprendida.
  —¡Sí! —Vaan se muestra orgulloso.
  —¿Habéis terminado? —interrumpe Fran—. Cuando descubran que han desaparecido estos soldados, vendrán a por nosotros. Eso si no están ya de camino…
  —¿Por qué no nos acompañas? —pregunta Vaan a Amalia—. Es mejor que ir sola.
  —Está bien —responde ella de mala gana.
  —¿…Qué le pasa?
  —Tienes mucho que aprender del oficio de ladrón —contesta Balthier con un suspiro.
  —En mi situación, debo aceptar cualquier ayuda —dice Amalia—. Incluso la de ladrones. Iré con vosotros hasta que encuentre a mis compañeros. Eso será todo.
  —Nosotros a lo nuestro, y ella a lo suyo —asiente Balthier—. No creo que le falte valor, siendo una figura tan importante de la insurgencia.
  —“La Resistencia” —puntualiza ella—. Bueno, ¿a qué esperamos?
  Los cuatro llegan finalmente a la salida de Garamsais, pero un monstruo de fuego con aspecto de caballo, llamado “Flamígero”, aparece ante ellos. Vaan y los demás logran hacer que huya, pero sus problemas no han hecho nada más que empezar, pues un gran grupo de soldados arcadianos, comandados por Vayne, los rodean. Sin fuerzas para luchar, por culpa del duro enfrentamiento contra el Flamígero, Balthier sugiere a sus compañeros que se rindan.
  —Creen que soy una simple ladrona —se lamenta Amalia.
  —Mejor que una simple asesina —responde Balthier.
  Cuando los soldados llevan a los detenidos a través del Barrio Bajo, Penelo se acerca a ellos para rogar que liberen a Vaan, alegando que no tenía mala intención, sino que ha sido engañado por los demás. Sin embargo, Balthier se interpone entre la chica y los guardias para evitar que estos se enfaden y la detengan a ella también.
  —Guárdame esto, por favor —Balthier le entrega un pañuelo—. Hasta que te devuelva a Vaan.
  Los soldados se llevan a Amalia por un lado, y a los tres restantes por otro. Su destino parece claro: la Fortaleza de Nalbina.

Enlaces:

Parte 1: introducción, capítulos 1-7 cursor
Parte 2: capítulos 8-22
Parte 3: capítulos 23-39
Parte 4: capítulos 40-56, extra 1-2

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